Consiste en despistar, es decir distraer la atención del oponente y del auditorio hacia un asunto colateral para disimular la debilidad de la propia posición. Por ejemplo:
Parecía un debate jurídico o político y, de repente, sin
discutirlo, se ha transformado en una inquisición personal. El salto ha sido
tan imperceptible que el público lo sigue con naturalidad. Además se han
repartido los papeles de manera que a un lado quedan el promotor de la falacia
y el público; al otro, un sospechoso (no en balde, se ha utilizado como pista
falsa una falacia del Muñeco de paja).
Esto se produce en cualquier conversación de una manera tan inconsciente
que impide considerarlo falaz. Cuando se habla por pasar el rato es habitual
mariposear por los asuntos; nadie se molesta en racionalizar las charlas
intranscendentes. Otra cosa es que quien debe justificar en serio una tesis
pretenda eludir su obligación con la maniobra descrita. — Es
preciso resolver el problema de los barrios marginales. — En
eso estamos de acuerdo, pero lo que usted propone ya se ha ensayado sin éxito,
cuesta demasiado y nos obligaría a renunciar a los programas que están en
marcha. — A
usted lo que le ocurre es que ni entiende el problema ni le preocupa la
situación de la infancia marginada, ni la de los jóvenes hundidos en la
droga...
Ni una palabra sobre la propuesta que se discutía o las tres
objeciones que se plantean.
La pista falsa, como decimos, debe ser colateral a la
cuestión, porque ha de estar relacionada con ella aunque sea indirectamente. De
otro modo el auditorio no aceptará la fuga. Estaríamos ante una simple elusión
del asunto. Si se está discutiendo sobre la
clonación de animales uno puede desviarse por la rama de el hambre en el
mundo sin que se note demasiado la trampa. No cabría, por ejemplo, ponerse
a considerar el peso de las multinacionales farmacéuticas en la economía
mundial, o las inversiones del Vaticano en los laboratorios de investigación,
porque son saltos descarados. Más que irse por las ramas parece que cambian
de árbol.
Además de colateral, es importante que el asunto despierte
emociones. El público rara vez se involucra con los argumentos de un
debate, pero lo hace siempre con las emociones. Toma partido enseguida por
aquel orador que expresa los sentimientos comunes. De este modo se divide la
concurrencia: el tramposo y los oyentes se sitúan en el lado de los buenos
frente a un incauto que se ha dejado distraer y comienza a parecer sospechoso. ¿No va a votar usted en contra del
aborto? ¿Es que no le importan los niños que morirán sin ver la luz, sin que se
respete, como se le respetó a usted, el derecho a vivir, a estar aquí?
Quien explote la situación adecuadamente, puede lograr lo que
con cualquier apelación a las emociones: que el público no sólo simpatice, sino
que llore; no sólo que olvide lo que se discutía, sino que deje de interesarle aunque se le recuerde. Ocurre como
con aquellos abogados que describía Swift: Cuando defienden una causa, evitan
tenazmente entrar en el fondo, pero se muestran vocingleros, violentos y
prolijos al examinar todo aquello que es ajeno al asunto.[1]
Esta falacia produce un dialogo de sordos en el que no existe
ninguna posibilidad de entendimiento, porque ni siquiera se sabe cuál es la
postura de los contendientes, ni qué es lo que se quiere demostrar. El único
resultado claro es que la cuestión se elude, que el auditorio pierde el rumbo
y que, si quien la cultiva es hábil, puede dar la impresión de que domina el
debate.
En términos coloquiales solemos llamar a esta maniobra Cambio
de agujas, en clara imagen ferroviaria: hablamos de desviar la cuestión.
Los británicos, amantes del deporte y del juego limpio, la llaman Arenque
ahumado, porque antes de iniciar la caza del zorro se pasa un arenque
sobre las pistas del animalito para confundir a los perros. Véanse también la Falacia de Eludir
la cuestión y el Sofisma patético. |
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Revisado:
mayo de 2005 |
[1] Suift:
Viaje al país de los Houyhnhnms.