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EL VÉRTIGO: JOSE ANTONIO CONCHA GONZÁLEZ [ continuación] Todo el sistema liberal - y no sólo el mercado- tiene como piedra angular al individuo. La Libertad solo puede predicarse en sentido estricto de un individuo. En determinadas circunstancias muy extremas podría hablarse de la libertad de un pueblo, pero siempre supondría una reducción del concepto. El progreso tecnológico ha hecho posible el advenimiento del Estado Providencia como última forma de Estado Total. El antiguo Estado Totalitario obtenía la obediencia mediante la utilización de la violencia física y el terror. El Estado Providencia actúa merced a la manipulación. Una mentira repetida cien veces se convierte en verdad. (Dalmacio Negro). Los intentos de planificación han sido y serán caminos abiertos hacia el totalitarismo. Esta tesis fue mantenida por F. Hayek en ¡Camino de servidumbre! causando una enorme polémica. Las planificaciones sólo son posibles en sujetos homogéneos, y por lo tanto predecibles. El imparable proceso de homogeneización de la humanidad debe ser motivo de preocupación, reflexión y análisis. La pregunta es si los consumidores son soberanos, y en que medida lo son, si el mercado responde a sus necesidades o si más bien los productores deciden que deben consumir. * * * * |
La conclusión es que, al carecer el SER de significación, hemos llegado a un estado de neurosis masiva, un desencantamiento del mundo con la consiguiente aceptación de lo absurdo. La pérdida del sentido de la realidad lleva a aceptar perspectivas irracionales ( D. Negro). ¡ Y todo empezó por la ilusión racionalista!. El vértigo es el sentimiento indescriptible del hombre ante el vacío. Imposibles ya para la sacralización el espacio y el tiempo, el hombre sucumbe en el torbellino. Ante la ausencia de palabras adecuadas las imágenes se vuelven luminosos puntos de luz, estratégicos faros de las costas abruptas y brumosas. Si queda alguna imagen esta es la del movimiento. Aquí, en la última estación, se han profanado los lugares y tiempos sagrados. Así, la Tierra es amorfa, el Tiempo una sucesión de instantes. En los días y en los lugares sagrados, el hombre retoma su más valioso tesoro, ser una imagen divina, renace en ella, libre de pasados fracasos, otra vez puro y sin culpa, para reiniciar un nuevo ciclo, un nuevo girar, una nueva promesa de vida. El tiempo sagrado marca los ciclos cósmicos de muerte y resurrección. Lo sagrado da forma a las magnitudes físicas, sitúa al hombre en el Mundo, lo asienta en su devenir engarzándolo con el pasado, mostrándole un rumbo para el futuro y evitando que sea arrastrado por el torbellino. En relación con este asunto: Lo sagrado y lo profano. Mircea Eliade. * * * * |
Pero vayamos a la segunda cuestión: ¿ es el objeto de la razón el conocimiento de la Verdad del Mundo?. Pensemos en el ser humano desde una perspectiva biológica, concretamente en la supervivencia de la especie en un medio hostil. Pocas son las criaturas más débiles, menos capacitadas, al menos aparentemente, para la lucha por la vida. Su fuerza, su resistencia, su velocidad, todos los atributos físicos que se quieran, son patéticos si se los compara con otras especies. Por otro lado, paradójicamente, los seres vivos que han resultado ser más peligrosos para nosotros, hasta el punto de ganar batallas en la guerra de la especies, han sido de los de menor tamaño. Y pienso ahora en mortíferos virus como la viruela, o recientemente el VIH. A pesar de todo el hombre ha dome- ado la tierra. El intelecto lo ha hecho posible. El intelecto es al hombre lo que las garras al águila o la capacidad de reproducción a la rata, o la mutabilidad genética a los virus. Su objeto no es desde luego la verdad sino simple y llanamente la supervivencia. ¡El hombre sólo quiere la verdad en análogo sentido limitado. Desea las consecuencias agradables de la verdad, aquellas que conservan la vida; es indiferente al conocimiento puro y carente de consecuencias, y está hostilmente predispuesto contra las verdades que puedan ser perjudiciales y destructivas!.( F. Nietzsche). El intelecto como medio de conservación del individuo es responsable también de la autodefensa. Aquí desarrolla principalmente sus fines mediante la ficción y el olvido, recreando la realidad bajo la perspectiva de la supervivencia del sujeto. Así sucede con los mecanismos de la memoria, en su trabajo selectivo, y en como a la manera de un auténtico Ministerio de la Verdad, no busca conservar el pasado sino recrearlo. El intelecto está tan íntimamente ligado a la supervivencia de la especie que malamente nada que esté basado en él puede ser un medio de aprehender la Verdad del Mundo. Ante la culpa, la razón actúa sin pudor, tergiversando hechos, inventando silogismos, elaborando con ellos sofisticados laberintos de reproches, acusaciones y disculpas, buscando incesantemente ahogar el sentimiento moral del sujeto, al que consigue a menudo embaucar. No puedo aquí estar con Hayek y su teoría evolutiva de las normas morales. Pienso que realmente la persona tiene un sentimiento moral innato, natural, que forma parte de ella, y ello a pesar de los ejemplos que la antropología pueda ofrecer, ya que el intelecto tiene, como hemos visto, un fuerte componente de instinto de supervivencia, y siempre puede racionalizarse una norma moral. * * * * |
En verdad que es increíble que el hecho capital, el acontecimiento más importante en el devenir de nuestra civilización, merezca tan poca atención. La ¡muerte de Dios! es determinante para la humanidad hasta el punto de ser la cuestión capital del nuevo siglo. Nada hay de tal magnitud que pueda siquiera comparársele. En este asunto destaca como gran visionario Nietzsche, pues en el siglo XIX ya fue plenamente consciente del advenimiento de lo que él llamó cien a- os de oscuridad. No sólo advirtió que la humanidad se alejaba de Dios, sino que vio las consecuencias mejor que nadie. A decir verdad, lo repito, para mí Nietzsche es un gigante que vive ya en el siglo XXI, en la era que será de los titanes. Ernst Jünger. El gran olvido sobre la ¡muerte de Dios! es consecuencia de la incapacidad del hombre moderno de pensar a Dios - para el hombre moderno el único modo de conocimiento es la razón, tal y como hemos venido desarrollado en la "ilusión racionalista"; es claro que un hombre así difícilmente podrá creer en nada - y también de la repulsa que nos producen ¡las verdades que puedan ser perjudiciales y destructivas!. Aunque un hombre piense que es verdad que Dios no existe - sólo por que no puede aprehenderlo desde la razón- ¿cómo iba a vivir con semejante pensamiento?. El pensamiento de la ¡muerte de Dios! es el más pernicioso para la vida, es el pensamiento que mata. Sólo mediante el olvido es posible dormir con él. ¿Cómo vivir con tan horrible visión?. El tic-tac de un reloj en un cadáver. . . ( ...) y entonces no tiene sentido que continúe el latido del corazón, la circulación de la sangre y la secreción de los riñones, como tampoco el tic-tac de un reloj en un cadáver - . Ernst Jünger. Puede dar la impresión de que se trata de un discurrir contradictorio. No hay tal. Adviértanse por un lado las dificultades de un hombre de nuestro tiempo para creer en Dios, no puede acariciarlo con su razón ¡cientista!. Nótese, por otro, que el pensamiento ¡ Dios no existe! es contrario a la vida. ¿Qué hacer? ¿ Y si se pudiera olvidar todo esto, no preocuparse por ello, encerrarlo en el más oscuro rincón y correr más y más deprisa, y no parar nunca para estar siempre ocupado y así no pensar nunca en ello?. Ya ha destacado Léon Bloy la estrecha correspondencia entre el aumento del movimiento con esa clase de miedo - a la Nada). Retrotrae la invención de máquinas cada vez más rápidas a la voluntad de huida, a una especie de instinto con el que el hombre presiente amenazas de las cuales quizá pueda salvarse yendo a gran velocidad de una parte a otra de la tierra. Ernst Jünger. Que un hombre viva y muera para desaparecer sin más imposibilita la aceptación de los sacrificios voluntarios que la propia existencia conlleva. En «Esperando la lluvia de verano» me serví de la primera aparición de Zaratustra ante los hombres, ante el mercado, y puse en boca del sacerdote que oficia el funeral de Adolfo Summerain, muerto por la casualidad más absurda, sus palabras ante el saltimbanqui agonizante. En este momento se hace un silencio espeso en el aire saturado de olores - también el olor de la muerte - esperando que mi palabra llene el fluido caliente. Ha llegado mi momento. Sólo el gimoteo constante de la viuda resuena en las bóvedas ante mis manos alzadas, ante mis brazos abiertos. Ha cesado todo rumor. Es mi momento. En esta ocasión no les hablaré de consuelo sino de desesperación. ¡Una vez más nos reúne aquí en la casa de Dios el dolor. Un dolor intenso por la pérdida de un ser querido. Y en este momento ante la fatalidad, ante la casualidad, ante lo absurdo de esta muerte, como lo de tantas otras, nos encontramos perdidos sin respuestas, y nos cuesta más que nunca creer en Dios, Padre, TodopoderosoÖ Por eso hoy no voy a hablaros de resurrección, de otra vida más allá de la muerte, sino precisamente de todo lo contrario. De lo que sería sin Dios. De la muerte absurda. De la vida vacía. De la desesperación. Del nihilismo. De vuestro nihilismo. Veréis.., hace muchos años un hombre llamado Zaratustra a la edad de treinta a- os abandonó su patria y marchó a las monta- as. Diez a- os permaneció meditando hasta que decidió volver para enseñar sus creencias a los hombres. Así lo hizo en una gran ciudad ante la multitud. Había en la misma plaza un número de equilibristas de circo y como muchos de los que allí había no veían con buenos ojos a Zaratustra se burlaban de él. ¡ Ya hemos visto hablar al volatinero, que actúe también!. Entonces se produce un fatal accidente. Uno de los equilibristas se estrella en el suelo, justo al lado de Zaratustra. Todos se apartan horrorizados menos éste, que se arrodilla junto al moribundo que murmura: ¿Qué haces aquí?. Hace tiempo que me persigue el diablo para llevarme al infierno, ¿quieres tu impedírselo?. Y Zaratustra responde: todo eso de que hablas no existe. No hay infierno. ¡ Tu alma estará muerta más pronto aún que tu cuerpo!. ¿Y qué creéis que responde el moribundo?. Veréis, el saltimbanqui herido de muerte en el suelo contesta: si tu dices la verdad, nada pierdo perdiendo la vida. No he sido más que un animal que con palos y golpes, con poca comida, ense- aron a bailar. ¿Podéis sentir la desesperación?, ¿el vacío?, ¿no veis que sin Dios nada vale la pena, ni siquiera la vida, que sin Dios sólo somos animales a los que con palos y golpes ense- aron a bailar!. Es precisamente Nietzsche, el gran visionario de la ¡muerte de Dios! y sus consecuencias. Los gritos desgarradores del ¡loco! al darse cuenta de que sin Dios el hombre es arrastrado por el torbellino. Es significativo el uso generalizado de imágenes de movimiento. El loco. No habéis oído hablar de aquel loco que a plena luz de la ma- ana encendía una linterna y sin cesar gritaba: ¡ Busco a Dios! ¡ Busco a Dios!. - Puesto que por allí formaban corro precisamente muchos de los que no creían en Dios, provocaba grandes risas. Uno decía: ¿es que se ha perdido?. Otro decía: ¿se ha extraviado como un niño? ¿o permanece escondido? ¿tiene miedo de nosotros? ¿ha embarcado? ¿o emigrado?- así gritaban y reían sin orden ni concierto. El loco, de un salto se puso en medio de ellos y les atravesó con su mirada. ¿Adónde se ha ido Dios? - gritó-. ¡ Yo os lo diré!. Nosotros le hemos matado.- ¡ Vosotros y yo! ¡ Todos nosotros somos sus asesinos!. Pero ¿cómo lo hemos hecho?. ¿Cómo pudimos bebernos todo el mar?. ¿Quién nos dio la esponja para borrar por completo el horizonte?. ¿Qué hicimos cuando a esta tierra la desencadenamos de su sol?. ¿Hacia dónde se mueve ahora?. ¿Hacia dónde nos movemos nosotros?. ¿Lejos de todos los soles?. ¿No nos precipitamos constantemente?. ¿Hacia atrás, hacia los lados, hacia delante, en todas las direcciones?. ¿Hay todavía un arriba y un abajo?. ¿No vamos errando como a través de una nada infinita?. ¿No recibimos el soplo del espacio vacío?. ¿No hace más frío?. ¿No viene de continuo la noche y cada vez más noche? Nietzsche. |
Jose Alberto Concha González: E-mail
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