LA HIPÓTESIS O ABDUCCIÓN[1] |
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Abducción
es el proceso por el que se forma una hipótesis explicativa. Ch.
Pierce.
Volvamos al ejemplo que vimos en las formas
básicas de inferencia: Marta se ha puesto morena en pocos días.
Estamos en invierno. A Marta le gusta esquiar.
___________________________________
Probablemente ha estado en las pistas de esquí.
Aunque las premisas sean ciertas, la
conclusión no se sigue de ellas. Sin embargo, todas juntas parecen sugerirnos
una conclusión con más fuerza que otras posibles. En un argumento hipotético, a
diferencia de lo que ocurre en las deducciones, la conclusión no aparece
prefigurada en las premisas, pero es compatible con ellas. Marta, a quien le
gusta esquiar, se ha puesto morena en unas circunstancias peculiares: un fin de
semana en invierno. Por eso concluimos hipotética y provisionalmente, mientras
no dispongamos de más información, que Marta ha estado en la nieve. Parece una
hipótesis razonable. Datos adicionales podrán confirmarla o deshacerla, pero
no se alcanza otra explicación mejor para ese conjunto de datos. De ahí que a
estos argumentos hipotéticos se les denomine también Inferencias a la
mejor explicación. Ahora bien, esto tiene todo el aspecto de
una conclusión precipitada, porque caben otras explicaciones: ha estado en
Las Canarias, se ha pasado el fin de semana tumbada al sol en la terraza de su
casa, ha recibido sesiones de luz ultravioleta, se ha maquillado con habilidad.
¿No se toman en cuenta? No, pero tampoco se rechazan. La conclusión dice, con
toda prudencia, que probablemente estuvo esquiando. Así y todo, es una
conclusión muy atrevida. Podríamos aceptar que afirmara tal vez estuvo
esquiando, como quien dice cabe esta posibilidad real, entre otras.
¿Por qué convertimos dicho tal vez, que
expresa la existencia de una posibilidad, en probablemente que significa
que estamos ante la posibilidad más verosímil? ¿Por qué escogemos una
posibilidad y menospreciamos las otras? ¿Por qué consideramos que una de las
explicaciones es la mejor? Porque así nos lo sugiere nuestra experiencia.
Todos los argumentos hipotéticos incluyen una primera premisa tácita que es
una regla de experiencia, según la cual todas las probabilidades no
pesan lo mismo en unas circunstancias determinadas: no creemos que pesa lo
mismo el viaje a Las Canarias que la excursión a las pistas de esquí. No son
verosímiles en el mismo grado. No se dan con la misma frecuencia en las
presentes circunstancias, es decir, en un fin de semana invernal en el caso
de Marta.
Consideremos las siguientes
generalizaciones presuntivas:
Siempre que nos visita mi cuñado, mengua el coñac.
Siempre que mengua el coñac, lo habitual es que nos haya visitado mi
cuñado. Son afirmaciones distintas: la primera va
de la causa al efecto, la segunda recorre el camino inverso, que es el de las
hipótesis. Son complementarias, forman parte de la misma experiencia. He observado
repetidamente que las visitas de mi cuñado, el viaje anual de mi sobrino australiano,
y el asado del pavo navideño, reducen mis reservas de coñac, pero al mismo
tiempo constato que la visita de mi cuñado es la causa más frecuente de dicho
descenso. Albergo en la cabeza una fuerte asociación entre la disminución
del coñac y
la visita de mi cuñado en circunstancias normales. No puede
extrañar,
pues, si veo la botella mermada, que acuda a mi mente la posibilidad más
habitual. Es muy plausible: cualquiera pensaría del mismo modo. Esta alianza de
sensaciones que deriva de mi experiencia de las cosas la archivo como generalización presuntiva:
En circunstancias normales, si mengua el coñac lo habitual es que nos haya
visitado mi cuñado. Éste es el tipo de premisa que, de forma implícita,
situamos como respaldo de nuestros argumentos hipotéticos.
Según mi experiencia,
si mengua el coñac, lo habitual es que nos haya
visitado mi cuñado.
Ha menguado el coñac.
Probablemente nos ha visitado mi cuñado.
Ahora estamos ante una deducción correcta.
La regla de experiencia permite menospreciar el resto de las posibilidades
por considerarlas menos probables, menos habituales, en unas determinadas
circunstancias.
— No han llegado los periódicos al pueblo.
— Seguramente la carretera está cortada.
— ¿Por qué dice eso?
— En mi experiencia, cuando la nieve corta la carretera no llegan los
periódicos.
— Eso no significa nada. Caben otras razones. — Desde luego, pero son más remotas. Cuando no llegan los periódicos, lo
habitual es que la carretera esté cortada, y eso es lo que debo pensar,
mientras no se demuestre lo contrario, porque es la explicación más probable.
La regla de experiencia indica que es
razonable pensar así porque así suelen ser las cosas en determinadas
circunstancias. Si llego a casa tras un puente festivo y descubro que todo el
contenido del frigorífico está enmohecido, concluyo que en mi ausencia se ha
producido un corte de luz. Inconscientemente, actualizo una de las infinitas
generalizaciones presuntivas que mi memoria registra y almacena sin que yo me
esfuerce: esto ocurre, por ejemplo, cuando se corta la luz. Por
supuesto que la memoria me ofrece también otras alternativas para escoger, pero
no las tomo en cuenta, o no las considero tan plausibles, dadas las
circunstancias. Podemos, pues, esquematizar el argumento
hipotético como sigue: Sabemos que si
ocurre A, B o C, entonces
aparece Z [También sabemos
que lo más probable es
A] Se da Z ___________________________________ Luego, probablemente, ha ocurrido A
De modo que, si volvemos al caso de Marta,
diremos: en mi experiencia, cuando Marta se pone morena en invierno, la más
probable, entre todas las posibilidades, es que haya estado en las pistas de
esquí.
[Cuando se pone morena, lo habitual es que haya estado en las pistas de
esquí].
Se ha puesto morena.
Luego probablemente ha estado en las pistas de esquí.
Así ocurría en el ejemplo de
Pierce que
veíamos en la Introducción. Podemos
concluir que las alubias proceden probablemente del saco, porque conocemos la
existencia de un saco del que salen alubias blancas. En suma, el punto de
partida en un argumento hipotético es el dato que nos ofrece la realidad, desde
el cual tratamos de adivinar su origen. Saltamos de los hechos a su
explicación, pero lo hacemos de una manera razonable, plausible, porque nos
basamos en reglas de experiencia
que pueden ser compartidas por nuestros oyentes, y que nos señalan cuál es el
antecedente más probable y más verosímil en unas circunstancias dadas. Al fin
y al cabo proceden de asociaciones mentales que están al alcance de todos los
observadores.
Cuando llueve, el suelo se moja.
[En mi experiencia, cuando se moja el suelo, a estas horas, lo habitual
es que haya llovido].
El suelo está mojado.
Luego, seguramente, ha llovido.
Las reglas de experiencia, bien las
expongamos como generalizaciones, bien como condicionales presuntivos, suponen
que las cosas ocurren como tienen por costumbre. Ignoran cuál puede ser la causa de tan vasto incendio, pero, conociendo la cruel desesperación que produce un gran amor traicionado y de lo que es capaz una mujer apasionada, un triste presentimiento invade el corazón de los teucros. Virgilio. Los compañeros de Eneas adivinan el suicidio de la triste Dido en cuanto perciben el resplandor del fuego en las lejanas murallas de Cartago.
Podemos razonar hipotéticamente cuando los acontecimientos
no nos sorprenden, pero estamos desarmados si alteran su curso normal. Por
ejemplo, no asombra oír tiros en el bosque durante el mes de octubre porque
es sabido que abundan los cazadores. Disponemos de una explicación. Por el
contrario, quedaremos perplejos si suenan tiros de fusilería en la plaza del
pueblo durante una madrugada de Noviembre. No es que en tal caso renunciemos a
las hipótesis, es que no nos aclaran nada porque no sabemos a qué carta quedarnos.
Quien vive en una zona donde los temblores de tierra son frecuentes, saldrá a
la calle con el primer ruido. Quien no espera un terremoto, ni siquiera
considera esa posibilidad y no se moverá hasta que la casa baile. No
sabemos
diagnosticar lo imprevisto;
no podemos prever lo que no figura en el
archivo de nuestra experiencia. Por eso, nadie podía entender qué había ocurrido
en el panteón de Julieta:
Bien conocemos la escena de tales estragos,
pero los motivos de esta desventura,
si no nos lo dicen, no los vislumbramos.
Para extraer conclusiones de los efectos o
consecuencias, es indispensable disponer de una regla, sea esta rígida o
presuntiva, hija de una observación meticulosa o de una suma de impresiones
más o menos difusas y repetidas. Si carecemos de tal regla, el camino del
razonamiento hipotético está vedado. Hemos de recurrir a otro procedimiento, la
analogía, que
interpreta los casos que no encajan en ninguna regla buscando apoyo en sus semejanzas
con otros conocidos. 3. La fuerza del argumento hipotético Al avanzar hipótesis somos conscientes del
grado de incertidumbre en que nos movemos. Si llegara el caso de tener que
justificar nuestra conclusión, diríamos: no lo sé con precisión, pero lo
supongo.
Pantoja— Me ha dado en
la nariz. No aseguro nada; es que, con mi experiencia de esta casa, lo huelo,
lo huelo, Ramón... no sé... puede que me equivoque. Al tiempo.[2] Estamos dispuestos a rectificar si los
hechos no se confirman, porque tenemos conciencia de que nuestras conclusiones
son provisionales, impuestas por la necesidad de respuestas rápidas en la
inmensa mayoría de las situaciones cotidianas.
Nosotros que aceptamos los juicios probables y no podemos ir más allá
de lo que se presenta como verosímil, estamos dispuestos a rechazar sin
contumacia y a vernos rechazados sin ira.[3] ¿Cuándo son razonables nuestras hipótesis?
O, si se quiere, ¿qué condiciones deben cumplir para que nuestros oyentes las
estimen aceptables? La fuerza de la hipótesis está determinada por tres
factores: a. Que explique bien el fenómeno, en
razón de una regla plausible de experiencia (o varias). b. Que no exista otra explicación mejor
para el mismo fenómeno. c. Que nada en las circunstancias del
caso impida que se cumpla la presunción. a. Una conclusión hipotética, en el mejor
de los casos, no puede ser sino probable, como quien afirma: Probablemente
será X porque suele ser X. Claro está que cuanto más sólido parezca el suele
ser de la regla, cuanto más raras parezcan sus excepciones, tanto más
convincente resultará nuestra hipotética explicación. Las presunciones deben
estar apoyadas en la experiencia y ser capaces de explicar satisfactoriamente
el fenómeno.
El coche de los turistas marroquíes se salió de la autopista a las 7
de la mañana, en un tramo recto y solitario. Quedó completamente destrozado y
no hubo supervivientes. Supongo que el conductor se durmió. Muchos turistas
marroquíes viajan desde el norte de Europa, sin descanso, para llegar cuanto
antes a su casa. b. Es preciso que no existan otras
explicaciones competitivas para las mismas circunstancias, y si existen, que
parezcan menos probables. En otras palabras, que podamos decir: de no ser
como indicamos, los hechos son inexplicables, porque cualquier otra
interpretación es inverosímil dada su escasísima probabilidad en las presentes
circunstancias.
Si no nieva, es improbabilísimo que no llegue la prensa. c. Por fin, hemos dicho que no debe existir
nada en las circunstancias del caso que lo conviertan en una excepción de la
regla, por ejemplo, que no lleguen los periódicos en Agosto o, siguiendo otros
ejemplos, que mi cuñado esté de viaje cuando se evapora el coñac, o que Marta
tenga un tobillo dislocado que no le permita salir de casa.
________________________________________________________________________________ En suma: la hipótesis ha de ser posible, debe ofrecer la mejor explicación de los hechos y ha de estar avalada por la experiencia. ____________________________________________________________________________________________
4. La persuasión con hipótesis ¿Podemos persuadir con hipótesis, aunque no
las verifiquemos? Sin duda. Lo hacemos todos los días. Casi todas nuestras
decisiones se basan en supuestos: escogemos determinada ruta porque suponemos
que otras están atascadas; renunciamos a prometedoras amistades porque
tememos no ser bien recibidos; no votamos a nuestro partido preferido porque
presumimos que va a ganar
(o perder) de todos modos; no llamamos a los bomberos cuando
nuestra anciana madre no contesta al timbre porque sospechamos que ha salido
para visitar a su hermana. Somos los primeros en persuadirnos con nuestras
propias suposiciones.
La casa está a oscuras. Se ve que no hay nadie, porque cuando salen
apagan la luz. Tal vez han apagado las luces para que el
niño vea mejor las estrellas o para librarse de los mosquitos, pero
consideramos estas posibilidades muy remotas o —si no hay niños ni mosquitos—
imposibles. Como decía Sherlock Holmes (cuyas mal llamadas deducciones son
hipótesis):
Tengo una vieja máxima: cuando se ha excluido lo imposible, lo que
queda, aunque poco probable, tiene que ser la verdad.[4] Otelo y el rey Lear son arquetipos de
tragedias basadas en supuestos falsos pero persuasivos. Cesar repudió a su
señora porque no quería fomentar
cábalas sobre la mujer del César. Condenamos
la maledicencia porque es persuasiva. Reclamamos la garantía jurídica de la
presunción de inocencia porque las presunciones de culpa son persuasivas. Cuando se ve que van juntos una mujer con un hombre, les han de achacar aquello que cada cual se supone
(cantar). __________________________________________________________
Las reglas de prudencia
Como hemos podido comprobar, los argumentos
hipotéticos convierten un juicio de posibilidad en un juicio probable.
Convierten
un tal vez sea en un lo más probable es que sea. A veces,
sin embargo, no lo consiguen. Con frecuencia ocurre que nuestra hipótesis no
pesa más que otras alternativas. Existe una posibilidad de que algo sea y otra
de que no lo sea. Concluir en estos casos tal vez sea X, esto es, admitir
que existe una posibilidad real remota, parece irrelevante. En muchas
ocasiones, en efecto, lo es. En otras, sin embargo, determinadas
circunstancias logran que dicha posibilidad, aunque remota, cobre mucha más
fuerza que la contraria y resplandezca como un anuncio luminoso en la noche.
No es lo mismo concluir tal vez sea un incendio que ¡¡¡tal vez sea un
incendio!!! Una cosa es percibir humo en la lejana montaña y otra
descubrir una nube oscura en el dormitorio. El argumento hipotético puede
cobrar mucha fuerza aunque no permita más que un juicio de posibilidad.
Esa escopeta que ha cogido el niño puede estar cargada. Es una posibilidad entre otras, pero es una
posibilidad que, si fuera cierta, acarrearía consecuencias graves que nos
importan. Sería temerario no considerarla. Si una madre llega a la conclusión
de que su hijo de tres años puede caerse a la piscina, no se parará a considerar
si la posibilidad es grande o pequeña. Las madres no suelen jugar a la ruleta
rusa con sus hijos. Las reglas de prudencia son aquellas
normas del buen vivir a las que recurrimos cada día como base práctica para
tomar precauciones y actuar de una manera segura. Fundamentan la acción prudente.
Operan como una variedad de norma. Señalan cómo se debe actuar en caso de
riesgo. Los argumentos prudenciales son una variedad de los argumentos
normativos, en los que como premisa figura una regla de seguridad. Lo que nos
importa ahora es destacar que contribuyen a reforzar la importancia práctica
de una conclusión hipotética débil.
Debes liquidar tus acciones porque parece que va a bajar la
bolsa.
He tirado la mayonesa de ayer porque pudiera estar contaminada. No sabemos si está contaminada, y no lo
podemos saber. Hemos argumentado apoyándonos en una posibilidad real y
peligrosa (la mayonesa puede contaminarse) y en una regla prudencial que
nos indica la conveniencia de actuar para evitar el riesgo. Presumo que la
mayonesa tal vez esté contaminada y actúo como si realmente lo
estuviera.
El gobierno ha prohibido la importación de mantequilla belga ante el
temor de que pudiera estar contaminada por la dioxina de los piensos. La gravedad de las posibles consecuencias
nos arrastra a dar el salto del es posible al presumo; del pudiera
ser al es provisional y, en consecuencia, a iniciar una acción que
evite o combata el riesgo como si fuera cierto.
Preocupados por el insólito silencio, se detienen por temor a una
emboscada.[5]
Bruto— Podría hacerlo
César. Por lo que pueda ocurrir, hay que adelantarse.[6] La importancia de un diagnóstico médico
hipotético deriva de las circunstancias. En unos casos no pasa de ser una
primera aproximación al problema antes de iniciar un estudio más preciso. En
otros casos, es una conclusión tan importante (aunque no sea más sólida) que
determina el envío del paciente al quirófano por si acaso.
— ¿Por qué dudas de una cosa que no conoces?
— ¿Por qué guardas esos ahorros?
— ¿Por qué has dejado ese retén de bomberos? — Por si acaso.— No se puede violar una regla de prudencia
sin una buena razón que lo justifique. Consideramos de tal modo fundamentada
la acción prudente que si alguien se opone a ella, le trasladamos la carga
de la prueba para que razone su discrepancia.
Tal vez sea inocente, luego debe ser absuelto.
Tal vez se caiga el puente, luego no se debe inaugurar.
Tal vez sea un incendio, luego debes avisar a los bomberos. Quien no lo haga así, o pretenda rechazar
esta manera de actuar, está obligado a justificar su postura.
Sabían que un ejército seguía sus pasos y presumían que otro les
saldría a su encuentro por delante, a juzgar ya por las informaciones
recibidas, ya por lo que estaba aconteciendo a la sazón. Dispusieron a los
soldados en dos frentes, uno por la parte de atrás y el otro en la cabeza. Polibio. Expresiones como fíate y no corras reflejan
la fuerza persuasiva de las sospechas (y la gran irracionalidad que
representaría ser excesivamente razonable y dejar que la lógica multiplique
nuestros riesgos). Máximas genéricas como: Por lo que pueda ocurrir, pongámonos
en lo peor, más vale prevenir que lamentar, en la duda lo menos malo...; o
específicas como: no se apunta con un arma, no se juega con fuego, In dubio
pro reo; estando airado no se ha de decir ni hacer cosa alguna, y otros
lugares comunes, son ejemplos de reglas de prudencia. Es de vidrio la mujer, pero no se ha de probar si se puede o no quebrar, porque todo podría ser. Cervantes. ______________________________________________________________________ En suma, en la Hipótesis o Abducción, no
concluimos caprichosamente sino que, basados en la experiencia y considerando
las circunstancias, escogemos aquello que estimamos como más probable y, con
frecuencia, tan probable que adquiere para nosotros el carácter de una
asociación casi obligada. Los argumentos hipotéticos parten de las
consecuencias de las cosas, de los datos que nos ofrece la realidad, y tratan
de adivinar cuál pueda ser su causa o su antecedente. Son pues argumentos que
afirman o se apoyan en los hechos. Al mismo tiempo son argumentos que no
olvidan otras explicaciones alternativas, aunque no las consideren tan
probables como la escogida. En fin, son argumentos cuyas conclusiones se
ofrecen de manera tentativa, provisional, hipotética. Tentativa porque no
estamos seguros; provisional porque somos conscientes de que la aparición de
nuevos datos puede obligarnos a modificar la explicación; hipotética porque consideramos
que si la hipótesis fuera cierta, explicaría los hechos satisfactoriamente. Muchas de nuestras decisiones cotidianas (y
las de jueces, médicos, economistas o detectives), obedecen a conclusiones
hipotéticas a partir de informaciones incompletas. Si tuviéramos que esperar
a estar seguros de todo antes de resolver, es decir, a disponer de datos que
permitan alcanzar conclusiones incuestionables, no podríamos dar un paso y la
vida se detendría. Apostamos sobre cosas inseguras: ¿quién ganará las elecciones?
¿es culpable el acusado? ¿cuánto valdrá un dólar la semana que viene? ¿cuál es
la probabilidad de ocurrencia de los hechos inciertos?
¿Acaso el sabio que se embarca está seguro, porque su razón lo ha
percibido así, de que navegará conforme a su deseo? Sin embargo, si lo hace
con un buen navío, un buen timonel y la mar en calma, tiene que parecerle
probable que llegará sano y salvo al puerto de destino. Esta clase de
apariencias le servirá de norma para decidirse a obrar o a no obrar. Cicerón.[7] Decidimos y actuamos a partir de
presunciones meramente hipotéticas, pero pretendemos que sean razonables. En algunos
ambientes se las denomina hipótesis de trabajo, porque esa es su
función: sirven para actuar aunque sea sobre supuestos inseguros o
provisionales, de la misma manera que se hace en la vida común: cojo el
paraguas, vendo las acciones, detengo al sospechoso, compro extintores,
comienzo a tratar una enfermedad... Nos conformamos con aquella conclusión
que, siendo razonable, permite atender las necesidades prácticas del momento.
Las presunciones no sustituyen al conocimiento, pero permiten actuar cuando
nos falta. El verbo colegir, ya en desuso, recogía bien esta manera de razonar
que ata diversos cabos sueltos:
Colegir.- Es juntar en uno las cosas que están sueltas y
separadas. De muchas y diversas cosas que hemos oído, visto o leído, hacemos
una suma y aquello es colegir o dello hacemos argumento para inferir otra cosa.
Diccionario de Covarrubias. El paradigma de las inferencias hipotéticas
es el argumento del signo
o del indicio, arma principal de toda conjetura. Nos permite barruntar racionalmente si algo ha ocurrido, si es posible, si es fácil,
si existen motivos: Pensé que estaba enfermo porque lo vi muy pálido. De su intención no cabe duda puesto que se había preparado.
No eran ladrones: no tocaron las joyas ni el dinero. _________________________________________________________________ I. La inferencia hipotética o abducción, ofrece la mejor explicación de fenómenos aislados.
II. Infiere a partir de reglas de experiencia, es decir, generalizaciones difusas fruto de experiencias comunes.
III. La fuerza de una inferencia hipotética depende de tres factores:
1. Que explique bien el fenómeno, en
razón de una o varias reglas de experiencia plausibles. 2. Que no exista una explicación
mejor para el mismo fenómeno. 3. Que nada en las circunstancias del caso impida que se cumpla la presunción.
IV. La hipótesis, en la práctica, puede ser tan convincente como la deducción o la inducción.
V. Las reglas de prudencia acentúan
la fuerza de una conclusión hipotética débil. __________________________________________________________________ |
FIN DE “LOS
CAUCES DEL RAZONAMIENTO”
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Revisado:
mayo de 2005 |
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[1] El nombre de Abducción se lo debemos
al filósofo norteamericano del siglo pasado Charles S. Pierce. Significa llevar
(la mente) a otra parte: de los hechos a su interpretación. Lamentablemente se nos
ha transformado en un término inexpresivo. Hoy día se ha consagrado entre los
programadores de computadoras con otro significado: retroducción o
argumentación hacia atrás. Peor aún: lo emplean los aficionados a los platillos
volantes para denominar los secuestros realizados por extraterrestres. Para evitar estos equívocos,
algunos llaman a esta inferencia Suposición y Presunción, lo que
nos parece que induce a equívocos con las inducciones y deducciones probables.
Lo mismo ocurre con denominaciones como Retroducción o Reducción
o Inducción reconstructiva, que algunos emplean para los argumentos que
se inician por la conclusión. Más apropiado sería llamarlo, como hacen otros, Diagnosis
que, como sucede con el término Hipótesis es, sin duda, el más
comprensible para una mayoría.
[2] Galdós: Miau.
[3] Cicerón. Tusculanas II, 2.
[4] Conan Doyle: El signo de los cuatro.
[5] Tito Livio IX, 45,15.
[6]
Shakespeare: Julio César.
[7] Cicerón:Cuestiones Académicas. II, XXXI.