Este
capítulo, que va
dirigido especialmente a
las organizaciones no
gubernamentales, utiliza
las reflexiones de Luís
A. Aranguren Gonzalo
para que el voluntario,
desde su propia acción
solidaria, mejore dichas
organizaciones mediante
la demanda coherente de
una formación integral y
dinámica. Una formación
que lo comprometa con el
mundo, no que lo
abandone a sus
caprichos.
1. LA FORMACIÓN
DEL VOLUNTARIADO. (Luís
A. Aranguren Gonzalo)
Nuestra
reflexión gira en torno
a la posibilidad de
generar desde las
entidades itinerarios
educativos desde el - y
para el - voluntariado.
Sin entrar en este
momento en mayores
precisiones, rescatamos
alguna de las cosas que
pueden resultar
interesantes para una
reflexión sosegada:
1.
Ningún itinerario
formativo es neutral
y, por tanto, sus
objetivos deben estar
predeterminados por la
organización, a través
de un proceso
deliberado, pero no
dejado al arbitrio del
último que llegue a la
entidad.
2. En
la deliberación de estos
objetivos deben
participar de alguna
manera los voluntarios.
Pero distinguimos lo que
es la profundización en
la democracia interna de
las organizaciones, que
permita una progresiva
participación del
voluntariado, de lo que
es el proceso formativo
en sí, cuyos objetivos
deben tener claros los
responsables de la
formación de las
distintas entidades.
3.
Cabría distinguir
distintos tipos de
objetivos formativos:
-
unos, de carácter
instrumental,
que ayudan al
voluntario a hacer
bien su tarea, a
dominar su campo de
acción; en este
sentido, todo lo que
sea incentivar la
formación
específica, en
función de las
personas y/o
colectivos con los
que se trabaja, es
siempre necesario.
Somos conscientes de
que muchas
organizaciones se
quedan aquí, es
decir, que no pasan
de poner en marcha
estos objetivos
instrumentales.
-
Por
eso, es importante
concienciarse de que
la formación ha de
ayudar a cada
voluntario a crecer
como persona,
en su devenir vital,
lo cual nos conduce
a la evidencia de
que muchos de los
actos educativos que
realizamos entre los
voluntarios van a
valer, no sólo para
la tarea, sino para
la vida y la persona
de cada voluntario,
más allá de su
adscripción a
nuestra entidad.
4. Es
importante concebir el
itinerario del
voluntariado desde
una perspectiva de
anchura de miras.
Hablamos de un
itinerario que va más
allá de la formación
formal (entendida como
cursos, talleres,
jornadas, formación
básica, específica o
permanente). Por eso,
hablamos de itinerario
educativo, que es algo
más que "formativo", y
hablamos de objetivos
educativos, donde
tomamos en consideración
a la persona y no sólo a
la tarea. En este
sentido, podemos hablar
de que gran parte de la
relación que se
establece entre la
organización y el
voluntario es una
relación educativa –de
crecimiento mutuo-,
manteniendo unos
espacios específicos
destinados a la
formación formal, que
cuenta con un tiempo y
un espacio determinados.
5. El
itinerario educativo del
voluntariado es una
realidad mucho más
amplia que un programa
de formación al uso;
es decir, por ser una
actividad y una
dimensión que recorre
transversalmente todos
los programas, proyectos
y servicios con los que
cuenta cada
organización, entendemos
que el peso de este
proceso educativo no
debe caer en exclusiva
en las cabezas de los
responsables de
programas de formación
y/o de voluntariado; son
los responsables de los
programas y servicios
concretos donde
colaboran los
voluntarios (infancia,
empleo, inmigrantes,
sin-techo, toxicomanías,
mujeres, ayuda a
domicilio, servicios de
acogida, etc.) los que
han de co-protagonizar
la responsabilidad de
llevar hacia delante
este itinerario
educativo. Por ello,
entre los objetivos de
este itinerario han de
tenerse en cuenta las
implicaciones que
conlleva todo ello para
los responsables de
otros programas.
6. La
responsabilidad más
inmediata respecto de
los voluntarios es la de
asumir el papel de ser
animador del
voluntariado;
animador no es sólo el
responsable del programa
de voluntariado o de
formación, sino
cualquier responsable de
otro programa que cuenta
con una relación directa
–y por lo tanto
educativa- con los
voluntarios. Otra cosa
será los mecanismos por
los cuales se designa o
se ofrece quién es esa
persona que anima al
voluntariado de cada
programa o proyecto. No
nos olvidamos, tampoco,
de lo que el propio
Código Ético de
organizaciones de
voluntariado plantea en
lo que concierne a los
deberes de las
organizaciones respecto
de los voluntarios, en
donde se pasa del
habitual deber de
"formar a los
voluntarios" a una
nueva formulación que
invitamos a reflexionar
en profundidad en cada
entidad.
A partir
de las anteriores
consideraciones hemos
tratado de estructurar
este capítulo, de manera
que sirva como
orientación en esta
difícil travesía del
voluntariado en la que
nos encontramos. Aquí se
plantea la cuestión de
instaurar "itinerarios
educativos", en plural,
porque ni existe un
único itinerario faro y
guía para los demás, y
porque el mismo
itinerario afecta a
distintos actores
(voluntarios,
contratados y
directivos). En
ocasiones, para no
distorsionar el sentido
del texto, adoptaremos
la forma de
"itinerario", en
singular. Lo que
verdaderamente importa
es que en ningún caso se
podrá encontrar aquí
"la" receta de un modelo
acabado, sino tan sólo
el ánimo para que
también cada uno de
vosotros en vuestras
entidades, coordinadoras
y plataformas, imaginéis
futuros posibles en este
difícil y apasionante
reto educativo que
tenemos el privilegio de
asumir".
2. UN NUEVO VOLUNTARIADO
Sin duda
, uno de los mayores
contratiempos con los
que topamos en las
organizaciones de
voluntariado es que
resulta difícil
encontrarnos con
voluntarios realmente
implicados,
comprometidos en y desde
la acción, que sepan
realmente lo que tienen
que hacer y no se
"cuelguen" literalmente
de los responsables de
los proyectos. En
cualquier jornada donde
se trabaje esto de la
"formación" del
voluntariado, la primera
palabra de los
participantes en el
evento suele ser de
queja: por las
motivaciones que no
salen de la esfera de lo
personal, por el poco
tiempo que dedican al
voluntariado, por el
escaso bagaje de
compromiso personal que
traen, en
definitiva,
nos encontramos ante
un voluntariado que no
es aquel con el que
soñamos, con el que
nos gustaría, con el que
nos podamos sentir
realmente seguros.
El
voluntario que llegaba
hasta hace unos años
a nuestras
organizaciones venía con
una maleta cargada de
experiencias,
motivaciones, aptitudes
y actitudes que
aligeraban la densidad
de las labores
formativas. Así, en
síntesis, podríamos
decir que en dicha
maleta el voluntario
traía:
-
Una
clara referencia
de sentido. Su
compromiso
voluntario no era
más que la
explicitación hacia
el exterior de una
opción vital por
desarrollar unos
valores
humanizadores,
desde claves
religiosas o
humanistas, pero en
todo caso nucleares
y vertebradores del
resto de las
dimensiones del
vivir cotidiano.
-
Un horizonte
mayoritario que
busca la
realización
personal en su
sentido más
amplio,
que cuenta con
el favor de la
cultura
sociológica que
transita hacia
la construcción
de una nueva
forma de ser
sujeto en un
mundo en cambio
y en una época
en la que la
persona está
expulsada del
criterio de
medida de las
grandes fuerzas
que nos
gobiernan,
comenzando por
la globalización
económica.
3. LOS ESTILOS
EDUCATIVOS.
Con frecuencia, al
abordar la cuestión de
la formación de los
voluntarios, el discurso
se desliza por la
clasificación en
diferentes modelos
formativos, como si
fueran excluyentes entre
sí.
Por nuestra parte,
entendemos que debemos
abordar este asunto
desde los distintos, y
acaso complementarios,
acentos que se puedan
poner en marcha en el
trabajo educativo con
los voluntarios.
En un
primer caso,
podemos
poner el acento en los
contenidos que hemos de
transmitir a los
voluntarios.
Importa
que el voluntario sepa
-
qué
es eso de ser
voluntario,
-
cómo
se entiende el
voluntariado en
nuestra entidad,
-
cuáles son los
principios de la
acción social,
-
qué
tipo de análisis de
la realidad
presentamos.
Se trata
de que el voluntario
conozca una serie de
conocimientos que le
hemos enseñado en el
ámbito de lo que, de una
manera coloquial, se
denomina espacio de
formación básica o
inicial. Esta formación
acontece
fundamentalmente en unas
sesiones formativas en
las que unas personas
cualificadas imparten
formación a unos
voluntarios,
destinatarios de esa
formación. La palabra
clave en este paso es la
identificación del
voluntario con su
entidad, con el ser del
voluntario y con la
realidad social en la
que va a trabajar.
-
La
aplicación de este
modelo gira en torno
a la figura del
formador y al
programa de
contenidos que se va
realizando a lo
largo de un
calendario que se
cumple con mayor o
menor rigor. Al
comienzo del curso
se ha proyectado un
temario con los
contenidos que hay
que dar, con los
profesores que lo
deben impartir y con
las metodologías que
se pretender seguir.
-
En
este esquema la
experiencia vital de
los voluntarios, el
bagaje que llevan y
que les conduce a la
acción voluntaria
cuenta... pero
realmente cuenta
poco.
Las consecuencias
que conllevan poner
el acelerador en
este acento son las
siguientes:
-
El voluntario
se habitúa a la
pasividad. Acude
a unos cursos
donde toma
apuntes y en el
mejor de los
casos, participa
a través de las
dinámicas que se
le proponen.
-
Difícilmente se
desarrolla una
conciencia
crítica activa,
aunque pareciera
lo contrario.
-
Se fomenta una
estructura
mental en la que
el voluntario
interioriza la
superioridad y
autoridad del
formador, y por
tanto, su propia
inferioridad que
más tarde se
puede transferir
al plano del
trabajo
cotidiano en el
proyecto, o al
ámbito social y
político.
En
segundo lugar,
podemos
poner el acento en la
necesidad de lograr
resultados prácticos,
en tanto que lo
realmente importante es
que la acción voluntaria
se haga con calidad, y
para ello hay que estar
preparado con el fin de
responder bien a las
diferentes situaciones
que plantea un enfermo
terminal, o un
toxicómano en pleno
"mono", o una persona
sin hogar que llega
bebida al albergue, o
una mujer prostituida al
que el "chulo" le pisa
los talones, o un
inmigrante que viene con
lo puesto.
Sin duda,
la acción voluntaria ha
de alimentarse de
destrezas que tienen que
ver con la buena
relación de ayuda, con
habilidades sociales,
con la interiorización
del sentido educativo en
la acción social. En
este caso se acentúa la
llamada formación
específica que de nuevo
se remite a unas
sesiones formativas,
donde expertos
cualificados en cada uno
de los colectivos con
los que se trabaja,
imparten "su" curso
específico. Lo que aquí
importa es que el
voluntario se capacite,
sea capaz de enfrentarse
con recursos técnicos
suficientes a la
problemática con la que
se va a encontrar. Las
aplicaciones concretas
de este acento formativo
conllevan la elaboración
de un listado de temas
que han de desarrollarse
mediante talleres de
trabajo donde
adiestrados
profesionales nos ayuden
a ponernos al día. El
aprendizaje se convierte
en la adquisición de
destrezas y técnicas que
nos aporten una mejor
calidad en nuestro
trabajo.
Las
consecuencias que se
derivan de poner el
interés en este campo
son, entre otras, las
siguientes:
-
Es un
aprendizaje que en
buena parte
absolutiza los
resultados y el
logro de los
objetivos
preestablecidos. Los
indicadores nos
hablan de
"actuaciones
correctas" y de
"actuaciones
incorrectas".
Importa más el
resultado que el
proceso.
-
No
promueve la
participación, la
toma autónoma de
decisiones y la
conciencia crítica.
Más bien fomenta la
actitud pasiva y la
autoconciencia de
que cada cual parte
absolutamente de
cero.
-
Con
frecuencia se basa
en una metodología
altamente
individualizada que
no da pie a la
actividad
cooperativa y que
por el contrario
insta al aislamiento
de cada voluntario.
-
Tiene
un efecto
domesticador, que se
centra en la tarea y
se desliza de los
componentes
cooperativos y de
cambio social que
conlleva la acción
voluntaria. Desde
estas claves lo que
a uno le interesa es
"hacer bien su
trabajo"; con eso
basta.
-
Impide ver la
globalidad de una
acción social
realmente
integradora. La
formación "para"
trabajar con un
colectivo concreto
(presos,
toxicómanos,
inmigrantes, niños
en dificultas
social, etc.), con
ser importante,
corre el riesgo de
perder la
perspectiva de la
trama de
vinculaciones que en
el ámbito de las
personas, de los
espacios donde se
desarrollan las
relaciones
interpersonales y
finalmente en la
esfera de las
estructuras sociales
y económicas
promueven y empujan
a la dualización y a
la exclusión social.
Pero
en el trabajo educativo
con los voluntarios
podemos
poner el acento en el
hecho de desarrollar con
y desde ellos procesos
personales y grupales
que facilitan tanto el
crecimiento personal y
grupal, como asimismo
incidir en la necesaria
transformación social.
Ante la
nueva realidad del
voluntariado,
-
no
basta con formar en
contenidos y en
habilidades
sociales,
-
sino
que hemos de
impulsar un proceso
de crecimiento y de
transformación del
voluntario y su
entorno, de manera
que rescatemos el
valor del proceso
educativo como un
ámbito de trabajo
más amplio que el
espacio de la
formación formal. El
proceso educativo se
interesa por la
formación básica o
específica, pero no
descuida el
acompañamiento
personalizado o el
valor educativo de
la acción.
La clave de este
punto
la situamos en la
tensión por integrar
momentos y elementos
distintos pero
complementarios:
integrar formación
formal e informal,
formación individual y
grupal, de voluntarios y
de contratados, al mismo
tiempo.
Pudiera parecer que
la opción de proceso en
clave de integralidad
pareciera un "cajón
de sastre", camina a su
aire, sin rumbo
determinado. Nada más
lejos de ello. Poner
acento en el proceso es
marcar una
intencionalidad
educativa:
-
no
estamos
entreteniendo a los
voluntarios;
-
partimos de sus
centros de interés
no para quedarnos en
ellos, ni para
inundarles con
planteamientos y
estrategias de
trabajo que les
vienen grandes,
-
sino
que buscamos
acompañarles en un
tránsito formativo
adaptado a la
particular
circunstancia del
voluntariado actual,
-
sin
bajar la guardia en
los aspectos
técnicos y de cambio
social,
-
pero
contando con la
realidad que
tenemos.
Si
ponemos el acento en
este proceso ello
implica que de alguna
forma nadie educa a
nadie (lo cual no debe
traducirse por "aquí
todo vale"). No partimos
de una figura de
formador o educador que
todo lo sabe y lo
deposita en los
voluntarios, sino que
en el mismo proceso
educativo, formadores y
formados están viviendo
la misma experiencia
educativa. Nos
encontramos, por tanto,
ante un proceso de
carácter permanente, en
el que cada cual
(también el formador o
animador del
voluntariado) va
descubriendo,
elaborando, reinventando
y haciendo suyo los
nuevos conocimientos,
habilidades,
experiencias, diálogos
que se entreveran en el
camino. Las
consecuencias que se
derivan de poner el
acento en el proceso
educativo,
son las siguientes:
-
Refuerza los valores
comunitarios y
cooperativos que nos
permiten descubrir
juntos los
lenguajes, signos y
retos que la
realidad nos
plantea.
-
Refuerza las
potencialidades de
cada persona, en
especial las
imprevistas e
incontroladas.
-
Puede
dar la imagen de un
estilo formativo
poco regulado, donde
no sabe con certeza
qué cabe hacer en un
determinado momento.
Aquí no caben
recetas de ningún
tipo.
-
Fortalece la
autoestima del
voluntario.
-
Se
entiende la
formación como un
permanente ir más
allá y más acá de lo
espacios y momentos
informales y de los
momentos y espacios
formales. Son
espacios y momentos
que deben confluir
en una nueva lógica
de convivencia
integradora.
-
Se
refuerza el
crecimiento personal
y en grupo en orden
a la transformación
social.
-
Potencia una
perspectiva de
acción integradora,
en la que el
voluntario no se
detiene en un
colectivo concreto
de atención, sino
que se incorpora a
un proceso de cambio
social en el que se
manejan las mismas
claves de trabajo,
en términos de ejes
fundamentales, ya
sea con toxicómanos
que con inmigrantes,
que con mujeres
prostituidas. Con
las especifidades
propias de cada
colectivo, la lógica
del proceso
educativo aporta la
necesaria visión
global de la
intervención social,
más allá del
proyecto concreto y
del sello de la
propia entidad.
4. EL ITINERARIO DEL
VOLUNTARIADO.
Todo lo
dicho hasta el momento
concerniente a la
pertinencia de los
procesos educativos
entre los voluntarios lo
vamos a ir concretando
en una propuesta
concreta, a saber, la
puesta en marcha de un
itinerario educativo del
voluntariado, que como
ya señalamos al comienzo
del cuaderno, se
desglosa en itinerarios
educativos en plural,
porque lo que aquí se
insinúa en singular debe
ser matizado en plural
por los diversos de
sujetos (individuales y
grupales) que trabajáis
esta propuesta.
Quizá
debiéramos hacer el
esfuerzo de hablar todos
en el mismo idioma y dar
a cada palabra su justo
valor. Por ello, nada
mejor que comenzar este
apartado asomándonos a
la "ventana sobre la
palabra", del escritor
uruguayo Eduardo
Galeano:
Lemonnier
recorta palabras de los
diarios, palabras de
todos los tamaños, y las
guarda en cajas. En caja
roja guarda las palabras
furiosas. En caja verde,
las palabras amantes. En
caja azul, las
neutrales. En caja
amarilla, las tristes. Y
en caja transparente
guarda las palabras que
tienen magia. A veces,
ella abre las cajas y
las pone boca abajo
sobre la mesa, para que
las palabras se mezclen
como quieran. Entonces,
las palabras le cuentan
lo que ocurre y le
anuncian lo que
ocurrirá.
Pues
bien, en nuestra apuesta
por un itinerario
educativo hemos de
prestar mucha atención a
las palabras, porque nos
podemos llevar muchas
sorpresas; en muchos
casos tendemos a
simplificar o reducir el
significado de las
palabras, llegando a
situaciones como las
que a continuación
reseñamos:
-
Se
llama proceso
a la secuenciación y
programación de
cursos formativos
que se realizan año
tras año.
-
Se
llama acogida
a los voluntarios a
la puesta en marcha
de un despacho con
un horario donde una
persona recibe a los
nuevos voluntarios,
les "registra", les
invita a que
rellenen unos
formularios, y les
informa de dónde
pueden desarrollar
su acción
voluntaria.
-
Se
llama
acompañamiento a
la labor de
"seguimiento" que se
realiza sobre el
voluntario
(básicamente el
"nuevo" voluntario)
y que nos permite
saber si viene o no
viene, si está o no
está.
-
Se
llama
reconocimiento
del voluntario a la
puesta en marcha de
medidas tales como
la creación de
premios para los
voluntarios.
-
Se
llama acción
voluntaria a la
tarea realizada, a
las dos horas o seis
en la que se
acompaña al enfermo,
se apoya en refuerzo
escolar, se colabora
en el centro de
personas sin hogar o
en el piso con
reclusos de tercer
grado.
-
Se
llama
participación de
los voluntarios al
hecho de que exista
una comisión de
voluntarios que
preparen un
encuentro o una
convivencia o, en
otro orden de cosas,
al "decretazo" de
que sean los
voluntarios quienes
dirijan los
programas de acción
de las
organizaciones,
fundamentalmente
porque son personas
voluntarias, al
margen de sus
capacidades y
preparación.
-
Se
llama animador
del voluntariado
a esa persona capaz
de extraer una
dinámica de grupo a
partir de cualquier
dato de la realidad,
con lo cual se
garantiza un buen
funcionamiento de
las reuniones y
encuentros con los
voluntarios.
-
Se
llama coordinador
del voluntariado
al gestor
administrativo que
controla el trabajo
bien hecho o
bien-por-hacer de
los voluntarios y se
percibe de que "todo
está en su
sitio",como
corresponde a una
buena empresa.
-
Se
llama
sensibilización
a la pelea por
llegar a un lema que
impacte, una foto
que conmocione, una
campaña que sea
realmente original y
que llegue a la
ciudadanía, porque
nosotros ya estamos
sensibilizados.
Y así
podríamos continuar con
tantas palabras que
manejamos, enredamos y
reconvertimos de modo
que logramos pierdan su
significado más genuino.
¿Nos pasa
esto a nosotros?
La
formación despierta
unanimidades poco
recomendables; todos
estamos de acuerdo con
que formar es
importante, y damos por
supuesto las líneas
básicas de nuestra
formación. Como señala
Alejandro Romero: "Esta
unanimidad no debe
ocultar que tras el
vocablo "formación" se
pueden encontrar
concepciones, formas y
estilos de hacer muy
diferentes que responden
a lógicas, proyectos e
intereses bien distintos
(...) Los procesos de
formación constituyen en
sí mismos procesos de
carácter ideológico y,
por tanto, no pueden ser
desligados del horizonte
de sentido en el que se
enmarque el desarrollo
de la acción. Por ello,
el lugar de la formación
en las asociaciones de
voluntariado, sus
formas, sus lógicas, su
funcionalidad,...
estarán en concordancia
con el proyecto
político, con las metas
y con la misión que
implícita o
explícitamente se
asuman".
Hablamos
de itinerario
educativo en
términos de
praxis dinámica,
que acontece en la
experiencia que suscita
la acción reflexionada y
el pensamiento vivido.
Sólo la acción y la
reflexión sobre el mundo
pueden generar
partículas inmensas de
transformación.
Hablamos
de itinerario educativo
en la medida que
afecta a sujetos
itinerantes,
que se saben inacabados
(porque sólo la
conciencia de
in-acabamiento hace a la
persona educable),
exploradores de nuevas
posibilidades, personas
que se adaptan al medio
transformándolo.
Hablamos
de itinerario educativo
que
posibilita procesos de
elaboración personal y
grupal de la experiencia
que conlleva la acción
social. No
existe una pretendida
formación de "alta
velocidad". La
elaboración de
experiencias, la
interiorización de los
acontecimientos, la
reflexión sobre la
acción requiere un
tiempo de cocción lento,
a veces ingrato y
tortuoso.
Hablamos
de itinerario educativo
como
cauce en el que cada
voluntario se sabe
hermanado en una acción
colectiva y en un
quehacer que
es mucho más que el
simple "hacer"; la
acción voluntaria,
enmarcada en un
itinerario educativo,
propicia no sólo la
efectiva transformación
social sino la necesaria
transformación personal,
en forma de crecimiento
y de progresiva asunción
de aquellos valores que
humanizan y despiertan
lo mejor de cada uno.
Hablamos
de un itinerario
educativo que
genera planteamientos
y prácticas que
conllevan una acción
colectiva globalizada e
integradora, en favor de
los más débiles
y propiciando espacios
de encuentro de los
propios afectados por el
sub-mundo de la
exclusión social. La
imaginación creadora ha
de apuntar a visiones
globales e integrales de
la realidad, más que a
repeticiones de procesos
de aprendizaje
estancados en una visión
sectorial de esa misma
realidad.
Hablamos
de un itinerario
educativo que
se
enmarca en el horizonte
de enraizamiento en la
posibilidad real.
El acto educativo
también consiste en
acertar a descubrir las
potencialidades que cada
persona posee. El buen
educador atisba siempre
nuevas y emergentes
posibilidades en un
quehacer que
parcialmente nos
constituye como
personas.
Hablamos
de un itinerario
educativo que,
si
bien está dirigido al
voluntariado, afecta
igualmente a las
personas contratadas,
a los equipos de acción
social que llevan
adelante programas y
servicios y a cada
organización
socio-voluntaria, en la
medida en que este
itinerario afecte a una
mayor presencia de
personas liberadas para
este cometido, al
establecimiento de
nuevas prioridades y a
la opción por entrar en
procesos de largo
alcance.
Nos
encontramos ante la
posibilidad de hacer
viable una práctica
educativa que antepone
la pedagogía a las
didácticas, y toma
la pedagogía como "la
promoción del
aprendizaje a través de
todos los recursos
puestos en juego en el
acto educativo". El
aprendizaje transita por
la apertura de caminos
nuevos, porque aprender
–siguiendo a Freire-
siempre es “construir y
re-construir para
cambiar”, lo cual hace
necesaria la actitud
favorable al riesgo y a
la novedad.
Ningún
itinerario educativo es
neutral.
O lo que es lo mismo:
todo itinerario encierra
una intención que
expresa con mayor o
menor nitidez. En este
caso, somos de la
opinión de que el
voluntariado social
precisa dotarse de un
itinerario global, que
tiene un marcado
carácter educativo ya
que partimos de la base
de que las personas
voluntarias, a partir de
su acción, se introducen
en un proceso de
aprendizaje que hemos de
explicitar y poner
nombre.
El
término itinerario
proviene del latín, iter
, que significa
"camino". Pero no sólo
describe una
trayectoria, sino que
también hace mención de
la dirección que lleva y
de los lugares,
accidentes, paradas y
vericuetos que se
encuentran en ese
camino.
En
nuestro caso, se trata
de un camino educativo
que realizamos con las
personas voluntarias. Y
es en el seno de cada
organización
socio-voluntaria donde
han de marcarse las
líneas básicas de este
proceso educativo. En
él han de participar los
voluntarios, pero en
este caso entiendo que
quien debe tenerlas
ideas claras al respecto
son las personas
responsables de la
formación y el
acompañamiento de los
voluntarios. Lo que
caracteriza a cada
itinerario es su punto
de partida, su punto de
llegada y las opciones
de fondo antropológicas,
pedagógicas y políticas
que lo acompañan.
4.1.
El
voluntario como persona.
Nuestro
punto de partida es la
persona del voluntario,
en su situación vital,
con sus motivaciones
iniciales, con su escasa
o abundante experiencia
previa, con sus miedos y
temores, con sus
idealismos y sus prisas,
con su ignorancia y con
su sabiduría. No son las
tareas, las urgencias,
los proyectos y todo lo
que queda por hacer
quienes marcan la acción
voluntaria.
Con demasiada frecuencia
y en nombre de causas
muy dignas hemos pasado
por encima de la persona
del voluntario y de su
circunstancia,
tratándola más como una
prolongación de la
tarea, es decir, como un
medio con el que
conseguimos nuestros
nobles fines, y no como
una realidad valiosa en
sí misma, portadora de
una eminente dignidad,
la de ser persona.
El punto
de partida del
itinerario del
voluntariado ha de ser
la persona, en su doble
condición de ciudadano y
de itinerante.
-
Como
persona, al
voluntario le asiste
el derecho a
participar en los
asuntos que le
afectan por el mero
hecho de ser persona
que vive en sociedad
con otros y en tanto
que le duele el
sufrimiento y la
injusticia que
padecen otras
personas y otros
pueblos.
-
Al
mismo tiempo,
hablamos de persona
en su condición de
itinerante,
de semi-acabado
-como insiste
Freire-, de realidad
susceptible de
crecer
dinámicamente, esto
es, de ir dando un
poco más de sí en
actitudes, en
capacidades, en
disposición. Crecer
es activar la
capacidad de cambiar
y modificar
conductas,
comportamientos,
motivaciones y modos
de actuar.
4.2.
Hacia donde debe caminar
el voluntariado.
En este
itinerario no podemos
hablar de punto de
llegada. Nuestro
imaginario no es una
carrera de obstáculos,
sino un camino que en sí
mismo es transición
vital para quien lo
pisa. No existe una
llegada concebida como
el hecho de que el
voluntario se perpetúe
en la organización. Es
decir, el
voluntariado representa
una opción de entrega,
trabajo y colaboración
que ni es a tiempo pleno
ni es de por vida.
Esto es importante. Otra
cosa será lo que el
voluntariado aporta y
remueve en la vida de
cada cual, impulsando a
tomar decisiones
profesionales,
familiares, económicas o
de relaciones que vayan
en la dirección de
impulsar una cultura de
la solidaridad crítica y
creativa.
Los
estudios sociológicos
nos muestran que el
ciclo vital del asociado
a una entidad de
voluntariado sigue
la siguiente secuencia
cronológica:
-
tras
una dedicación alta
en el periodo de la
primera y segunda
juventud,
-
se
produce una fuerte
disminución en la
implicación en la
organización durante
los últimos años de
estudios
universitarios,
primeros trabajos,
nuevas realidades
familiares,
desplazamientos por
motivos laborales,
etc.
-
Con
el final de la etapa
laboral se observa
un nuevo aumento en
la implicación de
los voluntarios en
sus organizaciones.
Siendo,
pues, realistas, no
podemos hablar de un
único punto de llegada
para una realidad tan
diversa, tan poco
homogénea y, en
ocasiones, tan dispersa.
Acaso podamos atisbar
un horizonte de llegada.
Un horizonte que se
despliega en la esfera
de la persona, de los
ambientes y de las
estructuras. En primer
lugar, el horizonte
personal se establece en
la posibilidad de que el
voluntario vaya
integrando su acción
voluntaria en su
proyecto vital, de
manera que no cultivemos
la disociación
existencial, sino todo
lo contrario: expresado
con otro lenguaje: hay
que ocuparse más del
compromiso personal con
y en la sociedad que del
"voluntariado", como si
éste fuera el único
cauce de acción
comprometida. El
voluntariado no es
ningún absoluto; en la
persona importa
sobremanera su proyecto
vital, hacia dónde
dirige sus esfuerzos,
ilusiones y opciones más
importantes. En este
sentido, el tiempo de
voluntariado (sea éste
de dos horas semanales,
de dos años o de veinte)
es un tiempo donde la
persona descubre, estima
y verifica una serie de
valores humanizadores
que tienen que ver con
la consideración de la
realidad absoluta de la
persona, el vigor de la
solidaridad, la
necesidad de practicar
un consumo responsable y
austero, el sentido del
encuentro interhumano,
etc. Sería peligroso
asociar el voluntariado
con un cierto "papel"
bonachón que uno realiza
durante unas horas y que
nada tiene que ver con
el resto de las cosas y
de la vida. Nuestro
horizonte educativo, de
este modo, instaura un
proceso educativo que
reclama puertas y
ventanas abiertas,
flexibles y dinámicas;
busca relaciones que
interroguen, que
cuestionen, que lejos de
petrificarse en la
estructura que los
sustenta, sirvan para
modelar ese proceso y
adaptarlo a cada
circunstancia.
En las
tramas relacionales y
ambientales, el
horizonte de llegada se
sitúa en el
descubrimiento y
potenciación de las
redes de solidaridad,
ya sea entre los mismos
voluntarios, entre las
distintas
organizaciones, entre
los colectivos con los
que se está trabajando,
en los barrios, pueblos
y proyectos en los que
se encuentran. Esto
significa que, por
ejemplo, quien realiza
su labor voluntaria
entre toxicómanos de un
barrio comprenda que su
acción ha de vincularse
a un proyecto más
integral de trabajo en
el territorio, con otros
agentes, otras
organizaciones, sin
aferrarse al pequeño
mundo del proyecto
concreto.
De un
modo más global, por
tanto, el
horizonte de llegada se
sitúa en los pasos que
personal y
colectivamente el
voluntariado va
realizando en favor de
una sociedad inclusiva y
justa, con conciencia de
la lentitud del cambio y
de la dureza de los
procesos.
4.3.
Reflexiones de fondo.
El punto
de partida y el
horizonte de llegada
constituyen dos
referencias importantes
del itinerario. La
trayectoria del mismo
será la apropiada si
acertamos a diseñar una
serie de opciones de
fondo que le vertebren y
dirijan.
Importa,
pues, articular una
serie de opciones
fundamentales y apuestas
de sentido acerca del
voluntariado y de la
misma organización, que
hemos de explicitar. Así
las cosas, las
opciones de fondo que se
han de visibilizar en
este itinerario
educativo son:
-
El
cuidado de la
persona. Ha de
primar la atención a
la persona por
encima de las
tareas. Hablar en
términos de cuidado
personal no
representa una
rendición ideológica
hacia la cultura
emotivo-posmoderna,
sino una exigencia
de humanidad. Este
cuidado implica fe
en las posibilidades
de cada cual, la
certeza de que cada
persona puede crecer
hasta límites
insospechados, y que
es capaz de cultivar
con nuevos aportes
su veta solidaria.
Este principio
conlleva la adopción
de mecanismos
pedagógicos y
estructurales queden
cuenta de esta
atención lo más
personalizada
posible. Sentimos
–con Freire- que "el
nuestro es un
trabajo que se
realiza con
personas, jóvenes o
adultas, pero con
personas en
permanente proceso
de búsqueda.
Personas que se
están formando,
cambiando,
creciendo,
reorientándose, ..."
-
La
prioridad de la
acción. La
acción es el
referente donde se
verifica y se valida
el voluntariado, más
allá de las
palabras, las
intenciones y la
buena voluntad. Esto
significa que los
elementos
formativos, tanto
formales como
informales, han de
estar en conexión
directa con la
acción de los
voluntarios. Será en
la acción concreta y
no en una reunión,
donde el voluntario
atraviese la prueba
de la validez de su
aportación. Pero
ello significa que
en el seno de las
organizaciones
socio-voluntarias
ensanchemos el
concepto de acción,
que, en nuestra
opinión,
representa:
a) La
realización de la
tarea concreta
en la que el
voluntario se ha
comprometido (por
ejemplo, la
responsabilidad de
realizar tareas de
apoyo escolar en un
proyecto con
adolescentes en un
barrio marginal).
b) El
significado que
esa acción
representa en la
vida y crecimiento
personal del
voluntario (en
no pocos casos, la
acción voluntaria ha
despertado en las
personas voluntarias
iniciativas diversas
de orden
profesional,
familiar o
relacional).
c) La
acción, por último
se entronca con
el grado de
transformación
social que genera
(en nuestro ejemplo
del aula de apoyo
escolar habrá que
descubrir en qué
medida esta acción,
que no es sólo de
este voluntario,
sino de un proyecto
colectivo, ha
generado pequeñas
transformaciones
entre los
adolescentes
"condenados" al
fracaso escolar, y
ha posibilitado
nuevas medidas de
intervención en el
seno de las
familias, de los
centros educativos…)
Así,
pues, tarea concreta,
significados personales
y transformaciones
sociales van de la mano
cuando hablamos de la
acción voluntaria.
-
La
relación, como
elemento
constitutivo del
quehacer del
voluntariado.
Importa descubrir
que buena parte de
nuestra capacidad
para transformar la
realidad pasa por la
creación de redes y
vínculos humanos.
"En la mayoría de
los casos no
consideramos el
trabajo voluntario
como un modo de
cultivar relaciones
duraderas con la
gente a la que
atendemos. Tratamos
a estas personas
como clientes
casuales, extraños
que entran y salen
de nuestras vidas
con suma rapidez".
El encuentro
transforma más de lo
que imaginamos. Y
ello requiere educar
en el significado de
las acciones y
profundizar en la
carga transformadora
que genera el
encuentro entre
personas.
-
La
no neutralidad ante
la realidad social.
Los procesos
educativos tienen
como horizonte de
trabajo la
transformación
social, cuestión que
nunca está peleada
con el crecimiento
personal de cada
cual. El análisis y
el conocimiento
afectivo y efectivo
de la realidad
social forma parte
ineludible del
quehacer educativo
del voluntariado
social.
-
El
referente grupal.
Trazamos un
itinerario educativo
personalizado, en la
medida de lo
posible, pero que no
pierde la necesaria
referencia grupal.
El grupo de
voluntarios, el
equipo de acción de
técnicos y
voluntarios
constituye una
pertenencia que no
sólo se realiza para
la acción, sino que
constituye un
elemento educativo
en sí mismo.
-
El
territorio, como
la concreción del
lugar donde animar
la acción solidaria
en términos de
recreación del
tejido social,
participativo y
cercano en los
pueblos y barrios,
con el fin de
reconfigurar
espacios habitables
y referencias de
compromiso
comunitario y
mancomunado.
-
La
opción institucional
que estos procesos
conllevan. De
nada vale que una
organización
socio-voluntaria
apoye teóricamente
un itinerario del
voluntariado si, al
mismo tiempo, no
pone en marcha
medios, libera
personas para
acompañar estos
procesos, y se
plantea visones a
largo plazo en el
mundo del
voluntariado. Con
demasiada frecuencia
se tiene claro el
proyecto a largo
plazo con los
colectivos afectados
por la exclusión
social, mientras que
con el voluntariado
se trabaja con
mentalidad de
"deprisa, deprisa",
y en este trance la
formación formal
constituye el mejor
catalizador que
garantiza en teoría-
la tarea bien hecha.
Sin embargo,
entiendo que el
voluntariado merece
un trato de atención
no de favor, sino de
trato personalizado
y justo. Por otro
lado, y dadas las
características del
itinerario que aquí
se propone, cada
organización puede
establecer sus
prioridades,
destacando unos u
otros momentos de
este proceso, ya que
no se trata de un
itinerario lineal
donde los momentos
se han de dar de
forma consecutiva.
-
El
tiempo educativo.
No se nos oculta que
todo lo anterior
requiere tiempo,
paciencia y sentido
de la modestia.
Llegamos a donde
podamos llegar. Ello
significa que
deberemos trabajar
siguiendo el
criterio del poco a
poco, de menos a
más, y, todo ello,
con buenas dosis de
flexibilidad. En
tiempos donde todos
ponemos nuestros
ojos en el
microondas, el
concepto de "tiempo
educativo"
corresponde al de la
cocina de leña,
donde los alimentos
sólo adquieren
sabor, cocinados a
fuego lento.
Pero tiempo educativo es
algo más que ir
despacio. Conlleva
sumergirse en una
dinámica dialógica que
exige acompasar
razonablemente el tiempo
propio y el tiempo de
los demás. La pluralidad
también habla en tiempos
diversos. Y con
frecuencia este simple
hecho se nos escapa de
las manos, en la
pretensión de juzgar a
los demás por nuestro
criterio temporal
unilateral. Con acierto
escribe Daniel
Innerarity: "considerado
desde la propia
temporalidad, el otro es
generalmente un ser
inoportuno, que se nos
escapa o detiene nuestra
velocidad particular,
alguien que tiende de
manera molesta a
adelantar o retrasar".
El tiempo educativo
constituye entonces una
llamada al respeto hacia
el otro entendido
diferente a mí, al que
le cabe encontrar lo que
yo he encontrado y vivir
lo que yo he vivido a su
debido momento, en un
lugar y en un tiempo que
yo no puedo
predeterminar.
Por ello
la paciencia, el sentido
del ritmo, el
acompasamiento, la
espera, la cercanía y la
distancia configuran una
estela de ineludibles
puntos de encuentro
temporal.
Para esta empresa, más
que técnicos de la
técnica formativa se
precisan artistas que
saboreen el arte
educativo y afinen los
sentidos y el
pensamiento a esta
suerte de conocimiento
que se desarrolla sin
las muletas de la receta
de turno, si bien la
destreza en ciertos
conocimientos
específicos siempre
ayuda y en modo alguno
hay que despreciarla.
5. FASES DEL ITINERARIO
FORMATIVO.
Hablamos
de un itinerario que
se desarrolla en forma
de espiral, donde no
hay un momento primero
al que le sigue uno
segundo, y así
sucesivamente. Todos los
momentos están
entremezclados. Es un
itinerario que se
desarrolla en el seno de
un campo de juego amplio
y diverso, de manera que
de un momento se puede
saltar a otro. Es
importante, por ejemplo,
acoger al voluntario y
que se instaure un
espacio de acogida a la
persona que se ofrece a
colaborar en una entidad
de voluntariado; pero
ese momento se puede
instaurar después de
poner en marcha un
dispositivo de
acompañamiento a los
voluntarios en su
acción, o viceversa. En
cualquier caso, este
proceso, se vertebra a
través de dos ejes que
alimentan su desarrollo:
a) La
sensibilización,
como la instauración del
"chip", marca de calidad
del voluntario, a saber,
la adopción de una
actitud permanente de
escucha, atención,
análisis y mirada hacia
una realidad sufriente e
injusta que exige
respuestas renovadas y
compartidas. La
sensibilización,
entonces, conecta con la
posibilidad de abrirnos
a la realidad social,
mirarla a la cara,
ponerle nombre y dejarse
afectar cordialmente por
ella, en la esperanza de
que nuestra aportación,
con toda su modestia,
impulsa semillas de
transformación social.
La sensibilización,
entonces, no es aquello
que exigimos a los
voluntarios, sino que es
aquello que los
voluntarios han de notar
y descubrir en los más
"viejos de lugar", en
los veteranos que
impulsan los proyectos
de acción concretos.
El
acompañamiento,
como eje pedagógico que
antepone el "¿cómo
estás?" al "¿qué has
hecho hoy?". Se acompaña
a la persona toda, en la
medida en que ésta se
deja acompañar. Y se
acompaña allí donde se
desarrolla la acción
voluntaria: en la calle,
en el taller, en el
albergue, en el piso de
acogida, en el bar. Más
que sobrecarga añadida,
el acompañamiento
conlleva una manera de
estar y de ser con los
voluntarios en tantos
momentos que ya de por
sí se comparten con
ellos. Según los
distintos momentos de la
acción que desarrolla el
voluntario, el
acompañante deberá
afinar sus dotes para
realizar el mejor
acompañamiento en el
difícil juego de
cercanía-distancia que
todo acompañamiento
conlleva.
A partir
de estos dos ejes, tan
sólo nos queda describir
de modo breve, los
momentos del itinerario
educativo:
*
Convocatoria.
Más que "captar"
voluntarios, lo que
una organización
socio-voluntaria
debe plantearse es
su capacidad y
estilo de
convocatoria. El
voluntariado, más
que un hacer es un
quehacer, una forma
de construirse y
crecer como persona
en tanto que
construye un nuevo
tipo de sociedad.
Así, hemos de hablar
de convocatoria en
términos de
invitación cordial y
amable a
incorporarse a un
proceso de acción y
de reflexión, que va
más allá del ingreso
en un proyecto de
trabajo concreto.
Cierto que a las
organizaciones les
urge "tener"
voluntarios para
"sus" proyectos. De
hecho entre los
responsables de
proyectos concretos
y quienes realizan
la acogida inicial a
los nuevos
voluntarios se dan
divergencias
importantes.
Mientras que para
los primeros les
importa captar
voluntarios con un
perfil concreto, a
los segundos les
"llega" el
voluntario con su
perfil, que no
siempre coincide con
el ideal(ya lo
constatamos al
comienzo de este
capítulo). Entre
tener que captar
para lo urgente y
convocar a un
quehacer
personalizador, cada
entidad deberá hacer
sus ajustes en la
convicción de que la
convocatoria no
comienza ni termina
en mi entidad, sino
que se trata de una
invitación que
nosotros hacemos y
que posiblemente lo
mejor del saber
hacer de este nuevo
voluntario lo va a
dar en otro lugar,
en otra entidad. No
importa, puesto que
buscamos personas
críticas y
transformadoras de
la realidad, no
prosélitos de una
institución.
*
Acogida. Más que un
registro de entrada, la
acogida se convierte en
un ámbito de encuentro,
de diálogo y de primer
acompañamiento en la
buena orientación al
nuevo voluntario, que se
ofrece y que llega con
las más variopintas
motivaciones; y se le
acoge incondicionalmente
para ayudarle a
descubrir en qué
proyecto y en qué tipo
de acción puede dar más
de sí, y se le acoge
incondicionalmente para
decirle que en ese
momento, quizá la acción
voluntaria no es el
mejor camino para esa
persona (recordemos los
muchos casos de
voluntarios que llegan
con graves trastornos de
salud mental y que el
voluntariado no es en
ese momento la mejor
opción). Hemos de
distinguir, por tanto,
entre acogida
incondicional a la
persona y la integración
en la acción del
voluntario, que siempre
estará condicionada por
el compromiso inicial
del mismo con la
organización y
viceversa. Acoger no es
abrir la entrada al
"todo vale" en el
voluntariado, pero sí ha
de valer la escucha, la
atención personalizada y
la amabilidad incluso
para indicar o sugerir
que en este momento el
voluntariado no es la
mejor opción para esa
persona. Cuáles han de
serlos criterios para
construir ese compromiso
mínimo del voluntario
será tarea en la que
cada organización deberá
pensar y decidir.
* Integración
en la acción. Más
que a la "tarea"
concreta, al voluntario
hay que integrarle en la
acción global de la
entidad, en la mirada
que realiza sobre la
realidad; hay que
vincularle a un proceso
de acción-reflexión
permanente y gradual.
Hay que integrar al
voluntario a una
dinámica de trabajo en
equipo donde juntos
hacemos y juntos
decidimos. La acción no
se reduce a la tarea, y
por ello hay que
entender la misma acción
en una dinámica
extensiva, que cubre
tanto la exploración del
terreno que se va a
pisar, como la relación
personal con los
destinatarios de la
acción, como la
realización de la tarea
encomendada, como la
apertura del proyecto en
el que andamos metidos a
otros espacios, otras
redes, otras
dimensiones. La
extensión de la acción a
múltiples actividades no
nos hace perder de vista
la intensidad de la
misma en términos de
reflexión sobre lo que
juntos vamos
construyendo, de manera
que evaluamos
permanentemente si
nuestra acción conlleva
a la absolutización de
un proyecto o de una
sigla, o conduce
realmente al servicio de
los más débiles y al
cambio social.
* Espacios
formativos formales.
Desde nuestro punto de
vista, el momento
primero de formación
básica o inicial del
nuevo voluntario ha de
venir tras un breve
periodo de experiencia
en la acción, donde el
voluntario ha podido
explorar la realidad en
la que le toca trabajar
y ha explorado su propia
realidad de fragilidad,
miedos, carencias y
posibilidades. En
cualquier caso, un
itinerario educativo
como el que aquí se
plantea, necesariamente
trastoca los esquemas,
contenidos y
metodologías de los
espacios formativos
tradicionales: formación
básica y formación
específica. En ningún
caso se trata de
anularlos sino de
recrearlos a través de
una dinámica
verdaderamente inductiva
y participativa.
*
Presencia pública.
Más que tareas
paliativas, el
itinerario educativo
apuesta por una
presencia pública del
voluntariado en tanto
que trata no sólo de ser
agente corrector de los
desvaríos de un sistema
económico y político
injusto, sino que debe
ser agente catalizador
de nuevas realidades más
justas y solidarias.
Así, no es extraño que
el voluntariado se
manifieste a favor de la
condonación de la deuda
externa para los países
del Sur, y sería muy
interesante que el
voluntariado que trabaja
con inmigrantes se
pronunciara respecto a
la ley de extranjería, y
que el que camina de la
mano de los niños y
niñas diga en alta voz
lo que piensa sobre el
maltrato infantil. Es
decir, que el
voluntariado ha de
encontrar su vertiente
movilizadora y
provocativa en una
sociedad marcada por la
indiferencia y por la
seguridad en términos de
defensa ante el extraño.
Para
llevar hacia adelante
todo este proceso
educativo es fundamental
descubrir la figura
del animador del
voluntariado, como
agente que acompaña y
dinamiza este proceso en
unión con otros
animadores-compañeros
con los que configura
una red de animadores de
la entidad, del
proyecto, o acaso del
territorio o de la
temática común donde
confluyen intereses y
necesidades de
diferentes entidades,
con similares
características. Una red
que se convierte en el
observatorio permanente
tanto del voluntariado
con el que contamos como
del proceso educativo
que hemos instaurado.
Una red que nos
permitirá adaptar y
concretar a nuestra
escala humana los pasos
y momentos de un
itinerario educativo
ambicioso, al tiempo que
cercano.
6. EVALUACIÓN DEL
ITINERARIO FORMATIVO.
Todo
proceso desemboca en
unos resultados que, de
un modo u otro, se
pueden verificar. En el
caso de los procesos
educativos y, en
particular, en el
itinerario del
voluntariado estimamos
-con Francisco
Gutiérrez- que podemos
hablar de productos de
orden pedagógico cuando
son el resultado
permanente del proceso,
de tal suerte que
"proceso y productos
están esencialmente
relacionados"; más aún:
la dinamicidad,
flexibilidad, amplitud
de miras y armonía del
proceso constituyen los
primeros productos con
que nos hemos de topar a
través de un itinerario
educativo como el que
presentamos.
Desde el
punto de vista
pedagógico, los
productos han de ser:
Tangibles:
que puedan ser sentidos
y tocados físicamente
por los participantes.
No son productos
teóricos para acumular
conocimientos, sino
valores, relaciones,
sentimientos y
cosmovisiones que se van
incorporando a la
persona, en la medida en
que ésta los interioriza
sin falsas
culpabilidades y con
conciencia de ganancia.
Interrelacionados:
la dinámica del proceso
genera nuevas visiones
de la realidad,
comportamientos y
opciones que no están
desconectados entre sí.
Al contrario, la
experiencia de compasión
con el que sufre ha de
acercar al voluntario a
su entorno vital y
familiar al tiempo que
da pie a una más amplia
comprensión del
sufrimiento causado por
dinámicas estructurales
injustas y a una mayor
participación en otros
grupos sociales y/o
políticos.
P e r
m a n e n t e s:
Insistimos en que no
hablamos de un producto
final, sino de un
producto que se verifica
en la experiencia misma
del proceso; por eso es
un resultado gradual,
que en cada momento va
generando una serie de
frutos. Hay resultados
día a día: hoy percibo
que se va modificando la
motivación inicial
centrada en mis
problemas o carencias;
en otro momento descubro
el valor revolucionario
y transformador del
encuentro con este
enfermo terminal; otro
día tomo conciencia de
la dimensión política y
reivindicativa del
voluntariado, a raíz de
una movilización en
favor de las personas
sin hogar.
Participativos.
Los resultados no pueden
ser fruto de la
imposición de un líder
ni de la exigencia de
una junta directiva. La
lógica del proceso
educativo cuenta desde
el comienzo con el
diálogo entre el
voluntario y su
circunstancia, entre el
voluntario y la
organización, entre el
voluntario con los
compañeros voluntarios
y/o contratados. La
participación no es sólo
la capacidad para
expresar opiniones en
una reunión, sino la
posibilidad de ser el
co-protagonista del
proceso educativo en
cuestión.
Estos
criterios nos previenen
igualmente acerca de
nuestras prisas por
contar con indicadores
adecuados para evaluar
ajustadamente el proceso
educativo que estamos
llevando a cabo.
Quizá
estamos muy polarizados
ante indicadores
exclusivamente
cuantitativos, que miden
la realidad a través de
los números: el número
de voluntarios
incorporados, el número
de cursos formativos
realizados, el número de
reuniones de equipo, el
número de folletos
repartidos. Por nuestra
parte, coincidimos con
Ernesto Sábato en el
hecho de que la vida se
hace en borrador, de
modo que los números
hay que tenerlos en
cuenta, pero corremos el
riesgo de pasar de largo
ante lo verdaderamente
importante:
-
el
crecimiento personal
y comunitario,
-
la
construcción de una
ciudadanía
responsable y
comprometida con su
realidad
-
o
la sensibilización
ante la realidad de
injusticia que
preside nuestro
mundo.
Y en
estos procesos, el
esbozo, el tanteo, el
borrador cobran una
relevancia capital.