ALGUNOS TEXTOS DE PLATÓN atrás
ALGUNOS TEXTOS DE LA REPUBLICA Libro VI ( de 504E a 511E) y Libro VII (de 514A a 521A) PLATÓN: República
-Pero
¿acaso -preguntó
Adimanto- no
son la justicia y lo demás que hemos descrito lo supremo, sino que hay
algo todavía mayor?
-Mayor,
ciertamente -respondí-.
Y de esas cosas mismas no debemos contemplar, como hasta ahora un
bosquejo, sino no pararnos hasta tener un cuadro acabado. ¿No sería
ridículo acaso que pusiésemos todos nuestros esfuerzos en otras cosas de
escaso valor, de modo de alcanzar en ellas la mayor precisión y pureza
posibles, y que no consideráramos dignas de la máxima precisión
justamente a las cosas supremas?
-Efectivamente;
pero en cuanto a lo que llamas `el estudio supremo' y en cuanto a lo que
trata, ¿te parece que podemos dejar pasar sin preguntarte qué es?
-Por cierto que
no, pero también tú puedes preguntar. Por lo demás me has oído hablar de
eso no pocas veces; y ahora, o bien no recuerdas, o bien te propones
plantear cuestiones para pertubarme. Es esto más bien lo que creo,
porque con frecuencia me has escuchado decir que la Idea del Bien es el
objeto de estudio supremo, a partir de la cual las cosas justas y todas
las demás se vuelven útiles y valiosas. Y bien sabes que, si no lo
conocemos, por más que conociéramos todas las demás cosas, sin aquello
nada nos sería de valor, así como si poseemos algo sin el Bien. ¿0 crees
que da ventaja poseer cualquier cosa si no es buena, y comprender todas
las demás cosas sin el Bien y sin comprender nada bello y bueno?
-¡Por Zeus que me
parece que no!
-En todo caso
sabes que a la mayoría le parece que el Bien es el placer, mientras a
los más exquisitos la inteligencia.
-Sin duda.
-Y además,
querido mío, los que piensan esto último no pueden mostrar qué clase de
inteligencia, y se ven forzados a terminar por decir que es la
inteligencia del bien.
-Cierto, y
resulta ridículo.
-Claro, sobre
todo si nos reprochan que no conocemos el bien y hablan como a su vez lo
supiesen; pues dicen que es la inteligencia del bien, como si
comprendiéramos qué quieren decir cuando pronuncian la palabra `bien'.
-Es muy verdad.
-¿Y los que
definen el bien como el placer? ¿Acaso incurren menos en error que los
otros? ¿No se ven forzados a reconocer que hay placeres malos?
-Es forzoso.
-Pero en ese
caso, pienso, les sucede que deben reconocer que las mismas cosas son
buenas y malas. ¿No es así?
-Sí.
-También es
manifiesto que hay muchas y grandes disputas en torno a esto.
-Sin duda.
-Ahora bien, es
patente que, respecto de las cosas justas y bellas, muchos se atienen a
las apariencias y, aunque no sean justas ni bellas, actúan y las
adquieren como si lo fueran; respecto de las cosas buenas, en cambio,
nadie se conforma con poseer apariencias, sino que buscan cosas reales y
rechazan las que sólo parecen buenas.
-Así es.
-Veamos. Lo que
toda alma persigue y por lo cual hace todo, adivinando que existe, pero
sumida en dificultades frente a eso y sin poder captar suficientemente
qué es, ni recurrir a una sólida creencia como sucede respecto de otras
cosas -que es
lo que hace perder lo que puede haber en ellas de ventajoso-;
algo de esta índole y magnitud, ¿diremos que debe permanecer en
tinieblas para aquellos que son los mejores en el Estado y con los
cuales hemos de llevar a cabo nuestros intentos?
-Ni
en lo más mínimo.
-Pienso, en todo
caso, que, si se desconoce en qué sentido las cosas justas y bellas del
Estado son buenas, no sirve de mucho tener un guardián que ignore esto
en ellas; y presiento que nadie conocerá adecuadamente las cosas justas
y bellas antes de conocer en qué sentido son buenas.
-Presientes
bien.
-Pues entonces
nuestro Estado estará perfectamente organizado, si el guardián que lo
vigila es alguien que posee el conocimiento estas cosas.
-Forzosamente.
Pero tú, Sócrates, ¿qué dices que es el bien? ¿Ciencia, placer o alguna
otra cosa?
-¡Hombre!
Ya veo bien claro que no te contentarás con lo que opinen otros acerca
de eso.
-Es que no me
parece correcto, Sócrates, que haya que atenerse a las opiniones de
otros y no a las de uno, tras haberse ocupado tanto tiempo de esas
cosas.
-Pero
¿es que acaso te parece correcto decir acerca de ellas, como si se
supiese, algo que no se sabe?
-Como
si se supiera, de ningún modo, pero sí como quien está dispuesto
exponer, como su pensamiento, aquello que piensa.
-Pues bien
-dije-.
¿No percibes que las opiniones sin ciencia son todas lamentables? En el
mejor de los casos, ciegas. ¿0 te parece que los ciegos que hacen
correctamente su camino se diferencian en algo de los que tienen
opiniones verdaderas sin inteligencia?
-En nada.
-¿Quieres
acaso contemplar cosas lamentables, ciegas y tortuosas, en lugar de
oírlas de otros claras y bellas?
-¡Por Zeus!
-exclamó Glaucón-.
No te retires, Sócrates, como si ya estuvieras al final. Pues nosotros
estaremos satisfechos si, del modo en que discurriste acerca de la
justicia, la moderación y lo demás, así discurres acerca del bien.
-Por mi parte, yo
también estaré más satisfecho. Pero me temo que no sea capaz y que, por
entusiasmarme, me desacredite y haga el ridículo. Pero dejemos por
ahora, dichosos amigos, lo que es en sí mismo el Bien; pues me parece
demasiado como para que el presente impulso permita en este momento
alcanzar lo que juzgo de él. En cuanto a lo que parece un vástago del
Bien y lo que más se le asemeja, en cambio, estoy dispuesto a hablar, si
os place a vosotros; si no, dejamos la cuestión.
-Habla, entonces,
y nos debes para otra oportunidad el relato acerca del padre.
-Ojalá que yo
pueda pagarlo y vosotros recibirlo; y no sólo los intereses, como ahora;
por ahora recibid esta criatura y vástago del Bien en sí. Cuidaos que no
os engañe involuntariamente de algún modo, rindiéndoos cuenta
fraudulenta del interés.
-Nos cuidaremos
cuanto podamos; pero tú limítate a hablar.
-Para eso debo
estar de acuerdo con vosotros y recordaros lo que he dicho antes y a
menudo hemos hablado en otras oportunidades.
-¿Sobre
qué?
-Que hay muchas
cosas bellas, muchas buenas, y así, con cada multiplicidad, decimos que
existe y la distinguimos con el lenguaje.
-Lo decimos, en
efecto.
-También
afirmamos que hay algo Bello en sí y Bueno en sí y, análogamente,
respecto de todas aquellas cosas que postulábamos como múltiples; a la
inversa, a su vez postulamos cada multiplicidad como siendo una unidad,
de acuerdo con un idea única, y denominamos a cada una `lo que es'.
-Así es.
-Y de aquellas
cosas decimos que son vistas pero no pensadas, mientras que, por su
parte, las ideas son pensadas, mas no vistas.
-Indudablemente.
-Ahora bien, ¿por
medio de qué vemos las cosas visibles?
-Por medio de la
vista.
-En efecto, y por
medio del oído las audibles, y por medio de las demás percepciones todas
las cosas perceptibles. ¿No es así?
-Sí.
-Pues bien, ¿has
advertido que el artesano de las percepciones modeló mucho más
perfectamente la facultad de ver y de ser visto?
-En realidad, no.
-Examina lo
siguiente: ¿hay algo de otro género que el oído necesita para oír y la
voz para ser oída, de modo que, si este tercer género no se hace
presente, uno no oirá y la otra no se oirá?
-No, nada.
-Tampoco
necesitan de algo de esa índole muchos otros poderes,pienso, por no
decir ninguno. ¿O puedes decir alguno?
-No, por cierto.
-Pero, al poder
de ver y de ser visto, ¿no piensas que le falto algo?
-Si la vista está
presente en los ojos y lista para que se use de ella, y el color está
presente en los objetos, pero no se añade un tercer género que hay por
naturaleza específicamente para ello, bien sabes que la vista no verá
nada y los colores serán invisibles.
-¿A qué te
refieres?
-A lo que tú
llamas `luz'.
-Dices la verdad.
-Por
consiguiente, el sentido de la vista y el poder de ser visto se hallan
ligados por un vínculo de una especie nada pequeña, de mayor estima que
las demás ligazones de los sentidos, salvo que la luz no sea estimable.
.
-Está muy lejos
de no ser estimable.
-Pues bien, ¿a
cuál de los dioses que hay en el cielo atribuyes la autoría de aquello
por lo cual la luz hace que la vista vea y que las más hermosas cosas
visibles sean vistas?
-Al mismo que tú
y que cualquiera de los demás, ya que es evidente que preguntas por el
sol.
-Y la vista, ¿no
es por naturaleza en relación a este dios lo siguiente'
-¿Cómo?
-Ni la vista
misma, ni aquello en lo cual se produce ‑lo que llamamos `ojo'‑ son el
sol.
-Claro que no.
-Pero es el más
afín al sol, pienso, de los órganos que conciernen a los sentidos.
-Con mucho.
-Y la facultad
que posee, ¿no es algo así como un fluido que le es dispensado por el
sol?
Ciertamente
-En tal caso, el
sol no es la vista pero, al ser su causa, es visto por ella misma. -Así es.
-Entonces
ya podéis decir qué entendía yo por el vástago del Bien, al que el Bien
ha engendrado análogo a sí mismo. De este modo, lo que en el ámbito
inteligible es el Bien respecto de la inteligencia y de lo que se
intelige, esto es el sol en el ámbito visible respecto de la vista y de
lo que se ve.
-¿Cómo?
Explícate.
-Bien sabes que
los ojos, cuando se los vuelve sobre objetos cuyos colores no están ya
iluminados por la luz del día sino por el resplandor de la luna, ven
débilmente, como si no tuvieran claridad en la vista.
-Efectivamente.
-Pero cuando el
sol brilla sobre ellos, ven nítidamente, y parece como si estos mismos
ojos tuvieran la claridad.
-Sin duda.
-Del mismo modo
piensa así lo que corresponde al alma: cuando fija su mirada en objetos
sobre los cuales brilla la verdad y lo que es, intelige, conoce y parece
tener inteligencia; pero cuando se vuelve hacia lo sumergido en la
oscuridad, que nace y perece, entonces opina y percibe débilmente con
opiniones que la hacen ir de aquí para allá, y da la impresión de no
tener inteligencia.
-Eso parece, en
efecto.
-Entonces, lo que
aporta la verdad a las cosas cognoscibles y otorga al que conoce el
poder de conocer, puedes decir que es la Idea del Bien. Y por ser causa
de la ciencia y de la verdad, concíbela como cognoscible; y aun siendo
bellos tanto el conocimiento como la verdad, si estimamos correctamente
el asunto, tendremos a la idea del Bien por algo distinto y más bello
que ellas. Y así como dijimos que era correcto tomar a la luz y a la
vista por afines al sol pero que sería erróneo creer que son el sol,
análogamente ahora es correcto pensar que ambos cosas, la verdad y la
ciencia, son afines al Bien, pero sería equivocado creer que una u otra
fueran el Bien, ya que la condición del Bien es mucho más digna de
estima.
-Hablas de una
belleza extraordinaria, puesto que produce la ciencia y la verdad, y
además está por encima de ellas en cuanto a hermosura. Sin duda, no te
refieres al placer.
-¡Dios nos libre!
Más bien prosigue examinando nuestra comparación.
-¿De qué modo?
-Pienso que
puedes decir que el sol no sólo aporta a lo que se ve la propiedad de
ser visto, sino también la génesis, el crecimiento y la nutrición, sin
ser él mismo génesis.
-Claro
que no.
-Y
así dirás que a las cosas cognoscibles les viene del Bien no sólo el ser
conocidas, sino también de él les llega el existir y la esencia, aunque
el Bien no sea esencia, sino algo que se eleva más allá de la esencia en
cuanto a dignidad y a potencia.
Y Glaucón se echó a reír:
-¿Por Apolo!
-exclamó. ¿Qué
elevación demoníaca!
-Tú eres culpable
-repliqué-,
pues me has forzado a decir lo que pensaba sobre ello.
-Está bien; de
ningún modo te detengas, sino prosigue explicando la similitud respecto
del sol, si es que te queda algo por decir.
-Bueno, es mucho
lo que queda.
-Entonces
no dejes de lado ni lo más mínimo.
-Me
temo que voy a dejar mucho de lado; no obstante, no omitiré lo que en
este momento me sea posible.
-No,
por favor. -Piensa entonces, como decíamos, cuáles son los dos que reinan: uno, el del género y ámbito inteligibles; otro, el del visible, y no digo 'el del cielo' para que no creas que hago juego de palabras. ¿Captas estas dos especies, la visible y la inteligible?
-Las
capto.
-Toma
ahora una línea divida en dos partes desiguales; divide nuevamente cada
sección según la misma proporción, la del género de lo que se ve y otra
la del que se intelige, y tendrás distinta oscuridad y claridad
relativas; así tenemos primeramente, en el género de lo que se ve, una
sección de imágenes. Llamo 'imágenes' en primer lugar a las sombras,
luego a los reflejos en el agua y en todas las cosas que, por su
constitución, son densas, lisas y brillantes, y a todo lo de esa índole.
¿Te das cuenta?
-Me
doy cuenta
-Pon
ahora la otra sección de la que ésta ofrece imágenes, a la que
corresponden los animales que viven en nuestro derredor, así como‑todo
lo que crece, y también el género íntegro de cosas fabricadas por el
hombre.
-Pongámoslo. -¿Estás dispuesto a declarar que la línea ha quedado divida, en cuanto a su verdad y no verdad, de modo tal que lo opinable es a lo cognoscible como la copia es a aquello de los que es copiado
-Estoy
muy dispuesto.
-Ahora
examina si no hay que dividir también la sección de lo inteligible.
-¿De
qué modo?
-De
éste. Por un lado, en la primera parte de ella, el alma, sirviéndose de
las cosas antes imitadas como si fueran imágenes, se ve forzada a
indagar a partir de supuestos, marchando no hasta un principio sino
hacia una conclusión.
-Por
otro lado, en la segunda parte, avanza hasta un principio no supuesto,
partiendo de un supuesto y sin recurrir a imágenes
-a diferencia del
otro caso-,
efectuando el camino con Ideas mismas y por medio de Ideas.
-No
he aprehendido suficientemente esto que dices.
-Pues
veamos nuevamente; será más fácil que entiendas si te digo esto antes.
Creo que sabes que los que se ocupan de geometría y de cálculo suponen
lo impar y lo par, las figuras y tres clases de ángulos y cosas afines,
según lo investigan en cada caso. Como si las conocieran, las adoptan
como supuestos, y de ahí en adelante no estiman que deban dar cuenta de
ellas ni a sí mismos ni a otros, como si fueran evidentes a cualquiera;
antes bien, partiendo de ellas atraviesan el resto de modo consecuente,
para concluir en aquello que proponían al examen.
-Sí,
esto lo sé.
-Sabes,
por consiguiente, que se sirven de figuras visibles y hacen discursos
acerca de ellas, aunque no pensando en éstas sino en aquellas cosas a
las cuales éstas se parecen, discurriendo en vista al Cuadrado en sí y a
la Diagonal en sí, y no en vista de la que dibujan, y así con lo demás.
De las cosas mismas que configuran y dibujan hay sombras e imágenes en
el agua, y de estas cosas que dibujan se sirven como imágenes, buscando
divisar aquellas cosas en sí que no podrían divisar de otro modo que con
el pensamiento.
-Dices
verdad. -A
esto me refería como la especie inteligible. Pero en esta su primera
sección, el alma se ve forzada a servirse de supuestos en su búsqueda,
sin avanzar hacia un principio, por no poder remontarse más allá de los
supuestos. Y para eso usa como imágenes a los objetos que abajo eran
imitados, y que habían sido conjeturados y estimados como claros
respecto de los eran su imitaciones.
-Comprendo
que te refieres a la geometría y a las artes afines.
-Comprende
entonces la otra sección de lo inteligible, cuando afirma que en ella la
razón misma aprehende, por medio de la facultad dialéctica, y hace de
los supuestos no principios sino realmente supuestos, que son como
peldaños y trampolines hasta el principio del todo, que es no supuesto,
y tras aferrarse a él, ateniéndose a las cosas que de él dependen,
desciende hasta una conclusión, sin servirse para nada de lo sensible,
sino de Ideas, a través de Ideas y en dirección a Ideas hasta concluir
en Ideas.
-Comprendo,
aunque no suficientemente, ya que creo que tienes en mente una tarea
enorme: quieres distinguir lo que de lo real e inteligible es estudiado
por la ciencia dialéctica, estableciendo que es más claro que lo
estudiado por las llamadas `artes', para las cuales los supuestos son
principios. Y los que los estudian se ven forzados a estudiarlos por
medio del pensamiento discursivo, aunque no por los sentidos. Pero a
raíz de no hacer el examen avanzando hacia un principio sino a partir de
supuestos, te parece que no poseen inteligencia acerca de ellos, aunque
sean inteligibles junto a un principio. Y creo que llamas `pensamiento
discursivo' al estado mental de los geómetras y similares, pero no
`inteligencia'; como si el 'pensamiento discursivo'
fuera algo intermedio entre la opinión y la inteligencia. -Entendiste
perfectamente. Y ahora aplica a las cuatro secciones estas cuatro
afecciones que se generan en el alma; inteligencia, a la suprema;
pensamiento discursivo, a la segunda; a la tercera asigna la creencia y
la cuarta la conjetura; y ordénalas proporcionadamente, considerando que
cuanto más participen de la verdad tanto más participan de la claridad. -Entiendo, y estoy de acuerdo en ordenarlas como dices.
-Después
de eso -proseguí-
compara nuestra naturaleza respecto de su educación y de su falta de
educación con una experiencia como ésta. Represéntate hombres en una
morada subterránea en forma de caverna, que tiene la entrada abierta, en
toda su extensión, a la luz. En ella están desde niños con las piernas y
el cuello encadenados, de modo que deben permanecer allí y mirar sólo
delante de ellos, porque las cadenas les impiden girar en derredor la
cabeza. Más arriba y más lejos se halla la luz de un fuego que brilla
detrás de ellos; y entre el fuego y los prisioneros hay un camino más
alto, junto al cual imagínate un tabique construido de lado a lado, como
el biombo que los titiriteros levantan delante del público para mostrar,
por encima del biombo, los muñecos.
-Me
lo imagino.
-Imagínate
ahora que, del otro lado del tabique, pasan hombres que llevan toda
clase de utensilios y figurillas de hombres y otros animales, hechos en
piedra y madera y de diversas clases; y entre los que pasan unos hablan
y otros callan.
-Extraña
comparación haces, y extraños son esos prisioneros.
-Pero
son como nosotros. Pues en primer lugar, ¿crees que han visto de sí
mismos, o unos de los otros, otra cosa que las sombras proyectadas por
el fuego en la parte de la caverna que tienen frente a sí?
-Claro
que no, si toda su vida están forzados a no mover las cabezas.
-¿Y
no sucede lo mismo con los objetos que llevan los que pasan del otro
lado del tabique?
-Indudablemente.
-Pues entonces,
si dialogaran entre sí, ¿no te parece que entenderían estar nombrando a
los objetos que pasan y que ellos ven?.
-Necesariamente.
-Y si la prisión
contara con un eco desde la pared que tienen frente a sí, y alguno de
los que pasan del otro lado del tabique hablara, ¿no piensas que
creerían que lo oyen proviene de la sombra que pasa delante de ellos?
-¡Por Zeus que
sí!
-¿Y que los
prisioneros no tendrían por real otra cosa que las sombras de los
objetos artificiales transportados?
-Es de toda
necesidad.
-Examina ahora el
caso de una liberación de sus cadenas y de una curación de su
ignorancia, qué pasaría si naturalmente les ocurriese esto: que uno de
ellos fuera liberado y forzado a levantarse de repente, volver el cuello
y marchar mirando a la luz, y al hacer todo esto, sufriera y a causa del
encandilamiento fuera incapaz de percibir aquellas cosas cuyas sombras
había visto antes. ¿Qué piensas que respondería si se le dijese que lo
que había visto antes eran fruslerías y que ahora, en cambio está más
próximo a lo real, vuelto hacia cosas más reales y que mira
correctamente? Y si se le mostrara cada uno de los objetos que pasan del
otro lado del tabique y se le obligara a contestar preguntas sobre lo
que son, ¿no piensas que se sentirá en dificultades y que considerará
que las cosas que antes veía eran más verdaderas que las que se le
muestran ahora?
-Mucho más
verdaderas.
-Y si se le
forzara a mirar hacia la luz misma, ¿no le dolerían los ojos y trataría
de eludirla, volviéndose hacia aquellas cosas que podía percibir, por
considerar que éstas son realmente más claras que las que se muestran?
-Así es.
-Y si a la fuerza
se lo arrastrara por una escarpada y empinada cuesta, sin soltarlo antes
de llegar hasta la luz del sol, ¿no sufriría acaso y se irritaría por
ser arrastrado y, tras llegar a la luz, tendría los ojos llenos de
fulgores que le impedirían ver uno solo de los objetos que ahora decimos
que son los verdaderos?
-Por cierto, al
menos inmediatamente.
-Necesitaría
acostumbrarse, para poder llegar a mirar las cosas de arriba. En primer
lugar miraría con mayor facilidad las sombras, y después las figuras de
los hombres y de los otros objetos reflejados en el agua, luego los
hombres y los objetos mismos. A continuación contemplaría de noche lo
que hay en el cielo y el cielo mismo, mirando la luz de los astros y la
luna más fácilmente que, durante el día, el sol y la luz del sol.
-Sin duda.
-Finalmente,
pienso, podría percibir el sol, no ya en imágenes en el agua o en otros
lugares que le son extraños, sino contemplarlo como es en sí y por sí,
en su propio ámbito.
-Necesariamente.
-Después de lo
cual concluiría, con respecto al sol, que es lo que produce las
estaciones y los años y que gobierna todo en el ámbito visible y que de
algún modo es causa de las cosas que ellos habían visto.
-Es evidente que,
después de todo esto, arribaría a tales conclusiones.
-Y si se acordara
de su primera morada, del tipo de sabiduría existente allí y de sus
entonces compañeros de cautiverio, ¿no piensas que se sentiría feliz del
cambio y que los compadecería?
-Por cierto.
-Respecto
de los honores y elogios que se tributaban unos a otros, y de las
recompensas para aquel que con mayor agudeza divisara las sombras de los
objetos que pasaban detrás del tabique, y para el que mejor se acordase
de cuáles habían desfilado habitualmente antes y cuáles después, y para
aquel de ellos que fuese capaz de adivinar lo que iba a pasar, ¿te
parece que estaría deseoso de todo eso y envidiaría a los más honrados y
poderosos entre aquellos? ¿0 más bien no le pasaría como al Aquiles de
Homero, y ,,preferiría ser un labrador que fuera siervo de un hombre
pobre o soportar cualquier otra cosa, antes que volver a su anterior
modo de opinar y a aquella vida?
-Así creo también
yo, que padecería cualquier cosa antes que soportar aquella vida.
-Piensa
ahora esto: si descendiera nuevamente y ocupara su propio asiento, ¿no
tendría ofuscados los ojos por las tinieblas, al llegar repentinamente
del sol?
-Sin
duda.
-Y
si tuviera que discriminar de nuevo aquellas sombras, en ardua
competencia con aquellos que han conservado en todo momento las cadenas,
y viera confusamente hasta que sus ojos se reacomodaran a ese estado y
se acostumbraran en un tiempo nada breve, ¿no se expondría al ridículo y
a que se dijera de él que, por haber subido hasta lo alto, se había
estropeado los ojos, y que ni siquiera valdría la pena intentar marchar
hacia arriba? Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, ¿no
lo matarían, si pudieran tenerlo en su manos y matarlo?
-Seguramente.
-Pues
bien, querido Glaucón, debemos aplicar íntegra esta alegoría a lo que
anteriormente ha sido dicho, comparando la región que se manifiesta por
medio de la vista con la morada-prisión,
y la luz del fuego que hay en ella con el poder del sol; compara, por
otro lado, el ascenso y contemplación de las cosas de arriba con el
camino del alma hacia el ámbito inteligible, y no te equivocarás en
cuanto a lo que estoy esperando, y que es lo que deseas oír. Dios sabe
si esto es realmente cierto; en todo caso, lo que a mí me parece es que
lo que dentro de lo cognoscible se ve al final, y con dificultad, es la
Idea del Bien. Una vez percibida, ha de concluirse que es la causa de
todas las cosas rectas y bellas, que en el ámbito visible ha engendrado
la luz y al señor de ésta, y que en el ámbito inteligible es señora y
productora de la verdad y de la inteligencia, y que es necesario tenerla
en vista para poder obrar con sabiduría tanto en lo privado como en lo
público.
-Comparto
tu pensamiento, en la medida que me es posible. |