EL VÉRTIGO: JOSE ANTONIO CONCHA GONZÁLEZ

"A vosotros los audaces buscadores e indagadores, y a quienquiera que alguna vez se haya lanzado con astutas velas a mares terribles."
Así habló Zaratustra. Frederik Nietzche.

"El vértigo ante el abismo cósmico es un aspecto nihilista."
Ernst Jünger.

Y al final llegamos. Ya estamos en la última estación. Próximos al paralelo cero, se acaban las magnitudes viejas, tendremos que inventar otras nuevas con las que poder contar.

"El cruce de la línea, el paso del punto cero divide el espectáculo; indica el medio, pero no el final. La seguridad está todavía muy lejos. En cambio, será posible la esperanza.! Ernst Jünger.

 La última estación se llama ¡nihilismo radical!. Las monta- as son altas, los senderos, angostas quebradas, la niebla espesa. ¿Habrá paso más allá?. ¿Podrá cruzarse tal desfiladero andando?. ¿Qué sufrimientos y sacrificios deparará la travesía?.
La raíz ontológica de todo lo que es ha desaparecido. Lo que es, ha sido desustanciado, desposeído de toda esencia. ¡La existencia se ha desvalorizado hasta el punto en que ya no hay el mínimo derecho a suponer un EN-SI en las cosas! - Dalmacio Negro). Esto es el fin. No hay vía más allá. Sabemos el nombre de la última estación, nihilismo radical, pero ¿dónde nos subimos a este tren?,¿ cuál fue la estación de partida?.

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La estación de partida fue la ¡ilusión racionalista!. Aunque el racionalismo se hunde con sus raíces en los mismos orígenes de la civilización occidental fue a partir de Descartes y el positivismo de Compte cuando se dio a la razón un poder casi ilimitado. La ilusión racionalista es esta fe ciega que nos ha llevado a creer que la razón es el único e infalible medio de acceder a la realidad, como si esto fuera posible y como si, sobre todo, ese - el conocimiento de la Verdad del Mundo - fuera su objeto. Estas creencias sobre la capacidad de la razón, para no sólo mostrar el Mundo, sino también recrearlo, modificarlo, en fin, racionalizarlo, han sido recientemente puestas en tela de juicio. No olvidemos que todas estas ilusiones decimonónicas han concluido en un siglo XX dónde la guerra, la destrucción, la desorientación y la alienación de la especie humana han estado más que nunca presentes en la pretendida nueva, próspera y feliz era de la razón.

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La desilusión sobre las consecuencias del triunfo de la razón ha conducido a perspectivas irracionales, como si en base a la ley del péndulo hubiese que pasar de un extremo a otro, cosa que no es el propósito de este análisis. Valga esta advertencia preliminar para lo sucesivo. Adviértase que la ¡razón! de la que venimos hablando es aquélla fruto de la ecuación razón = entendimiento. Lo que se trata de revisar no es la razón precavida, consciente de sus limitaciones sino la razón que peca de arrogancia. El positivismo puso todas sus ilusiones en esta nueva razón - pretendiendo modificar la existencia y construir un nuevo mundo racional y eficiente, y extrapolando a todo el universo del conocimiento los principios de observación, comparación y generación de principios universales; racionalismo constructivo y cientismo, Hayek), sometiendo todos los órdenes bajo su tiranía, saltando de una esfera a otra, atrevido y arrogante con un planteamiento ¡ingenuo y acrítico! de la función racional que Hayek calificó como la fatal arrogancia.

La gran aportación de Hayek consiste, básicamente, en haber puesto de manifiesto que la idea original de Ludwig von Mises en torno a la imposibilidad del cálculo económico socialista no es sino un caso particular del principio más general de la imposibilidad lógica del! racionalismo constructivista o cartesiano!, que se basa en el espejismo de considerar que el poder de la razón humana es muy superior al que realmente tiene, y que cae, por tanto, en la fatal arrogancia ¡cientista!, que consiste en creer que no existen limites en cuanto al desarrollo futuro de las aplicaciones de técnica o ingeniería social. - Jesús Huerta de Soto).

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La fatal arrogancia a la que hacemos referencia puede entenderse con facilidad al referirnos al campo de la moral. Veamos pues, una de las más usuales consecuencias de la ilusión racionalista: la racionalización de una norma moral. Normas, cuya comprensión o sentido se escapa a la razón, pueden tener un sentido vital para la comunidad. La razón individual, peque- a y limitada, no entiende, del mismo modo en que un ni- o no comprende porqué no puede atiborrarse de helado y protesta ante la negativa de sus padres.

Normalmente quienes deciden interpretar determinadas normas desconocen la razón por la que estas le son provechosas así como la función que cumplen, aún cuando de su observancia dependa la propia supervivencia del sujeto.- F. Hayek. La fatal arrogancia) 

Pensemos en una norma moral. Incluso en una que se transgreda con frecuencia. Una norma ¡inocente!, si se nos permite la expresión. Una norma como ¡no mentir!. Veámosla a la luz de la razón. Decir siempre la verdad y dar con la flecha en el blanco era la virtud para Zaratustra, según Friedrich Nietzsche el primer moralista, siendo esta opinión la que le llevó a poner en boca de esta figura legendaria su filosofía sobre ¡la muerte de Dios!, el superhombre, la voluntad de poder y el eterno retorno. Quiere hacerse notar que decir la verdad, no mentir, es - y no sólo para el cristianismo- lo moralmente adecuado. Pero, ¿y cuando de la verdad se derivan consecuencias odiosas para el sujeto y a la vez se tiene la seguridad de que la mentira nunca será descubierta?. Entonces aparece la razón para aconsejar: ¡ miente!. Ante esta disyuntiva - decir la verdad cargando con sus consecuencias o mentir- no valen los razonamientos.

Sin embargo, la mentira sistemática asienta al hombre en la ficción - una de las características propias de la sociedad nihilista -,en la no asunción de la realidad y consecuentemente en una perspectiva errónea de la propia existencia.

Vivimos tan asentados en la ficción que pueden ocurrir milagros ante nuestros ojos y pasar desapercibidos. Para ver/entender se necesita un estado en el mirar. La Asunción de la propia realidad se convierte en el elemento imprescindible para alcanzar la visión.

La transgresión de una norma moral tiene unos efectos impredecibles para la razón, que se mueve aquí en un universo que le es extra- o y ajeno. Se tocan aquí cuerdas que accionan mecanismos desconocidos. Las consecuencias son, como cuando se manipula genéticamente un ser vivo, imprevisibles.

Este asunto, fue tratado por el profesor D. Jesús Huerta de Soto en una conferencia, dentro del ciclo sobre liberalismo promovido por el Ateneo Jovellanos de Gijón, al que tuve la fortuna de asistir. Con la brillantez que le caracteriza nuestro insigne representante de la Escuela Austríaca puso un ejemplo ciertamente actual de racionalización de normas morales refiriéndose al turbio asunto de los GAL. El gobierno espa- ol sobrepasado por el problema del terrorismo de ETA, en unos tiempos en los que la sangre corría de una manera casi cotidiana, y ante la dificultad de luchar contra los asesinos dentro de la legalidad, fue seducido por la razón, en este caso razón de Estado, para hacer la guerra con las mismas armas que los terroristas. Racionalmente poco se podía argumentar contra la bondad de la operación. Lo que faltó fue alguien que en alguna de aquellas oscuras reuniones diera un pu- etazo en la mesa para decir: ¡ Está mal!. El GAL ha supuesto la muerte de inocentes, un obstáculo de no poca importancia en la solución del problema vasco y en fin una triste mancha en la credibilidad de las instituciones supuestamente democráticas del Estado español.

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Todo lo que es, es de una manera dinámica, cambiante y puede ser observado desde infinitas perspectivas, incluida la dimensión ¡tiempo!. Lo cual no significa que ¡no sea!. La realidad tiene ¡n! caras. Ciertas cosas necesitan, para ser vistas, un estado en el mirar. Ningún hombre puede por si solo tener acceso a una visión completa de la realidad. Pensemos ahora en nuestro concepto del individuo y en sus relaciones con la realidad. El individuo, principal motor y due- o- ciertamente no de una manera absoluta - de su propia existencia, responsable de sus propios actos y de sus consecuencias, un sujeto único e irrepetible, único e irrepetible de una manera asombrosa, mágica. Incluso hermanos, los mismos padres, el mismo ambiente, y sin embargo ¡ tan distintos!, cada uno un universo, una apuesta exclusiva, una persona.

Aunque el concepto de Dios como persona-trinidad pueda parecer una visión antropomórfica, el mismo concepto de persona es una imagen teomórfica del hombre. Lo esencial de la persona es precisamente la imposibilidad de objetivación. La persona, en el sentido teológico del término, seguramente en el único sentido en que puede hablarse en puridad de persona, es un estar- en -si, un ser- desde y un ser- hacia, un yo, un tu y un nosotros. En toda persona cabe un universo.

El personalismo moderno, en el que no vamos a entrar ahora de nuevo, es - o fue) una tentativa de salvar a la persona humana de ser engullida por una técnica racionalista. Ha defendido con energía la imposibilidad de objetivar a la persona; y si ya la persona humana escapa a la objetivación, cuánto más el Espíritu divino. Puede que esta conclusión sea válida pero detrás de ella se esconde otra cuestión: la de si las cosas no son al revés, si el personalismo filosófico no se nutre esencialmente de una herencia teológica, más exactamente cristiano-trinitaria, y no renuncia a si mismo en el instante en que olvida o niega su origen. Von Balthasar.

Ahora se puede decir abiertamente que hablar de un Dios tripersonal no es antropomórfico, puesto que sólo teomórficamente se puede hablar de la persona humana. Von Balthasar.

 Y ahora veamos como millones de estos sujetos se relacionan con el Mundo, se interrelacionan entre si, y cada experiencia, cada conocimiento, gracias a una capacidad de comunicación sin parangón en la Naturaleza, se transmite de unos a otros, y cada experiencia es única pues como hemos visto la realidad es cambiante, y todas estas relaciones se expanden hacia el infinito en lo que constituye una función exponencial.. F.Hayek advirtió que estas interacciones que se producen en las relaciones humanas y la necesidad de responder a una realidad que fluye hacen científicamente imposible cualquier intento mas o menos bienintencionado de planificación, con lo que demostró la imposibilidad teórica del socialismo. Efectivamente, ninguna persona, ni ningún organismo central puede disponer de toda la información que sería necesaria para planificar con éxito las necesidades humanas en un escenario tan complejo y dinámico.
Aquí es donde hay que buscar el fracaso de las revoluciones que como Saturno han acostumbrado a devorar a sus hijos, y de entre ellos no se salvaron ni los más queridos: los alegres sue- os de construir un mundo mejor. Todas las revoluciones han acabado por ser dirigidas de arriba abajo, y acabaron en intentos de planificación. La única revolución posible es la del individuo, la revolución interior.

El mismo lenguaje pasa serias dificultades para mostrar esta realidad. Si no, no habría tantos. El concepto es rígido, la realidad una espiral helicoidal, girando sobre si, retorciéndose, expandiéndose, contrayéndose en infinitas direcciones.

Ciertamente, aquí se debe admirar al hombre como poderoso genio constructor, que sobre fundamentos movedizos y, por así decirlo, sobre agua que fluye consigue levantar una catedral de conceptos infinitamente complicada; claro, para encontrar apoyo en tales fundamentos tiene que ser una construcción como de telara- as, tan fina que sea transportada por las olas, tan firme que no sea desgarrada por el viento.- F. Nietzsche). 

La abundancia de todas estas relaciones humanas de las que venimos hablando deviene en una consecuencia vital: todos los actos del individuo son trascendentes, pues se multiplicarán a través de este entramado de relaciones, en una progresión sin límites.

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Pensemos en nuestro tiempo, en la era de la información. Un individuo en su casa conectado a una red con acceso directo a toda la herencia cultural de nuestra civilización, a un espacio libre donde fluyen conocimientos y opiniones. Porque la interrelación,lo es también con el pasado, con el inmensurable tesoro que ha llegado a nuestras manos. Un tesoro que pasa de mano en mano y lejos de aligerarse se acrecienta ya que quien toma algo de él lo devuelve al mil por uno.

El verdadero escritor, como la verdadera riqueza, se reconoce no por los tesoros que posee, sino por su capacidad para hacer que se vuelvan preciosas las cosas que toca. Por lo tanto, es como una luz que, invisible en si misma, calienta y hace visible el mundo. Ernst Jünger.

Curiosamente al volver la vista atrás sobre las predicciones de los futurólogos de la ciencia ficción relativas a los nuevos y asombrosos logros de la civilización que supuestamente verían la luz con el nuevo siglo, en ninguna se barajaba la posibilidad de la existencia masificada de potentes ordenadores personales conectados a redes de comunicaciones. Muchos coincidían en que Marte sería colonizado o, el cáncer podría ser curado pero nadie vio la revolución de la información ni las consecuencias de los primeros desarrollos de la! máquina de los sue- os!. Incluso el gigante de la informática IBM dudaba a principios de los 70 sobre las posibilidades de los ordenadores personales, no teniendo claro cual sería su acogida entre el gran público y que aplicaciones podrían encontrar a las computadoras usuarios ajenos a la comunidad científica y a las grandes finanzas.

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De modo que la imposibilidad de aprehender la realidad por medio de una razón sobrevalorada tuvo como efecto la negación de un EN-SI en las cosas - ¡ sólo porque no puede accederse racionalmente a él!- por lo que, el Mundo - todo lo que es - fue desustanciado, desvalorizado, desposeído de su esencia y sometido al relativismo subjetivista propio del nihilismo primigenio. La Verdad fue difuminada en un mar de verdades relativas, la Realidad perdió todo el sentido ante las realidades de una nueva y emergente teología civil y la vieja fe en el Dios cristiano fue depositada en la ciencia natural. - Dalmacio Negro).

Para mí en la naturaleza, en el cosmos, hay una dimensión divina, sacra. En este sentido el moderno ¡neopaganismo! es una conclusión apresurada, o, por lo menos una fase de transición. Sin embargo, para mí lo importante sigue siendo el Individuo, el gran Solitario, capaz de resistir en las situaciones difíciles para el espíritu, como la que está llegando y que será una nueva edad de hierro. Ernst Jünger.

Incluso la misma Iglesia ha dado muestras de flaqueza.

La Iglesia es la única institución del mundo que tiene el derecho a sostener dogmas, pues fuera de éstos no existe. Ahora bien, es a sus dogmas a los que renuncia después del Renacimiento, poco a poco, inclinándose ante la ciencia o ante el arte, cuando su dominio no es de este mundo.- Vintila Horia).

El relativismo conduce a la postre a la negación de la Verdad.

¿Qué es la verdad?. Un ejército móvil de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en una palabra, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas, adornadas poética y retóricamente y que después de un prolongado uso a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias: las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su imagen y que han perdido su imagen y que ahora ya no se consideran como monedas, sino como metal.- F. Nietzsche).

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Este relativismo en torno al mundo y a la existencia ha sido el sustrato idóneo para el crecimiento de la última - y consecuentemente la más peligrosa- forma de Estado Total: el Estado Providencia. Al sustituir un orden imperioso - necesario, irresistible, inevitable, cosmológico - por un orden imperativo - aleatorio, creado y modificado por el hombre - la propia realidad, el bien y el mal, y la verdad misma pasaron a ser una cuestión de índole circunstancial.

El hombre ha quedado indefenso ante el Estado. Un hombre del que se han ido anulando las diferencias para hacerlo cada vez más homogéneo y finalmente reducirlo a pura masa.- Dalmacio Negro).

Un programa informático como con el que estoy escribiendo se atreve a corregirme en cuestiones de estilo. Por ejemplo cuando quiero enfatizar una conclusión relacionándola con las motivaciones expuestas en el párrafo anterior, me gusta la expresión: ¡Es por esto queÖ!. Entonces la máquina me llama la atención diciendo que la expresión es redundante. Da miedo pensar en un mundo en que todos escribamos igual. La riqueza de la lengua es precisamente la pluralidad, no digamos nada de los usos estilísticos que se basan en gran medida en la distorsión de los empleos normales en la búsqueda de una mayor expresividad, belleza, etc.

Hoy puede encontrarse cierta corriente liberal demasiado autocomplaciente, demasiado ocupada en jactarse de su, por otro lado incontestable, triunfo sobre el socialismo como para advertir el peligro del Leviatán oculto ahora bajo otra forma. ¡Nunca ha habido más libertades!, dicen y se miran, satisfechos las barrigas.

La explotación es el rasgo fundamental del mundo de máquinas y autómatas. Allí donde el Leviatán aparece crece insaciablemente. Sobre esto tampoco debe enga- arse cuando una mayor riqueza parece dorar las escamas. Es todavía más temible en el confort. Como Nietzsche predijo, ha empezado el tiempo de los Estados monstruos. Ernst Jünger.

 La idea más perniciosa: vivimos en el mejor de los mundos posible. Se admite, sin crítica, que nuestras sociedades desarrolladas son democráticas, que nuestros mercados son libres y que nuestros jueces, justos. Y cuando la evidencia de los hechos muestra nuestro gran déficit de democracia, de libertad y de justicia, entonces nos justificamos pensando que nunca se estuvo mejor y que hay que tolerar ciertos fallos inherentes a cualquier sistema.

¡Aunque los ciudadanos del mundo occidental suelen equiparar al mercado con la libertad de opinión, la mano oculta del mercado puede ser un instrumento de control casi tan potente como el puño de hierro del Estado.!

La corriente mayoritaria de pensamiento admite el hecho de que el mercado tiene fallos que hacen necesaria la intervención para aumentar su eficacia y evitar los males inherentes a sus desajustes, que se producen bajo la forma de crisis cíclicas. El planteamiento que siembra la duda es: ¿los fallos que se producen en nuestros mercados son propios de los mercados libres o son más bien consecuencia de todas las regulaciones e intervenciones que no siempre con honestas intenciones llevan a cabo los gobiernos?. Aunque yo siempre seguí a Galbraith, y continuo haciéndolo, pues creo que las distorsiones del libre mercado están ahí, debo estar agradecido a D. Jesús Huerta de Soto por sembrar la duda en lo referente a los orígenes de las mismas. La postura de D.Jesús puede estudiarse en Dinero, crédito bancario y ciclos económicos. La dificultad es que como vivimos en el mejor de los mundos posibles no tenemos la posibilidad de comparar qué pasaría si realmente dejásemos actuar al mercado. Para los Estados socialistas la impermeabilización de las fronteras se convirtió en una obsesión. Por muy potente que fuera la propaganda, mal podía creerse en las bondades del sistema cuando al otro lado del telón los hombres y las mujeres no sólo vivían mejor, además el sistema les permitía un desarrollo personal impensable al otro lado del muro. La imposibilidad de aislar herméticamente a estas sociedades por parte de sus gobiernos fue decisiva en la posterior caída de estos regímenes. Visitar Berlín y observar la enorme distancia que separaba una Alemania de otra es un espectáculo que lleva a la reflexión sobre el sufrimiento de todos los europeos que tras la guerra quedaron abandonados en manos de los dictadores comunistas olvidados por sus hermanos, ¡ cerca de cuarenta a- os de sufrimiento para nada!. En nuestro caso no tenemos posibilidad de comparación. Ni siquiera EE.UU puede considerarse, en puridad, un mercado auténticamente libre. En el 1984 de Orwell, es el propio cuerpo el que se revela. A pesar de la propaganda y de la inexistencia de un punto de comparación - hasta la Historia se reescribe día a día a conveniencia - algo en lo más hondo de Smith le grita su rechazo a su forma de vida, y que pese a todo es posible una existencia en la tierra más humana, más libre, más bella.

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