PERFIL DEL VOLUNTARIO |
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Cualidades o características del voluntario (perfil en positivo)
Ya hemos recogido bastantes matices del voluntariado como movimiento ciudadano y del voluntario como actuación personal. Ahora nos centramos expresamente en las características que debería reunir toda persona con motivaciones solidarias, que quiera convertirse en un voluntario competente. Como veremos en el capítulo siguiente, los campos de actuación del voluntariado son muy variados. La mayoría de las características que desarrollamos a continuación están relacionadas principalmente con las actuaciones directamente relacionadas con personas físicas, pero no debemos olvidar que las actuaciones de los voluntarios pueden estar dirigidas también a una organización o a una causa o valor social.
Aunque parezca tan evidente, es la primera condición necesaria para el voluntariado. Si no tiene tiempo, todo puede quedar en una pura declaración de intenciones y buenos deseos. Se entiende que el tiempo en el que el voluntario actúa como tal, es fuera de sus obligaciones laborales y familiares, si las tiene, es decir, en su tiempo libre. Su acción no debería restar tiempo a dichas responsabilidades. Es más, es él quien determina el tiempo que ofrece, y nunca el coordinador, la entidad o el usuario.
Éste es uno de los aspectos que debe observar todo coordinador en el primer contacto con quien manifiesta su interés por hacerse voluntario, pues a veces hay personas con una alta motivación por la solidaridad, con una admirable claridad de ideas respecto a sus funciones, pero que al intentar concretar su intención, resulta materialmente imposible disponer del mínimo de tiempo necesario para cualquier actividad.
No obstante lo anterior, hay determinadas actuaciones, que son más bien excepciones, en las que se podría actuar como voluntario sin disponibilidad temporal. Un ejemplo puede ser la recogida de información relacionada con cualquier proyecto en curso. El voluntario, mientras realiza sus tareas laborales, familiares, etc. está pendiente de posibles problemas cuya solución pueda estar relacionada con la intervención de un profesional o del coordinador, a quienes informará, aunque sea telefónicamente.
De entrada se supone que toda persona que solicita integrarse como voluntario en una organización, está motivado por la solidaridad. No importa que el impulso motivador tenga un carácter filantrópico, político (no partidista, sino en el sentido de compromiso con la sociedad), religioso, humanitario, de necesidad de autorrealización, o de otro tipo, (cf. Zayas Nasátegui, I. Op. Cit. Pág. 396) siempre que se ajuste a los principios filosóficos, expuestos más arriba. Lo realmente importante es que sean razones de peso, las que motivan a dar el paso. Y esta motivación, de uno u otro tipo, siempre está presente en la iniciativa de la persona que quiere hacerse voluntaria.
La decisión de ser o dejar de ser voluntario es exclusivamente personal, del individuo que se compromete. Por ello hay que estar atento en la selección -esto es tarea del coordinador- para evitar los casos en que, aún cuando el sujeto manifiesta deseos de ser voluntario, quien realmente tiene más interés es una tercera persona, -padre, madre, cónyuge, hijos- y no precisamente con una correcta motivación, sino como alternativa supletoria para evitar situaciones poco aceptadas, o incluso conflictivas, en el ámbito familiar. Hay que asegurar que el sujeto decida libremente, sabiendo lo que quiere y a lo que se compromete.
Dos breves ejemplos ilustrativos de lo anterior: el adolescente que se ofrece como voluntario impulsado por el convencimiento de los padres de que "mientras esté ahí, con los demás voluntarios, no va a hacer ni aprender nada malo". Es decir, lo que motiva es evitar que el/la joven pueda integrarse en grupos o lugares peligrosos para él y para el equilibrio familiar y no los valores fundamentales del voluntariado. Otro ejemplo podría ser el de la señora que induce a su marido, recién jubilado, a meterse en el voluntariado para evitar las distorsiones que puede ocasionar su prolongada presencia en casa tras su jubilación, en un ambiente acomodado a la organización que ella, como ama de casa, había mantenido durante la larga etapa laboral del esposo.
En relación con ambos ejemplos, tampoco se puede descartar que eso que puede parecer una instrumentación del voluntariado para otros fines, pueda convertirse en algo que, aunque accidental, despierte una opción libre del sujeto por la solidaridad.
Nos referimos a las características personales, físicas y psicológicas del voluntario. Una vez superado un mínimo de capacidad para las relaciones sociales e interpersonales, consideradas normales en la vida diaria, la amplitud en este requisito es muy grande. Sólo cabe decir que el solicitante deberá reunir las aptitudes necesarias para la tarea que vaya a desempeñar. Hay servicios en los que se requiere fuerza física, cierta resistencia... y otros en los que es suficiente con manejar un teléfono desde su propia casa, tener muchas personas conocidas o buena capacidad de escucha. Digamos que cuando la motivación es clara, personas con escasos recursos físicos (discapacidades, enfermedades, etc.) pueden desempeñar tareas de un importante valor social y humano.
Si las aptitudes físicas fueran algo primordial, la organización de un voluntariado de mayores sería un objetivo con bastantes limitaciones, pues es evidente que la vejez no es la etapa de la vida en la que la fuerza física está en todo su apogeo.
Pero si la fuerza física sólo es requerible cuando el servicio así lo exija, tampoco vamos a excluir todo candidato que no haya conseguido un equilibrio psico-afectivo perfecto en todos los roles de su vida y en todos los escenarios donde éstos se desarrollan. La experiencia confirma que personas que en otros ámbitos (trabajo, familia, pareja, etc.) no llegarían al aprobado en sus relaciones interpersonales, son capaces de mantener una relación positiva como voluntarios en algunos e incluso en todos los servicios que realiza.
Únicamente hacemos hincapié en la necesidad de un equilibrio personal y una estabilidad emocional normal, que posibiliten al voluntario ser un agente facilitador de elementos positivos en la relación interpersonal con los usuarios.
La actitud básica exigible a cualquier voluntario es una DISPOSICIÓN POSITIVA RESPECTO AL VOLUNTARIADO, pero también hay aspectos de importancia en la relación con el usuario, que se deben requerir y que, resumidamente, consisten en aceptar y respetar al otro tal y como es, con sus costumbres, cultura, creencias, etc. y que de forma más explícita analizamos a continuación.
La ACTITUD POSITIVA HACIA EL/LOS USUARIO/OS es algo normal y esperable. Podemos encontrar candidatos a voluntarios con importantes problemas personales para encajar en las opciones que nuestra entidad puede ofrecerle. Es algo que no debe cuestionar la autenticidad del voluntario, más bien debe sugerir una orientación del coordinador hacia otras entidades que puedan ofrecerle servicios compatibles con sus características. Habría muchos ejemplos al respecto.
Otro factor actitudinal es la DISCRECIÓN, junto con la COMPRENSIÓN y el RESPETO. En la medida en que el voluntario se relaciona con el usuario, entra de alguna manera en su vida. Tarde o temprano, puede surgir el momento en el que tanto la conducta como las conversaciones con el usuario, le pongan por delante costumbres, vivencias, sentimientos, etc. que pueden ser muy distintos a las costumbres, formas de pensar, ideología, creencias, etc. del voluntario. En estos casos sería absurdo que éste pretendiera imponer sus puntos de vista aunque estuviera convencido de que sean superiores respecto a los del usuario. Aquí se hace más que nunca necesaria la discreción, la comprensión y el respeto hacia maneras de ser y de vivir distintas a las de uno.
Y justamente relacionado con ello, la RECEPTIVIDAD, el saber escuchar y observar. Hay personas más habladoras que otras, pero una de las actitudes fundamentales de un voluntario en contacto con personas enfermas, mayores, o con problemas de tipo similar es la capacidad de escucha. No se trata tanto de hablar uno, como de saber escuchar. Eso sí, con una escucha activa, centrada toda nuestra atención en lo que el interlocutor nos está transmitiendo, y manifestando, con el refuerzo de la comunicación no verbal, nuestra empatía. Sobre todo es necesario evitar la fácil verborrea llena de recomendaciones y soluciones a la vuelta de cada frase.
No hace falta ser un voluntario de largo recorrido, ni siquiera es necesario ser voluntario, para experimentar esa sensación que produce el que después de haber escuchado durante un largo rato los problemas de una persona en crisis, ésta nos ha manifestado su agradecimiento por el bien que le hemos hecho, cuando nosotros no hemos pronunciado palabra alguna. La cuestión es fácil, no somos especialistas en nada, pero hemos escuchado con atención, con verdadero interés, es decir, empatizando, sintonizando, siendo todo oídos ante lo que la persona nos dice y con esta actitud hemos facilitado el desahogo y distensión, al menos temporal, de la persona.
Hemos dicho anteriormente que el voluntario no tiene por que ser especialista en nada, sin embargo matizamos ahora esa afirmación diciendo que si en algo debe ser especialista es en comprensión y en actitudes humanizadoras.
Pero, tanto si tuviera una profesión relacionada con las situaciones en las que interviene como si no, el voluntario debe SABER CONSULTAR, ante las situaciones que desbordan su capacidad. Los puntos de referencia para la consulta son el coordinador, de forma habitual, y el profesional, si cree que la cuestión debe ser abordada por un especialista (abogado, médico, trabajador social, psicólogo, etc.).
Es importante decir aquí que la derivación de una consulta no sólo está en función de la falta de conocimientos en la materia (ya hemos dicho que no son necesarios al voluntario). Si se tratara de un voluntario cuya profesión le permitiera utilizar técnicas de intervención adecuadas, también debería, más que consultar, poner el caso en manos de quien en ese momento actúa como profesional en el lugar. Las razones las abordaremos más adelante cuando hablemos del peligro de intrusismo profesional por parte de los voluntarios.
Guardar confidencialidad respecto al usuario
Sin perder el hilo conductor de los últimos párrafos, es necesario concluir diciendo que las actitudes de respeto, comprensión, etc. que acabamos de ver, culminan en la necesidad de guardar secreto respecto a las confidencias recibidas. Se trata de garantizar el derecho a la intimidad y la confidencialidad de la persona de la misma forma como lo haría un profesional relacionado con el caso.
Cuando llega este punto, en los cursos de formación de voluntarios, solemos decir que ese secreto debe ser preservado incluso ante la propia pareja (esposo o esposa) del voluntario/a. La razón es muy sencilla: lo que no se diga nunca llegarán a saberlo otros. Y si el compartirlo con nuestra propia pareja, aunque también fuera voluntario, no va a aportar beneficio alguno al usuario, mejor no compartirlo. Después de lo dicho, estará claro que comunicar, en cambio, una situación delicada al profesional pertinente para mejorarla, no contradice la garantía de la confidencialidad que defendemos.
Al hablar de continuidad subrayamos la importancia del voluntariado en contraste con lo que ya hemos denominado como "buenas acciones individuales" desvinculadas de proyecto alguno, de “motu propio” y esporádicamente.
Tan voluntario es el que dedica dos horas diarias durante dos años, como el que lo hace una tarde al mes, o el que dedica, de forma intensiva, quince días de vacaciones en una acción determinada. No nos referimos aquí a unos mínimos de tiempos. Al referirnos a la coninuidad del voluntariado queremos decir que no se es voluntario por realizar acciones esporádicas, determinadas por factores incontrolables, sino porque la disponibilidad del sujeto es un dato con el que se cuenta de antemano, y es susceptible de adaptarla a la demanda del usuario en un programa de intervención.
Pseudovoluntariados (perfil en negativo)
Hasta ahora hemos descrito muchas características y aspectos del voluntario, todo en clave positiva. Ahora, lo haremos en forma negativa, sencillamente porque en una situación como la de nuestro país en el que existe menos tradición voluntaria que en otros y en el que, aunque ya superadas las confusiones con el alcance militar del término, todavía hay quien piensa que eso de la solidaridad es algo sospechoso porque en el fondo "alguna compensación tienen que tener para hacer lo que hacen". Debido a esta confusión, no es de extrañar que sucedan cosas que sin ser malas, mejor dicho, siendo incluso buenas y justas, no sean voluntariado aunque se puedan confundir con él. De ahí que después de haber visto en el apartado anterior todo el perfil en positivo, veamos ahora ese perfil en negativo para que entre ambos podamos dejar más nítida la verdadera realidad del voluntariado.
En primer lugar, el voluntariado no es mano de obra barata
Sería un gran error gratificar económicamente el trabajo de los voluntarios con el fin de evitarse un gasto mucho mayor si se hiciera mediante un profesional contratado. Casos de este tipo se podrían dar en centros de carácter social, a veces por escasez de recursos económicos y otras por el avispado sentido oportunista de sus propietarios o gerentes, quienes aprovechando situaciones transitorias como bajas o vacaciones de personal, pudieran utilizar la experiencia de voluntarios, compensándoles con una razonable gratificación económica, pero sin duda muy inferior a lo que supondría el mantenimiento legal de un puesto de trabajo.
El voluntario en ningún momento puede suplir el trabajo profesional. Es un complemento en tareas a las que los profesionales no pueden llegar, pero no porque falten profesionales para el trabajo a realizar, sino porque en función de los niveles de desarrollo del país o del entorno, exista un consenso general del sentido común en que haya ciertos servicios no técnicos, sino humanizantes para los que el sistema no se puede permitir el realizarlos de forma remunerada y que son los que realizan los voluntarios.
Pongamos varios ejemplos. La situación socioeconómica de nuestro país en este momento difícilmente podría soportar el que por sistema, un hospital tuviera que pagar a profesionales que se ocuparan de acompañar a la capilla a enfermos que no puedan hacerlo por sí mismos; o que tuvieran una especie de “recaderos” que fueran pasando la prensa, revistas e incluso libros de unos pacientes a otros; o que hubiera unos empleados encargados de organizar fiestas, actividades recreativas, culturales o excursiones, entre los pacientes de larga estancia con patologías específicas que aconsejaran este tipo de acciones.
Y en el ámbito de la gerontología ¿sería lógico hoy plantearse que las visitas que hacen los voluntarios a personas mayores en sus casas, o el acompañamiento a dar un paseo, simplemente para charlar un rato con esas personas, fueran tareas a realizar por personal contratado por los Servicios Sociales?
Es posible, incluso, que tareas realizadas en un momento concreto por los voluntarios, con el paso del tiempo, sean asumidas por los profesionales, de ahí que se afirme que una de las misiones del voluntario consista en descubrir nuevos campos de intervención y, con el tiempo, nuevos yacimientos de empleo, detectando nuevas necesidades.
El Servicio de Ayuda a Domicilio, antes de que existiera formalmente gestionado desde los Servicios Sociales Comunitarios, respondía a esta dinámica en la que personas solidarias, sensibles a una nueva necesidad, comenzaron a ocuparse de las mismas, evidentemente con un poder resolutivo meramente testimonial frente a cualquier S.A.D. actual, hasta que el sistema público se hizo cargo. Los auxiliares de ayuda a domicilio comenzaron a hacer profesionalmente lo que antes iniciaron los voluntarios, y éstos pasaron a hacer tareas complementarias a las de los profesionales.
Un ejemplo elocuente de lo que acabamos de decir, lo decía ya en 1988 Montserrat Colomer i Salmons, del Area de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Barcelona, en un Seminario sobre Prestaciones Sociales y Voluntariado en Sevilla: “En el barrio de Sant Andreu-Sagrera, el servicio de ayuda al hogar, se inició con una subvención del Área de Servicios Sociales a una asociación de voluntarios amigos de los ancianos. Actualmente es un servicio municipal pero mantiene una estrecha relación con este grupo”.
Un ejemplo más reciente de cómo el voluntariado puede generar empleo es el del animador sociocultural, cuya tarea hace pocos años era realizada prácticamente por voluntarios y que ya ha despuntado con toda nitidez como profesión, aunque siga contando con la colaboración de los voluntarios.
No es intrusismo profesional
Ser voluntario no implica una intromisión en las actividades de los profesionales. De hecho, aunque los voluntarios tengan su profesión, su actividad en la mayoría de los casos no tiene que ver con su quehacer profesional. En este sentido nos podemos encontrar un abogado y un cartero, acompañando a un grupo de niños discapacitados, en una visita cultural, etc. Pero hay veces en las que la profesión del voluntario coincide con las tareas de los profesionales del centro o servicio donde actúa y es cuando el voluntario tendrá que ser más prudente y cuidadoso para no inmiscuirse en la labor de los profesionales.
Un ejemplo de lo que no se debe hacer sería el del voluntario, de profesión sanitaria que interviene, no tanto como voluntario sino como profesional, en una patología del usuario, con resultados positivos, pero al margen de los profesionales responsables de ese paciente. No sólo en intervenciones, también en sus opiniones, los voluntarios que tienen una profesión relacionada con sus servicios deben distinguir muy bien que cuando actúan como voluntarios no deben interferir en las actuaciones profesionales sino que deben dejar vía libre a quienes corresponda la responsabilidad de atender a ese usuario.
Hay dos excepciones en las que no se debe hacer esta distinción, las situaciones de catástrofe y de emergencia social ante las que, por la lógica del sentido común, nadie se pararía a diferenciar si se actúa como voluntario o profesional. Ante las primeras consecuencias de un terremoto o de un accidente grave, etc. no se trata de distraerse en discusiones bizantinas, sino de salvar vidas.
No es prácticas de trabajo
Esta es hoy, sin duda, una de las formas más frecuentes de falso voluntariado. Es una falsa razón muy frecuente entre los aspirantes a voluntarios. Algunos jóvenes estudiantes o con sus estudios recién terminados, pueden mezclar y hasta confundir las motivaciones propias del voluntario con unos imperiosos deseos de realizar prácticas profesionales mientras encuentran trabajo. Incluso este planteamiento puede dar lugar a utilizar el voluntariado como trampolín para acceder a un puesto de trabajo remunerado.
Más aún, la experiencia nos permite afirmar que frecuentemente no es que se confundan las motivaciones solidarias con los deseos de hacer prácticas o de encontrar el trabajo sino que la única motivación para hacerse voluntarios es adquirir experiencia profesional o ver la forma de acceder al empleo. Evidentemente, cuando pasa el tiempo y no hay perspectivas de contrato, el sujeto desaparece, enfadado con la entidad y diciendo que en el voluntariado se aprovechan de la gente sin trabajo. La misma opinión está presente en muchos sectores de la sociedad que piensan que el voluntariado no debería existir porque solo sirve para explotar a los jóvenes… Estas opiniones sólo se entienden desde el desconocimiento de lo que es el voluntariado, desde la idea, tan vaga como insuficiente, que decíamos al principio de que voluntariado es todo lo que se hace sin cobrar dinero y desde la contaminación de esas otras conductas a las que se les llama voluntariado sin serlo.
La misma confusión denotan las entidades que afirman contar con servicios de voluntariado y a quienes realmente cuentan como voluntarios es a estos jóvenes estudiantes o con los estudios recién terminados, cuyas motivaciones aunque muy justificadas, nada tienen que ver con las del voluntario. El caso de las prácticas profesionales es tan frecuente que muchas organizaciones de ayuda mutua e incluso entidades de voluntariado con un prestigio más que consolidado hacen uso de estas personas que, ciertamente aportan algo positivo a las entidades en las que actúan, pero que en ningún momento se pueden llamar voluntarios, sencillamente porque su motivación no es la solidaridad, sino el realizar un entrenamiento profesional. Por su parte, las entidades que acogen a las personas para hacer prácticas actuarían correctamente si llamaran sencillamente por su nombre a cada cosa: al que está por una motivación solidaria, voluntario, y al que está por adquirir experiencia, alumno en prácticas.
Quede claro por tanto, que no estamos en contra de las prácticas profesionales sino a favor de que a cada cosa se le llame por su nombre.
Ya dijimos al principio que este botón de muestra de lo que "no es un voluntario", no es precisamente un riesgo entre los voluntarios mayores. Sin embargo sucede con bastante frecuencia que algo tan normal como el que se puedan hacer estas prácticas de graduados e incluso de estudiantes, de forma legal, ocasiona una confusión de ideas que en nada beneficia al voluntariado. Una confusión que afecta indirectamente a los voluntarios mayores por las preguntas que reciben de vecinos y amigos sobre estas conductas que a todo el mundo sorprenden y ante las que los voluntarios necesitan conocer los argumentos para dar explicaciones claras y convincentes.
No es la prestación social sustitutoria de los objetores de conciencia al servicio militar
Aunque ya hace años que no hay objetores de conciencia no dejamos de aclarar la confusión experimentada mientras duró la prestación social sustitutoria de los objetores de conciencia. La cuestión subyacente en esta confusión -como en la anterior- consiste en pensar que voluntariado es todo aquello que se hace sin cobrar. Muchas personas también confundieron la actuación de los objetores de conciencia con la de los voluntarios. Está claro que la motivación del objetor no tiene por qué coincidir con la del voluntario, lo normal es que sea distinta. Además la experiencia personal en la relación con los objetores es que a muchos no les gustaba que se les confundiera con los voluntarios.
No es búsqueda de estatus social o poder
Aunque poco frecuente, puede suceder que algunas personas se acerquen al voluntariado o permanezcan en él por la posibilidad de reconocimiento social e incluso de poder, dentro de la propia organización (sobre todo en organizaciones voluntarias con cierta solera por sus servicios y por su historia o por su amplia implantación). Personas, incluso, que en otros escenarios de la vida pasan totalmente desapercibidas, no han satisfecho necesidades de reconocimiento, pueden estar más pendientes de los pequeños privilegios del puesto que ocupa en la junta directiva, en una comisión o, sencillamente por lo que "viste" circular con un distintivo que lo ve todo el mundo en una gran concentración. Evidentemente, esa motivación nada tiene que ver con el voluntariado.
No es el asociacionismo, en general, en sus múltiples formas de expresión
Hay quien considera que los miembros de las juntas directivas de las asociaciones de mayores, por ejemplo, son voluntarios. Y no lo son, sencillamente porque la motivación para estar en la junta directiva, por muy sana y democrática que sea, no suele ser solidaria. Es sencillamente el ejercicio de un derecho democrático, totalmente legítimo, de los ciudadanos que se organizan en la sociedad civil de múltiples formas, pero se trata de una actividad más cercana a los dinamismos propios de la política que al voluntariado.
Por otra parte, para estar en la junta directiva hay que superar la prueba de los votos de los socios, la elección democrática que les puede poner y quitar, mientras que las personas voluntarias no tienen que presentarse a ninguna elección. En todo caso, cuando se trata de las asociaciones a las que llamamos “de” voluntarios -en el capítulo 4-, los candidatos a los órganos de gobierno de la entidad ya son voluntarios antes de ejercer ese derecho democrático. Están en la asociación -previamente- por una motivación solidaria, cosa que no sucede en las asociaciones de mayores.
Pero abundando más en el ejemplo, de las asociaciones de mayores, sabemos perfectamente que no sólo no abundan las motivaciones solidarias sino que con bastante frecuencia las motivaciones de los directivos están más cercanas a la búsqueda del poder, del protagonismo o en las ventajas que les pueden otorgar las pequeñas parcelas de poder, más que en las motivaciones de la solidaridad organizada.
No es sentirse superior al usuario
Algo radicalmente contrario a la filosofía propia del voluntariado son las actitudes de superioridad. Aunque parezca extraño son más frecuentes de lo que creemos porque las diferencias entre la actitud solidaria del compartir (tu tiempo, tus valores, tu dedicación, tu esfuerzo) y las posiciones paternalistas, (de sentirse un tanto superior a las personas con quienes se comparte todo eso), aunque conceptualmente sean grandes, en la práctica se convierten en pequeños matices, en la actitud con la que se hace. Por tanto, aún cuando tengamos las ideas claras en la teoría, es necesario ejercer de vez en cuando la autocrítica que nos mantenga en la línea de la auténtica solidaridad. Sobre todo porque es una actitud que, sin mala intención, puede resultar muy frecuente, especialmente entre voluntarios mayores. Actitud muy entendible si tenemos en cuenta que la mayor parte de su vida ha estado relacionada con las acciones de beneficencia más que con los nuevos planteamientos de los servicios como derecho de los ciudadanos.
El voluntario es una persona convencida de que todos estamos igualados por el nacimiento y por la muerte y lo que hay entre una y otra experiencia vital es un ligero paréntesis de tiempo que muchos ocupan distraídos en luchar por el prestigio, el poder o el dinero, para avanzar más que los otros, aunque tenga que ser a costa de los que están a su lado. Pero el voluntario prefiere aprovechar viviendo los valores que hacen a la persona más persona y uno de ellos es el sentir que todos somos iguales, al margen de los estudios, del estatus social, de la posición económica, de las creencias religiosas o las ideas políticas de cada uno, y eso lo lleva a la práctica con las personas o entidades usuarias de su servicio en una relación de igualdad.