MANIFIESTO COMUNISTA: (comentario)En la primera parte, Marx, siguiendo el discurso filosófico de Georg Wilhelm Friedrich Hegel basado en la sucesiva superación de contradicciones entre tesis y antítesis a través de respectivas síntesis, traza las líneas generales de su teoría del devenir histórico y profetiza el fin de la explotación de unas clases por otras. Identifica la lucha de clases como el motor primario de la historia, describe el mundo moderno como escenario de una confrontación trágica y sangrienta entre la burguesía dirigente (la clase capitalista opresora) y el proletariado (la clase trabajadora oprimida). Movida por la lógica del capitalismo de buscar beneficios cada vez mayores, la burguesía revoluciona de forma constante los medios de producción económica, punto de apoyo de la historia, y al hacerlo, pone de forma inconsciente en movimiento fuerzas sociohistóricas que ya no puede controlar, creando con esto la clase destinada a poner fin a su poder: el proletariado. Según el Manifiesto, a medida que éste vaya creciendo en número y en conciencia política, el intenso antagonismo de clases originará una revolución y la inevitable derrota de la burguesía. En la segunda parte, Marx considera a los comunistas aliados y vanguardia del proletariado y hace hincapié en la necesidad de abolir la propiedad privada, cambio fundamental en la existencia material que desenmascara la cultura burguesa, expresión ideológica del capitalismo. Tras la revolución, la producción económica estará en manos del Estado, o sea, del proletariado organizado como clase dirigente, con lo que la distinción de clases empezará a desaparecer debido a la desaparición misma de la propiedad y de la división social del trabajo. La tercera parte, que critica varias corrientes socialistas de la época es pone de manifiesto la formidable capacidad crítica y polémica del autor. La última parte, que compara la táctica comunista con la de otros partidos europeos de la oposición, termina con una contundente llamada a la unidad: "¡Proletarios de todo el mundo, uníos!" El Manifiesto constituye la presentación más concisa y expresiva, hasta resultar de gran belleza literaria en opinión de numerosos autores (André Gide, André Malraux y Noam Chomsky, entre otros nombres) de la visión materialista que Marx tenía de la Historia. De ahí que, a pesar del poco efecto inmediato que tuvo en su momento, se convirtiera con posterioridad en el documento más influyente para la formación y consolidación de dos de las ideologías políticas más influyentes desde entonces: el socialismo y el comunismo." (Enciclopedia Multimedia Encarta 99). (Enciclopedia Multimedia Planeta Multimedia) |
¿Dónde hay hoy un partido de la oposición a quien sus adversarios en el
gobierno no le lancen la infamante acusación de comunista?
Y ¿dónde hay un partido de oposición que no fulmine con este reproche
oprobioso tanto a los oponentes más avanzados como a sus adversarios de la
reacción? De este hecho se desprenden dos consecuencias:
Que el comunismo es ya reconocido como un poder por todos los poderes
europeos.
Que ya ha llegado el momento de que los comunistas expongan públicamente y
ante el mundo entero sus concepciones, objetivos y tendencias y salgan al paso
de las fábulas en torno al fantasma del comunismo con un manifiesto de su propio
partido.
Con este propósito se han reunido en Londres comunistas de las más diversas
nacionalidades y han redactado este manifiesto que se publicará en las lenguas
inglesa, francesa, alemana, italiana, flamenca y danesa.
En épocas anteriores de la historia hallamos en casi todas partes una
completa articulación orgánica de la sociedad en diversos estamentos, una
variada gradación jerárquica de las posiciones sociales. En la antigua Roma
hallamos a los patricios, los caballeros, los plebeyos y los esclavos. En la
Edad Media a los señores feudales, a los vasallos, a los maestros y oficiales
gremiales y a los siervos de la gleba, aparte de que casi todas estas clases
tienen su propia jerarquía interna.
La moderna sociedad burguesa, surgida de las ruinas de la sociedad feudal, no
ha suprimido los antagonismos de clase. Lo único que ha hecho es establecer
nuevas clases, nuevas condiciones de opresión y nuevas formas de lucha en
substitución de las anteriores.
Nuestra época, la época de la burguesía, se caracteriza, sin embargo, por el
hecho de haber simplificado estos antagonismos de clase. Paso a paso, el
conjunto de la sociedad se va escindiendo en dos grandes campos enemigos, en dos
grandes clases directamente enfrentadas: la burguesía y el proletariado.
De los siervos de la gleba medievales fueron surgiendo los pecheros de las
primeras villas. A partir de éstos, fueron desarrollándose los primeros
elementos de la burguesía .
El descubrimiento de América y la circunnavegación de África abrieron nuevos
caminos a la burguesía en ascenso. El mercado de las Indias Orientales y de la
China, la colonización de América, el intercambio con las colonias, el aumento
de los medios de cambio y de las mercancías en general dieron al comercio, a la
navegación y a la industria un auge nunca visto y, con ello, un rápido
desarrollo al elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición.
La hasta entonces imperante explotación feudal o gremial de la industria no
podía ya satisfacer las necesidades que crecían con los nuevos mercados y hubo
de ceder el puesto a la manufactura. Los maestros gremiales fueron desplazados
por la clase media industrial. La división del trabajo entre las diferentes
comporaciones desapareció dando paso a la división del trabajo dentro mismo de
cada taller. Pero los mercados continuaron expandiéndose y las necesidades
creciendo. La misma manufactura resultó ya insuficiente, El vapor y la
maquinaria vinieron entonces a revolucionar la producción industrial y la
manufactura tuvo que ceder el puesto a la gran industria moderna. El lugar de la
clase media industrial lo ocuparon los millonarios de la industria, jefes de
auténticos ejércitos fabriles, los burgueses modernos.
La gran industria ha creado el mercado mundial previamente preparado por el
descubrimiento de América. El mercado mundial ha permitido un ingente desarrollo
del comercio, la navegación y las comunicaciones por tierra. Este desarrollo ha
repercutido, a su vez, en la ampliación de la industria. Y en la misma medida en
que se ampliaban la industria y el comercio, la navegación y los ferrocarriles,
se desarrollaba también la burguesía, aumentando sus capitales y desplazando a
un segundo plano a todas las clases originarias de la Edad Media.
Vemos, pues, cómo también la burguesía moderna es el producto de un largo
proceso de desarrollo, de una serie de transformaciones radicales de los modos
de producción e intercambio. Cada una de estas fases de desarrollo de la
burguesía iba de la mano del correspondiente progreso político. Estamento
oprimido bajo la dominación de los señores feudales, asociada después en comunas
armadas y con administración autónoma, república ciudadana independiente en unos
sitios, tercer estado tributario de la monarquía en otros, fue más tarde, en la
época de la manufactura, contrapeso frente a la nobleza en el seno de la
monarquía estamentaria o absoluta; en todo caso, fundamento social de las
grandes monarquías hasta que, finalmente, consiguió con su lucha establecer su
dominación política exclusiva en el moderno estado representativo sobre las dos
premisas de la gran industria y del mercado mundial.
El poder estatal moderno equivale al Consejo de Administración de los
intereses generales del conjunto de la burguesía.
La burguesía ha desempeñado en la historia un papel eminentemente
revolucionario.
Donde quiera que haya llegado al poder, la burguesía ha destruido todas las
relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Desgarró inexorablemente los
abigarrados vínculos feudales que ataban al hombre a sus superiores naturales
sin dejar entre los hombres otro vinculo que el del desnudo interés, el del
implacable «pago en dinero contante». Ahogó en el agua helada de su cálculo
egoísta los piadosos estremecimientos de la exaltación religiosa, el entusiasmo
caballeresco y el sentimentalismo del burgués filisteo. Ha disuelto la dignidad
personal en el valor de cambio y en el lugar de todas las innumerables
libertades, bien adquiridas y escrituradas, ha establecido como única libertad
la del libre comercio sin escrúpulo. En una palabra, la burguesía ha substituido
la explotación envuelta en ilusiones religiosas y políticas por la explotación
franca, descarada, directa y adusta.
La burguesía despojó de su halo de santidad a todas las actividades
contempladas hasta entonces con piadoso temor como venerables, convirtiendo en
sus sirvientes a sueldo al medico, al jurista, al cura, al poeta y al hombre de
ciencia.
La burguesía arrancó el velo patético-sentimental que encubría las relaciones
familiares reduciéndolas a una mera relación de dinero. La burguesía puso al
descubierto que los alardes de fuerza bruta que la reacción tanto admira en la
Edad Media, hallaban su adecuado complemento en la más indolente haraganería.
Ella ha sido la primera en demostrar lo que la actividad humana es capaz de
realizar, consumando obras prodigiosas totalmente distintas a las de las
pirámides de Egipto, los acueductos romanos o las catedrales Góticas y llevando
a cabo expediciones muy distintas a la Invasión de los Bárbaros o las Cruzadas.
La burguesía no puede existir si no es revolucionando de continuo los
instrumentos de producción, las relaciones de producción y, consiguientemente,
la totalidad de relaciones sociales. Las clases productivas anteriores tenían,
por el contrario, como primera condición de su existencia el mantenimiento, sin
variaciones, del viejo sistema de producción. La incesante transformación a
fondo de la producción, la ininterrumpida conmoción de todo el sistema social,
la inseguridad y el movimiento perpetuos son precisamente los rasgos
característicos de la época de la burguesía respecto a las demás. Todas las
relaciones rígidas y enmohecidas, con su acompañamiento de ideas y concepciones
de venerable tradición, quedaron disueltas y las recién constituidas envejecen
antes de adquirir consistencia. Todo cuanto era estamental y estable se esfuma;
todo lo santo es profanado y los hombres se ven finalmente forzados a contemplar
con prosaica frialdad su posición en la vida y sus relaciones interpersonales.
La necesidad de colocar sus productos en mercados cada vez más amplios empuja
a la burguesía a los más apartados rincones del planeta. En todas partes tiene
que afincarse; echar raíces y establecer relaciones.
Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha imprimido un
carácter cosmopolita a la producción y al consume de todos los países. Muy a
pesar de los reaccionarios, ha privado a la industria de su base nacional.
Antiquísimas industrias nacionales han sido ya arrasadas y otras lo son
diariamente al verse desplazadas por otras nuevas cuya instalación resulta vital
para todas las naciones civilizadas. Industrias éstas que no elaboran materias
primas del país, sino originarias de las más lejanas zonas planetarias y cuyos
productos no se consumen tan sólo en el propio país, sino en todos los
continentes al mismo tiempo. En lugar de las viejas necesidades para cuya
satisfacción bastaban los productos del país, surgen otras nuevas que exigen
para su satisfacción los productos de los países y climas más exóticos. La vieja
autarquía local y nacional y el aislamiento económico dejan paso a un comercio
universal y a una universal interdependencia de las naciones. Y cuanto acontece
en el plano de la producción material, resulta también aplicable a la cultural.
Los productos culturales de las diferentes naciones se convierten en bien común.
La estrechez y cortedad de miras nacionales se van haciendo imposibles con el
tiempo y, a partir de las diferentes literaturas nacionales y locales, se va
configurando una literatura universal.
Con el rápido perfeccionamiento de todo el utillaje productivo y la ilimitada
mejora de las comunicaciones, la burguesía arrastra a la civilización a todas
las naciones, incluidas las más bárbaras. La baratura de sus mercancías
constituye la artillería pesada con la que arrasa todas las murallas chinas e
impone la capitulación a los bárbaros de más obstinada xenofobia. Fuerza a todas
las naciones a hacer suyo el sistema de producción burgués, salvo que prefieran
su propia ruina. Las obliga a adoptar para sí mismas la llamada civilización, es
decir, a convertirse en burguesas. En una palabra, la burguesía se crea un mundo
hecho a su imagen y semejanza.
La burguesía ha sometido al campo a la dominación de la ciudad. Ha creado
ciudades enormes aumentando la población urbana en una proporción muy elevada
respecto a la rural y con ello ha arrancado a una parte considerable de la
población al idiotismo de la vida del campo. Del mismo modo que ha hecho al
campo dependiente de la ciudad, también ha hecho a las naciones bárbaras o
semibárbaras dependientes de las civilizadas, a los pueblos de agricultores
dependientes de los pueblos de predominio urbano y al Oriente dependiente del
Occidente.
La burguesía supera progresivamente la dispersión de los medios de
producción, de la propiedad y de la población. Ha aglomerado la población,
centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en pocas manos.
La consecuencia necesaria de todo ello fue la centralización política. Regiones
independientes, apenas aliadas entre sí, con intereses diversos y leyes,
gobiernos y aduanas distintos, fueron integrados en una única nación, en un
único gobierno, bajo una única ley y con una única frontera aduanera.
En su dominación de apenas un siglo de duración, la burguesía ha creado
fuerzas de dimensiones más colosales que las creadas por todas las generaciones
anteriores conjuntamente. ¿Qué siglo del pasado podía ni siquiera soñar que en
el seno del trabajo social dormitasen energías productivas tales como para
sojuzgar a las fuerzas de la naturaleza, producir la maquinaria, poner la
química al servicio de la industria y los cultivos, crear la navegación a vapor,
los ferrocarriles, el telégrafo eléctrico, roturar continentes enteros, hacer
navegables los ríos y hacer que ciudades enteras brotasen del suelo como por
encanto?
Hemos visto, pues, que los medios de producción y transporte que sirvieron de
base para la constitución de la burguesía se generaron en la sociedad feudal.
Alcanzada una cierta fase de desarrollo de estos medios de producción y
transporte, las relaciones según las cuales producía e intercambiaba la sociedad
feudal, la organización feudal de la agricultura y la manufactura, en una
palabra, el régimen feudal de la propiedad, dejó de corresponder ya al grado de
desarrollo de las fuerzas productivas. En lugar de propiciarla, frenaban la
producción. Se convirtieron así en otras tantas trabas para la misma. Había que
hacerlas saltar y saltaron. Vino en su lugar la libre concurrencia con la
constitución social y política a ella adecuada, es decir, con la dominación
económica y política de la burguesía.
Ante nuestros ojos se desarrolla ahora un proceso similar. Las relaciones
burguesas de producción e intercambio, el régimen burgués de propiedad, la
moderna sociedad burguesa que ha sido capaz de crear como por encanto tan
colosales medios de producción y transporte, se asemeja al encantador incapaz de
dominar los poderes infernales por él conjurados. Ya desde hace decenios, la
historia de la industria y del comercio no es sino la historia de la rebelión de
las modernas fuerzas productivas contra las modernas relaciones de producción,
contra el régimen de propiedad, condición de vida de la burguesía y de su
dominación. Basta mencionar las crisis comerciales cuya periódica repetición
cuestiona con peligros cada vez más amenazadores la existencia misma de toda la
sociedad-burguesa. Las crisis económicas se saldan con la destrucción de una
buena parte no ya de los productos elaborados, sino de las mismas fuerzas
productivas ya creadas. En las crisis se desata una epidemia social que, a los
ojos de las épocas anteriores, habría aparecido como un contrasentido, la
epidemia de la superproducción. La sociedad se ve súbitamente retrotraída a una
situación de barbarie momentánea. Podría pensarse que una plaga de hambre o una
guerra de destrucción total la hubiese privado de todos sus recursos
alimenticios. La industria y el comercio parecen arrasados. Y todo ello ¿por
qué? Porque la sociedad posee un exceso de civilización, de víveres, de
comercio. Las fuerzas productivas con que cuenta no parecen servir ya para
propiciar el régimen social de propiedad burgués. Son ya, por el contrario,
excesivamente poderosas respecto a ese régimen y frenadas por él. Apenas superan
ese freno, siembran el desorden en el conjunto de la sociedad burguesa y ponen
en peligro la existencia de la propiedad privada. El marco de relaciones
burguesas se ha hecho demasiado estrecho para abarcar la riqueza que en él se
genera. ¿Por qué medio supera las crisis la burguesía? Por una parte, mediante
la destrucción forzosa de una masa de fuerzas productivas. Por otra, mediante la
conquista de nuevos mercados y la explotación más a fondo de los existentes.
Bien mirados, estos medios equivalen a la preparación de crisis más amplias y
violentas y a la reducción de los medios para prevenirlas. Las armas con que la
burguesía abatió al feudalismo se vuelven ahora contra ella misma. Pero la
burguesía no sólo ha forjado las armas que le acarrearán la muerte, sino también
a los hombres que han de manejarlas, los obreros modernos, los proletarios.
En la misma medida en que se desarrollaba la burguesía, es decir, el capital,
se desarrollaba asimismo el proletariado, la clase de los obreros modernos, que
tan sólo puede vivir a condición de hallar trabajo y tan sólo pueden hallar
trabajo a condición de que éste acreciente el capital. Estos obreros, obligados
a venderse uno a uno como piezas, son una mercancía como cualquier otro artículo
de comercio y, como tal, expuestos a los altibajos de la competencia, a las
oscilaciones del mercado.
La expansión de la maquinaria y la división del trabajo han hecho que la
faena de los proletarios pierda toda autonomía y cualquier clase de estímulo. Se
convierten en meros apéndices de la máquina y tan sólo se exige de ellos las
manipulaciones más simples monótonas y fáciles de aprender. Los costos que el
proletario origina se reducen a poco más del monto de los víveres necesarios
para su subsistencia y la reproducción de su especie. El precio de una
mercancía, por tanto, también el del trabajo mismo, es igual a los costos de su
producción. En la misma medida en que aumenta el carácter odioso del trabajo,
disminuye, consecuentemente, el salario. Más aún: en la misma medida en que van
aumentando las máquinas y progresando la división del trabajo, aumenta también
la masa de trabajo o bien mediante el aumento del número de horas de trabajo o
bien mediante el aumento del trabajo exigido en cada unidad de tiempo
determinado por el funcionamiento más rápido de las máquinas, etc.
La industria moderna ha transformado el pequeño taller del maestro patriarcal
en la gran fábrica del capitalista industrial. Las masas obreras aglomeradas en
la fábrica son organizadas a manera de un ejército. En cuanto que simples
soldados rasos de la industria, los obreros se ven sometidos al mando de toda
una jerarquía de suboficiales y oficiales. No tan sólo son los siervos de la
clase burguesa, del estado burgués, sino que diariamente y hora tras hora se ven
sujetos a la servidumbre respecto a la máquina, al capataz y, sobre todo,
respecto al correspondiente burgués. Este despotismo resulta tanto más mezquino,
odioso y exacerbado cuanto mayor es la franqueza con que proclama que su único
interés es el lucro. A medida que el trabajo manual exige una habilidad y una
fuerza cada vez menores, es decir, a medida que se va desarrollando la industria
moderna, el trabajo de los hombres se va viendo desplazado por el de las mujeres
y los niños. Las diferencias de edad y sexo carecen ya de cualquier
reconocimiento en lo que respecta a la clase obrera. Se trata de meros
instrumentos de trabajo que originan diversos costos según su edad y sexo.
Apenas acababa la explotación del obrero por el capitalista, de modo que
aquél pueda percibir su salario en mano, los otros representantes de la
burguesía caen inmediatamente sobre él en forma de propietario de la vivienda,
de tendero, de prestamista, etc.
Las capas sociales medias hasta ahora existentes, pequeños industriales,
comerciantes y rentistas, los artesanos y los campesinos, descienden socialmente
hasta integrarse en el proletariado. Ello sucede en parte por el hecho de que su
pequeño capital resulta insuficiente para la explotación de la gran industria y
cae, así, víctima de la competencia con los capitalistas más poderosos; en
parte, porque su habilidad productiva queda desvalorizada por los modernos
procesos de producción. De esta forma, el proletariado se recluta a partir de
todas las clases de la población.
El proletariado recorre varias etapas de desarrollo. Su lucha contra la
burguesía se inicia con su propia existencia. Al principio lucha el obrero
aislado. Después, los obreros de una fábrica. Seguidamente, los obreros de todo
un ramo productivo local contra el burgués individual que los explota
directamente. Lanzan sus ataques no sólo contra las condiciones burguesas de
producción, sino contra los mismos instrumentos de trabajo. Destruyendo las
mercancías de la competencia, destrozando las máquinas e incendiando las
fábricas, tratan de recuperar la situación, definitivamente desaparecida, del
obrero medieval.
Durante esta fase de desarrollo, los obreros constituyen una masa extendida
ya por todo el país y desunida por la competencia. La cohesión de las masas
obreras no resulta todavía de su propia unión, sino que es consecuencia de la
unión de la burguesía, la cual, para conquistar sus propios objetivos políticos,
se ve obligada a movilizar el conjunto del proletariado, cosa que consigue de
momento. En esta fase pues, los proletarios no compiten contra sus enemigos,
sino contra los enemigos de sus enemigos, los restos de la monarquía absoluta,
los latifundistas, la burguesía no industrial, la pequeña burguesía. De esta
forma, toda la iniciativa histórica se concentra en manos de la burguesía; toda
victoria así obtenida es una victoria para la burguesía.
Con el desarrollo de la industria, sin embargo, no solamente aumenta el
número de proletarios, sino que se aglomeran en masas mayores, creciendo su
fuerza y la conciencia de la misma. Los intereses y las condiciones de vida se
igualan paulatinamente en el seno de la clase proletaria a medida que la
maquinaria va borrando las diferencias entre un trabajo y otro y rebajando el
salario al mismo nivel en casi todas partes. La creciente competencia de los
burgueses entre si y las crisis comerciales que de ello resultan someten el
salario del obrero a fluctuaciones cada vez mayores. La incontenible y
progresiva mejora de la maquinaria hace cada vez más inseguras sus condiciones
de vida, de modo que los enfrentamientos entre cada obrero y cada capitalista
por separado van adoptando cada vez más el carácter de colisión entre dos
clases. Los obreros comienzan a formar coaliciones contra los capitalistas
agrupándose en defensa del salario de su trabajo llegan incluso a crear
asociaciones de carácter permanente al objeto de acumular reservas en prevención
de futuras rebeliones. En algunos sitios, la lucha desemboca en auténticos
motines.
De vez en cuando, los obreros consiguen la victoria, pero tan sólo
transitoriamente. El resultado más genuino de su lucha no estriba en el éxito
inmediato sino en la ampliación, siempre creciente, de la unión entre los
obreros. Esa unión se ve propiciada por los crecientes medios de comunicación
producidos por la gran industria, que permiten establecer contacto entre los
obreros de las diversas poblaciones. Basta precisamente este contacto para que
las diversas luchas locales, que en todas partes poseen la misma naturaleza, se
puedan centralizar en una lucha nacional, de clase. Toda lucha de clase es, sin
embargo, una lucha política. Gracias al ferrocarril, los modernos proletarios
están en situación de conseguir su unión en unos cuantos anos, mientras que los
burgueses de la Edad Media, con sus caminos vecinales, requerían siglos para
llegar a ella.
La organización de los proletarios como clase y, por tanto, como partido
político, salta a cada momento en pedazos a causa de la competencia existente
entre los obreros mismos. Pero resurge una y otra vez con más fuerza, más firme
y poderosa, obligando al reconocimiento en forma de ley de algunos de sus
intereses aprovechando las escisiones en el seno de la burguesía. Un ejemplo de
ello es la ley de la jornada de diez horas en Inglaterra.
Las colisiones que se dan en la vieja sociedad favorecen por distintos
caminos el desarrollo del proletariado. La burguesía se halla empeñada en una
lucha constante: al principio, contra la aristocracia; más tarde, contra otros
sectores de la misma burguesía cuyos intereses están en contradicción con el
progreso de la industria. Lucha de modo permanente contra la burguesía de los
demás países. En todas estas luchas se ve obligada a recurrir al proletariado,
exigiendo su ayuda y comprometiéndolo consecuentemente en el movimiento
político. De este modo, proporciona al proletariado los elementos de su propia
cultura y, con ello, las armas que se volverán contra ella.
Además, como ya hemos visto, el progreso de la industria arroja al seno del
proletariado a sectores enteros de la clase dominante o, cuando menos, pone en
peligro sus condiciones de vida. También estos sectores aportan al proletariado
todo un acervo de elementos culturales.
Finalmente, en aquellos periodos en que la lucha de clases se aproxima al
momento decisivo, el proceso de descomposición de la clase dominante, de toda la
vieja sociedad, se hace tan acusado y tan estridente que una pequeña parte de
esta misma clase dominante se escinde de ella y se incorpora a la clase
revolucionaria, en cuyas manos está el porvenir. Así como en el pasado una parte
de la nobleza se pasó al campo de la burguesía, también en la actualidad, una
parte de la burguesía se pasa al proletariado y, de modo especial, una parte de
los ideólogos burgueses que han sido capaces de elevar su esfuerzo intelectual
hasta la comprensión teórica de la totalidad del movimiento de la historia.
De todas las clases que hoy se enfrentan a la burguesía, tan sólo el
proletariado constituye una clase auténticamente revolucionaria. Las otras
clases se atrofian y desaparecen con la gran industria mientras que el
proletariado es precisamente el producto más genuino de la misma. Las capas
medias, el pequeño industrial, el pequeño comerciante y el campesino combaten,
todos ellos, a la burguesía para asegurar su existencia como tales capas medias
y salvarse de su hundimiento. No son, pues, revolucionarias sino conservadoras.
Más todavía, son reaccionarias en cuanto que tratan de hacer girar hacia atrás
la rueda de la historia. Y cuando son revolucionarias, lo son con vistas a su
inminente transición hacia el proletariado, de modo que no defienden sus
intereses actuales sino los de su futuro. De esta manera, abandonan sus propios
puntos de vista y adoptan los del proletariado.
El proletariado «lumpen» producto de la putrefacción pasiva de las capas más
bajas de la vieja sociedad, se verá arrastrado al movimiento acá y allá, si bien
-en consonancia con el conjunto de condiciones de su vida-, estará predispuesto
a dejarse comprar en apoyó de maquinaciones reaccionarias .
Las condiciones de vida del proletariado equivalen ya hoy a la destrucción de
las condiciones de vida de la vieja sociedad. El proletariado carece de
propiedad. Su relación respecto a la mujer y los niños nada tiene ya en común
con la situación familiar burguesa. El trabajo en la moderna servidumbre bajo el
capital, que viene a ser la misma tanto en Inglaterra como en Francia, en
América como en Alemania, le ha privado de todo carácter nacional. Las leyes, la
moral y la religión significan para él otros tantos prejuicios burgueses, tras
los cuales se ocultan los correspondientes intereses de la burguesía.
Todas las clases anteriores que conquistaron el poder trataron de asegurar la
posición social así adquirida sometiendo a toda la sociedad a las condiciones
que les permitieran a ellas la obtención de su ganancia. Los proletarios sólo
pueden conquistar las fuerzas productivas sociales a cambio de abolir su propio
modo de apropiación anterior y, con ello, cualquier modo de apropiación
existente hasta hoy. Los proletarios no tienen nada propio que asegurar; sino
que destruirán, antes bien, todo género de garantías y seguridades privadas
precedentes. Todos los movimientos anteriores han sido movimientos de minorías
en interés de minorías. El movimiento proletario es el movimiento autónomo de la
inmensa mayoría en interés de la inmensa mayoría. El proletariado, la capa más
baja de la actual sociedad, no puede levantarse ni sacudir su yugo sin hacer
saltar en pedazos toda la superestructura de las capas que componen la sociedad
oficial.
La lucha del proletariado contra la burguesía es, por de pronto, una lucha
nacional, aunque lo sea por su forma y no por su contenido. El proletariado de
cada país tiene que ajustarle las cuentas, lógicamente, a su propia burguesía.
Al describir con trazos muy generales las fases de desarrollo del
proletariado, hemos seguido las huellas de la guerra civil más o menos
encubierta que se da en la sociedad vigente hasta el momento mismo en que
desemboca en revolución abierta y el proletariado fundamenta su poder mediante
el derrocamiento violento de la burguesía.
Todos los tipos de sociedad anteriores se basaban, como hemos visto, en el
antagonismo entre clases opresoras y oprimidas. Pero para poder oprimir a una
clase es preciso asegurarle las condiciones mínimas que le permitan arrastrar su
vida de servidumbre. El siervo de la gleba fue capaz, merced al trabajo de su
servidumbre, de elevarse a miembro de la comuna y el pequeño burgués, por su
parte, se elevó a burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. El obrero
moderno, por el contrario, en vez de elevarse socialmente a medida que progresa
la industria, se hunde más y más por debajo de la condición de su propia clase.
El obrero se depaupera y el pauperismo se extiende con mas rapidez aún que la
población y la riqueza. Se hace así patente que la burguesía es incapaz de
permanecer por más tiempo como clase dominante de la sociedad y seguir
imponiendo como tal clase sus condiciones de vida como ley reguladora para toda
la sociedad. Es incapaz de dominar puesto que es incapaz de asegurar a sus
esclavos la existencia, aunque sea dentro de su esclavitud, y los arrastra a una
situación de tal indigencia que le resulta forzoso alimentarlos en vez de
hacerse alimentar por ellos. La sociedad no puede vivir ya bajo su dominio o, lo
que es igual, su existencia como clase se ha hecho incompatible con la de la
sociedad.
La condición esencial para la existencia y la dominación de la burguesía es
la acumulación de riqueza en manos privadas, la formación y ampliación de
capital. La condición básica del capital es el trabajo asalariado. El trabajo
asalariado se basa exclusivamente en la concurrencia de los obreros entre si. El
progreso de la industria cuyo agente involuntario y pasivo es la burguesía,
substituye el aislamiento de los obreros, resultado de la concurrencia, por su
unión revolucionaria mediante la asociación. Con el desarrollo de la industria,
pues, la burguesía ve desaparecer bajo sus pies la base misma que le permite
producir y apropiarse la producción. Antes que nada, produce sus propios
sepultureros. Su hundimiento y el triunfo del proletariado son igualmente
inevitables.
Los comunistas no son un partido especial frente a los otros partidos
obreros. No tienen intereses propios, separados de los intereses del conjunto
del proletariado. No establecen principios especiales a los que pretendan
amoldar el movimiento proletario.
Los comunistas se diferencian de los restantes partidos proletarios por el
hecho de que, por una parte, en las diversas luchas nacionales de los
proletarios, resaltan y hacen valer de modo especial los intereses comunes a
todo el proletariado, independientes de su nacionalidad y, por la otra, porque
en cada una de las fases de desarrollo que recorre la lucha entre proletariado y
burguesía, defienden siempre los intereses del movimiento en su conjunto.
Los comunistas son, pues, prácticamente entre todos los partidos obreros del
mundo el sector que con mayor denuedo y mayor dinamismo empuja hacia adelante el
movimiento. Aventajan a la restante masa del proletariado por su comprensión
teórica de las condiciones, del derrotero y los resultados generales del
movimiento proletario. El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que
el de los restantes partidos proletarios: constitución del proletariado como
clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista del poder político por
parte del proletariado.
Los postulados teóricos de los comunistas no se basan, en modo alguno, en
principios descubiertos o ideados por cualquier redentor visionario. Son
formulaciones generales de situaciones reales que se dan en una lucha de clases
real, en el movimiento histórico que se desarrolla a la vista de todos. La
supresión del régimen de propiedad preexistente no es la característica
específica del comunismo. Todos los sistemas de propiedad históricos estuvieron
sujetos a continuos cambios, a la continua modificación de la historia. La
Revolución francesa, por ejemplo, abolió la propiedad feudal en favor de la
propiedad burguesa. Lo que caracteriza específicamente al comunismo no es la
supresión de la propiedad en general, sino la supresión de la propiedad
burguesa. Sólo que la moderna propiedad privada burguesa es la expresión última
y más acabada de la producción y apropiación de productos basadas en los
antagonismos de clase, en la explotación de unos hombres por otros. En este
sentido, los comunistas si que podrían resumir sus teorías en esta sola fórmula:
supresión de la propiedad privada.
Se nos ha reprochado a los comunistas que pretendemos suprimir la propiedad
personal adquirida mediante el trabajo propio; la propiedad que constituye el
fundamento de toda libertad, la actividad y la autonomía personales. ¡La
propiedad bien adquirida como fruto del trabajo y del esfuerzo propios! ¿Os
referís a la propiedad del pequeño burgués, del pequeño campesino que
precedieron a la propiedad burguesa? No necesitamos suprimirla. El desarrollo de
la industria la ha suprimido y la sigue suprimiendo día tras día. ¿O bien os
referís a la propiedad burguesa moderna? ¿Acaso el trabajo asalariado, el
trabajo del proletario, le procura propiedad? En modo alguno. Lo que hace es
crear capital, es decir, la propiedad que explota el trabajo asalariado y que
sólo puede acrecentarse a condición de generar nuevo trabajo asalariado al que
explotar de nuevo. La propiedad en su actual configuración se mueve en la
antítesis entre capital y trabajo asalariado. Vamos a examinar los dos términos
de esta antítesis.
Ser capitalista significa ocupar una posición no meramente personal sino
social en la producción. El capital es un producto social y únicamente puede
ponerse en movimiento mediante la actividad común de muchos o, en última
instancia, de todos los miembros de la sociedad. El capital no es, pues, un
poder personal, sino social.
Así pues, el que el capital pase en su día a ser propiedad colectiva,
perteneciente a todos los miembros de la sociedad, no significa que la propiedad
personal se transforme en colectiva: sólo queda transformado el carácter social
de la propiedad al perder el carácter de clase.
Centrémonos ahora en el trabajo asalariado.
El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario; es decir, la
suma de los bienes de subsistencia que resultan necesarios para mantener en vida
al obrero como tal obrero. Lo que el obrero asalariado se apropia mediante su
actividad es el mínimo imprescindible para mantener escuetamente su vida. En
modo alguno queremos suprimir esta apropiación personal de productos, necesaria
para la continua reproducción de la vida, una apropiación que no deja ningún
rédito neto que pudiera dar poder sobre el trabajo ajeno. Lo que queremos es
destruir el carácter miserable de esta apropiación en que el obrero vive
únicamente para acrecentar el capital y ello mientras los intereses de la clase
dominante así lo exijan.
En la sociedad burguesa, el trabajo vivo del hombre es meramente un medio
para acrecentar el trabajo acumulado. En la sociedad comunista, el trabajo
acumulado es tan sólo un medio para ensanchar, enriquecer y fomentar el régimen
de vida de los obreros. En la sociedad burguesa, el pasado domina sobre el
presente. En la comunista, el presente sobre el pasado. En la sociedad burguesa,
el capital goza de autonomía la personalidad mientras que el individuo active
vive en coerción y la impersonalidad.
¡Y la supresión de esta situación es calificada por la burguesía de supresión
de la personalidad y la libertad! Y con toda razón. Se trata, eso sí, de la
supresión de la personalidad, la autonomía y la libertad burguesas.
Por libertad se entiende, en el marco de las relaciones de producción
burguesas, el libre comercio, la libertad de comprar y vender. Pero,
desaparecido el tráfico logrero, desaparece asimismo la libertad de traficar. La
fraseología acerca de la libertad de tráfico, así como las restantes loas
retóricas de nuestra burguesía, tan sólo tienen sentido respecto al tráfico
sujeto a trabas y al burgués sojuzgado, propios de la Edad Media, pero no
respecto a la supresión comunista de este tráfico logrero, de las relaciones de
producción burguesas y de la burguesía misma.
Os aterráis de que queramos suprimir la propiedad privada como si no fuese
una realidad que en la sociedad actual, la vuestra, se ha suprimido la propiedad
privada para el noventa por ciento de sus miembros. La propiedad que existe se
basa precisamente en su no existencia para ese noventa por ciento. Lo que nos
reprocháis, pues, es querer suprimir una propiedad que tiene como condición
necesaria la carencia de propiedad de la aplastante mayoría de la sociedad. Nos
reprocháis, en una palabra, el querer suprimir vuestra propiedad. Ciertamente,
es eso lo que pretendemos.
Desde el momento en que el trabajo no pueda ya convertirse en capital, dinero
y renta del suelo, resumiendo, en poder social monopolizable o, para decirlo de
otro modo, desde el momento en que la propiedad personal no puede transformarse
en propiedad burguesa, vosotros proclamáis que con ello queda abolida la persona
como tal. De este modo, reconocéis que vosotros únicamente entendéis por persona
al burgués, al propietario de la burguesía. Y es cierto que esta persona como
tal debe ser abolida.
El comunismo no priva a nadie del poder de apropiarse productos sociales. El
único poder que suprime es el de hacer de esta apropiación el yugo que permita
sojuzgar el trabajo ajeno
Se ha objetado que con la supresión de la propiedad privada se paralizaría
toda actividad y reinaría la indolencia general. Según esto, la sociedad
burguesa se habría hundido ya víctima de la haraganería, pues los que en ella
trabajan nada adquieren y los que en ella adquieren no trabajan, Esta objeción
se reduce íntegramente a la tautología de que, una vez desaparecido el capital,
desaparece, por consiguiente, el trabajo asalariado.
Todas las objeciones lanzadas contra la forma comunista de apropiación y
producción de bienes materiales se han hecho extensivas a la apropiación y
producción de bienes culturales. Del mismo modo que el burgués piensa que el
cese de la propiedad clasista equivale al cese de la misma producción, piensa
asimismo que la supresión de la educación clasista equivale prácticamente a la
supresión de la educación sin más.
La educación, cuya pérdida lamenta el burgués, no es otra cosa, para la
aplastante mayoría de la población, que el adiestramiento para el manejo de la
máquina.
Pero ¿por qué discutís con nosotros acerca de la supresión de la propiedad
burguesa aplicando criterios basados en vuestras ideas burguesas acerca de la
libertad, la educación, el derecho, etc.? Vuestras mismas ideas son producto de
las relaciones burguesas de producción y propiedad del mismo modo que vuestro
derecho no es otra cosa que la voluntad de vuestra clase elevada a ley, una
voluntad cuyo contenido se deduce de las condiciones materiales de vida de
vuestra clase.
Esa idea interesada que os hace convertir vuestro régimen social de
producción y propiedad -régimen transitorio en cuanto que resultado de la
historia- en una ley eterna de la naturaleza y la razón, la tenéis en común con
todas las clases dominantes ya periclitadas. Lo que os parece comprensible
respecto a la propiedad en la Antigüedad y os parece asimismo comprensible
respecto a la propiedad feudal, no sois capaces de comprenderlo en el caso de la
propiedad burguesa.
¡Supresión de la familia! Hasta los más radicales se exaltan escandalizados
ante este propósito execrable de los comunistas. Pero ¿en qué se basa la familia
actual, la burguesa? Se basa en el capital, en el lucro privado. Sólo para la
burguesía se da una familia en sentido pleno, cuya contrapartida está en la
forzosa carencia de familia de los proletarios y en la prostitución pública.
Este tipo de familia burguesa desaparecerá, naturalmente, con la desaparición de
su contrapartida y ambas desaparecerán con la desaparición del capital.
¿Nos reprocháis el querer suprimir la explotación: de los niños por parte de
sus padres? Sí, nos declaramos reos de ese crimen. Pero afirmáis que al
substituir la educación doméstica por la social eliminamos la más pura intimidad
familiar. Pero ¿acaso vuestra educación no está determinada por la sociedad, por
las relaciones sociales que sirven de marco a la educación, por ingerencia más o
menos directa de la sociedad a través de la escuela? Los comunistas no han
inventado la influencia de la sociedad en la escuela. Lo único que pretenden es
modificar su carácter sustrayéndola al influjo de la clase dominante.
La retórica burguesa acerca de la familia y la educación, acerca de la
intimidad familiar entre padres e hijos, resulta tanto más repugnante cuanto que
con la extensión de la gran industria se van desgarrando todos los lazos de las
familias proletarias y los niños se van transformando en meros artículos de
comercio e instrumentos de trabajo.
¡Pero vosotros los comunistas, nos grita a coro toda la burguesía, queréis
implantar la comunidad de mujeres! El burgués ve en su mujer un simple
instrumento de producción y como ha oído que los instrumentos de trabajo beben
ser explotados en común, no puede menos de pensar que también a las mujeres les
aguarda el destino de la colectivización. No puede ni imaginarse que de lo que
se trata precisamente es de suprimir la situación de la mujer como mero
instrumento de producción. Por lo demás, ¿hay algo más ridículo que ese espanto
de nuestros burgueses, con estridencias de alta moral, ante la pretendida
colectivización oficial de las mujeres por parte de los comunistas? Los
comunistas no necesitan implantar la comunidad de mujeres ya que ésta se ha dado
casi siempre. Nuestros burgueses no se contentan con el hecho de tener a su
disposición las mujeres e hijas de sus proletarios -dejando aparte la
prostitución oficial- sino que hallan el mayor de los placeres en la recíproca
seducción de sus propias mujeres.
En realidad, el matrimonio burgués equivale ya a la comunidad de las esposas.
A 1o sumo, se podría reprochar a los comunistas el querer implantar una
comunidad de mujeres oficial y sin tapujos en lugar de la que ahora se da con
velada hipocresía. Ni que decir tiene, por lo demás, que con la supresión de las
relaciones de producción ahora vigentes, ha de desaparecer también la comunidad
de mujeres que de ella deriva, es decir, tanto la prostitución oficial como la
inoficial.
También se ha reprochado a los comunistas el querer suprimir la patria, la
nacionalidad. Los obreros no tienen patria. No es posible quitarles lo que no
tienen. En cuanto que el proletariado tiene por objetivo inmediato la conquista
del poder político para constituirse en clase nacional, en nación, el
proletariado es nacional, aunque en un sentido muy diferente al de la burguesía.
Ya el desarrollo de la burguesía, con la libertad de comercio, el mercado
mundial y la uniformización de la producción industrial y de las
correspondientes formas de vida, va haciendo que se esfumen paulatinamente los
aislamientos y antagonismos nacionales. El dominio del proletariado acelerará
esa extinción. Su acción conjunta, por lo menos la del proletariado de las
naciones más civilizadas, es una de las primeras condiciones de su liberación.
A medida que se vaya eliminando la explotación de unos individuos por otros,
se irá eliminando paralelamente la explotación de unas naciones por otras.
Desaparecido el antagonismo de clases en el interior de una nación, desaparecerá
la actitud hostil de unas naciones para con otras.
Las acusaciones lanzadas contra el comunismo desde el plano religioso,
filosófico, o ideológico en general, no merecen mayores comentarios. No hace
falta una agudeza especial para comprender que, al cambiar las condiciones de
vida de los hombres, sus relaciones sociales y su existencia social, se
modificarán y asimismo sus ideas, sus concepciones, en una palabra, su misma
conciencia. ¿Qué otra cosa demuestra la historia de las ideas sino que las
producciones del espíritu se transforman con la producción material? Las ideas
dominantes en cada época fueron las ideas de la clase dominante. Cuando se habla
de ideas capaces de revolucionar toda una sociedad, se está expresando
únicamente el hecho de que, en el seno de la vieja sociedad, se han constituido
los elementos de la nueva y que la extinción de las nuevas ideas va de la mano
de la descomposición de las viejas condiciones de vida.
Cuando el mundo estaba al borde de su desaparición, las religiones de la
Antigüedad fueron vencidas por la religión cristiana. Cuando en el siglo XVIII,
las concepciones cristianas cayeron abatidas por las ideas de la Ilustración, la
sociedad feudal estaba librando una lucha a vida o muerte con la entonces
revolucionaria burguesía. Las ideas de libertad de pensamiento y confesión eran
la expresión de la libre concurrencia en el campo del saber.
Se nos dirá, sin embargo, que las ideas religiosas, morales, filosóficas y
jurídicas se modificaron, ciertamente, en el curso del desarrollo histórico pero
la religión, la moral, la filosofía, la política y el derecho siempre
prevalecieron en este cambio. Se añadirá, incluso, que hay verdades eternas
tales como la de libertad y justicia y otras muchas, comunes a todos los
sistemas sociales y que, a pesar de ello el comunismo suprime esas verdades
eternas, la religión y la moral, en lugar de transformarlas situándose así en
contradicción con todo desarrollo social anterior.
¿A qué se reduce esta acusación? La historia de todas las sociedades
anteriores se movía en el marco de los antagonismos sociales que en cada época
adoptaban distinta naturaleza. Cualquiera que sea la forma adoptada en cada
caso, el hecho de la explotación de una parte de la sociedad por la otra es algo
común a todas las épocas pasadas. Nada tiene de admirable, por consiguiente, que
la conciencia social, producto de muchos siglos, a despecho de su diversidad y
multiformidad en el tiempo, se mueva dentro de ciertos esquemas comunes, en
formas de conciencia que tan sólo se extinguirán plenamente con la completa
desaparición del antagonismo de clases.
La revolución comunista significa la ruptura más radical con las relaciones
de Producción tradicionales y no nos ha de sorprender, por lo tanto, que rompa
en el curso de su desarrollo del modo más radical con todas las ideas
tradicionales.
Pero dejemos ahora de lado las objeciones burguesas contra el comunismo. Ya
vimos más arriba que el primer paso de la revolución proletaria consiste en la
elevación del proletariado a clase dominante en la conquista de la democracia.
El proletariado usará de su poder político para arrancar paso a paso a la
burguesía todo su capital, centralizar todos los instrumentos de producción en
manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y
acrecentar con la mayor rapidez posible el cúmulo de fuerzas productivas. En un
principio, todo ello sólo es posible, naturalmente, mediante intervenciones
despóticas en el derecho de propiedad y en las relaciones burguesas de
producción, es decir; mediante medidas que pueden parecer económicamente
insuficientes e insostenibles en si mismas pero que, en el transcurso de todo
este movimiento, van, en su alcance, más allá de si mismas y resultan
imprescindibles para la transformación radical de todo el sistema de producción.
Estas medidas habrán de ser, como es natural, diversas de conformidad con la
diversidad de los países. En el caso de los países más avanzados, las siguientes
medidas tendrán, sin embargo, una aplicación más o menos general:
1. Expropiación de la propiedad territorial y dedicación para gastos del
Estado de la renta del suelo.
2. Impuesto fuertemente progresivo.
3. Supresión del derecho de herencia.
4. Confiscación de la propiedad de todos los emigrados políticos y rebeldes.
5. Centralización del crédito en manos del Estado.
6. Centralización de la red de transportes en manos del Estado.
7. Ampliación del número de fábricas nacionales, instrumentos de producción,
roturación y mejora de terrenos de acuerdo con un plan general.
8. Imposición a todos de la obligación de trabajar; organización de ejércitos
industriales, especialmente para la agricultura.
9. Explotación combinada de la agricultura y la industria. Intervención
encaminada a la eliminación gradual de diferencias entre la ciudad y el campo.
10. Educación pública y gratuita de todos los niños. Eliminación del trabajo
fabril de los niños en su forma actual. Interacción coordinada entre la
educación y la producción material.
Cuando, en el transcurso de este proceso, vayan desapareciendo las
diferencias de clase y la totalidad de la producción se halle en manos de los
individuos asociados, el poder público perderá su carácter político. El poder
político en su sentido más genuino no es sino el poder organizado de una clase
para la opresión de las otras. Cuando el proletariado se una forzosamente como
clase en su lucha contra la burguesía, se constituya en clase dominante mediante
la revolución y como tal clase dominante suprima por la fuerza las viejas
relaciones
de producción, suprimirá con ellas la condición misma de los antagonismos de
clase, las clases como tales y su propia dominación de clase.
En lugar de la vieja sociedad burguesa, con sus clases y antagonismos de
clases, surgirá una asociación en la que el libre desarrollo de cada uno será la
condición para el libre desarrollo de los demás.
Las aristocracias inglesa y francesa estaban llamadas, por su posición
social, a escribir panfletos contra la moderna sociedad burguesa. En la
Revolución francesa de julio de 1830 y en el movimiento reformista inglés, hubo
de sucumbir una vez más ante el odiado advenedizo. A partir de ahí, toda lucha
política seria quedaba muy fuera de sus posibilidades. No le quedaba otro
recurso que el de la lucha con la pluma. Pero la vieja retórica de la época de
la restauración había perdido toda vigencia, incluso en el campo de la
literatura. Para despertar simpatías tuvo que olvidar, al menos en apariencia,
sus intereses y formular su acta de acusación contra la burguesía únicamente en
interés de la clase obrera explotada. De este modo, se daba la satisfacción de
entonar coplas libeláticas contra su nuevo dominador y susurrarle al oído
profecías más o menos funestas. Así surgió el socialismo feudal, mitad lamento
fúnebre, mitad pasquín; mitad resonancia del pasado y mitad amenaza del futuro,
capaz a veces de herir en lo más vivo a la burguesía con juicios cáusticos y
cortantes por su agudeza, pero dando siempre una imagen ridícula por su
incapacidad total para comprender la marcha de la historia moderna. Para atraer
al pueblo y ponerse a su cabeza, agitaba como bandera el saco de mendigo del
proletariado; pero cada vez que el pueblo le seguía acababa por ver en su
trasero los viejos blasones feudales y se dispersaba entre carcajadas tan
sonoras como irreverentes. Una parte de los legitimistas franceses y la Joven
Inglaterra han desempeñado este papel como autores consumados. En su afán de
demostrar que su modo de explotación era de otra naturaleza que el de la
burguesa, estos señores feudales olvidan que ellos explotaban en circunstancias
y bajo condiciones totalmente diferentes, hoy ya caducadas. Y, al poner de
manifiesto que bajo su dominación no existía el proletariado moderno, olvidan
que la burguesía moderna es precisamente el vástago que su régimen feudal había
de engendrar necesariamente. Por lo demás, la ocultación de su carácter
reaccionario es mínima ya que su acusación fundamental contra la burguesía
consiste en reprocharle que, bajo su régimen, se desarrolla una clase que hará
saltar en pedazos toda la vieja sociedad. Lo que le reprochan no es tanto el
engendrar un proletariado como el engendrar un proletariado revolucionario. De
aquí que en su praxis política compartan todas las medidas de fuerza contra la
clase obrera y en la vida cotidiana, pese a toda su ampulosa retórica, se
avengan a recolectar las manzanas de oro y a trocar la fidelidad, el amor y el
honor por el sucio tráfico en lana de oveja, remolacha y aguardiente.
Al igual que el cura de misa y olla iba siempre del bracete del señor feudal,
el socialismo clerical va también de la mano del socialismo feudal. Nada resulta
más fácil que dar un barniz socialista al ascetismo cristiano. ¿No lanzó el
cristianismo sus invectivas airadas contra la propiedad privada, el matrimonio y
el Estado? ¿Acaso no predicó en substitución de todo ello la caridad, la
limosna, el celibato y la mortificación de la carne, el monacato y la iglesia.
El socialismo cristiano no es otra cosa que el agua bendita con que la
clerigalla bendice el enojo de la aristocracia.
b) El socialismo pequeño burgués
La aristocracia feudal no es la única clase derrocada por la burguesía ni la
única que hubo de ver cómo sus condiciones de vida se consumían y extinguían en
la moderna sociedad burguesa.
Los villanos medievales y la clase de los pequeños campesinos fueron los
precursores de la moderna burguesía. En aquellos países de menor desarrollo
industrial y comercial, estas clases siguen vegetando al lado de la ascendente
burguesía. En los países con una civilización moderna desarrollada, se ha ido
constituyendo una nueva capa pequeño-burguesa que flota entre la burguesía y el
proletariado y que se recompone una y otra vez como grupo complementario de la
sociedad burguesa, pero cuyos miembros se ven arrojados continuamente a las
filas del proletariado por la competencia económica. Esta pequeña burguesía ve
incluso cómo, con el desarrollo de la gran industria, se aproxima el momento en
que desaparecerá como sector independiente de la sociedad moderna al ser
substituida en el comercio, la producción manufacturera y la agricultura por
capataces y domésticos.
En países como Francia, en los que la clase campesina constituye más de la
mitad de la población, nada tiene de extraño que algunos escritores, al sostener
la causa del proletariado contra la burguesía, tomasen como base de su crítica
del régimen burgués criterios pequeño-burgueses o propios del pequeño
campesinado. Tomaron partido en favor del proletariado, pero con un enfoque
pequeño-burgués. Fue así como surgió el socialismo pequeño-burgués. El
representante más relevante de su literatura es Sismondi y ello tanto para
Francia como para Inglaterra. Este socialismo analiza con extrema agudeza las
contradicciones de las modernas relaciones de producción quitándoles la máscara
de retoques cosméticos con que los economistas las disimulaban. Puso al
descubierto de forma irrefutable la acción destructora de la maquinaria y la
división del trabajo, la concentración de capitales y tierras, la
superproducción y las crisis, el forzoso hundimiento de la pequeña burguesía y
el campesinado, la miseria del proletariado, las clamorosas desigualdades en la
distribución de la riqueza, la aniquiladora guerra industrial entre las
diferentes naciones, la disolución de las viejas costumbres, de las viejas
relaciones familiares y de las viejas nacionalidades.
Pero en cuanto a su contenido concreto, lo que este socialismo propone es
volver a reconstruir los medios de producción y cambio anteriores y, con ello,
las viejas relaciones de propiedad y la vieja sociedad o bien ensamblar de
nuevo, por la fuerza, los modernos medios de producción y cambio en el marco de
las viejas relaciones de producción, marco-que aquéllos habían hecho saltar como
forzosamente debía ocurrir. Tanto en un caso como en otro, su carácter es
reaccionario y utópico al mismo tiempo. Organización gremial de las manufacturas
y economía patriarcal en la agricultura. Eso es lo que proclaman en última
instancia. En su desarrollo ulterior, esta tendencia se ha refugiado
cobardemente en un estado de modorra quejumbrosa.
c) El socialismo alemán o «verdadero»
La literatura socialista y comunista francesa, surgida bajo la presión de la
burguesía dominante y expresión literaria de la lucha contra esa dominación,
penetró en Alemania en una época en que la burguesía acababa de iniciar su lucha
contra el absolutismo feudal. Filósofos, semifilósofos y espíritus estetizantes
de Alemania se lanzaron con avidez sobre esta literatura olvidándose tan sólo de
que, si bien aquellos escritos cruzaban las fronteras alemanas provenientes de
Francia, ello no significaba que también las cruzasen simultáneamente las
condiciones de vida de este país. Frente a las condiciones dadas en Alemania,
esta literatura perdía toda significación práctica inmediata, adoptando un
aspecto enteramente literario. Tenía que aparecer forzosamente como
especulaciones ociosas acerca de la realización de la esencia humana. El sentido
que las exigencias de la primera revolución francesa podían tener para los
filósofos alemanes del siglo XVIII era el de ser exigencias de la «Razón
Práctica» en general, y las decisiones revolucionarias de la burguesía francesa
representaban a sus ojos las leyes de la voluntad pura, de la voluntad ideal, de
la voluntad auténticamente humana. El trabajo de los escritores alemanes se
redujo exclusivamente a armonizar las nuevas ideas francesas con su anticuada
conciencia filosófica o, mejor dicho, a asimilar esas ideas francesas desde el
punto de vista filosófico. Esa asimilación se efectuó del misma modo como se
efectúa el aprendizaje de una lengua extranjera, mediante la traducción. Es bien
sabido que los monjes recubrieron muchos manuscritos, plasmación de las obras
clásicas del paganismo, con insípidas vidas de santos de la Iglesia Católica.
Los literatos alemanes procedieron a la inversa respecto a la literatura profana
francesa. Lo que hicieron fue escribir, tras el texto original francés, sus
absurdos filosóficos. Así por ejemplo, tras la critica francesa a las relaciones
dinerarias, ellos escribieron: «Alienación de la esencia del ser humano». Tras
la crítica francesa al Estado burgués escribieron: «Supresión de la dominación
de la universalidad abstracta», etc. A la intromisión chapucera de esa retórica
filosófica tras las evoluciones del pensamiento francés se la bautizó con el
nombre de «Filosofía de la acción», «Socialismo verdadero», «Ciencia alemana del
Socialismo» o «Fundamentación filosófica del Socialismo». La literatura
social-comunista francesa quedó así literalmente castrada. Y como quiera que en
las manos de los alemanes dejó de ser la expresión de la lucha de una clase
contra las otras, el alemán adquirió conciencia de haber superado la
«unilateralidad francesa» y de defender, en lugar de necesidades reales, la
necesidad de la verdad y, en lugar de las intereses del proletariado, los
intereses del ser humano, del hombre en sí, del hombre que no pertenece a una
clase ni pertenece en absoluto a la realidad, sino tan sólo al cielo nebuloso de
la fantasía filosófica. Este socialismo alemán, que tan en serio y con tal
solemnidad tomaba sus torpes ejercicios escolares hasta el punto de propalarlos
a los cuatro vientos al toque de trompetas, fue perdiendo, no obstante, su
ingenua pedantería. La lucha de la burguesía alemana, en concreto de la
burguesía prusiana, contra los feudales y la monarquía absoluta, es decir, el
movimiento liberal, tomo un cariz más serio. Al socialismo «verdadero» se le
presentó así la deseada ocasión para contraponer a este movimiento político sus
exigencias socialistas, fulminar los consabidos anatemas contra el liberalismo,
contra el Estado representativo, contra la libre competencia burguesa, contra la
libertad de prensa burguesa y contra el derecho, la libertad y la igualdad
burguesas, predicando a las masas populares que con este movimiento burgués nada
podía ganar y sí, más bien, perderlo todo. El socialismo alemán olvidaba
oportunamente que la critica francesa, de la que él no era más que un eco sin
vida, presuponía la sociedad burguesa moderna con sus correspondientes
condiciones materiales de vida y la constitución política a ellas adecuada,
presupuestos que en Alemania estaban aún por conquistar.
A los gobiernos absolutistas alemanes con todo su cortejo de curas, maestros
de escuela, aristócratas del terruño y burócratas, les sirvió como el
espantapájaros que necesitaban para atemorizar a una burguesía que avanzaba
amenazadora. Constituía el trago reconfortante que esos mismos gobiernos daban a
los obreros después de la implacable ración de latigazos y descargas de fusil
como pago por sus revueltas.
Si bien el socialismo verdadero constituía, bajo este aspecto, un arma en
manos de los gobiernos contra la burguesía alemana, al mismo tiempo representaba
de modo inmediato intereses reaccionarios, los intereses de la baja burguesía.
Proveniente del siglo XVI y resurgida una y otra vez bajo formas muy diversas,
esta pequeña burguesía constituye la autentica base social del orden vigente.
Mantenerla equivale a mantener el estado de cosas actual en Alemania. La
dominación industrial y política de la burguesía le inspira el temor de su
segura desaparición, debida por una parte a la concentración del capital y, por
otra, al surgimiento de un proletariado revolucionario. El socialismo verdadero
le pareció el modo de matar los dos pájaros de un tiro y se extendió entre ella
como una epidemia. El ropaje tejido con las telarañas de la especulación,
bordado con exquisitas flores retóricas y empapado del sentimentalismo de la
embriaguez amorosa, ropaje ampuloso en que los socialistas alemanes envolvían
sus escuálidas verdades eternas, contribuyó a aumentar entre ese público la
venta de su mercancía. El socialismo alemán, por su parte, se identificó
crecientemente con este papel de fatuo representante de esta burguesía filistea.
Proclamó que la nación alemana era la nación modélica y el pequeño burgués
filisteo alemán, el hombre ejemplar. Detrás de cada una de las bajezas de este
tipo humano venia a descubrir un sentido socialista oculto y sublime que le
hacía significar lo contrario. Consecuente hasta el final, se alzó para
enfrentarse a la tendencia «burdamente destructiva» del comunismo y anunció su
egregia imparcialidad por encima de toda lucha de clases. Salvo muy raras
excepciones, todo cuanto en Alemania circula en calidad de publicaciones
pretendidamente socialistas o comunistas pertenece a este tipo de literatura vil
y enervante.
Los socialistas burgueses quisieran tener las condiciones de vida de la
sociedad moderna sin las luchas ni peligros que necesariamente conllevan.
Quisieran la sociedad vigente, previa supresión de todos los elementos que la
revolucionan y descomponen. Quisieran la burguesía sin el proletariado. La
burguesía concibe, naturalmente, el. mundo en que ella domina como el mejor de
los mundos. El socialismo burgués elabora un sistema parcial o total partiendo
de esa concepción consoladora. Cuando exhorta al proletariado a hacer realidad
sus sistemas y entrar en la nueva Jerusalén, lo único que está exigiendo, en
último término es que permanezca en el actual sistema social, pero alejando de
su mente las odiosas ideas que se ha formado de él.
Una segunda modalidad menos sistemática, pero tanto más práctica de
socialismo, trata de enfriar cualquier iniciativa revolucionaria de la clase
obrera haciéndole ver que no es tal o cual reforma política lo que le reportará
ventajas, sino tan sólo la modificación de sus condiciones materiales de vida,
de su situación económica. Por modificación de las condiciones materiales de
vida no entiende ese socialismo, en modo alguno, la abolición de las relaciones
de producción burguesas -cosa que sólo se puede obtener por el camino de la
revolución-, sino las mejoras administrativas que se efectúan en el marco de
esas relaciones de producción y que en nada modifican, por tanto, la relación
entre el capital y el trabajo asalariado. En el mejor de los casos, esas mejoras
reducen los costos de la dominación burguesa y simplifican el presupuesto de su
Estado. Este socialismo burgués encuentra su expresión más acabada allí donde se
convierte en mera figura retórica. ¡Librecambio! En interés de la clase
trabajadora. ¡Protección aduanera! En interés de la clase trabajadores.
¡Prisiones celulares! En interés de la clase trabajadora. Ésta es la consigna
definitiva, la única que el socialismo burgués toma realmente en serio. El
socialismo de la burguesía consiste precisamente en la afirmación de que el
burgués es burgués en interés de la clase trabajadora.
Los sistemas auténticamente socialistas y comunistas, los de Saint
Simon, Fourier, Owen, etc., emergen en la primera fase, poco desarrollada, de la
lucha entre el proletariado y la burguesía tal y como ya expusimos más arriba
(véase el capítulo «Burgueses y Proletarios»).
Los creadores de estos sistemas se apercibieron ciertamente del antagonismo
entre clases y de la eficacia de los elementos de disolución actuantes en el
seno de la misma sociedad vigente. Lo que sin embargo no alcanzaron a ver es la
actividad histórica autónoma del proletariado ni el movimiento político que le
es propio. Como quiera que el desarrollo de los antagonismos de clase discurre
paralelamente al desarrollo de la industria, se mostraron asimismo incapaces de
descubrir las condiciones materiales de la emancipación del proletariado y
fueron en busca de la ciencia social, de las leyes sociales que las creasen. En
lugar de la actividad social había de intervenir su actividad inventiva
personal; en lugar de las condiciones históricas de la emancipación, condiciones
fantásticas; en lugar de la organización paulatina del proletariado como clase,
la organización de la sociedad que sus propias mentes urdían. La historia
universal venidera se reduce, para ellos, a la propaganda y puesta en práctica
de sus proyectos sociales. Abrigan, de seguro, la conciencia de que con sus
proyectos defienden los intereses de la clase obrera como clase más mortificada,
pues el proletariado existe para ellos, tan sólo bajo ese aspecto de clase más
mortificada.
La forma todavía poco desarrollada de la lucha de clases y la posición social
propia les hacen creerse muy por encima de los antagonismos de clase. Pretenden
mejorar las condiciones de vida de todos los hombres de la sociedad, incluidos
los más acomodadas. Por lo tanto, apelan a toda la sociedad sin hacer
distinciones e incluso con preferencia a la clase dominante. Pues basta conocer
su sistema, piensan, para reconocer en él el mejor plan para la mejor de las
sociedades posibles. Por ello repudian toda acción política y de modo explícito
la revolucionaria y quieren alcanzar su meta por la vía pacífica, intentando
abrir camino al nuevo evangelio social con el poder del ejemplo, mediante
pequeños experimentos que acaban, como es natural, en el fracaso.
Sus descripciones fantásticas de la sociedad del futuro nacen en una época en
que el proletariado está aún en desarrollo incipiente y en consecuencia apenas
tiene, él mismo, una idea fantástica de su propia situación y responden a su
impulso primario, intuitivo, de transformación general de la sociedad.
Pero estos escritos socialistas y comunistas constan también de elementos
críticos. Atacan todos los fundamentos de la sociedad vigente y han suministrado
por ello materiales valiosísimos para la ilustración de las obreros.
Sus tesis positivas sobre la sociedad futura, por ejemplo la supresión de la
oposición entre la ciudad y el campo, de la familia, de la ganancia privada, del
trabajo asalariado, la proclamación de la armonía social, la conversión del
Estado en mera administración de la producción, todas esas tesis expresan
únicamente el escamoteo del antagonismo de clases, antagonismo que tan sólo
conocen en su primera indeterminación amorfa, precisamente porque apenas ha
iniciado su desarrollo. Por ello, esas tesis, en si mismas, tienen todavía un
sentido puramente utópico.
La importancia del socialismo y comunismo críticoutópicos está en proporción
inversa al desarrollo histórico. En la misma medida en que la lucha de clases se
desarrolla. y se vertebra, esta ilusión de flotar por encima de la misma o de
combatirla con quimeras pierde todo valor práctico, toda justificación teórica.
Por ello, aun cuando los autores de estos sistemas fuesen revolucionarios en más
de un aspecto, sus discípulos fundan en todos los casos sectas reaccionarias.
Frente al avance histórico del proletariado, ellos se mantienen aferrados a las
viejas concepciones de sus maestros. Consecuentemente tratan de quitar
virulencia a la lucha de clases y conciliar los antagonismos. Sueñan todavía con
la realización experimental de sus utopías sociales, con la fundación de
falansterios aislados, la creación de Home-Colonies (colonias de metrópoli) y la
instauración de una pequeña Icaria -edición en miniatura de la Nueva Jerusalén-.
Y para la construcción de todos estos castillos en el aire se ven obligados a
apelar a la filantropía cordial y a la bolsa del burgués. Poco a poco se van
integrando en la categoría de los socialistas conservadores o reaccionarios y lo
único que los distingue de ellos es su pedantería más sistemática la fanática
superstición con que confían en los milagrosos efectos de su ciencia social.
Se oponen por ello encarnizadamente a todo movimiento político de los obreros
que, a su Juicio, sólo puede provenir de la ciega incredulidad en el nuevo
evangelio. Los owenistas ingleses y los fourieristas franceses reaccionan
respectivamente contra cartistas y reformistas.
Los comunistas luchan por la consecución de los objetivos e intereses
inmediatos, pero en el movimiento actual representan al mismo tiempo el futuro
de ese movimiento. En Francia, los comunistas se unen al partido
social-democrático en su lucha contra la burguesía radical y conservadora, sin
renunciar por ello al derecho de mantener una actitud crítica frente a la
fraseología hueca y las ilusiones provenientes de la tradición revolucionaria.
En Suiza, dan soporte a los radicales sin perder de vista que este partido se
compone de elementos contradictorios, de demócratas socialistas en sentido
francés, por una parte, y de burgueses radicales por otra.
En Polonia, los comunistas apoyan al partido que hace de la revolución
agraria la condición para la liberación nacional, el mismo partido que dio vida
a la insurrección de Cracovia de 1846. En Alemania, mientras la burguesía
desempeñe un papel revolucionario, el partido comunista luchará junto a ella
contra la monarquía absolutista, la propiedad feudal de la tierra y la pequeña
burguesía. Pero no desaprovechará ningún momento para ir forjando entre los
obreros una conciencia lo más clara posible acerca de la oposición hostil entre
burguesía y proletariado, al objeto de que los obreros alemanes hagan de las
condiciones sociales y políticas que la burguesía implantará con su dominación
otras tantas armas que dirigirán de inmediato contra esa misma burguesía. Tras
el derrocamiento de las clases reaccionarias, dará así comienzo en Alemania la
lucha contra la burguesía misma. Los comunistas concentran especialmente su
interés en Alemania por estar ésta en vísperas de una revolución burguesa y
porque esta convulsión social se da en una situación mas avanzada de la
civilización europea y con un proletariado bastante más desarrollado que el
existente en la situación de Inglaterra en el siglo XVII o en Francia en el
siglo XVIII. De este modo, la revolución burguesa alemana no puede ser sino el
preludio inmediato de una revolución proletaria. En una palabra, los comunistas
apoyan en todas partes cualquier movimiento revolucionario que vaya contra el
orden social y político vigente. En todos los movimientos destacan la cuestión
de la propiedad, cualesquiera que sea la forma más o menos desarrollada que haya
revestido ésta, como la cuestión fundamental de los mismos. Finalmente, los
comunistas se esfuerzan por doquier en favor de la unión y el entendimiento
entre los partidos democráticos de todos los países.
Los comunistas consideran despreciable el ocultar sus opiniones e
intenciones. Proclaman abiertamente que sus objetivos tan sólo se pueden
alcanzar mediante el derrocamiento violento de todo el orden social
preexistente. Que las clases dominantes tiemblen ante una revolución comunista.
Los proletarios nada tienen que perder en ella, salvo sus cadenas. Y tienen un
mundo que ganar.
¡Proletarios de todos los países, uníos!