PRINCIPIOS ÉTICOS DE LA AYUDA |
1.
1.
EL VALOR DE
AYUDAR.
¿Cómo podemos ayudar a los demás? Así
iniciamos este capítulo que, lejos de
aspectos técnicos y profesionales, apela al
corazón en tiempos de cólera. Gabriel García
Márquez en su discurso al recibir el Premio
Nóbel, afirmaba que frente a la opresión, el
saqueo y el olvido, la respuesta de los
oprimidos había sido la vida. Partimos pues
desde un principio universal: la vida no es
tan mala como para que la humanidad haya
pensado en el suicidio colectivo. Y esto,
aunque no lo parezca, no legitima el resto
de barbaries que se siguen cometiendo a lo
largo y ancho del este pequeño planeta.
Pero volvamos al corazón, no para
desprenderlo de la cabeza, pero sí para
devolverle el protagonismo en nuestras
acciones. Cada vida humana merece la
oportunidad de pelear por su felicidad. Es
por ello que el objetivo fundamental del
voluntario sea la felicidad de los demás.
Claro que en este sentido, se presenta un
objetivo bastante abstracto, sino ambiguo.
¿Qué es la felicidad?
Invitamos a la reflexión, pues este es el
punto de partida de la acción voluntaria.
Reflexionar de forma cartesiana para
desnudar de apariencias la realidad y
concluir que el mundo no está del todo
mal, pero que podría estar mejor.
La felicidad, concepto intensamente
abordado por los filósofos de todos los
tiempos no es algo estable, no es el
equivalente al cielo cristiano ni a la
plenitud renacentista. Bien se sabe que es
algo más sencillo que lógicamente debe
partir de nuestra naturaleza.
Jean
Jacques Rousseau en su búsqueda del
equilibrio entre el binomio
libertad-igualdad, tomó como degré zero,
como punto de partida nuestro estado
natural, no para hacernos volver a la
prehistoria, sino como táctica para intentar
comprender lo que nos une, y desde ahí,
poder construir una estrategia en forma de
consenso para concluir que desde unos
principios básicos universales, podríamos
vivir todos los humanos en paz.
Esos principios universales se concretan en
la carta de los Derechos Humanos
Universales, y esa misma carta es el
sinónimo de la felicidad colectiva y
personal. Es por ello que el voluntario debe
asumir que su conducta constante debe ser
amparada por dichos derechos. Un voluntario
que no crea en el derecho a la vida, a la
libertad de expresión, a la libertad de
credo, a la diversidad y en definitiva, un
voluntario que no crea en el otro, sólo se
encontrará estéticamente involucrado en el
mundo. Hoy en día, que se ha puesto de
moda la acción voluntaria, es el momento
propio para reflexionar el porqué queremos
ingresar en una ONG, sobretodo porque
debemos pensar el para que y el para quién.
Una mala ayuda es peor que la indiferencia.
Así pues, planteado que el voluntario es la
persona que quiere ayudar al otro, porque ve
en el otro un hermano, porque siente el daño
de los demás como propios y entiende que es
un asunto propio, es el momento en el que el
voluntario utilizando su libertad construye
la justicia en ese camino altruista hacia la
igualdad. El cede y el otro gana porque uno
tiene más que otro. Un voluntario que no
cede su tiempo, sus conocimientos, sus
posesiones, su seguridad y su confort, no
podría ser jamás un voluntario.
Kant consolidó este creer en la ética del
otro. Pon tu ética en la del otro decía el
filósofo alemán con acierto, pues
encontraremos en el otro un trozo de
felicidad nuevo. Digamos que la felicidad es
un puzzle y cada uno de los humanos es una
pieza.
Hasta que no esté el puzzle completo, no
hallaremos descanso como voluntarios.
He aquí el valor del voluntario,
impagable.
Debemos ser conscientes pues del poder que
poseemos respecto a la mayoría de la
humanidad. Poseemos una salud, unos
conocimientos, unas destrezas y unas
habilidades al alcance de pocas personas en
el mundo. Ese poder que decía Montesquieu
condenaba a los hombres buenos y los tornaba
en tiranos, es el poder que debemos utilizar
al favor de otro.
Las leyes de la naturaleza siempre se
mostraron claras respecto a este apartado,
el pez grande se come al chico y el más
fuerte es el rey de la jungla. Pero advertía
Buffón que un día los lobos se unieron y
acabaron cazando a león. Es por ello, que
debiéramos considerar la pedagogía como
anti-natura y a la humanidad humanizándose
contra la barbarie. Si no queremos vivir
como animales, debemos aprender a vivir en
paz.
Ese poder que poseemos por vivir en una
parte privilegiada del planeta, por tener
entre nuestras manos la herencia cultural de
los vencedores de la historia –que no quiere
decir los más felices-, ese poder pues, es
responsabilidad y deber con los débiles.
Podemos ayudar, pero para ello tenemos
que querer y además saber como. Este
capítulo tratará justamente de esto.
Ya asegurado el lector que quiere ayudar,
que siente los problemas del mundo como
suyos y pretende participar en la
construcción de un mundo plural y
democrático, es preciso que de lo ambiguo
pasemos a lo concreto, de la teoría humana a
la praxis (praxis es el concepto que define
la práctica comprometida, es decir la acción
acorde a los objetivos, aquí, obviamente,
los fines no justifican los medios) humana,
y en definitiva, nos planteemos que
necesita un voluntario para ayudar de forma
eficaz.
Pero queda una última pregunta para
vertebrar este capítulo más centrado en lo
humano que en lo tecnológico. ¿Cómo podemos
aprender a ayudar?
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2.
EL OBJETIVO
DE AYUDAR ES MORAL Y ÉTICO
2.1. Formación de un modelo de voluntariado
Aristóteles afirmaba que las virtudes como
hábitos requerían de práctica. En el actual
estado posmoderno del pensamiento único, de
la globalización y del imperialismo
despiadado, la persona (concepto
mounieriano) tiene el deber de una mayor
responsabilidad y compromiso con la
construcción del presente.
En la elaboración del proyecto personal de
cada uno se deben de tener en cuenta los
factores morales como algo imprescindible en
el ejercicio honesto de la profesionalidad
laboral, la participación política y la
responsabilidad civil.
Como anticipa Jose Luis Abellán (1996) los
cambios realizados en el mundo de las
comunicaciones, de la genética, la
reproducción humana asistida, el desarrolló
de la química, la industria farmacéutica y
alimentaría, ponen sobre la mesa una
cantidad ingente de poder que necesita en
urgencia de un antídoto. En resumen, la
ambición humana requiere de su contra-ego,
el deber ser kantiano; es decir, la acción
voluntaria.
El dilema que se extiende desde Sócrates y
su trago de cicuta hasta nuestros días se
sintetiza en tres posturas tan divergentes
como convergentes; he ahí el peso de la
voluntad humana frente la desidia y la
cobardía.
Entre
-
lo que podemos hacer (teoría),
-
lo que realmente podemos hacer (práctica)
-
y lo que realmente debemos hacer (praxis)
se debate la humanidad en una histórica cruzada por
encontrar su lugar en el universo y entre los suyos.
Desde el comienzo de la humanidad como tal,
el objetivo pendiente, la utopía sin
realizar no es otra que la convivencia
pacífica y solidaria de cada uno de los
miembros de este gran conjunto de seres
vivos. He aquí otro dilema por el que
enfrentar la dignidad a la derrota. Ningún
avance tecnológico ha servido para hacernos
más humanos de lo que ya fuimos en el
pasado. Existieron personas más humanas en
el ayer y existen personas más humanas en el
hoy.
Como seres contingentes, tenemos un tiempo
limitado para desarrollar nuestro proyecto
personal y social en el mundo. Por ello,
lejos de los mensajes románticos del
superhombre, quepa en el hoy, desde el
sosiego, la educación de la insuficiencia y
la limitación, en definitiva, la de la
humildad.
Quizás por mencionarla debamos
posicionarnos sobre su propia definición. La
humildad se cimienta en el solo sé que no sé
nada de Sócrates bajo el arco de Délos.
Parte de la idea de conocernos a nosotros
mismos, en un recorrido vital de retos y
consensos, en un tiempo tan breve que si lo
perdemos, jamás lo recuperaremos.
Es aquí donde tiene sentido el perder el
tiempo para ganarlo de Rousseau. El tiempo
de ayudar al compañero, de implicarse en la
construcción política y económica del mundo,
en no mostrar nunca la violencia como
solución ni como medio, ejercer con
paciencia el uso compartido de recursos, y
en resumen, compartir un kairós que con
certeza vital hará más humano el kronos.
Devolver la humildad a las ONG´s, enseñar a
los voluntarios a ayudar sin tantas excusas,
sin tantas exigencias técnicas y logísticas.
Quizás no sea un volver a la yesca y el
pedernal pero si un ayudar con lo que se
tenga. No existe mejor aliado de la justicia
que un buen voluntario, con todo lo que
conlleva ser un buen voluntario.
-
Un voluntario que sirva de modelo moral,
-
que encarne la volición de su profesionalidad,
-
que en su acción vital se enfrente con decisión
y sabiduría a los dilemas morales,
-
un voluntario pues que posea un conocimiento
holista de la sabiduría humana
-
y a la vez posea unas condiciones de implicación
social digna de los demás.
-
Un voluntario que ayude en la humildad y en la
necesidad del otro.
-
Un voluntario experto en el diálogo
-
y sobre todo, en la capacidad de escuchar al
necesitado.
Recuperar el kairos para ganar puntos desde
donde mirar y poder cuestionar los ínfimos
puntos de vista, tan propios de la doxa
(opinión), que casi ni recordamos el sentido
de la episteme (conocimiento). Tiempo para
seleccionar en el mare mágnum de esta aldea
global la información que nos puede ser útil
para nuestras vidas en el mundo. Es el
momento de aprender no para saber, sino para
ser a través del saber.
Recuperar pues de la tradición
posibilitadora, a través del arte de
escuchar a los demás, redescubrir pues, la
vía que engarce pasado, presente y futuro en
cada persona.
Devolverles la posibilidad de entenderse y
encontrarse en el mundo, de descubrir su
volición y ejercerla con pasión y
honestidad. Suena a quimera, pero es
tremendamente posible.
Y para esto, no podemos hacer cierres
categoriales tan propios de nuestra
inseguridad ante lo desconocido. Pues igual
que antaño lo religioso temió lo científico
y por ende, hoy lo científico evita lo
religioso, debemos entender que ambas formas
de conocimientos igual que antes los mitos y
la alquimia, fueron nuestras construcciones
para vivir en el mundo entendiéndolo y
entendiéndonos.
El informe a la UNESCO de la Comisión
Internacional sobre la educación en el siglo
XXI (presidida por Jacques Delors 1996) con
el título “La educación encierra un tesoro”
fundamentaba la acción educativa sobre
cuatro pilares:
-
aprender a conocer,
-
aprender a hacer,
-
aprender a vivir juntos
-
y aprender a ser.
Si hallamos la esencia de la educación del
voluntariado en el aprender a ser, no
podemos olvidad que este aprender a ser
depende vitalmente del aprender a conocer,
del aprender a hacer y del aprender a vivir
juntos. Es por ello que una respuesta desde
las transversalidades sea tan ineficaz como
desafortunada. Hablamos de integración
porque es la única forma de entender el
proceso de formación humana. Un buen
carpintero es el que conoce la tradición
posibilitadora de la carpintería (botánica,
ingeniería, diseño, historia del arte,
prevención de riesgos laborales…), que
además domina con precisión artesana las
técnicas de su profesión, que cree y ejerce
dentro de unas normas de convivencia y que
lleva una vida plena, de continuo desarrollo
en el resto de las esferas de su vida. El
que no cumpla cualquiera de dichas
exigencias, ni siquiera es carpintero, es
técnico de carpintería. Y vamos más allá,
¿un carpintero que maltrata a sus hijos es
un buen carpintero? Nuestra respuesta
rotunda es, no.
Por ello lo vital de la integración de los
aspectos morales de nuestro contrato como
ciudadanos de este mundo, la asunción real
en lo educativo de la hibridación del
desarrollo personal, la autonomía, el juicio
y la responsabilidad en todas las
disciplinas que encarnen el sentimiento
universal de la humanidad. Un mundo mejor
para todos.
El objetivo más directo, el visible y el que
puede desencadenar una oleada de
solidaridad, de cooperación y de humanidad,
es el ser enfrentado al tener.
Sólo si educamos a las generaciones
venideras sin ceder un ápice, en el ser,
encontraremos un crecimiento de autentico
voluntariado. En cambio, si no ejercemos en
nuestra acción de modelos sociales y humanos
nuestra fe en el valor de ser, si
adjudicamos cobardemente el peso de la
dignidad al cuanto tenemos, al cuanto
poseemos, es imposible construir un mundo
comunitario, en el que entendamos por
nosotros mismos que el bien del grupo es
nuestro bien, y que el mal y el daño,
también.
Por ello la formación del voluntario
no puede ser un ente aislado, porque en
función de su buen ejercicio, está en juego
todo lo demás. Todo lo que nos importa como
humanos.
Finalizamos este apartado con las palabras
para la reflexión del profesor Miguel
Martínez (1995),
“es
precisamente en este sentido en el que
reclamamos una preocupación investigadora y
una dedicación en el ejercicio del
voluntariado sobre aquellas dimensiones más
relacionadas con los sentimientos y no sólo
con la razón; con la voluntad y el cultivo
del esfuerzo y no sólo con la autoestima a
través del suministro de reforzadores
positivos y, en definitiva, una vivencia
personal, emocional y afectiva, volitiva y
no sólo cognitiva de la necesidad y
excelencia de estar en condiciones de
aceptar la contrariedad como vía o camino
para respetar y aceptar como valiosa la
diferencia y, por ende, entender como que lo
plural no es sólo una característica de
nuestra sociedad sino algo bueno y valioso
que en sí mismo tiene potencia pedagógica en
modelos educativos que procuren el progreso
en los niveles de solidaridad, justicia y
convivencia respetuosa con la autonomía y a
través del diálogo en sociedades abiertas y
plurales con las nuestras”.
2.2. La voz de otros en la acción voluntaria
de este milenio.
Anthony Giddens (1994) se plantea ¿cómo
vamos a vivir tras el fin de la naturaleza y
el fin de la tradición? Cuestión que
parte de la incertidumbre que anega este
mundo del nuevo milenio.
Qué vida queremos y qué nos hace falta para
ello es quizás el punto de partida para
afrontar dicha cuestión. Pregunta universal
con respuesta personal e intransferible en
un mundo de confusión e incertidumbre.
Respuesta que debe afrontar lo cotidiano en
lo universal, que debe adaptarse con
coherencia a las demás respuestas.
Es en este mundo en el que dadas las
condiciones vividas, se nos exige una mayor
responsabilidad (cuando ya ni los dioses nos
protegen), es el momento propio de la
historia para que la persona se suba al
escenario, salga de las bambalinas y asuma
el protagonismo que debe a los demás.
Hablamos de deber como algo superior a la
mera acumulación de conocimientos,
sabemos de sobras que los eruditos anclados
a los pasillos de las bibliotecas jamás
conocieron el sabor del daño; pocos, si
cabe, contemplaron los efectos del hambre y
aun menos supieron del dolor del éxodo.
En fin, y a modo de introducción a este
apartado de justificaciones, recobramos la
fuerza épica de Tolkien, que escribía en
boca de Sam cuando afirmaba que lo que
diferencia a los voluntarios de los demás,
es que éstos, nunca se dieron por vencidos,
llegaron hasta el final, en donde se
encuentran en agónica batalla, el miedo y
los sueños.
En ese horizonte de contradicciones y toma
de decisiones es donde se encuentra la
acción voluntaria.
Charles Taylor (1991) en su ética de la
autenticidad aborda las tres formas de
malestar de la modernidad que se condensan
en la incertidumbre fabricada de
Giddens (1994), en la capacidad que
podríamos tener de prevenir a través de la
tradición en pos de un futuro deseable.
El primer factor, la
universalización, que ha modificado las
relaciones de la persona con el espacio y
con el tiempo a través de las tecnologías y
las comunicaciones y ha transformado la
experiencia vital en experiencia virtual.
Este recorrido ha sido sin duda el de la
cobardía. El ser humano, incapaz de vivir en
la naturaleza en conformidad con sus
ambiciones, se aisló primeramente entre
hormigón, asfaltó el suelo y conservó su
virginidad entre celdas de progreso. Pero
dando un paso mayor al miedo, se temió a sí
mismo, llegando a vivir entre la
virtualidad, evitando también la
confrontación con sus propios coetáneos. El
hedonismo ha pasado de posibilidad a
estructura del mundo occidental.
He aquí donde se reabre el debate entre
comunidad y nacionalidad, y es aquí donde se
observan las razones lógicas de la
adquisición estética de las identidades.
Ante la falta de tradición posibilitadora,
ante la ausencia de razones y de pasiones
universales, hallamos al humano afiliado a
cualquier comunidad ficticia frente al
terror extranjero. Es un proceso lógico de
la derrota humana, la xenofobia. Hemos
llegado a aspirar a la homogeneidad de las
costumbres y no a la homogeneidad de
posibilidades. Es más que nunca, el momento
del pensamiento único.
El segundo concepto, la tradición,
recibe el envés que Giddens (1994) sitúa en
nuestro tiempo, el estado post-tradicional.
Pues, como plumas en el río, la humanidad
se desliza hacia el destino sin un solo remo
de dignidad. Pues si los académicos y
demás se hartan de poner en cuestionamiento
los principios de Platón, si muchos
cuestionan con avidez a Tomás de Aquino y
otros tantos tachan de simple a Nietzsche,
también sin piedad arremeten contra el
edificio ilustrado, pero nadie, o muy pocos,
cuestionan con idéntico afán, las verdades
de la ciencia. Hoy, nos olvidamos del
cogito ergo sum de Descartes, y volvemos
a poner nuestra pobre fe, en ideas y
soluciones de las que no participamos más
que como meros consumidores.
Pero aclaremos algo, tampoco la versión
conservadora que sustenta el todo tiempo
pasado fue mejor puede ser beneficiosa
para la vertebración de un presente con
prevaricación de futuro. “Nuestras vidas
están cada vez más en función de nuestras
decisiones que de nuestro conocimiento”
afirma el profesor Miguel Martínez (1995) en
relación a un hecho que ya advertía Hamlet
en su célebre dicho “to be or not to be”:
“¿qué es más levantado para el espíritu:
sufrir los golpes y dardos de la insultante
Fortuna, o tomar armas contra un piélago de
calamidades y, haciéndolas frente, acabar
con ellas?”. En nombre de la acción
conservadora y anquilosadora, en el nombre
de la acción y de la angustia que encuentran
respuesta en la nausea sartriana, tomar
decisiones es propio de los vivos. Enfrentar
el pasado con el presente es mucho más sabio
que aislar a éste entre vitrinas de
devoción.
Pues bien, en nombre de la acción, del
compromiso y la presencia, es nuestro
protagonismo vital para el desarrollo de
nuestro capacidad de reflexión, la misma que
vertebrará nuestra autonomía. Es una
serpiente ourobouro en nuestro corazón:
sólo si arriesgamos aprendemos, sólo
aprendemos cuando arriesgamos. Así pues
si queremos que el conocimiento hegemónico o
pensamiento único (la ciencia) sea un
conocimiento universalizable, de todos, en
el que todos participemos, necesitamos de la
implicación ad baculum, pero
exigente. Debemos aumentar y mejorar nuestro
entendimiento del mundo, para que el
lenguaje único deje de ejercer la dominación
sobre las demás verdades.
“Es
necesario más que nunca insistir en el
aprendizaje individual de conocimientos,
habilidades y destrezas que permitan a cada
persona alcanzar el máximo nivel de
excelencia que sus disposiciones personales
le permitan, y aprovechar el clima social de
reflexión generado por el desarrollo
contemporáneo para optimizar las
potencialidades individuales”.
(Miguel Martínez, 1995)
Partiendo de la virtual zona de desarrollo
próximo que heredamos de la
post-alfabetización de Freire (personalista
práxico) quizás debamos recorrer con Rawls
(1993) la estructura básica de la sociedad
que nos envuelve. En el hoy las exigencias
de cualificación y de especialización han
dejado bajo el umbral a un número ingente de
desheredados cuyo futuro no se muestra del
todo alentador. En cambio, los que superan
el umbral reciben desproporcionadas
recompensas. Dicha realidad deriva en que
los desafortunados acaban trabajando para
los recompensados en unas condiciones
inhumanas. Esta violencia cultural que se
instala en el corazón de los oprimidos,
termina desembocando en la violencia
terrorista que no entendemos más que desde
las posturas pro-imperiales, pero que sin
que sirva de justificante, no son más que la
propia reacción de las dignidades
ultrajadas. La ira siempre nace del dolor.
No existen posturas de ayuda que partan de
la imparcialidad y la equidad y por ende, el
binomio igualdad-libertad no conduce a la
justicia, sino a la demagogia, la barbarie y
la incertidumbre.
Thiebaut (1996) recuerda que no hemos
resuelto la conjunción entre la reducción de
las desigualdades sociales y la defensa de
las libertades políticas.
Seguimos sin entender las posibilidades del
consenso rousseauniano y seguimos delegando
con fe sumisa en las realidades del contrato
legal y normativo. Sólo el miedo se nos
antoja como posibilidad pedagógica, no el
amor, aunque suene ridículo. A la paz, solo
se llega desde la paz. No existen
alternativas. El resto son principios de un
Maquiavelo poco afortunado con la historia y
sus espejos.
La mala heterogeneidad del mundo se alía
con la peor homogeneidad. No sólo no
aspiramos a la unidad de derechos y deberes
sino que aplastamos las diferencias que nos
enriquecen. Vertebramos un imperio de robots
que terminará dando luz al sueño de Orwell,
pero ya no en 1984, ...será peor.
Rawls (1993) plantea ante esta expectativa
de no-progreso, un pluralismo razonable, un
consenso entrecruzado, un aprender de las
diferencias y enseñar de las mismas, un
hallar el camino a través de los caminos.
Ponerse en la posición del otro, y
conocer-lo. Pero esto no es posible sin
un ciudadano no está en condiciones de
desempeñar su acción voluntaria, ninguna
teoría será lo suficientemente buena si no
aceptamos de una vez, que sin la implicación
de la real mayoría de las personas en el
mundo, no habrá mundo tolerante y sí
fundamentalismo, mientras la desidia nos
haga abandonar a los nuestros a su suerte.
Estamos pues en el tiempo de las democracias
formales no representativas y aun menos
participativas. (Sólo recuerden la historia
de Latinoamérica para que comprendan un poco
esa imagen de absurda nostalgia
revolucionaria).
Acerca de esto, el profesor Miguel Martínez
(1995) apunta: “si
los poderes democráticos de un país no son
capaces de organizar equitativamente la
estructura básica de la sociedad, y los
ciudadanos no participan y se implican
éticamente en las decisiones colectivas
procurando que éstas sean éticas además de
formalmente democráticas, por mucho que nos
esforcemos en incrementar los niveles de
razonabilidad y tolerancia en el marco de
las instituciones educativas no alcanzaremos
el objetivo que perseguimos”. Así
pues, comprendemos que el problema es de
base, y afortunadamente, tremendamente
humano.
2.3. La unificación de criterios en la
formación del voluntario
J.M. Puig (1996) apoya la necesidad de una
educación moral impregnada en el conjunto de
la acción voluntaria. Desde la perspectiva
co-constructivista plantea la vitalidad de
las interacciones
Pero para ello, ya lo demuestran las innumerables
derrotas humanistas, ya lo advertían Montaigne e
Illich, no sirve un currículum moral normativista
sino un proyecto educativo de voluntariado propio
y experiencial. Sólo cuando el cuerpo educativo
de las organizaciones de voluntariado se ponga en
manos de la imaginación de la coherencia, hallaremos
la educación moral como motor cardiaco del
voluntariado.
Hasta el hoy, los itinerarios, los
seminarios monográficos, el reciclaje, la
evaluación de actitudes, valores, normas y
la participación democrática se nos muestran
insuficientes e ineficaces. Dichas
actividades fracasan cuando no comprometen
en su construcción y reformulación. Sin
docentes con la capacidad para entender e
implantar la universalidad del bien y del
mal, sin cualidades para ejercerlas y sin
vocación para llevarlas a buen puerto, sin
interés por el voluntario y sus expectativas
y sin conocimiento de la realidad que
envuelve sus quehaceres, terminan haciendo
de las ONG´s una burbuja ideal que jamás se
atreverá a enfrentarse al mundo en campo
abierto. Lograr en fin que los valores se
precinten y se etiqueten, que se nombren
como derechos y que se usen ante los
deberes.
Vamos pues en este punto a esbozar los
puntos vitales para que el voluntario
deje de navegar a la deriva, y tome por
fin el timón de la mayéutica. Estudiaremos
como integrar en dicha actividad el modelo
de ciudadanía, el estado ideal y las propias
actitudes del voluntario. Es pues, en este
último apartado donde hablaremos de
las necesidades de re-formular los objetivos
de los itinerarios y las capacidades
positivas de una formación permanente
presente y comprometida tanto en el aula,
como en el mundo. Sólo la desidia ha
permitido que el voluntariado se haya
tornado en funcionariado. Ni las leyes, ni
los sistemas, ni los paradigmas. La desidia.
2.3.1. El modelo de voluntariado y su
educación
Antes de que comience cualquier curso para
el voluntariado, los docentes deberían
dedicar un tiempo razonable al debate; a la
retórica. Deben construir como equipo
cuales van a ser los pilares de su proyecto
educativo. Que tipo de voluntario van a
formar y para que mundo.
Así pues, es recomendable (orientativo)
analizar los principios que ampararon a
Platón en su diálogo de la República,
considerar los fundamentos de la ética de
Aristóteles, comprender el humanismo de
Cicerón, admirar la profundidad de Agustín o
la amplitud de Tomás de Aquino. Recorrer el
sendero de la tradición posibilitadora para
enfrentarse desde el ruinoso edificio de
ilustración a las mismas preguntas que
doblegaron a Hobbes, Locke y Rousseau. Cual
es el voluntario del siglo XXI y que mundo
debe redefinir.
Pero además, retomando instrumentos
oxidados pero de gran valía, nos encontramos
con la historia de las religiones en la que
encontramos el sendero moral que ha
acompañado al hombre a lo largo de su
búsqueda del bien.
También debe vivir en el presente, atender
a los indicadores socioculturales para
construir los cimientos de una
alfabetización ética que se integre con
coherencia en el contexto propio, pero que
además converja con los demás.
Por último, no podría faltar el facere
(hacer-acción) romano. Es vital que en
este debate entre el equipo de formadores,
se estudien las necesidades formativas para
el mundo del voluntariado y también, para el
uso y disfrute constructivo del tiempo
libre.
El consumismo prevalece porque la escuela
no ha sabido mostrar los puntos desde donde
mirar, aquellos que posibilitan el ejercicio
de nuestras libertades y el deber de
nuestras responsabilidades.
En el cuadro de Miguel Martínez (1996)
podemos observar de forma esquemática los
fenómenos que afectan a la sociedad, los
factores de malestar y las posibles
respuestas.
2.3.2. El proyecto pedagógico de una
organización de voluntariado
Comencemos con la consideración de que ya,
desde siempre, la vida cotidiana de la ONG´s
está impregnada de valores, muchos de los
cuales, reforzados y perpetuados hasta la
saciedad, no son coherentes con los modelos
de convivencia plural.
El adoctrinamiento y la dependencia
afectiva y emocional son los principales
fundamentos de la escuela nueva que con
tanta propaganda nos ha vendido las
interpretaciones libres de los pensadores
del pasado. La delicada libertad
rousseauniana se ha convertido en el gran
infierno de Dante; anillo tras anillo ha ido
sometiendo la voluntad humana hacia el
infanticidio. Se ha logrado con el tiempo
una generalizada pasividad hacia la
intolerancia y por ende, una permisividad
excesiva con el fracaso.
Es esta educación no formal (que se imparte
en las ONG´s), herencia del naturalismo y
del positivismo pedagógico, la que se niega
en rotundo al pluralismo y carece de
sistematización y diseño pedagógico. Es,
pues, esta mala interpretación del Emilio la
que desde la desidia, abandona al voluntario
a su suerte, es aquí donde la herencia
vuelve a imponer sus feudos y sus blasones,
y es acá, cuando la indiferencia tiene que
ser el único instinto que nos abandone.
De nada sirve, ante este panorama, la
transversalidad contingente que mencione o
represente esta realidad; es vital y urgente
la educación integral y por ende, moral.
Porque queda la pregunta para los amantes de
las disciplinas embotelladas, ¿existe una
educación que se merezca tal nombre, que no
sea moral?
No hablamos pues de la transmisión de una
serie de valores o de otros, sino del
aprendizaje y promoción de determinadas
dimensiones de la personalidad moral de los
voluntarios.
El profesor Martínez (1995) propone la
siguiente relación de dimensiones:
-
autoconocimiento,
-
autonomía y
regulación,
-
capacidad de
diálogo,
-
capacidad de
transformar el entorno,
-
comprensión crítica,
-
empatía y
perspectiva social,
-
habilidades sociales
y para la convivencia
-
y razonamiento
moral.
Dimensiones que se proyectan hacia el
segundo punto de nuestras intuiciones en
torno al buen quehacer moral de la acción
voluntaria: el estado ideal. Giddens
(1994) afirma en relación a dicho asunto que
“es el propio de una democracia
dialogante en el que la confianza activa y
la reducción de las formas de violencia, de
tipo que sea, favorezcan tendencias a actuar
acordes con la tolerancia y la no
discriminación y tendencias a creer en la
bondad o maldad de una acción o situaciones,
según criterios de justicia y dignidad
personal. Entendemos la democracia
dialogante como una forma de estimular la
democratización de la democracia”.
La acepción de democracia a la que se asoma
Giddens es la misma que es capaz de generar
un marco para los problemas concretos, la
misma que posibilita el diálogo y la
negociación en cualquier campo, con ambos
contendientes con la formación requerida
para dicho ejercicio, obteniéndose en
recompensa un resultado legítimo de dicha
discusión. Es pues, la democracia
deliberativa una exigencia no de
participación sin más, sino una
responsabilidad notable respecto al modo de
participar. No hablamos pues de la
idealización del diálogo, sino de la
posibilidad del diálogo de solucionar
cualquier conflicto.
Puig (1993) apuesta por
la “democracia
dialogante que quiere decir que apostamos
por una forma de vida basada en la
tolerancia mutua y en la confianza activa
que genera el diálogo al ser éste un medio
para aceptar la integridad del otro y
apreciarla en igualdad de condiciones”.
Y ese respeto del otro, ese reencuentro con
el otro es el primer paso posibilitador que,
desde la responsabilidad personal y social,
devuelve al voluntariado la confianza
activa, en fin, los fuelles y tornillos de
esta malentendida solidaridad social,
tornada en justicia, en fraternidad.
Pero dicha confianza no proviene de títulos,
de leyendas o de reputaciones, es el día a
día con los demás, es la acción vital
continuada la que osamenta de fe el corpus
de la confianza. La confianza se gana
durante toda la vida y se puede perder en un
segundo.
Aun así, ni el diálogo, ni la pedagogía más
rectora, ni el sueño más bello pueden
enfrentarse a un mundo tan complejo.
Mientras no se empiecen a la par, a activar
mecanismos de desactivación de las
desigualdades, mientras no empiecen a
proemiar este desmantelamiento de la
injusticia los ejes económicos y políticos,
mientras la sociedad no quiera moverse, los
voluntarios tendrán que ir hacia la
montaña, y hacia Mahoma también.
Diálogo aun así que tornaría la posibilidad
del silencio colectivo y cómplice, diálogo
que introduciría el conocimiento del otro,
la confianza y la serenidad, que
autentificaría los vínculos y que serviría
de inmenso remedio pedagógico contra el
miedo y los demás demonios de la
individualidad. Giddens (1994) recuerda
“ese silencio
necesario que permite a los individuos o los
grupos seguir con sus vidas sin dejar de
mantener una relación social con otro u
otros”.
Es pues, en consonancia con ese estado
ideal de democracia deliberativa, cómo la
formación del voluntario tiene que marcar
los vectores que diriman el destino de unos
ciudadanos para un mundo.
Dichos vectores deben aunar tanto los
componentes de la moralidad como las
dimensiones de la personalidad de forma
contextual e histórica. Así pues la
conducta, el carácter, los valores, el
razonamiento y la emoción se proyectan
inevitablemente en la autorregulación, la
voluntad, la capacidad de transformar y
mejorar el entorno, las habilidades
sociales, la capacidad de diálogo, la
confianza, la responsabilidad colectiva, la
participación, el razonamiento moral, el
auto-conocimiento y la propia comprensión
crítica. Ambos aspectos de carácter
simbiótico no entienden la teoría sin la
práctica, igual que
es imposible
entender a un voluntario sin emociones
sumido en la responsabilidad social.
Es evidente que para este tipo de educación
se requiere más de un proyecto de educación
del voluntariado propio que de un currículum
formateado desde el poder. Un proyecto en el
que participen de forma comprometida y
coherente todos los miembros de la
organización. Que desde ese hábitat reducido
pero en el mundo, se empiecen a gestionar
los vectores que diriman la acción educativa
y voluntaria hacia la convivencia plural y
dialogante. Un proceso que en su propia
evaluación, en la evaluación del quehacer de
sus miembros, cobrará todo su poder
pedagógico.
Estamos de todas maneras hablando de
educación voluntaria y por ende de valores,
y es preciso aclarar lo que el profesor
Martínez (1995) ya avisaba:
“En todo caso,
es un referente que permite abordar la
integración de la educación voluntaria en
los itinerarios sin tropezar de entrada en
el debate clásico y poco útil de qué valores
debemos transmitir, si estamos legitimados o
no para ello y, sobre todo, cómo podemos
evaluar su logro. Se trata de abordar tal
integración de una forma algo más compleja
pero posible: aprovechar lo que ya
hacemos, hacer algunas cosas nuevas y, sobre
todo, activar a través de todos los recursos
posibles las dimensiones y capacidades
propuestas”.
Sencillo siempre lo complejo. Pero no deja
de serlo aunque no lo parezca. Recurrir a la
odisea para mostrar el potencial
humano frente a lo desconocido, avanzar por
el lazarillo para acabar con el
maltrato infantil, ahondar en el Quijote
para soñar con mundos mejores, explorar
Macbeth para descubrirle los colores a
la traición, seguir los pasos de
Espronceda para alcanzar el horizonte de
los imposibles, resistir a la trampa de
Mefistófeles y no vender por nada la
dignidad, contemplar el arte como un
Balzac o un Gombrich, amar la
vida como Wilde o Rousseau…
Existen en la historia y en todas las
disciplinas ejemplos de moralidad tan
buenos, que a veces nos preguntamos si
tenemos la obligación de inventarnos los
nuestros, aunque no posean la calidad de los
mencionados. Lo dicho, si no puedes mejorar
a Calderón, no intentes sustituir el sueño
por la vida, quizás acabes viviendo en una
pesadilla.
Eso sí, esto no es un alegato contra la
originalidad, está de natura, debe estar
siempre presente en las organizaciones de
voluntariado, tanto en el voluntario como en
el educador. Es ella el detalle que irrumpe
con espontaneidad en la magia de la
retórica, es ella el momento sublime de la
improvisación, cuando frente a la sublime,
maestro y voluntario son capaces de aprender
juntos.
Pero además, es vital el cómo y el cuando,
la metodología y los recursos. Las
habilidades y los efectos deben ser tenidos
en cuenta. Dejar en manos del azar algo tan
milimétrico como el futuro de la acción
voluntaria, no es deseable. Cada error, cada
traspié o cada imprecisión dejarán
improntas, huellas en vidas a las que no
podremos alcanzar jamás. La educación del
voluntario que se entiende por vital, en su
periodo formativo tiene un tiempo escaso y
valioso para aportar la mejor y más deseable
visión del mundo. El mundo que todos
querríamos, porque en el fondo y en la
superficie, seguimos siendo todos, humanos.
2.3.3. El consenso sin contrato del
voluntariado
En el corazón de las instituciones del
voluntariado existe latente un código
deontológico oculto que conviene aprovechar,
pero que es, a todas luces, insuficiente. La
familiaridad y el consenso cercano deben ser
acompañados de unos principios de mínimo
acuerdo que consoliden una convivencia que
sea modelo para educadores y voluntarios.
Unos principios que versen a favor del
pluralismo, de las mil y una formas que hay
de entender la vida en paz.
Pero este consenso es moral, no sólo legal.
Debe responder a la mezquindad del contrato
lockiano al servicio de las empresas
despóticas en las que se aboga en palabras
del profesor Martínez (1995) “por un
voluntario individual que además de ser el
encargado de las actividades cotidianas de
la empresa, sea también quien asuma una
responsabilidad personal, un sentimiento de
posesión y de rendimiento competitivo de la
empresa de forma decidida y comprometida”.
En fin, herencia malsana de las teorías de
Smith y compañía que permiten la
rentabilidad de la empresa no lucrativa y el
letargo del voluntariado.
Frente a ello, conviven como islotes
reaccionarios los voluntarios con voluntad
de aprendizaje continuo y desarrollo
personal, los voluntarios investigadores y
vocacionales, los pocos que aun creen que la
ayuda es un compromiso moral con el futuro
estado ideal.
Aun así, no es cuestión de martirizar hasta
el exterminio la mala salud del
voluntariado, pues no cabe duda que la
actitud y aptitudes de los gestores de las
ONG´s (muchas veces ajenos por incompetencia
profesional a los planteamientos
solidarios), amparados por principios de
corte tutelar, paternalista y simplista,
ayudan mucho a la propia negación de las
voliciones, a la propia aceptación del
voluntariado esclavo sus miedos.
Si entendieran muchas veces los empresarios
que gestionan las organizaciones de
voluntariado la vitalidad de estos
planteamientos, encontrarían hasta su
ansiosa rentabilidad económica, eso sí, con
esfuerzo. Si en algún caso, comprendieran
que la formación permanente sirve para
mejorar las actitudes ante la ayuda y no
para la consecución inmediata de objetivos
empresariales, si por casualidad hallaran
con claridad que la especialización no es
una caverna de sombras sino una puerta
abierta entre tantas por abrir, si de alguna
manera comprendieran que la participación de
sus propios expertos (los voluntarios) en
las grandes decisiones abarataría los
ignominiosos gastos publicitarios de los que
tanto alarde hacen, quizás entonces
intuyeran que una ONG preocupada por la
actitud para el ayuda y la autoestima de sus
empleados obtendría mejores resultados entre
racionalización y revitalización del
trabajo, que sin duda, obtendrían una mayor
flexibilidad interna en la ocupación y mayor
orientación y atención hacia el usuario de
este fruto prohibido: la víctima.
Asegurar la convivencia en la
organizaciones de voluntariado, donde se
acepte la contrariedad de forma natural, que
ésta sea la semilla del diálogo y el fruto
del aprendizaje plural y en paz, sería campo
favorable para una legítima participación de
todos y por ende, una mejora cualitativa en
la eficacia de la institución. Montaigne ya
avisaba, mas vale una cabeza bien llena que…
Estos factores mejorarían la imagen de la
tan maltrecha escena solidaria (por ambos
extremos, los de la excelencia octogenaria y
los de la deficiencia didáctica), dotarían a
los voluntarios de mayores recursos y por
ende de mayor seguridad y precisión en sus
acciones solidarias. ¿Si un cirujano
practica infinidad de veces antes de
presentarse a un paciente, porque un
voluntario no?
Observamos entonces que este consenso moral
entre empleado y el que emplea posibilitaría
un rendimiento cuantitativo desde un proceso
cualitativo, satisfaciendo a todos, a
empresarios, a voluntarios y a usuarios.
Advertir que lo que frena este tipo de
iniciativas de sentido común se resume en
dos conceptos: más esfuerzo y más tiempo. Y
ya intuimos que no es la valentía y la
paciencia la que mueve el mundo moderno.
Adela Cortina (1993) ve “la educación
del voluntario como resultante de un doble
movimiento, inductivo por una parte y
deductivo por otra.
-
Inductivo porque se configura a partir de los
valores que emergen de las diferentes
actividades que conforman el ámbito al que se
aplica y
-
deductivo por proyectar los principios y
valores comunes a una sociedad plural y
democrática en las diferentes esferas de la
actividad social que la conforman y, en
especial, en aquella de la que se entenderá que
es aplicada”.
Es por ello, que esta ética inserta en el mundo
deberá tener en cuenta los contenidos morales que
hacen posible la convivencia (sin entrar en
preferencias religiosas) no sólo en su contexto
inmediato, sino aquellas que sean generalizables en
unos mínimos axiológicos y normativos.
Pero quedarse en los mínimos sería darle la
razón a la LOGSE (por ejemplo) y su
contexto, sería no dar un paso más. Pues
es el hecho de compartir estos mínimos lo
que debe permitir la convivencia de máximos.
Unos máximos que están establecidos en el
umbral de desarrollo próximo de cada
voluntario, que se vertebran en la
autoconstrucción de la persona que se educa,
del trasvase de dichas prácticas a todas las
interacciones vitales, a la extensión e
intensificación del acto educativo al acto
de vivir de forma solidaria.
Condiciones básicas para la convivencia son
sin duda los principios presentados:
-
la existencia
dialógica,
-
la aceptación positiva de los contrarios,
-
el ejemplo moral de los antecesores y por
supuesto,
-
la confianza en que al buen hacer de los
profesionales se responderá con el buen hacer de
los voluntarios.
Estos máximos, estos límites dibujados por
la imaginación, son el sendero de cada uno
para la construcción del bien más disputado
de la historia; la libertad. Partiendo de la
igualdad, luchando por la justicia,
tolerando y utilizando la fuerza para la
protección de los más débiles, educando a
los demás y no dejando de educarnos,
encontraremos la libertad no sólo al final
del camino, sino a cada paso que demos.
Seremos sin duda, protagonistas de nuestros
actos y estos lo serán del estado ideal,
seremos a pesar de los pesares, voluntarios
libres.
2.4. La dimensión moral de la acción
voluntaria
Nos centramos ahora en un campo espinoso y
excesivamente labrado. Un lugar donde la
tierra ha sido secada por la constante
erosión humana. La infrenable corriente de
normativismos, la fe insondable en que las
normas traerán la moral, anega cualquier
intento de crear un código deontológico
entre lo judicial y lo ético, para el
voluntariado.
Jover (1995) apuesta en la vertebración de
un código deontológico para el voluntariado
por la obligación moral autoasumida,
concepto heredado de la acción subversiva de
Rousseau. Berstein a su vez, heredando la
esencia de la escuela de Frankfurt, insiste
en la justificación racional de los
estándares normativos universales.
Así pues, frente a la constante activación
de planes a corto plazo y a normas que
solucionan censurando cada problema
concreto, lo comedido y razonable deba
centrarse en la máxima de Victor Hugo:
“abrir escuelas para cerrar prisiones”. Así
pues, la subversión rousseauniana dirigida
hacia la máxima de los Derechos Humanos
pueda parecer un trayecto demasiado largo,
pero sin duda, afianzará de forma mucho más
lógica la estructura de las relaciones
personales e interpersonales sin necesidad
de depender de un contexto determinado.
Es
lógico pues, que en un mundo de
incertidumbres morales y fabricadas
(Giddens, 1994), sea aun más necesario un
código deontológico no por los apetitos
judiciales, sino como potencia pedagógica
para la modificación positiva del clima
institucional de las organizaciones de
voluntariado.
Clima que tendrá que funambular entre la
libertad del voluntario, el diálogo y la
socialización compartida, de modo que lo que
está representado en la carta de los
Derechos Humanos Universales esté en
práctica diaria en la institución solidaria.
Para ello,
Sockett propone que toda acción de esta
índole se sitúe entre los márgenes de una
buena contextualización, de un compromiso
entre los voluntarios y su propia promoción
de principios morales a través de la
confianza ganada a la sociedad. Es,
en fin, el sentido común a que apelaron
tácticamente tanto los ilustrados como los
románticos; volición y cooperación como
bases de una democracia como fin, y no como
medio.
Los estilos de relaciones propias de cada
institución, junto a sus indicadores
socio-económicos, culturales y
geoestratégicos, deben ser uno de los
extremos del negociable justo medio
aristotélico. Si albergamos alguna esperanza
en que los Derechos Humanos se conviertan en
un referente de las vidas de las
generaciones venideras, debemos partir del
contexto para encontrar un consenso entre
ambas realidades: la real y la imaginada.
Tener en cuenta pues que lo que debe primar
en una institución solidaria es la
convivencia democrática y plural más que la
educación democrática y plural. Lo segundo
sin lo primero, termina justificando la
ineficacia de las transversalidades por lo
que insistimos, ¿puede existir un
voluntario sin moral?.
Por ello no debemos olvidar ni perder de
vista los objetivos primordiales; ¿Qué tipo
de voluntario queremos formar? Y ¿Para que
tipo de sociedad o mundo?
Y dentro de esta
reflexión situamos la necesidad de que
los máximos responsables del acto solidario
elaboren de forma colectiva y contextual un
código que dote de sentido pedagógico al
consenso moral que deberá orientar el
ejercicio profesional del voluntario.
(Miguel Martínez, 1995)
Para este ejercicio de posicionamiento
moral y profesional, rescatamos para
centrarnos en el aspecto curricular –y más
estrictamente en el currículum oculto-,
entre las dimensiones profesional,
institucional, interrelacional, educacional
y social, lo institucional y lo formativo.
Pues que siendo el voluntario el eje de este
consenso, debamos centrarnos en su actividad
biyectiva con institución y sociedad.
Intentamos entonces, desvelar el negativo
del currículum oculto en el positivismo
moral.
En el ámbito institucional, según Miguel
Martínez (1995) “es procedente el debate
y la elaboración compartida de criterios y
pautas, es la articulación entre el derecho
de la titularidad a establecer el carácter
propio y el derecho a la libertad de cátedra
de cada uno de los miembros del profesorado
del mismo". Y justo en medio, la
necesidad de que solo a partir de una
convivencia democrática y plural por parte
de los profesionales de la solidaridad se
podrá fomentar dichas prácticas en la
sociedad. Si queremos formar ciudadanos
activos en sociedades plurales y
democráticas no podemos seguir impartiendo
la ayuda de forma dogmática, desde la
formación mediocre, desde una actitud en
definitiva, de funcionario.
Pero retornando al dilema entre titularidad
y libertad de cátedra, en el cual hallamos
la delicada cuestión entre libertad y deber,
consideramos que garantizar la libertad de
expresión y conciencia del voluntario, no
exime a ninguno de las responsabilidades
adquiridas por la profesión. Y pues, si un
médico por falta de formación o interés, cae
en la negligencia y por ello es penado, del
mismo talante debe ser el cuestionamiento de
la calidad de la acción solidaria en
relación a su libertad. Hablamos de equidad
entre derechos y deberes, de un código
deontológico que construyan y asuman los
voluntarios y que sirva para equilibrar la
dicotomía titularidad (responsabilidad) y
cátedra (libertad). En resumen, el que está
expuesto a las caricias del poder, debe
tener un bastión donde agarrarse, la
tentación a abusar de él ya la reconoció
Montesquieu en las propias filas de los
abanderados de la revolución francesa. En
límite entre el bien y el mal es tan
ambiguo, que necesitamos del diálogo y del
otro para la consolidación de nuestras
experiencias en el mundo de la incertidumbre
y del todo vale.
Asimismo, Blanca Lozano (1995) aclara dicho
conflicto de la siguiente manera. “Tal
contenido consiste en habilitar a todo el
voluntariado, con independencia de su
pertenencia, a resistir cualquier mandato de
dar a su acción solidaria una orientación
ideológica determinada. Es así que la
libertad de cátedra implica la exención de
una doctrina impuesta, ya sea por el Estado
o por una institución privada”. Hasta
aquí, lo aceptable, aceptable es. Lo que no
quiere decir que esta libertad pueda ir
contra el ejercicio de la solidaridad. Un
voluntario es un profesional de la
solidaridad al margen de sus principios
ideológicos, ¿o no?. Pues lo que parece
claro puede ser veneno. Si recordamos
entonces el ejemplo del carpintero que
maltrataba a sus hijos, veremos como si
existe algo fundamental para dirimir lo
siguiente. Si
alguien necesita la libertad de cátedra para
ayudar a los futuros necesitados, no puede
ser una persona que no sienta respeto por
los Derechos Humanos Universales.
Como quiera que pudiese ser de otra forma,
más anglosajona, es impensable en el hoy
que un buen voluntario no sea antes una
buena persona. Por pequeños motivos y
otros nada despreciables. En palabras de
Mounier, una persona es presencia y
compromiso en el mundo, y ya vemos, no
existe mejores atributos para definir
moralmente a un voluntario que los citados
por el personalista francés.
Pero sin desviarnos, seguimos lidiando con
el desconcierto y la incertidumbre en el
mundo, para justificar si fuese necesario,
la vitalidad de un consenso moral del
voluntariado en el que se equilibre la
relación entre derechos y deberes del cuerpo
de profesionales de la solidaridad.
Es aquí cuando rozamos levemente el debate
sobre la necesidad de hacer científico el
proceder solidario. No por restar
importancia a la interpretación y al
carácter dialógico de la solidaridad, sino
mas bien, para osamentar el esqueleto
técnico y didáctico, hacerlo eficaz, práxico
y universalizable. Los recursos didácticos
desde Comenio (padre espiritual de la
UNESCO) hasta el hoy, deben dejar de ser
excusas para el fracaso social y tornarse en
apoyo logístico para el siempre espontáneo y
vital arte de escuchar a los silenciados.
Pero si bien el método puede aportar
ciertas seguridades para el siempre personal
estilo de ayudar, debemos curarnos de
espanto, y a fe, que a tiempo estamos. Pues
si en el caso anteriormente citado de la
responsabilidad médica, no consideramos que
la libertad de ayudar tenga su propio código
deontológico, entonces daremos un paso más
hacia la libertinización del voluntariado.
Se hace de índole necesario que cada ONG
construya en base a la convivencia plural y
democrática, sustentada por el respeto
unánime de los Derechos Humanos Universales,
una respuesta propia y universal para
atender a los usuarios de las acciones
solidarias con idénticos objetivos que una
empresa que se precia de serlo.
-
Buen servicio al cliente,
-
transparencia con la sociedad y con el Estado y
-
trato justo para sus trabajadores. Además,
-
una buena división de las tareas y
-
la idoneidad para la participación y
construcción colectiva.
Es pues, en síntesis, el resumen de muchos años de
ensayo y error en el terreno de la solidaridad los
que tienen que ejercer de sentido común para que
lejos de esperanzas electoralistas, sean los
voluntarios los que aunando esfuerzos y supliendo
carencias, terminen dando el paso adelante, que hoy,
y siempre, necesitó la sociedad.
Es pues que la elaboración de un código
deontológico pueda ser un primer paso
shakesperiano, para que no muy lejos,
encontremos en tan digna profesión, un tan
digno desempeñar humano.
El mayor mal de la acción solidaria,
siempre social, ecológica, moral, artística,
intelectual y emocional, es el de un
voluntariado desmotivado, conformista,
analfabeto, anti-humanista y funcionariado.
Todo lo contrario es lo que necesita nuestra
alma mater, requiere sin duda de sabiduría,
inteligencia, valentía, compañerismo,
humanismo, y sobre todo, amor.
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3. CÓDIGO ÉTICO
DE LAS ORGANIZACIONES DE VOLUNTARIADO
3.1. Presentación
Las Organizaciones de Voluntariado han
experimentado en los últimos años un
aumento significativo, tanto
cuantitativa como cualitativamente, como
expresión del crecimiento del sentimiento de
solidaridad en la sociedad civil y como
respuesta a las necesidades sociales, desde
un compromiso compartido con el Estado, el
sector privado y las ONG.
Desde la Plataforma para la Promoción del
Voluntariado en España (PPVE), valorando el
voluntariado como espacio de encuentro para
compartir los valores que representa, se
inició, en el año 1999, un proceso de
reflexión en torno a la idea de elaborar un
"CÓDIGO ÉTICO DE LAS ORGANIZACIONES DE
VOLUNTARIADO", como instrumento de
reflexión y formación para la acción.
En la Asamblea General Extraordinaria
celebrada el pasado 18 de noviembre de 2000
fue aprobado el presente Código Ético.
Con la publicación del mismo pretendemos su
divulgación con la finalidad de que, tanto
las entidades miembros de la PPVE como otras
organizaciones de voluntariado, lo conozcan,
lo estudien y se adhieran al mismo.
También deseamos que este "Código Ético de
las Organizaciones de Voluntariado" sea
conocido y divulgado en el resto de ámbitos
con los que se relaciona el mundo del
voluntariado.
JUAN REIG MARTÍN
Presidente
3.2.
Definición de Organizaciones de Voluntariado
Entendemos por organizaciones de
voluntariado aquellas que son de iniciativa
social y de carácter privado sin ánimo de
lucro, legalmente constituidas, que
desarrollan su actividad prioritariamente en
el ámbito de la acción social, a favor de
los demás y de intereses sociales
colectivos. Llevan a cabo sus actividades
fundamentalmente con voluntarios aunque
cuenten con profesionales remunerados,
complementando esfuerzos y funciones.
3.3. Fines de las Organizaciones de
Voluntariado
Son fines de las organizaciones de
voluntariado:
a)
Detectar las necesidades sociales de su
entorno y analizar las causas locales y
globales que simultáneamente las generan.
b)
Denunciar todas aquellas situaciones que
atenten contra los derechos humanos,
sociales y económicos.
c)
Establecer cauces de diálogo y espacios de
debate que generen procesos de resolución de
conflictos.
d)
Intervenir en la realidad social,
previamente asumida, a través de una acción
social transformadora.
e)
Estimular la participación de la ciudadanía
en los asuntos que les afectan y profundizar
en los valores fundamentales de la
democracia.
f)
Promover el desarrollo del Estado Social y
de Derecho asegurando su mantenimiento y
potenciando el desarrollo de la justicia
social, recordando al Estado sus
obligaciones y haciendo visible que el
voluntariado no sustituye ninguna
responsabilidad del mismo Estado.
g)
Fomentar una cultura de la solidaridad que
incida en la creación de una verdadera
conciencia social solidaria entre la
ciudadanía.
3.4. Relaciones de las Organizaciones de
Voluntariado
Entendemos la relación como un elemento
constitutivo del voluntariado y de las
organizaciones de voluntariado, más allá de
considerarse como un instrumento adicional.
La relación constituye uno de los ejes que
atraviesan transversalmente la acción
voluntaria, como resorte de funcionamiento y
como aportación cultural en el actual
contexto social.
3.5. Relaciones con los grupos, colectivos y
personas destinatarios de la acción
voluntaria
El principio motor que rige nuestra acción
ha de basarse en el respeto absoluto a la
dignidad de la persona, lo cual supone
enfrentarse contra todo intento de
degradación, manipulación o exclusión, y
trabajar con estas personas y grupos por su
dignificación, a través de la satisfacción
de sus necesidades básicas y la consecución
de sus derechos humanos, sociales y
económicos. Para ello:
-
Habrá que potenciar la participación
real y efectiva de los destinatarios en
la realización y evaluación de
proyectos, de manera que ellos se
constituyan en el sujeto de su propio
proceso personal y del proceso de
reconocimiento de sus derechos y
deberes.
-
Habrá
que establecer los medios éticos y
educativos que permitan un seguimiento y
evaluación de la calidad de la acción,
de modo que la consecución de bienes
instrumentales, propios de una acción
eficaz, esté acompasada con la creación
de bienes relacionales, vinculados a la
apertura de espacios de enriquecimiento
y crecimiento humanos.
-
Habrá que salvaguardar la
confidencialidad de todos los datos que
se refieren a las personas con las que
se trabaja.
3.6. Relaciones con los Voluntarios
Las organizaciones de voluntariado
deberán:
-
Dotarse de estructuras flexibles, capaces de
facilitar la integración progresiva del
voluntario en la organización. Las
organizaciones promoverán cauces de
identificación con su estilo y sus valores.
-
Potenciar la participación real y efectiva de
los voluntarios en el seno de sus
organizaciones, fomentando la asunción de
responsabilidades concretas.
-
Consensuar con cada voluntario su compromiso
inicial, y establecer acuerdos acerca de su
disposición temporal, responsabilidades y tareas
y, a su vez, exigir su cumplimiento.
-
Crear y ofrecer itinerarios educativos para la
formación de sus voluntarios, que tengan en
cuenta su proceso de maduración y crecimiento
personal. En este sentido, las organizaciones
deben establecer espacios formativos
permanentes, diversificados según las
necesidades, contenidos, ámbitos de actuación,
etc.., adaptados a la complejidad de la
realidad, a los nuevos métodos de intervención,
a la dinámica de las organizaciones y a los
nuevos retos que nos presenta la realidad
sociopolítica.
-
Priorizar los métodos de trabajo en equipo, en
el ámbito donde se desarrolla la acción, no sólo
como técnica, sino principalmente como estilo
democrático y participativo de enfrentarse con
mayor calidad y calidez a la realidad que nos
demanda respuestas.
-
Concienciar a los voluntarios sobre el valor de
la acción entendida como:
-
Una dimensión de la persona que va más allá
de la tarea concreta y que ayuda a mejorar
la sociedad.
-
Un conjunto de actividades complementarias
entre sí y con otras organizaciones.
-
Una aportación modesta, pero significativa,
en un contexto global donde quedan muchas
cosas por hacer.
-
Garantizar el cumplimiento de los derechos y
responsabilidades derivados de la normativa
vigente.
3.7. Relaciones con otras Organizaciones
Sociales
Las organizaciones de voluntariado
promoverán, junto con otros actores
sociales, la generalización de una cultura
de la coordinación y la complementariedad en
las acciones. Para conseguirlo trabajarán
por:
-
Desechar protagonismos, particularismos
y actitudes competitivas entre las
organizaciones de voluntariado.
-
Crear y potenciar espacios de
coordinación y encuentro que sean
instancias mediadoras de reflexión,
interlocución y negociación.
-
Crear y potenciar redes de
organizaciones vinculadas a territorios
y problemáticas comunes, fomentando el
desarrollo del tejido social y
asociativo.
3.8. Relaciones con los Organismos Públicos
Las organizaciones de voluntariado han de
mantener una relación con los organismos
públicos que sea crítica y cordial, al mismo
tiempo, basada en los valores de la
claridad, la coordinación y la
complementariedad, superando así la falsa
dicotomía público-privado. Entre los rasgos
que han de perfilar la coordinación por
parte de las organizaciones de voluntariado
en relación con las actuaciones públicas,
entendemos que hemos de trabajar por:
-
La denuncia de la vulneración de los
derechos humanos, sociales y económicos
que nos alejan de los mínimos de
justicia que legitiman y conceden
validez a un Estado de Derecho.
-
La participación progresiva de las
organizaciones de voluntariado en la
planificación, realización y evaluación
de las políticas sociales y, en
particular, de las políticas de
voluntariado.
-
La autonomía institucional en la toma de
decisiones respecto de cualquier
instancia gubernamental, sin depender de
los organismos públicos, con el fin de
que puedan establecer con libertad sus
objetivos y estrategias.
-
La confluencia de una política de
acuerdos a largo plazo, con carácter
plurianual, tal como es y exige la misma
acción social.
-
La
búsqueda de acuerdos sobre la
simplificación de la burocracia y las
obligaciones formales administrativas a
las que tienen que someterse las
organizaciones de voluntariado para
solicitar, percibir y/o administrar las
aportaciones económicas oficiales.
-
La exigencia de transparencia tanto a
los organismos públicos en la concesión,
como a las organizaciones de
voluntariado en su justificación.
-
La diversificación de las fuentes de
financiación de las organizaciones de
voluntariado, evitando la dependencia
exclusiva de las organizaciones
públicas.
3.9. Relaciones con los Organismos Privados
Entendemos por organizaciones privadas todas
aquellas empresas, fundaciones, obras
sociales u otras organizaciones que puedan
destinar fondos a la financiación de
organizaciones de voluntariado.
El principio de relación, definido en la
introducción de este apartado, engloba los
vínculos que se establecen entre las
organizaciones privadas y las organizaciones
de voluntariado. Ahora bien, entendemos que
desde nuestras organizaciones deben
establecerse criterios que otorguen cierta
calidad ética a este principio relacional.
Los criterios mínimos que configuran estas
complejas relaciones son:
-
Poner en contacto a los organismos privados con
la realidad social, buscando con ello un marco
de relación que nos sitúe en la sensibilización
ante las situaciones que demandan acciones
concretas.
-
Actuar de modo que nuestras organizaciones no
terminen convirtiéndose en entidades privadas
con ánimo de lucro encubierto o en empresas de
servicios, perdiendo así todo horizonte de
transformación social.
-
Mantener el principio de flexibilidad, al tiempo
que defendemos firmemente nuestros criterios de
actuación, de tal manera que éstos no deben
modificarse sustancialmente en función de la
ayuda que nos venga del exterior. En estas
relaciones tratamos que los organismos privados
apoyen nuestras acciones, que llevamos a cabo
con nuestros criterios y referentes éticos.
-
Somos
conscientes de que los organismos privados se
pueden publicitar a sí mismos con su apoyo y
financiación a las organizaciones de
voluntariado. Debemos permanecer vigilantes para
que estas no se reduzcan a ser meros agentes
publicitarios y escaparates de las empresas.
-
Discriminar y denunciar aquellos organismos
privados cuyas acciones repercutan negativamente
en la sociedad globalizada, en tanto que directa
o indirectamente fomenten explotación laboral
infantil, daño a la salud, tráfico de armas,
degradación del medio ambiente o cualquier otro
tipo de discriminación por motivo de genero,
orientación sexual, étnica, religiosa o
discapacidad física o mental.
-
Negarse
a contribuir en el ejercicio de una solidaridad
que se realiza en función de estrategias e
intereses puramente comerciales, y no de la
realidad de los más desfavorecidos.
-
Mantener la transparencia de la gestión de este
tipo de financiación y evitar que los organismos
privados se constituyan en única fuente de
obtención de recursos.
3.10. Relación con la Sociedad en general
Las organizaciones de voluntariado formamos
parte del entramado social y estamos
convocados a la construcción, mejora y
transformación de esta sociedad desde el
ejercicio de la solidaridad. La principal
relación que entablamos en el seno de
nuestra sociedad se establece en la
actividad cotidiana de la acción voluntaria
organizada.
Los criterios generales que guían estas
relaciones son los siguientes:
-
Protagonismo de los
desfavorecidos, excluidos o empobrecidos
de nuestra sociedad. Es preciso
reconocer que los protagonistas de esta
peculiar relación no son las
organizaciones de voluntariado, sino
aquellos a los que se dirige la acción.
-
Transparencia en nuestras
acciones, referentes ideológicos,
campañas, modos de financiación, uso de
medios materiales y humanos, política
laboral, etc., utilizando para ello los
medios y recursos propios de las
organizaciones.
-
Comunicación e información
constante hacia el resto de la sociedad,
siendo conscientes de que hemos de
ejercer una cierta educación cívica, que
tiene en cuenta las imágenes parciales
de la realidad que nos presentan los
grandes grupos mediáticos. Asimismo,
debemos aprovechar las posibilidades de
participación en espacios comunicativos,
tanto en los medios convencionales como
en otros alternativos, potenciando el
empleo de nuevas tecnologías.
-
Responsabilidad en el momento de
ofrecer mensajes a la sociedad, cuidando
no caer ni en catastrofismos que
conducen a la conmoción sentimental, ni
en visiones idílicas que nos alejan de
la realidad, ni buscando el resultado a
cualquier precio.
-
Favorecer la estimación y
realización de los valores que humanizan
y construyen una sociedad distinta a la
actual, sensibilizando a la ciudadanía
en los valores de la solidaridad, la
paz, la justicia, la tolerancia y la
igualdad, que no son en realidad los
valores culturalmente vigentes.
-
Independencia
ante organismos públicos y privados e
instituciones políticas o sindicales,
evitando cualquier tipo de
instrumentalización.
3.11. Difusión, Aplicación y Cumplimiento
La Plataforma para la Promoción del
Voluntariado en España (PPVE) se compromete
a difundir este Código Ético entre las
organizaciones miembros de la misma y la
sociedad en general. En este sentido la PPVE
publicitará, en cuantas acciones
informativas y divulgativas realice, el
presente Código como marco de referencia
común de las organizaciones de voluntariado.
A su vez, las entidades que suscriban el
presente Código deberán hacerlo llegar, a
través de sus canales de información y/o
formación, a los voluntarios y demás
personas implicadas en la acción voluntaria.
La sociedad en general. En este sentido la
PPVE publicitará, en cuantas acciones
informativas y divulgativas realice, el
presente Código como marco de referencia
común de las organizaciones de voluntariado.
A su vez, las entidades que suscriban el
presente Código deberán hacerlo llegar, a
través de sus canales de información y/o
formación, a los voluntarios y demás
personas implicadas en la acción voluntaria.
El presente Código Ético deberá ser
suscrito formalmente por todas y cada una de
las organizaciones miembros de la PPVE, a
través de sus organismos competentes,
debiendo notificarlo en el plazo de un año a
partir de su aprobación en Asamblea General
de la PPVE.
Todas aquellas organizaciones de
voluntariado que soliciten, con
posterioridad a la aprobación del presente
Código Ético, su ingreso en la PPVE deberán
suscribirlo previamente.
Se podrán adherir a este Código Ético
cualquier otra organización de voluntariado
no perteneciente a la PPVE, sometiéndose a
la comisión que vele por el cumplimiento del
mismo en los términos que se establecen en
el punto siguiente.
Todas las organizaciones de voluntariado
que suscriban el presente Código Ético
adquieren el compromiso de su cumplimiento.
Para garantizar este compromiso, se creará
una Comisión de Seguimiento del Código
Ético.
Sus funciones serán:
-
Velar
por el cumplimiento del Código entre las
organizaciones de voluntariado suscriptoras.
-
Interpretar el Código y asesorar a las
organizaciones en su aplicación.
-
Recoger
las denuncias o quejas que vulneren lo
establecido en el Código.
-
Elaborar recomendaciones y propuestas de trabajo
que se elevarán a los órganos directivos de la
PPVÉ.
-
Estimular, facilitar y promover grupos de
seguimiento, actualización, estudio y aplicación
del Código en todos los niveles de las
organizaciones.
Se establecerán dentro de la PPVÉ los
marcos estatutarios y de reglamento de
régimen interno que posibiliten el
cumplimiento del presente Código, además de
fijar, en su caso, las medidas sancionadoras
para las organizaciones de voluntariado
miembros y aquellas otras que se hayan
adherido.
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4.
PRÁCTICA:
LOS DILEMAS MORALES
Historia de Alberto
Alberto tiene un examen final del que
depende que apruebe o no esa asignatura.
Vive lejos del colegio y llega con el tiempo
justo para hacer el examen. En el camino
observa que un hombre está atendiendo a un
chico que sangra abundantemente tumbado en
el suelo. Este señor le pide que avise a la
ambulancia y permanezca con él para auxiliar
al muchacho. Alberto dispone de poco tiempo
para llegar al colegio. Pasan otras personas
que también podría ayudar al chico herido,
pero no muestran interés alguno por hacerlo.
¿Qué debe hacer Alberto?
Historia de Jorge
Jorge es un padre de familia, trabajador
administrativo de una multinacional. Su
salario apenas si llega para los gastos
familiares imprescindibles del mes, alquiler
de la vivienda y algunos gastos
extraordinarios para diversas actividades de
sus hijos. Tal situación le obliga a
realizar otros trabajos que complementen el
salario percibido en la multinacional, si
quiere conseguir con ello mayores
comodidades o bienestar social, aún a costa
de llegar tarde a casa y excesivamente
fatigado.
Jorge y su esposa hace tiempo que viene
hablando de esta situación causante de
tensiones familiares: escasa dedicación a
los hijos, falta de diálogo familiar…
renunciar a un nivel de vida al que estaban
acostumbrados (vacaciones en la playa,
gastos innecesarios de fin de semana…) y
otras actividades de los hijos que
financiaban con estos ingresos.
¿Qué deben hacer Jorge y su esposa?
El señor García
El señor García es propietario de un taller
mecánico. Necesita contratar a un oficial
para ayudarle. Pero los buenos mecánicos son
difíciles de encontrar. Encontró a una
persona que reunía las condiciones que él
deseaba, pero era gitano. El señor García no
tenía nada contra los gitanos. Sin embargo,
tenía miedo de contratar al señor Montoya
porque a muchos de sus clientes no les
gustan los gitanos. Temía perder gran parte
de su clientela si el señor Montoya
trabajaba en su taller.
Cuando el señor Montoya preguntó al dueño
del taller si le iba a dar trabajo, el señor
García le manifestó que ya había contratado
a otro. Sin embargo, este extremo no se
produjo porque no había encontrado a nadie
suficientemente preparado.
¿Qué debería haber hecho el señor García?
Pedro varo Chamizo
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