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Éter
Aristóteles adoptó este término para designar
un quinto elemento, sutil y divino, o quintaesencia, con el que estarían
formados el cielo, los astros y, en general, el mundo supralunar, y se
distinguiría de los cuatro elementos (tierra, agua, aire y fuego) que forman la
esfera sublunar por el hecho de ser incorruptible e inalterable.
La idea de una sustancia etérea distinta formadora de los cielos, y distinta de
los elementos terrestres, se mantuvo hasta que la evidencia de que no existe
diferenciación entre esferas supralunares y esfera sublunar se impuso en la
moderna astronomía y cosmología