UN TEXTO BÁSICO CARTESIANO
SEGUNDA PARTE
Me encontraba
entonces en Alemania, país al que había sido atraído por el deseo de
conocer unas guerras que aún no habían finalizado. Cuando retornaba a la
armada después de haber presenciado la coronación del emperador, el
inicio del invierno me obligó a detenerme en un cuartel en el que, no
encontrando conversación alguna que distrajera mi atención y, por otra
parte, no teniendo afortunadamente preocupaciones o pasiones que me
inquietasen, permanecía durante todo el día en una cálida habitación
donde disfrutaba analizando
mis reflexiones.
(1ª Reflexión)
Una de las primeras fue la que me hacía percatarme de que
frecuentemente no existe tanta perfección en obras compuestas de muchos
elementos y realizadas por diversos maestros como existe en aquellas que
han sido ejecutadas por uno solo.
(Ejemplo 1º) Así, es fácil comprobar que los edificios
emprendidos y construidos bajo la dirección de un mismo arquitecto son
generalmente más bellos y están mejor dispuestos que aquellos otros que
han sido reformados bajo la dirección de varios, sirviéndose para ellos
de viejos cimientos que habían sido levantados para otros fines.
(Ejemplo 2º) Así sucede con esas viejas ciudades que, no habiendo
sido en sus inicios sino pequeños burgos, han llegado a ser con el
tiempo grandes ciudades. Estas generalmente están muy mal trazadas si
las comparamos con esas otras ciudades que un ingeniero ha diseñado
según le dictó su fantasía sobre una llanura. Pues si bien considerando
cada uno de los edificios aisladamente se encuentra tanta belleza
artística o aún más que en las ciudades trazadas por un ingeniero, sin
embargo, al comprobar cómo sus edificios están emplazados, uno pequeño
junto a uno grande, y cómo sus calles son desiguales y curvas, podría
afirmarse que ha sido la causalidad y no el deseo de unos hombres
regidos por una razón la que ha dirigido el trazado de tales planos. Y
si se considera que siempre han existido oficiales encargados del
cuidado de los edificios particulares, con el fin de que contribuyan al
ornato público, fácilmente se comprenderá cuán difícil es, trabajando
sobre otras realizadas por otros hombres, analizar algo perfecto.
(Ejemplo 3º)De igual modo, me imaginaba que los pueblos que a
partir de un estado semisalvaje han evolucionado paulatinamente hacia
estados más civilizados, elaborando sus leyes en la medida en que se han
visto obligados por los crímenes y disputas que entre ellos surgían, no
están políticamente tan organizados como aquellos que desde el momento
en que se han reunido han observado la constitución realizada por un
prudente legislador.
(Ejemplo4º) Es igualmente cierto que el gobierno de la verdadera
religión, cuyas leyes han sido dadas únicamente por Dios, está
incomparablemente mejor regulado que cualquier otro.
(Ejemplo 5º) Pero, hablando solamente de los asuntos humanos, pienso que
si Esparta
fue en otro tiempo muy floreciente no se debió a la bondad de cada una
de sus leyes, pues muchas eran verdaderamente extrañas y hasta
contrarias a las buenas costumbres, sino a que fueron elaboradas por un
solo hombre, estando ordenadas a un mismo fin.
(Ejemplo 6º) De igual modo, juzgaba que las ciencias expuestas en
los libros, al menos aquellas cuyas razones solamente son probables y
que carecen de demostraciones, habiendo sido compuestas y
progresivamente engrosadas con las opiniones de muchas y diversas
personas, no están tan cerca de la verdad como los simples razonamientos
que un hombre de buen sentido puede naturalmente realizar en relación
con aquellas cosas que se presentan.
(2ª Reflexión)
Y también pensaba que
es casi imposible que
nuestros juicios puedan estar
tan carentes de
prejuicios o que puedan ser
tan sólidos
como lo hubieran sido si desde nuestro nacimiento hubiésemos estado en
posesión del uso completo de nuestra razón y nos hubiéramos guiado
exclusivamente por ella, pues corno todos hemos sido niños antes de
llegar a ser hombres, ha sido preciso que fuéramos gobernados durante
años por nuestros apetitos y preceptores, cuando con frecuencia los unos
eran contrarios a los otros y, probablemente, ni los unos ni los otros
nos aconsejaban lo mejor.
(Ejemplo 1º) Verdad es que
jamás vemos que se derriben todas las casas de una villa
con el único propósito de reconstruirlas de modo distinto y de
contribuir a un mayor embellecimiento de sus calles; pero si se conoce
que muchas personas ordenan el derribo de sus casas para edificarías de
nuevo y también se sabe que en algunas ocasiones se ven obligadas a ello
cuando sus viviendas amenazan ruina y cuando sus cimientos no son
firmes. (Ejemplo 2º) Por semejanza con
esto me persuadía de que no sería razonable que alguien proyectase
reformar un Estado, modificando todo desde sus cimientos, y
abatiéndolo para reordenarlo;
sucede lo mismo con el
conjunto de las ciencias o con el orden establecido en las escuelas para
enseñarlas.
(Tercera Reflexión)
Pero en relación con todas aquellas opiniones que hasta entonces habían
sido creídas por mi,
juzgaba que no podía
intentar algo mejor que emprender con sinceridad la supresión de las
mismas, bien para pasar a creer otras mejores o bien las mismas, pero
después de que hubiesen sido ajustadas mediante el nivel de la razón.
Llegué a creer con firmeza que de esta forma acertaría a dirigir
mi vida mucho mejor que si me limitase a edificar sobre antiguos
cimientos y me apoyase solamente en aquellos principios de los que me
había dejado persuadir durante mi juventud sin haber llegado a examinar
si eran verdaderos. Aunque me percatase de la existencia de diversas
dificultades relacionadas con este proyecto, pensaba, sin embargo,
que no eran insolubles ni comparables con aquellas que surgen al
(ejemplo 1º) intentar la reforma de
pequeños asuntos públicos. Estos grandes cuerpos políticos
difícilmente pueden ser erigidos de nuevo cuando ya han caído, muy
difícilmente pueden ser contenidos cuando han llegado a agrietarse y sus
caídas son necesariamente muy violentas. Además, en relación con sus
imperfecciones, si las tienen, como la sola diversidad que entre ellos
existe es suficiente para asegurar que bastantes la tienen, han sido sin
duda alguna muy mitigadas por el uso; es más, por tal medio se han
evitado o corregido de modo gradual muchas a las que no se atendería de
forma tan adecuada mediante la prudencia humana. Finalmente, estas
imperfecciones son casi siempre más soportables para un pueblo habituado
a ellas de lo que sería su cambio;
(ejemplo 2º) acontece con esto lo mismo que con los caminos reales:
serpentean entre las montañas y poco a poco llegan a estar tan lisos y a
ser tan cómodos a fuerza de ser utilizados que es mucho mejor transitar
por ellos que intentar seguir el camino más recto, escalando rocas y
descendiendo hasta los precipicios. (Cuarta Reflexión)
Por ello
no aprobaría en forma
alguna esos caracteres ligeros e inquietos
que no cesan de idear constantemente alguna nueva reforma cuando no han
sido llamados a la administración de los asuntos públicos no por su
nacimiento ni por su posición social. Y si llegara a pensar que hubo la
menor razón en este escrito por la que
se me pudo suponer partidario de esta locura,
estaría muy enojado porque hubiese sido publicado. Mi deseo nunca ha ido
más lejos del intento de reformar mis propias opiniones y de
construir sobre un cimiento enteramente personal. Y si mi trabajo me
ha llegado a complacer bastante, al ofrecer aquí el ejemplo del mismo,
no pretendo aconsejar a nadie que lo imite. Aquellos a los que Dios ha
distinguido con sus dones podrán tener proyectos más elevados, pero me
temo, no obstante, que éste resulte demasiado osado para muchos.
(Quinta reflexión)
La resolución de liberarse
de todas las opiniones anteriormente integradas dentro de nuestra
creencia, no es una
labor que deba ser acometida por cada hombre.
Por el contrario, el mundo parece estar compuesto principalmente de
dos tipos de personas para las cuales tal propósito no es adecuado
en modo alguno.
Por una parte,
aquellos que estimándose más capacitados de lo que en realidad son, no
pueden impedir la precipitación en sus juicios ni logran concederse el
tiempo necesario para conducir ordenadamente sus pensamientos. Como
consecuencia de tal defecto, si en una ocasión se toman la libertad de
dudar de los principios que han recibido, apartándose de la senda común,
jamás llegarán a encontrar el sendero necesario para avanzar más recto,
permaneciendo en el error durante toda su vida.
Por otra parte
están aquellos que. teniendo la suficiente razón o modestia para
apreciar que son menos capaces para distinguir lo verdadero de lo falso
que otros hombres por los que pueden ser instruidos, deben más bien
contentarse con
seguir las
opiniones de estos que intentar alcanzar por sí mismos otras mejores.
(Sexta
Reflexión)
Sin duda alguna habría
sido uno de estos últimos si no hubiera conocido más que un solo
maestro o no hubiera tenido noticia de las diferencias que siempre han
existido entre las opiniones de los más doctos. Pero habiendo
conocido desde
el colegio que no
podría imaginarse algo tan extraño y poco comprensible que no haya sido
dicho por alguno de los filósofos; habiendo tenido noticia por
mis viajes *de que
todos aquellos cuyos sentimientos son muy contrarios a los nuestros, no
por ello deben ser juzgados como bárbaros o salvajes, sino que muchos de
entre ellos usan la razón tan adecuadamente o mejor que nosotros;
*habiendo reflexionado
sobre cuán diferente llegaría a ser un hombre que con su mismo ingenio
fuese criado desde su infancia entre franceses o alemanes en vez de
haberlo sido entre chinos o caníbales,
*y sobre todo cómo hasta en
las modas de nuestros trajes observamos que lo que nos ha gustado hace
diez años y acaso vuelva a producirnos agrado dentro de otros diez,
puede, sin embargo, parecernos ridículo y extravagante en el momento
presente, de modo que más parece que son la costumbre y el ejemplo los
que nos persuaden y no conocimiento alguno cierto;
* habiendo considerado
finalmente que la pluralidad de votos no vale en absoluto para decidir
sobre la verdad de cuestiones controvertibles, pues más verosímil es que
solo un hombre las descubra que todo un pueblo,
(CONCLUSIONES) no podía escoger persona alguna cuyas opiniones me pareciesen que debían ser preferidas a las de otra
y me encontraba por todo
ello obligado a emprender por mi mismo la tarea de conducirme.
Pero al igual que un hombre
que camina solo y en la oscuridad, tomé la resolución de avanzar
tan lentamente y de usar tal circunspección en todas las cosas
que aunque avanzase muy poco, al menos me cuidaría al máximo de caer.
Por otra parte, no
quise comenzar a rechazar por completo algunas de las opiniones que
hubiesen podido deslizarse durante otra etapa de mi vida en mis
creencias sin haber sido asimiladas en la virtud de la razón, hasta que
no hubiese empleado el tiempo suficiente para completar el proyecto
emprendido e indagar el verdadero método con el fin de conseguir el
conocimiento de todas las cosas de las que mi espíritu fuera capaz.
(FUENTES DEL
MÉTODO)
Había estudiado un poco,
siendo más joven, la lógica de entre las partes de la filosofía; de las
matemáticas el análisis de los geómetras y el álgebra. Tres artes o
ciencias que debían contribuir en algo a mi propósito.
Pero habiéndolas
examinado, me percaté que en relación con
la lógica,
sus silogismos y la mayor parte de sus reglas sirven más para
explicar a otro cuestiones ya conocidas o, también, como
sucede con el arte de Lulio, para hablar sin juicio de aquellas que se
ignoran que para llegar a conocerlas. Y si bien la lógica
contiene muchos preceptos verdaderos y muy adecuados, hay, sin
embargo, mezclados con estos otros muchos que o bien son
perjudiciales o bien superfluos, de modo que es tan difícil
separarlos como sacar una Diana o una Minerva de un bloque de mármol aún
no trabajado.
Igualmente, en relación
con el análisis
de los antiguos o el álgebra de los modernos,
además de que no se refieren sino a muy abstractas materias que
parecen carecer de todo uso,
el primero está tan
circunscrito a la consideración de las figuras que no permite ejercer el
entendimiento sin fatigar excesivamente la imaginación.
La segunda está tan
sometida a ciertas reglas y cifras que se ha convertido en un arte
confuso y oscuro capaz de distorsionar el ingenio en vez de ser una
ciencia que favorezca su desarrollo.
(CONCLUSION) Todo esto fue
la causa por la que pensaba que era preciso indagar otro método
que, asimilando las ventajas de estos tres, estuviera exento de sus
defectos. (Ejemplo) Y como la multiplicidad de leyes
frecuentemente sirve para los vicios de tal forma que un
Estado está mejor regido cuando no existen más que unas pocas leyes
que son minuciosamente observadas, de la misma forma, en lugar del gran
número de preceptos del cual está compuesta la lógica,
estimé que tendría suficiente con los cuatro siguientes con tal de que
tomase la firme y constante resolución de no incumplir ni una sola vez
su observancia.
El primero
consistía en no admitir cosa alguna como verdadera si no se la había
conocido evidentemente como tal. Es decir, con todo cuidado debía evitar
la precipitación y la prevención, admitiendo exclusivamente en mis
juicios aquello que se presentara tan clara y distintamente a mi
espíritu que no tuviera motivo alguno para ponerlo en duda.
El segundo
exigía que dividiese cada una de las dificultades a examinar en
tantas parcelas como fuera posible y necesario para resolverlas más
fácilmente.
El tercero
requería conducir por orden mis reflexiones comenzando por los
objetos más simples y más fácilmente cognoscibles, para ascender
poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más
complejos, suponiendo inclusive un orden entre aquellos que no se
preceden naturalmente los unos a los otros.
Según el último de
estos preceptos debería realizar recuentos tan completos y
revisiones tan amplias que pudiese estar seguro de no omitir nada.
Las largas cadenas de
razones simples y fáciles, por medio de las cuales generalmente los
geómetras llegan a alcanzar las demostraciones más difíciles, me habían
proporcionado la ocasión de imaginar que todas las cosas que pueden ser
objeto del conocimiento de los hombres se entrelazan de igual forma y
que, absteniéndose de admitir como verdadera alguna que no lo sea y
guardando siempre el orden necesario para deducir unas de otras, no
puede haber algunas tan alejadas de nuestro conocimiento que no podamos,
finalmente, conocer ni tan ocultas que no podamos llegar a descubrir.
No supuso para mi una gran
dificultad el decidir por cuales era necesario iniciar el estudio:
previamente sabía que debía ser por las más simples y las más fácilmente
cognoscibles. Y considerando que entre todos aquellos que han intentado
buscar la verdad en el campo de las ciencias, solamente los matemáticos
han establecido algunas demostraciones, es decir, algunas razones
ciertas y evidentes, no dudaba que debía comenzar por las mismas que
ellos habían examinado. No esperaba alcanzar alguna unidad si
exceptuamos el que habituarían mi ingenio a considerar atentamente la
verdad y a no contentarse con falsas razones.
Pero, por ello, no llegué
a tener el deseo de conocer todas las ciencias particulares que
comúnmente se conocen como matemáticas, pues viendo que aunque sus
objetos son diferentes, sin embargo, no dejan de tener en común el que
no consideran otra cosa, sino las diversas relaciones y posibles
proporciones que entre los mismos se dan, pensaba que poseían un mayor
interés que examinase solamente las proporciones en general y en
relación con aquellos sujetos que servirían para hacer más cómodo el
conocimiento. Es más, sin vincularlas en forma alguna a ellos para poder
aplicarlas tanto mejor a todos aquellos que conviniera.
Posteriormente, habiendo
advertido que para analizar tales proporciones tendría necesidad en
alguna ocasión de considerar a cada una en particular y en otras
ocasiones solamente debería retener o comprender varias
conjuntamente en mi memoria, opinaba que para mejor analizarías en
particular, debía suponer que se daban entre líneas puesto que no
encontraba nada más simple ni que pudiera representar con mayor
distinción ante mi imaginación y sentidos; pero para retener o
considerar varias conjuntamente, era preciso que las diera a conocer
mediante algunas cifras, lo más breves que fuera posible.
Por este medio recogería lo mejor que se da en el análisis geométrico y en el álgebra, corrigiendo, a la vez, los defectos de una mediante los procedimientos de la otra.
Y como, en efecto, la
exacta observancia de estos escasos preceptos que había escogido, me
proporcionó tal facilidad para resolver todas las cuestiones, tratadas
por estas dos ciencias, que en dos o tres meses que empleé en su examen,
habiendo comenzado por las más simples y más generales, siendo, a la
vez, cada verdad que encontraba una regla útil con vistas a alcanzar
otras verdades, no solamente llegué a concluir el análisis de cuestiones
que en otra ocasión había juzgado de gran dificultad, sino que también
me pareció, cuando concluía este trabajo, que podía determinar en tales
cuestiones en qué medios y hasta dónde era posible alcanzar soluciones
de lo que ignoraba. En lo cual no pareceré ser excesivamente vanidoso si
se considera que no habiendo más que un conocimiento verdadero de cada
cosa, aquel que lo posee conoce cuanto se puede saber. Así un niño
instruido en aritmética, habiendo realizado una suma según las reglas
pertinentes puede estar seguro de haber alcanzado todo aquello de que es
capaz el ingenio humano en lo relacionado con la suma que él examina.
Pues el método que nos enseña a seguir el verdadero orden y a enumerar
verdaderamente todas las circunstancias de lo que se investiga, contiene
todo lo que confiere certeza a las reglas de la Aritmética.
Pero lo que me producía más
agrado de este método era que siguiéndolo estaba seguro de utilizar en
todo mi razón, si no de un modo absolutamente perfecto, al menos de la
mejor forma que me fue posible.
Por otra parte, me daba
cuenta de que la práctica del mismo habituaba progresivamente mi ingenio
a concebir de forma más clara y distinta sus objetos y puesto que no lo
había limitado a materia alguna en particular, me prometía aplicarlo con
igual utilidad a dificultades propias de otras ciencias al igual que lo
había realizado con las del Algebra. Con esto no quiero decir que
pretendiese examinar todas aquellas dificultades que se presentasen en
un primer momento, pues esto hubiera sido contrario al orden que el
método prescribe.
Pero habiéndome prevenido
de que sus principios deberían estar tomados de la filosofía, en
la cual no encontraba alguno cierto, pensaba que era necesario ante todo
que tratase de establecerlos. Y puesto que era lo más importante en el
mundo y se trataba de un tema en el que la precipitación y la prevención
eran los defectos que más se debían temer, juzgué que no debía
intentar tal tarea hasta que no tuviese una madurez superior
a la que se posee a los veintitrés años, que era mi edad, y hasta que no
hubiese empleado con anterioridad mucho tiempo en prepararme,
·
tanto
desarraigando de mi espíritu todas las malas opiniones
·
y realizando
un acopio de experiencias que deberían constituir la materia de mis
razonamientos,
·
como
ejercitándome siempre en el método que me había prescrito con el fin de
afianzarme en su uso cada vez mas.
CUARTA
PARTE
No se si debo entreteneros
con las primeras meditaciones allí realizadas, pues son tan metafísicas
y tan poco comunes, que no serán del gusto de todos. Y sin embargo, con
el fin de que se pueda opinar sobre la solidez de los fundamentos que he
establecido, me encuentro en cierto modo obligado a referirme a ellas.
Hacía tiempo que había
advertido que, en relación con las costumbres, es necesario en algunas
ocasiones opiniones muy inciertas tal como si fuesen indudables, según
he advertido anteriormente. Pero puesto que deseaba entregarme solamente
a la búsqueda de la verdad, opinaba que era preciso que hiciese
todo lo contrario y que rechazase como absolutamente falso todo
aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda, con el fin
de comprobar si, después de hacer esto, no quedaría algo en mi creencia
que fuese enteramente indudable.
Así pues, considerando que
nuestros sentidos
en algunas ocasiones nos inducen a error, decidí suponer que no existía
cosa alguna que fuese tal como nos la hacen imaginar. Y puesto que
existen hombres que se equivocan al
razonar
en cuestiones relacionadas con las más sencillas materias de la
geometría y que incurren en paralogismos, juzgando que yo, como
cualquier otro estaba sujeto a error, rechazaba como falsas todas las
razones que hasta entonces había admitido como demostraciones. Y,
finalmente, considerado que hasta los
pensamientos que tenemos
cuando estamos despiertos pueden
asaltarnos cuando
dormimos, sin
que ninguno en tal estado sea verdadero, me resolví a fingir que todas
las cosas que hasta entonces habían alcanzado mi espíritu no eran más
verdaderas que las ilusiones de mis sueños.
(
EXISTO) Pero,
inmediatamente después,
advertí que,
mientras deseaba pensar de este modo que todo era falso, era
absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y
dándome cuenta de que esta verdad: pienso, luego soy, era tan
firme y tan segura que todas las extravagantes suposiciones de los
escépticos no eran capaces de hacerla tambalear,
juzgué que podía admitirla
sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que yo indagaba.
(ESPIRITU
PENSANTE)
Posteriormente, examinando con atención lo que yo era, y viendo que
podía fingir que carecía de cuerpo, así como que no había mundo o
lugar alguno en el que me encontrase, pero que, por ello, no
podía fingir que yo no era, sino que por el contrario, sólo a partir
de que pensaba dudar acerca de la verdad de otras cosas, se seguía muy
evidente y ciertamente que yo era, mientras que, con sólo que hubiese
cesado de pensar, aunque el resto de lo que había imaginado hubiese sido
verdadero, no tenía razón alguna para creer que yo hubiese sido,
llegué a conocer a partir de todo ello
que era una sustancia cuya esencia o naturaleza no reside sino en
pensar y que tal sustancia, para existir, no tiene necesidad de lugar
alguno ni depende de cosa alguna material. De suerte que este yo, es
decir, el alma,
en virtud de la cual yo soy lo que soy,
es
enteramente distinta del cuerpo, más fácil de conocer
que éste y, aunque el cuerpo no fuese, no dejaría de ser todo lo
que es.
(CRITERIO DE VERDAD Y
CERTEZA) Analizadas
estas cuestiones, reflexionaba en general sobre todo lo que se
requiere para afirmar que una proposición es verdadera y cierta,
pues, dado que acababa de identificar una que cumplía tal condición,
pensaba que también debía conocer en qué consiste esta certeza. Y
habiéndome percatado que nada hay en pienso, luego soy que me
asegure que digo la verdad, a no ser que yo veo muy claramente que para
pensar es necesario ser, juzgaba que podía admitir como regla general
que las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas
verdaderas; no obstante, hay solamente cierta dificultad en
identificar correctamente cuáles son aquellas que concebimos
distintamente.
(EXISTENCIA Y NATURALEZA DE
DIOS)
A continuación,
reflexionando sobre que yo dudaba
y que, en consecuencia, mi
ser no era omniperfecto pues claramente comprendía que era una
perfección mayor el conocer que el dudar, comencé a indagar de dónde
había aprendido a pensar en alguna cosa más perfecta de lo que yo era;
conocí con evidencia que debía ser en virtud de alguna
naturaleza que realmente fuese más perfecta.
En relación con los
pensamientos que poseía de seres que existen fuera de mi, tales como
el cielo, la tierra, la luz, el calor y otros mil, no encontraba
dificultad alguna en conocer de dónde provenían pues no constatando nada
en tales pensamientos que me pareciera hacerlos superiores a mi, podía
estimar que si eran verdaderos, fueran dependientes de mi naturaleza, en
tanto que posee alguna perfección; si no lo eran, que procedían de la
nada, es decir, que los tenía porque había defecto en mi. Pero no
podía opinar lo mismo acerca de la idea de un ser más perfecto
que el mío,
pues que procediese de la
nada era algo manifiestamente imposible
y puesto que no hay una
repugnancia menor en que lo más perfecto sea una consecuencia y esté en
dependencia de lo menos perfecto, que la existencia en que algo proceda
de la nada,
concluí que tal idea no
podía provenir de mí mismo.
De forma que únicamente
restaba la alternativa de que hubiese sido inducida en mí por una
naturaleza que realmente fuese más perfecta de lo que era la mía y,
también, que tuviese en sí todas las perfecciones de las cuales yo podía
tener alguna idea, es decir, para explicarlo con una palabra que fuese
Dios. ( PRIMERA
LÍNEA DE ARGUMENTACIÓN)
A esto añadía que,
puesto que conocía algunas perfecciones que en absoluto poseía, no era
el único ser que existía (permitirme que use con libertad los términos
de la escuela), sino que era necesariamente preciso que existiese
otro ser más perfecto del cual dependiese y del que yo hubiese
adquirido todo lo que tenía. Pues si hubiese existido solo y con
independencia de todo otro ser, de suerte que hubiese tenido por mi
mismo todo lo poco que participaba del ser perfecto, hubiese podido, por
la misma razón, tener por mi mismo cuanto sabía que me faltaba y,
de esta forma, ser infinito, eterno, inmutable, omnisciente,
todopoderoso y, en fin, poseer todas las perfecciones que podía
comprender que se daban en Dios. (SEGUNDA LÍNEA DE ARGUMENTACIÓN)
Pues siguiendo los
razonamientos que acabo de realizar, para conocer
la naturaleza de Dios
en la medida en que es posible a la mía, solamente debía considerar
todas aquellas cosas de las que encontraba en mí alguna idea y si
poseerlas o no suponía perfección; estaba seguro de que ninguna de
aquellas ideas que indican imperfección estaban en él, pero sí todas las
otras.
De este modo me percataba
de que la duda, la inconstancia, la tristeza y cosas semejantes no
pueden estar en Dios, puesto que a mi mismo me hubiese complacido en
alto grado el verme libre de ellas.
Además de esto, tenía idea
de varias cosas sensibles y corporales; pues, aunque supusiese que
soñaba y que todo lo que veía o imaginaba era falso, sin embargo, no
podía negar que esas ideas estuvieran verdaderamente en mi pensamiento.
Pero puesto que había
conocido en mí muy claramente que la naturaleza inteligente es distinta
de la corporal, considerando que toda composición indica dependencia y
que ésta es manifiestamente un defecto, juzgaba por ello que no podía
ser una perfección de Dios al estar compuesto de estas dos naturalezas y
que, por consiguiente, no lo estaba; por el contrario, pensaba que si
existían cuerpos en el mundo o bien algunas inteligencias u otras
naturalezas que no fueran totalmente perfectas, su ser debía depender de
su poder de forma tal que tales naturalezas no podrían subsistir sin él
ni un solo momento.
Posteriormente quise
indagar otras verdades y habiéndome propuesto
el objeto de los geómetras,
que concebía como un cuerpo continuo o un espacio indefinidamente
extenso en longitud, anchura y altura o profundidad, divisible en
diversas partes, que podían poner diversas figuras y magnitudes. así
como ser movidas y trasladadas en todas las direcciones, pues los
geómetras suponen esto en su objeto, repasé algunas de las
demostraciones más simples. Y habiendo advertido que esta gran certeza
que todo el mundo les atribuye, no está fundada sino que se las concibe
con evidencia, siguiendo la regla que anteriormente he expuesto, advertí
que nada había en ellas que me asegurase de la existencia de su objeto.
Así, por ejemplo, estimaba correcto que. suponiendo un triángulo,
entonces era preciso que sus tres ángulos fuesen iguales a dos rectos;
pero tal razonamiento no me aseguraba que existiese triángulo alguno en
el mundo. Por el contrario,
examinando de nuevo la idea
que tenía de un Ser Perfecto, encontraba que la existencia estaba
comprendida en la misma de igual forma que en la del triángulo está
comprendida la de que sus tres ángulos sean iguales a dos rectos
o en la de una esfera que
todas sus partes equidisten del centro e incluso con mayor evidencia. Y,
en consecuencia, es por lo menos tan cierto que
Dios, el Ser Perfecto, es o existe como lo pueda ser cualquier
demostración de la geometría. (3ªLínea
argumentativa)
(RESPUESTA A UNA
DIFICULTAD)
Pero lo que motiva que
existan muchas personas persuadidas de que hay una gran dificultad en
conocerle y, también, en conocer la naturaleza de su alma, es el que
jamás elevan su pensamiento sobre las cosas sensibles y que están hasta
tal punto habituados a no considerar cuestión alguna que no sean capaces
de imaginar (como de pensar propiamente relacionado con las cosas
materiales), que todo aquello que no es imaginable, les parece
ininteligible. Lo cual es bastante manifiesto en la máxima que los
mismos f¡lósofos defienden como verdadera en las escuelas, según la cual
nada hay en el entendimiento que previamente no haya impresionado los
sentidos. En efecto, las ideas de Dios y el alma nunca han impresionado
los sentidos y me parece que los que desean emplear su imaginación para
comprenderlas, hacen lo mismo que si quisieran servirse de sus ojos para
oír los sonidos o sentir los olores. Existe aún otra diferencia: que el
sentido de la vista no nos asegura menos de la verdad de sus objetos que
lo hacen los del olfato u oído, mientras que ni nuestra imaginación ni
nuestros sentidos podrían asegurarnos cosa alguna si nuestro
entendimiento no interviniese.
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