LA
CUESTIÓN EVALUATIVA |
Índice: |
¿Cómo justificar un
juicio de valor? ¿Cómo se replica ante un argumento pragmático? ¿Cómo se replica un argumento moral? Los hechos son
objetivos y los valores, relativos |
No nos mueven las cosas, sino los pareceres sobre las cosas. Epícteto. |
El tercer debate que suscitan
los hechos se ocupa de su valoración. Ya no se trata de polemizar sobre si las
cosas son o no son, si ocurrieron u ocurrirán, de esta o de aquella manera.
Tampoco se discute si debemos bautizarlas con un nombre u otro. En esta
cuestión nos limitamos a establecer si los hechos evidentes o admitidos —y
se llamen como se llamen— nos parecen bien o nos parecen mal; si la iniciativa
que se nos propone la estimamos aceptable o perniciosa.
El árbitro actuó correctamente.
El aborto es un mal inevitable.
Debiste consultar antes de hacer nada. La controversia surge con
facilidad en este campo porque estamos ante juicios subjetivos sobre cosas que
nunca son absolutamente buenas o malas. Es la mujer del hombre lo más bueno; Es la mujer del hombre lo más malo; Su vida suele ser y su regalo; Su muerte suele ser y su veneno.
Lope de Vega. Una misma cosa puede parecer
buena y mala, es decir, admite valoraciones contradictorias. Esta es la
principal característica de la cuestión que nos ocupa y, también, su mayor
dificultad. Nuestras razones no podrán alcanzar nunca la contundencia que
permite el debate sobre la realidad de los hechos, porque en las valoraciones
nadie puede enarbolar la verdad, esto es, nadie puede alegar una razón irrefutable. — ¿Cuál es el tema de su sermón? — Hablaré del pecado. — ¿A favor o en contra? (De la película Mr. Belvedere llama a
la puerta). Al discutir una Cuestión
de hechos sostenemos afirmaciones que necesariamente son ciertas o falsas: ocurrió/no
ocurrió. Como las cosas no pueden ser y no ser al mismo tiempo, una de las
versiones ha de resultar necesariamente cierta, la otra, falsa y, al menos en
teoría, podríamos verificarlo. Tal vez seamos incapaces de hallar la verdad,
pero sabemos que existe una verdad. Si yo digo: En la cara oculta
de la luna hay restos de una nave del hiperespacio, mi afirmación ofrece
solamente dos posibilidades: que sea cierta o que sea falsa. O fumar hace
objetivamente daño o fumar no hace objetivamente daño; o está prohibido copiar
en los exámenes o no está prohibido, ésta es la cuestión. En los juicios de valor no
se puede decir lo mismo. No tiene sentido afirmar: es cierto que es
bueno; es mentira que sea cómodo... No se exponen para decir la verdad,
sino para ofrecer una apreciación. Lo opuesto a una verdad es una falsedad; lo
opuesto a una valoración es otra valoración. Ante ellas lo único que cabe es
compartirlas o rechazarlas. Si decimos:
La televisión pública debe competir con la televisiones privadas. podrá uno estar de acuerdo o no, aceptarlo o combatirlo, calificar la
idea como brillante o reaccionaria... Pero no podrá sostener que sea falsa.
Ante juicios como:
Las películas de John Ford son una escuela de humanidad.
Algunos lieder de Schubert son muy emocionantes.
Fumar es un placer. carece de sentido preguntar si son ciertos o falsos. Tasamos un hecho
porque nos parece equitativo, oportuno, razonable, placentero, adaptado a
la situación, etc. No porque sea cierto. Por muy bien fundamentada que
esté la sentencia de un juez (es un hecho que existe una prohibición y es
un hecho que se ha infringido), nunca faltará quien se crea con razones
para sostener que ha sido injusta. Una cosa es la legalidad
(cuestión de hecho) y otra la justicia (valoración). No discutimos, pues, sobre
cómo son las cosas en realidad, sino sobre cómo nos parecen. Empleamos con
frecuencia el verbo ser: esto es bueno, como si tuviéramos un
conocimiento preciso de la calidad objetiva de las cosas. No es así. Para
cualquier persona con las meninges sin almidonar, queda sobreentendido que
se ha dicho: esto me parece bueno, lo que equivale a admitir que
pueden existir pareceres contradictorios justificados. 1. Cómo justificar un juicio de valor Depende de lo que
pretendamos. Quien expone un juicio de valor y no desea persuadir a nadie, se
ahorra la justificación porque su gusto es soberano. No cabe controversia
donde cada uno guarda su perra gorda. Guzmán de Alfarache escoge un criado listo
pero gran ladrón y bellaco, porque le importa más saber a qué atenerse y
estar en guardia que confiar demasiado. Sillock—
¿Por qué prefiero tomar una libra de carne a recibir tres mil ducados? (...)
Tal es mi carácter. Si una rata perturba mi casa y me place dar diez mil
ducados por desembarazarme de ella ¿qué se puede alegar en contra?[1] Por el contrario, si uno
pretende persuadir a otros para que compartan las mismas valoraciones, deberá
fundamentarlas, justificarlas con buenas razones, cargarse de razón. Para ello
precisará apelar a criterios compartidos por los oyentes sobre lo que es bueno
y malo en general. No es difícil disponer de ellos cuando juzgamos en términos
de utilidad o moralidad: es bueno gastar menos de lo que se gana; no es
bueno matar. Lo contrario ocurre en las valoraciones estéticas, porque
carecemos de criterios compartidos sobre lo bello o lo placentero. No se
puede dar razón del gusto: de gustos no hay nada escrito, y menos hoy
cuando el arte contemporáneo, tras repudiar a la belleza, ha contraído
segundas nupcias con la filosofía y busca su justificación en miríficos folletos
explicativos, o más simplemente, en el argumento de autoridad (de un crítico o
de un mercader).
Epistemón compró un cuadro en el que estaban reflejados al vivo los
átomos de Epicuro y las ideas de Platón. Rabelais. Aquí renunciamos a los
juicios estéticos. Nos ocuparemos exclusivamente de valorar los hechos, tal y
como se ofrecen a nuestra percepción (ayer granizó; sube el precio del
butano; la ley prohíbe fumar en público; puede morir mañana), es decir, de
los acontecimientos y, más especialmente, de aquellos que responden a
iniciativas humanas (acciones), porque para ellos disponemos de criterios
compartidos que pueden fundamentar nuestras evaluaciones. Son de dos tipos, uno
material que, por emplear un término general, llamaremos lo útil (lo
beneficioso, lo conveniente, lo agradable), y otro que denominaremos lo
moral (lo bueno, lo lícito, lo justo, lo equitativo, lo debido...). Montaigne—
Yo sigo el lenguaje común que diferencia las cosas útiles de las honradas.[2] El principal criterio para
juzgar la calidad de una acción es el de lo útil o conveniente.
Discutimos sobre si una actuación determinada fue, es o será conveniente.
Llamamos así a lo que permite alcanzar un bien (o incrementarlo), o rechazar
un mal (o reducirlo). Consideramos inútil lo que no contribuye al logro de un
determinado fin. Claro está que no todo lo que
consideramos ventajoso está permitido.
— Rechazo la pena de muerte porque no sirve para nada.
— ¿Y si sirviese para algo la aprobaría usted? — Me pone usted en un brete. Máximo, en El País. Cuando evaluamos acciones, al
criterio de utilidad acompaña el de moralidad. Decimos que está bien lo
que es útil, pero también lo que respeta las normas morales o legales, y que
está mal lo contrario. Así, pues, los criterios que empleamos para juzgar la
calidad de las conductas son dos: lo útil y lo moral. Al valorar
acciones del pasado o intenciones para el futuro, nos preguntamos si fueron o
serán útiles, si fueron o serán lícitas. Con estos criterios, quien desee
menospreciar unos hechos o rechazar una propuesta (valoración negativa),
alegará:
Que no es conveniente: porque no es útil, o produce consecuencias
indeseables.
Que no está bien: porque es inmoral en sí o en sus efectos.
Abandonasteis a los focidios contra vuestros intereses y contra la
justicia. Demóstenes.[3] La defensa (valoración
positiva) se concentrará en probar lo contrario:
Que es útil hacerlo.
Que no presenta reparos morales.
No hallaremos pactos más justos que éstos, ni más útiles para nuestra
ciudad. Isócrates.[4] Cuando apelamos a la utilidad
empleamos un argumento pragmático. Al recurrir a la licitud exponemos
un argumento moral o de principio. Si alguien nos aconseja no
pagar impuestos para salir de apuros, podemos responder:
Si no pago los impuestos me arriesgo a una multa (argumento pragmático).
No pagar los impuestos es insolidario porque traslada la carga fiscal
a los que pagan (argumento moral). No es lo mismo Nobleza
obliga que Hacienda obliga. Son criterios distintos que suelen
presentarse como antagonistas:
Noble es lo que has dicho, pero ineficaz. Eurípides.[5] pero pueden ser complementarios. La utilidad puede ser justa y la moral
útil. Defendemos la democracia porque es el sistema más justo y el más útil. Argumentamos
contra la pena de muerte con ambos criterios:
Es inmoral, porque nadie tiene derecho a privar a otro de su vida.
Es inconveniente, porque es peligrosa (dado que existen errores
judiciales), y es ineficaz (no disuade a los delincuentes). Las normas, en especial las
legales, no sólo nos imponen o nos prohíben ciertas conductas. También nos
amenazan con castigos. Añaden argumentos pragmáticos por si no bastara con la
directriz normativa.
Dios no cesa, no sólo de adoctrinarnos con suavidad, sino también de
infundirnos temor para nuestra salud. San
Agustín.[6] ___________________________________________________________________________________ En resumen: Valoramos
la calidad de las cosas con los criterios de utilidad y moralidad. Llamamos
argumento pragmático al que considera la utilidad en razón de las ventajas
e inconvenientes que se derivan de un acontecimiento o de una acción. Apela a
valores materiales. Llamamos
argumento moral al que juzga las acciones en razón de si respetan o
quiebran normas establecidas. Apela a valores morales. __________________________________________________________________ 3. El Argumento pragmático, o de las consecuencias materiales Es bueno el efecto, luego es buena la
causa. Aristóteles. Como su nombre indica, se
ocupa de evaluar hechos o intenciones por sus efectos prácticos. Juzgamos del
árbol por sus frutos y de las decisiones, por sus consecuencias.
Dijo una vez Sócrates que le parecía extraño que pastor de bueyes,
cada vez menos en número y cada vez más flacos, no reconociera ser mal pastor.
Jenofonte.[7]
Buen delantero de fútbol no es el que de vez en cuando acierta, sino
el que de vez en cuando falla. Precede a cualquier decisión:
Votar, comprar una casa, cambiar de trabajo, casarse, tener hijos, divorciarse,
invertir en el mercado de valores, etc. plantean problemas que se resuelven
ponderando ventajas e inconvenientes, es decir, consecuencias favorables o
desfavorables. Por las consecuencias se aconseja y se disuade, se acusa y se
defiende, se elogia y se censura. Como veremos enseguida, es el argumento que
mejor caracteriza a las deliberaciones.
Antes de modificar la ley sobre eutanasia debemos preguntarnos qué consecuencias
prácticas tendría. Como las cosas, por lo
general, producen consecuencias buenas y malas, el argumento pragmático
pondera los pros y los contras de los acontecimientos o de las acciones, para
averiguar si contienen más ventajas que inconvenientes, o al revés.
No son contados por bienes aquellos por quien viene a omo más daño
que pro.[8] Así, pues, en su desarrollo
podemos distinguir dos pasos:
1. Enumeración de las consecuencias.
2. Ponderación de las favorables frente a las desfavorables. 1. En primer lugar, enumeramos
las diferentes consecuencias. Por ejemplo: fusilar al responsable de un
intento de golpe de Estado es un gesto ejemplarizante que manifiesta la firmeza
del gobierno; no hacerlo puede ser interpretado como un rasgo de flaqueza y
una invitación para que otros repitan el intento. Pero: Azaña—
Fusilar a Sanjurjo nos obligaría después a fusilar a otros seis u ocho que
están incursos en la misma pena, y a los de Castilblanco. Serían demasiados
cadáveres en el camino de la República. [Además] fusilando a Sanjurjo, haríamos
del él un mártir y fundaríamos, sin quererlo, la religión de su heroísmo y su
caballerosidad.[9] 2. A continuación, comparamos
los conjuntos de consecuencias favorables y perjudiciales para ver cuál pesa
más en nuestra estimación.
Pertenecer a la Unión Europea suscita problemas, pero ocasionaría
muchos más y peores no pertenecer.
Kutúsov—
De lo que se trata es de salvar a Rusia. ¿Es mejor ceder Moscú sin entrar en
batalla, o perder la batalla, el ejército y también Moscú?[10] 4.
¿Cómo se replica ANTE un argumento pragmático? Disponemos de tres caminos:
a. Una conjetura: ¿Es probable que se produzcan las consecuencias
previstas?.
b. Otra valoración: ¿Superan las ventajas a los inconvenientes?
c. Un argumento moral: ¿Viola algún principio moral importante? a. ¿Es probable que se produzcan las
consecuencias previstas? No es fácil considerar todas
las consecuencias de un acto. Conviene recordar que estas pueden ser directas
o indirectas; previsibles o imprevisibles; seguras o hipotéticas. Puede que olvidemos
algunas, bien porque no contemos con los imprevistos, bien porque
menospreciemos los efectos colaterales. Añádase a esto que no todas las
consecuencias parecen seguras: muchas son puramente imaginarias, sin otro
fundamento que los temores particulares del analista o los espejismos de sus
deseos.
Esto de hacer cristianos [a los judíos] hará que suban los precios de
los cerdos y, si todos nos ponemos a comer carne de cerdo, dentro de poco no
podremos comprar ni panceta para asar.[11]
Una mujer se burla de su marido enloquecido, que tiene un revolver cargado
apoyado en la sien. No te rías —dice
él—. Después vas tú.[12] En una palabra, la primera
forma de combatir un argumento pragmático consiste en rechazar su razón de
ser, esto es, las presuntas consecuencias, con los criterios de toda
conjetura: lo posible y lo probable.
b. ¿Superan las ventajas a los inconvenientes? Tal vez no podamos rechazar
las consecuencias, pero eso no significa que todos las valoremos igual. No siempre es fácil distinguir
entre consecuencias buenas y malas. No sabemos con seguridad cuáles resultarán
favorables o desfavorables. Desconocemos en realidad dónde reside nuestro
mayor provecho. Tomamos las decisiones basándonos en las consecuencias directas,
a corto plazo. Las más importantes aparecen más tarde, pero se nos escapan. Por
su mal le nacieron alas a la hormiga, decía Sancho. El pianista Murray
Perahia se deprimió al sufrir una lesión en la mano que le alejó de
los conciertos durante cuatro años. Más tarde consideró que había sido una
bendición porque pudo estudiar, practicar y ver los frutos. Al otear el futuro bien
podemos decir que quien no está confuso es porque no piensa con claridad.
Pitágoras, que era un sabio, no permitía que sus discípulos, al orar, pidieran
nada para sí mismos porque, decía, ninguno sabe lo que le conviene.[13]
Yo tengo un amigo que de niño tenía un talento extraordinario para
el piano. Pero el padre se opuso por aquello de que el arte es cosa de
afeminados. Hoy mi amigo tiene 60 años, es maricón y no sabe tocar el piano. (De la película Fresa y Chocolate). Así, pues, la segunda vía
para rechazar un argumento pragmático consiste en modificar la valoración de
las consecuencias. — El alcohol es un veneno lento. — Es
igual. No tengo prisa. —¿Vive? —Sí, gracias Dios. Parece que
respira. —¡Lástima! (De la película El hombre del traje
blanco) —¡Soy un hombre! —Nadie es perfecto.
(De la película Con faldas y a lo loco). c.
¿Viola algún principio moral importante? El tercer camino consiste en oponer al argumento pragmático una
barrera moral, como hizo Sócrates contra las muy persuasivas razones que sus
amigos le ofrecieron para huir de la cárcel. Sócrates-
Querido Critón, tu solicitud sería muy estimable si se aliara con alguna
rectitud (...) Se ha de considerar si es justo o no que yo intente salir de
aquí.[14] No siempre se utiliza de
buena fe. En la vida política, por ejemplo, cuando se pretende rechazar una
medida y no cabe argumentar contra su utilidad, se apela a cualquier consideración
moral que pueda contribuir al vituperio del adversario, con razón o sin ella.
La moral es un pretexto valiosísimo para revestir de honorabilidad una
crítica mal intencionada. Es mucho más frecuente que se censure a un gobierno
por ser injusto, insolidario, irrespetuoso con las libertades...etc., que
por ser ineficaz. La maniobra no es gratuita.
Los valores morales son muy importantes para que los indiferentes formen
opinión sobre un asunto. Cuando la gente cree que sus principios o sus
creencias están en juego (por ejemplo, la igualdad ante la ley, la solidaridad), se sacude con presteza las distracciones y toma
posición a favor o en contra de los valores presuntamente amenazados.
En tiempos de paz dicen que la paz es el bien supremo, y en tiempos
de guerra, que la guerra es una obligación moral. El roto (El País). ____________________________________________________________________________________ En resumen: El argumento pragmático evalúa
hechos o intenciones por sus efectos prácticos. Actúa en dos pasos: -Enumeración
de las consecuencias. -Ponderación
de las favorables frente a las desfavorables. Se replica de tres maneras: -Con
una conjetura: Porque no se han calculado bien las consecuencias. -Con otra valoración:
Porque no se estiman las consecuencias del mismo modo. -Con
un argumento moral: porque no es lícito. _________________________________________________________________ 5. El
argumento moral o de principio El argumento moral presupone
que debemos actuar guiados por principios o deberes y evitar, en consecuencia,
todas las acciones que los violen. Actúa como una especie de condición, o de
aduana, que se alza frente al argumento pragmático para dejarle pasar o
rechazarlo.
Atendiendo a que el Gobierno, aún actuando de buena fe, se ha
equivocado porque no ha resultado lo que deseaba, y considerando que los
gobiernos no deben equivocarse y son responsables de sus errores, el Gobierno
presentará inmediatamente la dimisión en manos de S.M. Sagasta. Puede apelar a valores
superiores (libertad, justicia, igualdad), deberes (cuidar de la propia
familia, respetar la naturaleza), o derechos (libertad de palabra, igualdad de
sexos, intimidad). ¿Cómo se plantea un
argumento moral? Exactamente igual que un
argumento pragmático: analizando las consecuencias y ponderando ventajas e
inconvenientes, con la única diferencia de que ahora les aplicamos
consideraciones morales. En realidad nuestros análisis de las consecuencias
llevan a cabo las dos valoraciones simultáneamente, como si contempláramos
las cosas con dos ojos, uno moral y el otro pragmático. —Huyamos cuanto antes. —No, lo que propones es una cobardía.
Además, no estoy dispuesto a renunciar. 6. ¿Cómo se replica ANTE un
argumento moral? Disponemos de tres caminos: a. ¿Es el principio relevante en este
caso? b. ¿Se viola realmente dicho principio? c. ¿Existen otras consideraciones que lo
contrapesen? a. ¿Es el principio relevante en este
caso? Como es obvio, quien apela a
un principio moral, da por sentado que hace al caso, que es aplicable a la
situación que se discute. No todo el mundo estará de acuerdo: Cuando una
empresa privada en dificultades reduce la plantilla ¿debe considerar la suerte
de los trabajadores despedidos? ¿Viene al caso el principio de protección de
la vida en el debate sobre la eutanasia? La ley del aborto ¿debe tener en cuenta
la doctrina de la Iglesia Católica? ¿Las razones humanitarias justifican una
guerra? Buena parte de nuestras divergencias más enconadas surgen en este
punto: si un principio es aplicable o no a un asunto particular. b. ¿Se
viola realmente dicho principio? Podemos, tal vez, aceptar que
un principio es relevante para determinado asunto. Entonces surge la cuestión
de si asistimos o no a una violación del mismo: ¿Se quiebra con el aborto
el principio de protección de la vida? La declaración obligatoria del SIDA
¿constituye un atentado contra el derecho a la intimidad? ¿Traiciona sus fines
la TV pública cuando cede a las exigencias de la audiencia? c.
¿Existen otras consideraciones que lo contrapesen? Por último, ¿hay otras consideraciones
que contrapesen este principio? Podemos estar de acuerdo con la oportunidad de
una norma y, además, aceptar que, efectivamente, se ha violado o se pretende
violarla, pero tomamos en cuenta otras razones de más peso, sean éstas pragmáticas
o morales.
Me doy cuenta de la maldad que voy a cometer, pero la pobreza es más
poderosa que mis decisiones.[15] A menudo, la respuesta a un
argumento moral es un argumento pragmático: se sostiene que respetar el
principio en cuestión sería demasiado costoso, peligroso, largo,
contraproducente... en una palabra, que las consideraciones prácticas
contrapesan a las morales. ¿Se debe permitir que las compañías de seguros
de vida pregunten a sus clientes si son portadores del virus del SIDA? Los
oponentes arguyen que ello viola el derecho de cada uno a su propia intimidad.
Los partidarios replican que las consecuencias prácticas de no autorizar
tales investigaciones pueden ser devastadoras para el sector de los seguros y
muy perjudiciales para los demás asegurados que habrán de pagar pólizas más
altas. Esta tensión entre argumentos pragmáticos y argumentos de principios
es frecuentísima, tanto al enjuiciar hechos del pasado como al analizar planes
para el futuro. No es raro que renunciemos a la razón moral por tener la
fiesta en paz.
Opino que se deben mantener y respetar las actas de César, no porque
las apruebe —¿quién puede aprobarlas?- sino por creer que ante todo hay que
atender a la paz y al sosiego. Cicerón.[16] Un argumento de principio se
puede replicar también apelando a otro principio que, argüimos, pesa más. Hay
quien piensa, por ejemplo, que en los Estados Unidos importa más reducir las
armas que proteger el derecho a poseerlas. Del mismo modo, un juez puede exigir
que un periodista revele ciertas fuentes indispensables para incriminar a
presuntos culpables. El argumento del juez dirá que el principio por el que un
periodista debe proteger el anonimato de las fuentes pesa menos que el principio
de obligación de colaborar con la justicia.
El Fiscal rechaza abrir el diario Egin: antepone el derecho a la vida
a la libertad de expresión. Prensa del 25/8/98. ___________________________________________________________________________________ En resumen:
Llamamos
argumento moral o de principio, al que juzga las acciones en razón de
si respetan o quiebran normas morales. Hemos
señalado que se replica de tres maneras: — Por no ser el principio relevante para el caso. — Porque no lo viola.
__________________________________________________________________ Como acabamos de ver, es muy
frecuente que enfrentemos un razonamiento moral con otro pragmático. La misma
naturaleza de las cosas lo facilita. Por eso escribía Cicerón a su amigo Ático:
Son tres los tipos de investigación del deber: uno, cuando
deliberamos si algo es honesto o vergonzoso; dos, si es útil o inútil; y tres,
cómo hay que juzgar cuando los otros dos parecen pugnar entre sí.[17] En la mayor parte de las
discusiones no se plantean divergencias de orden moral o legal. Supuesta la
licitud de una medida, ambas partes discuten exclusivamente sobre su utilidad:
si es conveniente o pernicioso; si es eficaz o inútil; si esto es más conveniente
que aquello.
Si conviene reducir el precio del transporte público.
Si fue beneficioso sentarse a dialogar con los terroristas. Cuando hemos de escoger entre
dos posibilidades, se discute cuál es más útil, y si ambas son de utilidad
pareja, entonces se añaden valoraciones morales. Lo justo se suma a lo útil:
Mi propuesta es más barata, y más eficaz,
pero también más justa, más solidaria. En otras ocasiones, las
posturas en litigio defienden, bien algo que es útil aunque admita reparos
morales (matar al secuestrador de un avión; trasladar un pueblo para
construir un pantano), bien algo de suyo lícito que origina perjuicios
materiales:
Si debemos consentir que una huelga de camioneros paralice el país.
Si se debe dejar morir a un recluso en huelga de hambre. Se puede defender lo más justo
sacrificando lo útil:
Tenemos la obligación moral de acoger a los inmigrantes. en cuyo caso, acentuamos el bien de la justicia, el deber o el honor,
al tiempo que reducimos la importancia de los inconvenientes. Por el contrario, cabe defender
lo útil sacrificando lo justo:
Es más urgente asegurar el trabajo de los nativos que el de los inmigrantes. Entre los dos extremos de
utilidad y justicia podemos imaginar multitud de posiciones intermedias que
intenten armonizar los valores en litigio. Sea cual fuere la postura elegida,
deberá justificarse con las mejores razones disponibles. Justificamos nuestras
decisiones cuando buscamos el bien mayor, tanto si juzgamos éste con criterios
de calidad (el que protege un valor jerárquicamente superior), como si
apelamos a la cantidad: el que ofrece más beneficios o alcanza a mayor
número de personas.
Con dolor digo esta fatal verdad: es preferible que muera Luis a que
perezcan cien mil ciudadanos virtuosos; Luis debe morir porque es preciso que
la patria viva. Robespierre.
¿Qué puede hacer el amor fraterno? ¿Abandonará a todos al fuego
eterno del infierno por librar a unos pocos del fuego transitorio del horno?
(...) ¿No será mejor conservar a los que se pueda, aunque perezcan libremente
aquellos a los que no se puede conservar? San
Agustín.[18] Cuando hacemos daño, es
preciso que sea el menor posible. Si nos roban la cartera, puede estar
justificado causar algunas lesiones al ladrón para defendernos. No estaría
justificado matarlo. El valor de la cartera es muy inferior al de la vida.
Nuestros derechos tienen límites. No es fácil desenvolverse en
el mar proceloso de los valores, porque todas las acciones humanas conllevan una
dosis de irreductible ambigüedad moral. Nunca sabemos precisar si nos mueve
más el interés o la justicia.
Esta incertidumbre es insoslayable. Nos coloca de canto, de través,
ante el juicio moral. Nos gustaría ser netos y pulcros, como los niños de voz
blanca que cantan en los coros de las iglesias. Pero abrimos la boca y nos sale
una voz complicada, de órgano viejo, y con los tubos llenos de roña.[19] 8. Evaluamos casos y no principios. El peso de las circunstancias Es raro que surjan disputas
sobre finalidades indeterminadas o sobre principios generales. Todos estamos
de acuerdo en que no se debe quitar la vida, causar daño físico o moral,
suprimir libertades o no facilitar los mínimos materiales y culturales para
que las personas desarrollen una vida digna. En las alturas siempre reina el
acuerdo. Lo malo es que en moral las generalidades sirven para muy poco.
Los propios déspotas no niegan que la libertad sea excelente; pero
la desean sólo para ellos mismos. Tocqueville. Los problemas surgen al intentar adaptar los valores a los casos concretos.
Bruto mató a Cesar. Ya
sabemos que no se debe matar. Sin embargo, ¿Bruto hizo bien o mal? Es fácil
ponerse de acuerdo en abolir toda clase de explotación, pero no lo es acordar
si una acción determinada constituye o no una variedad de explotación. Hay
muchas personas que no dudan de la existencia de Dios, pero no ven claro que
ello signifique rechazar el uso del preservativo.
No discutimos sobre
principios generales, sino sobre problemas concretos en circunstancias
determinadas. Seguramente nadie rechaza la aportación del 0,7% del Producto
Interior Bruto a las necesidades del Tercer Mundo. Eso no se discute. Lo
polémica brota por algo más prosaico: si podemos pagarlo, si para ello hemos de
aceptar mayores impuestos o recortar otros gastos... Del mismo modo, hay
quien defiende la negociación con los terroristas encomiando los encantos de
la Paz. ¿Quién no la querría? Los problemas están en otro lado.
Todos queremos un presupuesto restrictivo, pero ¿con cargo a qué
partidas? Si hemos de juzgar en el
marco de unas circunstancias determinadas, es lógico que ante cualquier hecho,
iniciativa, o incluso frente a lo que se llama un globo sonda, surjan
las preguntas familiares: ¿quién lo hace? ¿para qué? ¿cómo? ¿cuándo?
¿dónde?.
¿Y cuál será la composición de ese destacamento y la magnitud de su
contingente? ¿Y dónde obtendrá el aprovisionamiento? ¿Y de qué manera estará
dispuesto a realizar los antedichos planes? Yo lo aclararé discurriendo por
cada una de esta cuestiones separadamente. Demóstenes.[20] Conocidas las respuestas es
posible que el desacuerdo se concentre en cualquiera de ellas, o en varias, o
en todas. Cabe, por ejemplo, que nos parezca mal el hecho desnudo o que éste en
sí no desagrade pero juzguemos que lo hacen malo sus circunstancias. De
manera que la cuestión general se nos divide en un abanico de discrepancias
secundarias que importa mucho delimitar para el buen éxito del debate, y a cada
una de las cuales hemos de aplicar los criterios de utilidad y moralidad. La cuestión del quién, deja a un lado el fondo del
asunto para discutir sobre las personas involucradas. Por ejemplo:
Eso hubiera estado bien en cualquiera menos en usted.
Casca—
¡Ah! el pueblo quiere a Bruto de todo corazón. Y lo que en nosotros sería un
delito, su presencia, como alquimia poderosa, lo convertirá en mérito y virtud.[21] — ¿Qué defectos tiene mi madre? — Ese, precisamente, que es tu madre. Si
lo fuese de la cocinera, por ejemplo, sería encantadora y todos saldríamos
ganando. Xaudaró. La cuestión del cuándo contempla la oportunidad y
rellena muchos debates por sí misma. No discute el propósito, sino el
momento. Toda la polémica se centra en el tiempo y la ocasión.
Anduvimos hablando de cosas que es bueno callar ahora, como bueno era
hablar de ellas entonces. Dante.[22] Así, algunas iniciativas se
rechazan porque las circunstancias no son oportunas: Sí, pero no ahora;
llega tarde; es prematuro; no se dispone aún de los medios; es preciso superar
antes algunos obstáculos; la ocasión no ha llegado...
¿Conviene que la reforma educativa coincida con la huelga de profesores?
No [ahora], no sea que al querer arrancar la cizaña, arranquéis con
ella el trigo. Mateo 13,29.
No se debe hablar con los terroristas mientras no entreguen las armas.
Cuéntase [de Tales de Mileto] que urgiéndole su madre a que se
casase, respondió que todavía era temprano; y que pasados algunos años,
urgiéndole su madre con mayores instancias, dijo que ya era tarde.[23] O se hacen las cosas cuando
se puede o no se podrán hacer cuando se quiera. Hay decisiones tan inoportunas
que no respetan ni el derecho a dormir: cuando el pronunciamiento de
Villacampa (1886), Sagasta, a quien despertaron a las tres de la madrugada
para informarle, exclamó: ¡Pero, hombre, por Dios, ¿a estas horas? Las cuestiones del cómo y el dónde, entienden de modos, maneras y lugares. Lo que
parece bien allí, o así, parece mal aquí o asao.
El ministro actuó sin encomendarse a nadie.
Sí, es verdad que yo he aceptado el sufragio universal, pero no lo
acepto tal y como lo propone la comisión. Romero Robledo.
Las manifestaciones a la puerta de Las Cortes coaccionan a los
diputados.
Hay chistes que dejan de serlo fuera de Covent Garden y otros, incomprensibles
excepto en Hyde Park Corner. Swift. Las cuestiones del para qué y de los medios, se ocupan de los
fines y los recursos, que son temas capaces de consumir debates interminables,
porque las cosas nos parecen buenas o malas según el uso que se haga de ellas.
No se puede comparar una televisión pública con una privada. Porque
si ambas tuvieran los mismos fines, la pública constituiría un gasto inútil y
una competencia desleal; y si no tienen los mismos fines no deben emplear los
mismos medios.
Hay una persecución injusta: la que promueven los impíos contra la
Iglesia de Cristo; y hay una persecución justa: la que promueve la Iglesia de
Cristo contra los impíos. San Agustín.[24]
¿Quién no considera afrentoso que los hombres libres sean golpeados? Y
sin embargo, si esto le pasa al autor de hechos injustos, se juzga que lo
tiene bien merecido. Polibio. Se puede discrepar en los
fines, se puede discrepar en los medios, y se puede discrepar en la relación
entre ambos: si los medios son adecuados, o no, a los fines que se pretenden.
- Cabe discrepar en los fines
perseguidos, las intenciones que manifiestan, los valores que amparan:
No nos hicimos aliados de los atenienses para esclavizar a Grecia en
su beneficio, sino para liberarla de los persas.[25]
No me complace quien persigue a los herejes no por amor de su
corrección sino por afán de combatirlos. San
Agustín.[26]
La perversidad del boxeo estriba en que busca necesariamente el daño
físico del adversario. - Podemos discrepar en los medios:
si están disponibles, si son suficientes, si son adecuados, si son lícitos,
si producen demasiadas consecuencias indeseables: el precio, los
sacrificios, la renuncia de otros objetivos.
Su propuesta es irreprochable, pero no disponemos de presupuesto para
realizarla.
Estoy dispuesto a reducir el déficit, pero no a expensas de las
pensiones de jubilación.
No autorizo la histerectomía para extirpar el cáncer de una mujer embarazada
porque implica la muerte del feto. - Cabe discrepar sobre la relación entre
el fin y los medios Antístenes
en su lecho de muerte— ¿Quien me librará de estos males? Diógenes,
ofreciéndole un puñal— Este. Antístenes—
De los males digo, no de la vida.[27]
El fin determina los medios que se han de emplear para conseguirlo. En
otras palabras, los medios deben ser adecuados al propósito perseguido. De lo
contrario se consideran gratuitos, inútiles o sospechosos: Hablar por
hablar, Hacer por hacer, Matar por matar...
Agitar banderas rojas no crea empleo. Helmuth Kohl.
¿Tú no ves que es necedad o simpleza llorar por lo que con llorar no
se puede remediar? Celestina.
— Si de aquí a mañana no encuentro doce mil pesetas, tendré que levantarme
la tapa de los sesos. — A lo mejor tampoco las tienes ahí... Xaudaró.
Aceptamos los sacrificios cuando nos atraen los resultados. Como
reconocía el protagonista de El Rojo y el Negro:
No es la muerte, ni el calabozo, ni el aire húmedo lo que me tiene
abatido, sino la ausencia de la señora de Rênal. Si, para verla, me viera
obligado a pasar semanas enteras en las bodegas de su casa, ¿acaso me quejaría?.
A su vez, los medios determinan el fin. Es obvio que no podemos tomar en
serio ningún propósito para el que no se disponga de instrumentos. Nuestros objetivos
nacen y se transforman con arreglo a la disponibilidad de medios.
Y díjoles [Don Quijote] que le aderezasen otro mejor lecho que la vez
pasada; a lo cual le respondió la huéspeda que como lo pagase mejor que la otra
vez, que ella se le daría de príncipes. Muchos debates se nos
enturbian porque confundimos fines y medios: ¿La guerra es un fin o es un
medio? ¿Y la paz? Si, en el caso que se discute, no se sabe con claridad
cuáles son los fines, la discusión
avanzará entre tinieblas. Que la paz esté considerada, en general, como
un valor muy apreciable, no la convierte en un fin para el caso concreto en que
se estimó preferible la guerra. Que el acuerdo o consenso entre las partes de
un litigio sea deseable, no lo convierte en un fin que imponga la renuncia a
las reivindicaciones de la parte que inició el conflicto. El consenso es una
de las formas (instrumentos) de alcanzar un acuerdo, no un fin en sí mismo.
En ocasiones la democracia es un fin, pero en otras es un medio. Muchos
demagogos pregonan los derechos humanos como si fueran un fin cuando, en
realidad no son sino medios para obtener un bien individual o colectivo. Buena parte de
nuestros conflictos de valores proceden de considerar a los seres humanos como
instrumentos cuando son fines o, al revés, como fines cuando son medios.
Conviene distinguir las cosas. Como hemos indicado, sea cual
fuere la cuestión: de persona, de oportunidad, de medios, etc. hemos de
juzgarla según criterios de conveniencia
y moralidad. Por ejemplo, el fin suele justificar los medios, como es el caso
de una mentira piadosa, pero no siempre lo hace. Pueden ser estos condenables
en sí (argumento moral), o porque sus consecuencias los convierten en
contraproducentes (argumento pragmático). A la inversa, los medios lícitos no
hacen bueno a un fin perverso (aplicar una ley injusta, o eludir una
obligación moral tras el burladero de la ley). Cicerón acusa a Sextilio Rufo de
recoger una herencia sin faltar a las leyes, pero contra su conciencia.
— ¿Por qué no acudiste en ayuda del ahogado? — Yo no soy el vigilante
de la playa.
— ¿Por qué me reprocha usted la usura? Yo no obligo a nadie y,
además, ayudo a los menesterosos. __________________________________________________________________________ RESUMEN DE LA CUESTIÓN DE VALORACIÓN I. En las cuestiones de valoración, la
controversia se produce sobre el juicio que nos merecen las acciones pasadas,
presentes o futuras. II. Valoramos la calidad de las cosas
con un doble criterio: utilidad y licitud. III. El argumento pragmático
evalúa hechos o intenciones por sus efectos prácticos.
Actúa en dos pasos: -Enumeración
de las consecuencias. -Ponderación
de las favorables frente a las desfavorables.
Se replica de tres maneras: -Porque
no se han calculado bien las consecuencias. -Porque
no se valoran las consecuencias del mismo modo. -Con
un argumento moral. IV. Llamamos argumento de principio,
o moral, al que juzga las acciones en razón de si respetan o quiebran
normas morales o legales. Hemos señalado que se replica de tres maneras: -
Por no ser el principio relevante para el caso. -
Porque no lo viola. - Porque lo contrapesan
otras consideraciones, bien sean pragmáticas o morales. V. No es posible sostener una valoración
sin considerar las circunstancias del hecho, con lo que surgen
cuestiones especificas: la
cuestión del quién lo ha
hecho o lo propone. la cuestión del cuándo se ha hecho o se pretende
hacerlo. la cuestión del cómo se ha hecho o se pretende
hacerlo. la cuestión del dónde se hizo o se pretende hacer. la cuestión del para qué se ha hecho o se propone y
con qué medios.
Una vez delimitada la cuestión al hecho o a alguna de sus circunstancias,
aplicamos los criterios de utilidad y licitud: Si conviene
hacer esto, hacerlo así, hacerlo ahora, etc: No era conveniente hacerlo en
aquél momento. Si es justo
hacerlo, hacerlo así, etc: fue inmoral hacerlo de esa manera. ___________________________________________________________________ 9. Ejemplo de cuestión evaluativa: el discurso capuano. Vamos a
ver un ejemplo de Tito Livio. Aníbal, que acaba de conquistar Capua invita a
cenar a un noble capuano que le es adicto y al hijo de éste, un joven partidario
de Roma que odia al cartaginés. El padre, al saber que su hijo ha acudido a la
cena con una espada escondida para dar muerte a Aníbal, se lo lleva al jardín y
le argumenta sobre lo justo y lo útil.
Hijo, yo te suplico y te ruego, por todos los vínculos jurídicos que
unen a los hijos con sus padres, que no pretendas hacer y sufrir todo lo que no
tiene nombre, ante los ojos de tu padre. Pocas horas han transcurrido desde
que, jurando por todos los dioses, unimos nuestra diestra a la de Aníbal
empeñando nuestra palabra; ¿fue para armar contra él, nada más salir de
hablarle, las manos consagradas por el juramento? ¿Te levantas de la mesa que
te da hospitalidad, a la que Aníbal te admitió, para manchar esa misma mesa
con la sangre de quien te da hospitalidad? Pude reconciliar a Aníbal con mi
hijo, ¿y no soy capaz de reconciliar a mi hijo con Aníbal?
Pero pase que no haya nada inviolable; ni fidelidad a la palabra dada,
ni religión, ni amor filial; que se intenten acciones nefandas, siempre y cuando
no nos acarreen la ruina junto con el delito. ¿Piensas atacar a Aníbal tú
solo? ¿Qué me dices de esa multitud de esclavos y de hombres libres? ¿Y de
todas las miradas, atentas sólo a él? ¿Y de tantas manos? ¿Quedarán paralizadas
ante semejante dislate? ¿Le resistirás la mirada a ese mismo Aníbal al que no
pueden resistir ejércitos armados, ante el cual se le ponen los pelos de punta
al pueblo romano? Suponiendo que le faltasen otras ayudas, ¿serás capaz de
herirme incluso a mí, cuando cubra con mi cuerpo el cuerpo de Aníbal? Porque,
eso sí, para llegar hasta él tendrás que atacar y traspasar antes mi propio
pecho. Déjate disuadir aquí en vez de fracasar allí. Que mis ruegos tengan ante
ti la eficacia que tuvieron hoy en tu favor.[28] Tal vez
matar a Aníbal fuera útil, pero no era justo, dadas las circunstancias. Y si no
importara lo justo, era peligroso, de graves consecuencias para Capua, los
capuanos y, en especial, para el padre. Un argumento pragmático se responde con
un argumento moral y otro pragmático. Padecemos una deformación
educativa que nos induce a plantear las cuestiones de valor como si se
tratara de problemas de hecho. Nos gustan las ideas claras y contrastadas,
modelo blanco y negro: frente a la piedad situamos la impiedad; ante lo justo,
lo injusto y, en general, frente a la verdad, el error. Más o menos, como si
estuviéramos en una pizarra resolviendo ecuaciones algebraicas. Esta manera
de pensar se llama, con razón, dogmática, y es muy atractiva porque ahorra
mucha energía mental: el preservativo es malo; mentir, reprobable; la
eutanasia, un crimen. Cuando las ideas son simples, su aplicación a las
cosas está al alcance de cualquier recluta. Precisamente, para evitar que
parezcan tan simples, vamos a repasar las principales diferencias que determinan
la manera de abordar las cuestiones de hecho y las de valor. 1. Los hechos son objetivos y los valores, relativos. La verdad sobre los hechos es
permanente y no depende del observador. Podemos estar equivocados porque
nuestro conocimiento sea incompleto, pero esto no altera los hechos. Tampoco
los modifica el cambio de observador. Que Bruto mató a Cesar es una verdad
perdurable por los siglos de los siglos. Por el contrario, los juicios
sobre las conductas no son constantes. Nuestra opinión sobre si Bruto hizo
bien o mal depende de las circunstancias del caso y de las circunstancias
del observador. Las circunstancias del caso
modifican nuestros criterios sobre lo justo y lo conveniente. Nos parece bien
mentir cuando se trata de ayudar al prójimo y no está mal robar (por ejemplo el
arma de un suicida), para evitar un mal mayor.
Las mismas cosas, en todas partes y sin que en nada se diferencien,
son útiles para unos y perjudiciales para otros. Isócrates.[29] Aunque los hechos no varíen,
ni se modifiquen sus circunstancias, basta que se alteren las del observador
para corregir sus criterios. Durante la juventud nos dejamos guiar de las esperanzas;
durante la madurez, de la experiencia. Un torero ansía firmar contratos a
cualquier hora, excepto cuando está en el patio de caballos digiriendo la
angustia que precede al paseíllo.
Ha cambiado nuestra apreciación de lo que antes considerábamos
prudencia y que ahora resulta ser imprevisión y debilidad. Tucídides.[30] Pisamos el movedizo terreno
de lo preferible,
donde los criterios pueden ser divergentes y tornadizos en función de las circunstancias.
Las diferencias de opinión derivan, precisamente, de distintas maneras de
apreciar lo que llamamos bienes y males, en razón de los intereses en juego,
los criterios ideológicos, las conveniencias estratégicas, la vecindad o
lejanía de los problemas, el momento... Lo que para unos puede ser bueno, para
otros, es malo, y para cada persona, unas veces es bueno y otras, malo.
La muerte, espantosa para Cicerón, es deseable para Catón e
indiferente para Sócrates.[31]
La muerte para los difuntos es un mal, para los comerciantes de
lápidas y objetos fúnebres, un bien.[32] Como decía Marx (Carlos), si
no hubiera ladrones no habría candados y, por tanto, tampoco fábricas de
candados, ni cerrajeros empleados en ellas. ¿Son malos los ladrones? Los
valores no son objetivos, no están en las cosas. Somos nosotros quienes
depositamos nuestra estima sobre lo que nos rodea, sean objetos, personas,
hechos o virtudes. Ningún valor es absoluto. Ninguno rige en todo momento y
para todo el mundo. Como dice Aristóteles, aunque todos buscamos la
felicidad, no coincidimos en los medios adecuados para alcanzarla. La vida
es el bien supremo, pero cuando su calidad disminuye hasta niveles insoportables,
la muerte se contempla como un mal menor. Antígona-
Sabía que iba a morir. Y si muero antes de tiempo, yo lo llamo ganancia.
Porque quien, como yo, viva entre desgracias sin cuento, ¿cómo no va a obtener
provecho al morir?
En el Diccionario de falacias figura la
Falacia del secundum
quid que cometen quienes olvidan la relatividad de los valores. 2. Los valores forman jerarquías. Entre los ciudadanos existen amplísimas
coincidencias sobre los valores admitidos, sin las cuales no sería posible la
convivencia en una sociedad pluralista. Ello no obsta para que, llegado el
momento de juzgar un caso concreto, se produzcan diferencias de criterio en su
jerarquización, que son las que alimentan toda clase de disputas. Hay servidores
de la libertad y devotos de la igualdad; partidarios de los valores emergentes
y celosos guardianes de los valores admitidos. Ni todos ni siempre apreciamos
del mismo modo la libertad o la vida. Quien tiene asegurada la igualdad es
posible que concentre su atención en la libertad, y viceversa. No vale lo
mismo un vaso de agua en el desierto o en la ducha. Mi reino por un caballo,
decía Ricardo III cuando su valor prioritario era la vida. El bisabuelo de los
Escipiones logró que no fuese el enemigo lo más temible para un soldado. Con
frecuencia nuestros juicios de valor son comparativos:
Vale más honra sin barcos que barcos sin honra. En TV importa más la audiencia que la calidad.
Claro está que nuestras
jerarquías de valores no son rígidas. La prioridad que establecemos para un
caso determinado tal vez no la apliquemos en la próxima ocasión. Si alguien sostiene
en un debate la primacía de la libertad sobre la seguridad, no significa que
desprecie ésta, sino que la subordina circunstancialmente. Tal vez en otra
ocasión le parezca que debe primar la seguridad por encima de cualquier otro
valor. Heráclito
— Sólo la existencia de la enfermedad hace deseable la salud. Lear—
Arte extraño el de nuestras necesidades, que trueca en preciosas las cosas
más viles. 3. Estamos ante cuestiones de grados. En las Cuestiones de hecho
no caben grados: no es posible que una mujer esté un poquito embarazada.
En las valoraciones, por el contrario, caben todos los grados imaginables entre
el bien y el mal. La verdad y la falsedad son contradictorias, pero los
valores no lo son. Un valor subordina a otro, pero no lo excluye. Aristóteles pudo proclamar enfáticamente
que era más amigo de la verdad que de Platón en un momento en que la verdad
parecía el valor prioritario. No me cuesta imaginar que, si se tratara de
salvar la vida de Platón, Aristóteles pudiera invertir su preferencia. Era,
sin duda más amigo de la verdad, pero sólo hasta cierto punto. Un aborto no es absolutamente
bueno ni absolutamente malo. Puede ser ambas cosas, hasta cierto punto.
Lo mismo se puede afirmar de las normas que restringen la entrada a los
inmigrantes, del Estado de las Autonomías, del acceso universal a la Universidad,
de Greenpeace, e incluso de la democracia que, como se ha dicho, es el peor de
los sistemas posibles, excepto todos los demás.
Se puede mantener que para toda civilización es malo matar, pero sólo
dentro de ciertos límites. Humberto
Eco.[33] Cualquier debate sobre
valores, al carecer de soluciones perfectas, es una cuestión de grados.
Nada es absolutamente justo o injusto, útil o pernicioso, bueno o malo. Puede
ser ambas cosas al mismo tiempo. ¿Hasta qué grado? Hasta el que seamos capaces
de matizar. Donde concluye la objetividad, la lógica se calla y deja paso al
buen sentido. No existe más regla que considerar todos los aspectos del
hecho. ¿Sabe alguien a partir de qué condiciones se puede hablar de muerte
digna? ¿Debieron tomarse en cuenta valores estéticos, históricos, ecológicos,
laborales, económicos, incluso coacciones terroristas, en la construcción de
una carretera? Digamos que sí. ¿Hasta qué punto debió pesar cada uno de
ellos?
En un punto está que uno sea un santo o un mandria. Galdós.[34] Como vemos, se trata de dar
con el punto en que nuestra valoración se modifica. El último peso añadido a la
balanza invierte la situación. Respondemos como los sistemas biológicos: tan malo
es el exceso como la carencia de azúcar, tan pernicioso resulta regar las
plantas en exceso como no regarlas. Nerisa—
Tanto enferma el que se harta como el que no come.[35] ¿Hasta dónde podemos tensar la cuerda? En una cuestión de grados se puede perder la razón bien por exceso de radicalismo, bien por desbordamiento de matices. Si nuestra afirmación es absoluta, no será difícil taparnos la boca mostrando los aspectos que la relativizan. Si matizamos demasiado, podemos parecer templagaitas que no saben a qué carta quedarse. Como decía Aristóteles:
En el Diccionario
de Falacias figura la Falacia del Continuum en la que incurren quienes rechazan
los cambios graduales. Este es un buen momento para examinarla. Otros sofismas
que guardan relación con los valores son: La Falacia ad consequentiam,
que apela a valores no significativos para el caso, y las falacias de eludir la cuestión y de
la pista falsa. ______________________________________________________________________________________ En resumen: Caemos
con facilidad en el error de tratar las Cuestiones de valoración
como si fueran Cuestiones de hecho. No es lo mismo discutir cómo
son las cosas o cómo ocurren los fenómenos, que razonar sobre cómo debe
juzgarse algo, o qué debemos escoger para lograr un fin. No se argumenta de la
misma manera sobre si la luna tiene atmósfera que sobre la ley del divorcio.
Son problemas diferentes y conviene recordar algunas de las cosas señaladas: I. Ningún juicio de valor ofrece una
verdad incontestable. Todos son relativos y todos son discutibles. II. Los valores forman jerarquías,
cuyas prioridades fundamentan la mayor parte de las discusiones. No
argumentamos a favor o en contra de un determinado valor, sino a favor o en
contra de su prioridad. III. Las cuestiones de valoración son cuestiones
de grado. Las cosas son buenas o malas hasta cierto punto. De aquí que, con
frecuencia, las mejores soluciones sean combinaciones en mayor o menor grado
de las propuestas enfrentadas. ____________________________________________________________________________ |
[1] Shakespeare: El Mercader de Venecia.
[2]
Ensayos, III,I: De lo útil y de lo honesto.
[3] Sobre
la paz.
[4] VIII,
16.
[5] Los
Heráclidas. El refranero dice: Honra y provecho no caben en un saco.
[6] Cartas, 93, 2,4.
[7] Recuerdos de Sócrates. I, II.
[8]
Código de las Siete Partidas.
[9] Vidarte.
[10] Tolstói: Guerra y Paz.
[11] Shakespeare: El Mercader de Venecia.
[12]
Paulos.
[13] Diógenes Laercio VIII, 5.
[14]
Platón: Critón.
[15] Eurípides: Medea.
[16] Filípica
I.
[17] Cartas
a Atico 420, 4.
[18] Cartas. 185. 3,14.
[19] Álvaro Delgado Gal. Diario El País.
[20] Primera
Filípica.
[21] Shakespeare: Julio César.
[22] Dante: Divina Comedia. Canto 4.106.
[23] Diógenes Laercio.
[24] Cartas. 185, 2.11
[25]
Tucídides, III, 10.
[26] Cartas. 93,12.
[27] Diógenes
Laercio.
[28] Tito
Livio, XXIII, 9, 2-8.
[29] XII,
24.
[30]
Tucídides, I, 32.
[31] Montaigne. Ensayos I, L: De Demócrito y
Heráclito.
[32]Discursos dobles I, 3 (en Melero: Sofistas).
[33] El
País, 5/5/99.
[34] Galdós:
El abuelo.