El tema de España
y la filosofía (pg.1)
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Ortega y Gasset
Es importante observar cómo la obra de Ortega fluye desde las mismas
entrañas de la circunstancia cultural española para luego encaminarse
hacia el pensamiento filosófico europeo, en un principio hacia el neokantismo
de la escuela de Marburgo y, posteriormente, a la escuela fenomenológica.
Desde esta atalaya Ortega desvaneció «el tópico de la «nebulosidad germánica»
enseñando a los españoles que Husserl es un filósofo infinitamente más
preciso y riguroso que Bergson y que la única manera de hacer seriamente
filosofía en España es tomar como punto de partida el nivel alcanzado
ya por la filosofía alemana» (5). Para Ortega España era el problema en el que se debatían los intelectuales de la época, un problema que nacía del apercibimiento de la circunstancia cultural nacional, y cuya solución se encontraba fuera de las fronteras españolas. Ahora bien, afirmar que Ortega tomó como origen efectivo de sus primeros pasos intelectuales el tema de España, como sugiere Cerezo y otros autores, como por ejemplo José Luís Abellán (8), supone a su vez tener en cuenta que dicho tema refleja sus intereses, objetivos e inquietudes intelectuales. Explícitamente así lo formula Arroyo en su obra El sistema de Ortega y Gasset. Arroyo estima que existen diversas épocas dentro de la obra de Ortega en función de la idea de España, una primera época donde España está fuera de Europa por no haber participado creadoramente en la ciencia europea, una segunda donde establece que la cultura española es digna de consideración pero inferior a la alemana, una tercera donde postula que la debilidad nacional no es producto de la falta de ciencia sino de la falta de vida creadora y, una última época, donde considera a España como un problema resultado de su historia e instituciones abandonando así sus generalizaciones racionalistas o biologistas (9). Mas cabe introducir otro elemento en esta reflexión, frente a los complementarios puntos de vistas de Cerezo y Arroyo se plantea una tercera posición, ésta incide en que el problema de España es el elemento que condicionó intelectualmente el conjunto de la obra de Ortega. Este planteamiento que, no es nuevo dentro de la historia del pensamiento español, está en consonancia con ciertas tendencias de análisis histórico y se encuentra descrito, entre otros muchos lugares, en los argumentos expuestos por Antonio Elorza en su conferencia «Urgoiti-Ortega. Proyectos de renovación» (10). Elorza considera que el regeneracionismo, una corriente de pensamiento
autóctona, mediocre en su forma, que estuvo a la base de la cultura
del cambio de siglo, fue un elemento de gran importancia dentro de la
obra de Ortega. Lo fue porque Ortega «por una parte sistematiza el conjunto
del planteamiento del regeneracionismo y por otra lo trasciende. Lo
trasciende, sobre todo, en el sentido de que es muy consciente de las
limitaciones de las soluciones monistas que arrancan de los distintos
planteamientos regeneracionista. Por eso no es sorprendente que en sus
proyectos de europeización, muchas veces elogie a Joaquín Costa y, sin
embargo, luego se burle de los hidráulicos; admira a Giner de los Ríos
y, sin embargo, marca las distancias con el krausismo. En definitiva,
su planteamiento se caracteriza por una toma de conciencia de que el
problema de España, como se le llama ya en ese momento, terminología
que él acepta con todo lo que tiene de carga irracionalista, no implica
sólo una alternativa cultural o una serie de remedios transitorios,
sino que implica una labor de análisis y una labor de descubrimiento
y de movilización de las fuerzas sociales que pueden promover la transformación»
(11). |
Elorza considera la obra de Ortega por una parte adscrita al ambiente intelectual de su época, un ambiente marcado por una situación cultural polarizada entre las corrientes regeneracionistas y de la Restauración, y, por otra parte, desdoblada intelectualmente en función de los tipos de discursos desarrollados por Ortega en los distintos ámbitos de la cultura española; de este modo Elorza ubica a Ortega, a un lado, instalado en la prensa y la política, más allá de la mera angustia patriótica, y, a otro lado, situado en la indigente universidad española. Ahora bien, la interpretación que Elorza efectúa sobre la figura de Ortega, en cierto modo, cuestiona la unidad intelectual de su obra. Es evidente que Ortega generó dentro de la cultura de su tiempo escritos de contenidos bien distintos, ciertamente este argumento no está falto de lógica, mas tiene que ser puntualizado en el siguiente aspecto, Elorza al interpretar de forma disociada las actuaciones de Ortega no toma en consideración la importancia de sus objetivos intelectuales, los que, por otro lado, el propio Ortega, ante la menor de las ocasiones, siempre procuró hacer públicos en sus conferencias y escritos. De este modo, si bien Ortega dirigió su reflexión intelectual hacia cuestiones bien distintas, en cambio éstas atendían a los mismos propósitos, unos propósitos que estimo confieren unidad a su obra. Ciertamente, Ortega actuó diferenciadamente dentro de los distintos ámbitos de la cultura española, ahora bien, su obra puede ser aglutinada alrededor de la principal de sus motivaciones intelectuales, su análisis del problema de España y su preocupación por la reforma del pensamiento y la cultura española, sin duda alguna tal planteamiento está a la base del carácter docente e incitador cultural de buena parte de sus escritos. Esta simple formulación ubica un elemento capital del entramado de sus obras, un elemento que en Ortega lo significó todo. En esta dirección un buen número de estudiosos de las obras de Ortega han derivado sus investigaciones. El siguiente punto de partida, a saber, el análisis de las apremiantes necesidades de la cultura española, muchas investigaciones estudian los orígenes vitales de donde fluyeron las motivaciones intelectuales de la obra de Ortega. Estas investigaciones sostienen el hecho siguiente, Ortega, al tomar sus circunstancias vitales como nudos centrales de su reflexión intelectual, llegó a la conclusión de que el estilo de pensamiento instalado en los distintos ámbitos de la cultura española necesitaba ser reformulado en otros términos y esos otros términos eran aquellos con los que los investigadores europeos construían, por aquel entonces, la filosofía y la ciencia del primer tercio del siglo XX. En este sentido cabría preguntar cómo el conjunto de su obra es el resultado de tal planteamiento y si Ortega alcanzó con éxito las metas que se propuso como objetivos de su proyecto intelectual. Elorza analiza en su conferencia estas dos cuestiones concluyendo que buena parte del proyecto intelectual de Ortega fracasó o al menos fracasó en aquella parte que desarrolló dentro del ámbito público de la cultura, concretamente en el espacio de la política. Esta conclusión, que resulta cuando menos sugerente, es el resultado de efectuar una confrontación intelectual entre los planteamientos europeizadores de Ortega con el doméstico reformismo de la corriente de pensamiento regeneracionista. Elorza conjuga y compara ambos proyectos intelectuales que, aunque
análogos, son de niveles intelectuales diferentes, lo cual no le impide
plantear que el origen intelectual de los proyectos de Ortega se encuentra
en comunidad intelectual con los análisis regeneracionistas que distintos
autores españoles, como Vital Fité, Joaquín Costa y muchos otros más,
hicieron sobre las carencias culturales, políticas, sociales y económicas
de la España decimonónica. Ahora bien, la formulación de la unión del
talante intelectual de Ortega con las actitudes regeneracionistas de
la época es un planteamiento que Elorza efectúa sin considerar el carácter
unitario de los escritos de Ortega. La obra de Ortega se ubica dentro
de un planteamiento intelectual unitario, ramificado en proyectos diversos,
pero entroncados a la raiz de la reforma del pensamiento, este presupuesto
se inscribe dentro de aquellas posiciones de la historia de la filosofía
española que defienden que Ortega edificó a principios de siglo el pensamiento
de mayor profundidad y vigor teóricos de los planteados hasta entonces
por el reformismo intelectual español. Ortega situó el conjunto de su
obra a un nivel intelectual distinto al habido hasta entonces, ya fuera
sobre temas consagrados o no por la filosofía, su meditación apuntó
cualitativamente hacia un nivel filosófico, cuando menos, diferente
hasta el entonces habido en la España de principios del siglo XX. Es
cierto que dicho nivel estuvo marcado por las influencias filosóficas
europeas, mas Ortega se sitúo con tales influencias más allá de ellas,
o, quizás sea mejor decir, más acá con ellas, más cerca de las circunstancias
culturales españolas. De este modo, Ortega suplió la apremiante necesidad
de la reforma intelectual de la cultura española, inscrita dentro de
las domésticas actitudes regeneracionistas, con su solución europeista
de a los problemas nacionales. Su reformismo trató de este modo de unir
lo intelectualmente positivo de Europa, aquello a lo que que dió en
llamar el «pathos» del hombre del norte, con lo positivo de la cultura
española, el «pathos» del hombre del sur, así, su meditación filosófica
unió al rigor metódico de las profundidades germánicas aquella patente
y clara superficialidad hispánica. De esta forma, Ortega se torna diferente
a los ojos de la historia contemporánea del pensamiento español porque
efectúa con suma maestría ese extraño doble juego, a la par literario
y filosófico, del binomio profundidad/superficie, es más, me permito
decir que es del gusto de Ortega que tal binomio se formule paradójicamente
(12). |
La filosofía (13) Hasta entonces no eran numerososos aquellos que se habían formulado la cuestión de las causas radicales de los cambios históricos dentro de la filosofía. Ortega al constatar el ondulante movimiento de su historicidad consideró la gran importancia que dicha cuestión comportaba llegando a formularla como la «gran tarea filosófica de la actual generación» (15), de este modo, esta pregunta se convierte en uno de los temas centrales de su pensamiento que ansía «por razones muy concretas, que en nuestra edad la curiosidad por lo eterno e invariable que es la filosofía, y la curiosidad por lo voluble y cambiante que es la historia, por vez primera, se articulen y abracen» (16). Observa Ortega que la filosofía, como cualquier otro producto del pensamiento
humano, está históricamente condicionada, la historia nos muestra que
los objetos y los métodos de la filosofía cambian con el discurrir de
las épocas, sin embargo, la función y el cultivo de la filosofía persiste
ante dichos cambios, ello se debe a que la filosofía funda su aspiración
en la necesidad de la conciencia humana por afrontar la pregunta por
todo cuanto hay en el Universo. En función de este proceder, la filosofía
es conocimiento y el tema para el cual surgió la filosofía es el Universo.
Ahora bien, Ortega reconoce que este tipo de conocimiento resulta ciertamente
problemático dado que del Universo el filósofo tan sólo tiene ante sí
lo que no es todo, Ortega al formular en su análisis el carácter problemático
de la propia existencia teórica de la filosofía también proyecta este
carácter problemático a la actitud mental del tipo de hombre que formula
el conocimiento filosófico el cual, bien por su insolubilidad, o porque
la capacidad del conocer humano sea limitada o porque el Universo sea
irracional, necesita de una justificación, una justificación que deberá
de provenir de lo que el hombre dice que hace cuando hace filosofía,
así la «filosofía es algo que el hombre hace y todo hacer humano es
hecho por algo y para algo, sin que sea posible vacío de motivación»
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