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ESTRUCTURA DE LOS TEXTOS |
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CAPÍTULO 1: Transito del conocimiento moral vulgar de la razón al
conocimiento filosófico.
1.
Ni en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es
posible pensar nada que pueda pensarse como bueno sin restricción, a no
ser tan sólo una buena voluntad. El entendimiento, el gracejo, el
juicio, o como quieran llamarse los talentos del espíritu; el valor, la
decisión, la perseverancia en los propósitos, como cualidades del
temperamento, son sin duda, en muchos aspectos buenos y deseables; pero
también pueden llegar a ser extraordinariamente malos y dañinos si la
voluntad que ha de hacer uso de estos dones de la naturaleza (...) no es
buena. Lo mismo sucede con los dones de la fortuna. El poder, la
riqueza, la honra, la salud misma y la completa satisfacción y el
contento del propio estado, bajo el nombre de felicidad, dan
valor, y tras él, a veces arrogancia, si no existe una buena voluntad
que rectifique y acomode a un fin universal el influjo de esa felicidad
y con él el principio todo de la acción( .... )
2.
La
buena voluntad no es buena por lo que efectúe o realice, no es buena por
su adecuación para alcanzar algun fin que nos hayamos propuesto; es
buena sólo por el querer, es decir, es buena en si misma. Considerada
por si misma, es, sin comparación, muchísimo más valiosa que todo lo que
por medio de ella pudiéramos verificar en provecho o gracia de alguna
inclinación y, si se quiere, de la suma de todas las inclinaciones. Aun
cuando, por particulares enconos del azar o por la mezquindad de una
naturaleza madrastra, le faltase por completo a esa voluntad la facultad
de sacar adelante su propósito; si, a pesar de sus mayores esfuerzos, no
pudiera llevar a cabo nada y sólo quedase la buena voluntad -no desde
luego como un mero deseo sino como el acopio de todos los medios que
están en nuestro poder-, seria esa buena voluntad como una joya
brillante por si misma, como algo que en si mismo posee su pleno valor.
La utilidad o la esterilidad no pueden ni añadir ni quitar nada a ese
valor (. . . )
3.
Para desenvolver el concepto de una voluntad digna de ser
estimada por si misma, de una voluntad buena sin ningún propósito
ulterior, tal como ya se encuentra en el sano entendimiento natural, sin
que necesite ser enseñado, sino, más bien explicado, para desenvolver
ese concepto que se halla siempre en la cúspide de toda la estimación
que hacemos de nuestras acciones y que es la condición de todo lo demás,
vamos a considerar el concepto del deber que contiene el de una
voluntad buena, si bien bajo ciertas restricciones y obstáculos
subjetivos, los cuales, sin embargo, lejos de ocultarlo y hacerlo
incognoscible, más bien por contraste lo hacen resaltar y aparecer con
mayor claridad.
4.
Prescindo aquí de todas aquellas acciones conocidas ya como
contrarias al deber, aunque en este o aquel sentido puedan ser útiles;
en efecto, en ellas ni siquiera se plantea la cuestión de si pueden
suceder por deber, puesto que ocurren en contra de éste . También
dejar a un lado las acciones que , siendo realmente conformes al deber,
no son de aquéllas hacia las cuales el hombre siente inclinación
inmediatamente; pero, sin embargo, las lleva a cabo porque otra
inclinación le empuja a ello. En efecto, en estos casos puede
distinguirse muy fácilmente si la acción conforme al deber ha sucedido
por deber o por una intención egoísta. Mucho más difícil de notar
es esa diferencia cuando la acción es conforme al deber y el sujeto,
además, tiene una inclinación inmediata hacia ella. Por ejemplo: es
conforme al deber que el mercader no cobre más caro a un comprador
inexperto; y en los sitios donde hay mucho comercio, el comerciante
avisado y prudente no lo hace, en efecto, sino que mantiene un precio
fijo para todos en general, de suerte que un niño puede comprar en su
casa tan bien como otro cualquiera. Así, pues, uno es servido
honradamente. Mas esto no es ni mucho menos suficiente para creer
que el mercader haya obrado así por deber, por principios de honradez:
su provecho lo exigía; (. . . )
5.
En cambio, conservar cada cual su vida es un deber, y además
todos tenemos una inmediata inclinación a hacerlo así. Mas, por eso
mismo, el cuidado angustioso que la mayor parte de los hombres pone en
ello no tiene un valor interior, y la máxima que rige ese cuidado carece
de un contenido moral. Conservan su vida conformemente al deber,
sí; pero no por deber. En cambio, cuando las adversidades y una
pena sin consuelo han arrebatado a un hombre todo el gusto por la vida,
si este infeliz, con ánimo entero y sintiendo mas indignación que
apocamiento o desaliento, y aun deseando la muerte, conserva su vida sin
amarla, sólo por deber y no por inclinación o miedo, entonces su máxima
si tiene un contenido moral. (...)
6.
La segunda proposición es esta: una acción hecha por deber tiene
su valor moral, no en el propósito que por medio de ella se
quiere alcanzar, si no en la máxima por la cual ha sido resuelta; no
depende, pues, de la realidad del objeto de la acción, sino meramente
del principio del querer, según el cual ha sucedido la acción,
prescindiendo de todos los objetos de la facultad del desear. Por lo
anteriormente dicho se ve con claridad que los propósitos que podamos
tener al realizar las acciones, y los efectos de éstas, considerados
como fines y motores de la voluntad, no pueden proporcionar a las
acciones ningún valor absoluto y moral. ¿Dónde pues, puede residir este
valor, ya que no debe residir en la voluntad, en relación con los
efectos esperados? No puede residir sino en el principio de la
voluntad, prescindiendo de los fines que puedan realizarse por medio
de la acción (...).
7.
La tercera proposición, consecuencia de las dos anteriores, la
formularía yo de esta manera: el deber es la necesidad de una acción
por respeto a la ley . .... ) Una acción realizada por deber tiene
que excluir por completo el influjo de la inclinación, y con ésta todo
objeto de la voluntad; no queda, pues, otra cosa que pueda determinar la
voluntad, si no es, objetivamente, la ley y, subjetivamente el
respeto puro a esa ley práctica y, por tanto, la máxima de obedecer
siempre a esa ley, aun con perjuicio de todas mis inclinaciones. (...)
8.
Pero
¿cuál puede ser esa ley cuya representación, aun sin referimos al efecto
que se espera de ella, tiene que determinar la voluntad para que ésta
pueda llamarse buena en absoluto y sin restricción alguna? Como he
sustraído la voluntad a todos los afanes que pudieran apartarla del
cumplimiento de una ley, no queda nada más que la universal legalidad de
las acciones en general -que debe ser el único principio de la
voluntad-; es decir, yo no debo obrar nunca más que de modo que pueda
querer que mi maxima deba convertirse en ley universal. (...)
9.
Para saber lo que he de hacer para que mi querer sea moralmente
bueno, no necesito ir a buscar muy lejos una penetración especial.
Inexperto en lo que se refiere al curso del mundo, incapaz de estar
preparado para los sucesos todos que en él ocurren, bástame preguntar:
¿puedes querer que tu máxima se convierta en ley universal? Si no, es
una máxima reprobable, y no por algún perjuicio que pueda ocasionarte a
ti o a algún otro, sino porque no puede convenir, como principio, en una
legislación universal posible; la razón me impone respeto inmediato por
esta universal legislación, de la cual no conozco aún el fundamento -que
el filósofo habrá de indagar-. (. . . )
CAPITULO
II:
Tránsito de la filosofía moral popular a la metafísica de las
costumbres.
10.Y en esta coyuntura, para impedir que caigamos de las alturas de
nuestras ideas del deber, para conservar en nuestra alma el fundado
respeto a su ley, nada como la convicción clara de que no importa que no
haya habido nunca acciones emanadas de esas puras fuentes, que no se
trata aquí de si sucede ésto o aquéllo, sino de que la razón, por si
misma e independientemente de todo fenómeno, ordena lo que debe suceder
(. ....); así, por ejemplo, ser leal en las relaciones de amistad no
podría dejar de ser exigible a todo hombre, aunque hasta hoy no hubiese
habido ningún amigo leal, porque este deber reside, como deber en
general, antes que toda experiencia, en la idea de una razón que
determina la voluntad por fundamentos a priori . (. . . )El peor
servicio que puede hacerse a la moralidad es quererla deducir de ciertos
ejemplos. Porque cualquier ejemplo que se me presente de ella tiene que
ser a su vez previamente juzgado según principios de la moralidad, para
saber si es digno de servir de ejemplo originario, esto es, de modelo; y
el ejemplo no puede ser en manera alguna el que nos proporcione el
concepto de la moralidad. (. . . )
11.Todos los imperativos exprésanse por medio de un "deber ser" y
muestran así la relación de una ley objetiva de la razón a una voluntad
que, por su constitución subjetiva, no es determinada necesariamente por
tal ley (una constricción). Dicen que fuera bueno hacer u omitir algo;
pero lo dicen a una voluntad que no siempre hace algo sólo porque se le
represente que es bueno hacerlo. Es, empero, prácticamente bueno
lo que determina la voluntad por medio de representaciones de la razón
y, consiguientemente, no por causas subjetivas, sino objetivas, esto es,
por fundamentos que son válidos para todo ser racional como tal . ....
)
12.Pues
bien, todos los imperativos mandan, ya hipotética, ya
categóricamente. (. . . ) Ahora bien, si la acción es buena sólo
como medio para alguna otra cosa, entonces el imperativo es
hipotético; pero si la acción es representada como buena en
sí, esto es como necesaria en una voluntad conforme en si con la razón,
como un principio de tal voluntad, entonces el imperativo es
categórico.
13.El
imperativo categórico es, pues, único, y es como sigue: obra sólo
según una maxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley
universal. (. . . )
14.La
universalidad de la ley por la cual suceden efectos constituye lo que se
llama naturaleza en su más amplio sentido; esto es, la existencia de las
cosas, en cuanto que está determinada por leyes universales. Resulta de
aquí que el imperativo universal del deber puede formularse: obra
como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley
universal de la naturaleza (. . . )
15.En
una filosofía práctica donde no se trata para nosotros de admitir
fundamentos de lo que sucede, sino leyes de lo que debe
suceder, aún cuando ello no suceda nunca (. . . ) no necesitamos
instaurar investigaciones acerca de los fundamentos de por qué unas
cosas agradan o desagradan.. . no necesitamos investigar en qué descanse
el sentimiento de placer y dolor, y cómo de aquí se originen deseos e
inclinaciones y de ellas máximas, por la intervención de la razón, (...)
porque si la razón por si sola determina la conducta ha de
hacerlo necesariamente a priori . .... )
16.Pero suponiendo que haya algo cuya
existencia en si misma
posea un valor absoluto, algo que, como fin en si mismo, pueda
ser fundamento de determinadas leyes, entonces en ello y sólo en ello
estaría el fundamento de un posible imperativo categórico, es decir, de
la ley práctica.
17.Ahora
yo digo, el hombre, y en general todo ser racional, existe como
fin en si mismo, no sólo como medio para usos cualesquiera de
esta o aquella voluntad; debe en todas sus acciones, no sólo las
dirigidas a si mismo, sino las dirigidas a los demás seres racionales,
ser considerado siempre al mismo tiempo como fin. (. . , )
18.Si,
pues, ha de haber un principio práctico supremo y un imperativo
categórico con respecto a la voluntad humana, habrá de ser tal que, por
la representación de lo que es fin para todos necesariamente, porque es
fin en si mismo, constituya un principio objetivo de la
voluntad y, por tanto, pueda servir de ley práctica universal. El
fundamento de este principio es: la naturaleza racional existe como
fin en si mismo. Así se representa necesariamente el hombre su
propia existencia, y en ese respecto es ella un principio subjetivo
de las acciones humanas. Así se representa, empero, también todo ser
racional su existencia, a consecuencia del mismo fundamento racional,
que para mí vale; es, pues, al mismo tiempo un principio objetivo,
del cual, como fundamento práctico supremo, han de poder derivarse
todas las leyes de la voluntad. El imperativo práctico será, pues, como
sigue: obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona
como en la de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y
nunca solamente como un medio. |
CAPÍTULO
I: Tránsito
del conocimiento moral vulgar de la razón al conocimiento
filosófico. 1. (TESIS) Ni en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada que pueda pensarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo una buena voluntad. (Con tus palabras = ) (Razones) ((1)) El entendimiento, el gracejo, el juicio, o como quieran llamarse los talentos del espíritu; el valor, la decisión, la perseverancia en los propósitos, como cualidades del temperamento, son sin duda, en muchos aspectos buenos y deseables; pero también pueden llegar a ser extraordinariamente malos y dañinos si la voluntad que ha de hacer uso de estos dones de la naturaleza (...) no es buena. (Con tus palabras = ) ((2))Lo mismo sucede con los dones de la fortuna. El poder, la riqueza, la honra, la salud misma y la completa satisfacción y el contento del propio estado, bajo el nombre de felicidad, dan valor, y tras él, a veces arrogancia, si no existe una buena voluntad que rectifique y acomode a un fin universal el influjo de esa felicidad y con él el principio todo de la acción( .... ) (Con tus palabras = ) 2. (TESIS) La buena voluntad no es buena por lo que efectúe o realice, no es buena por su adecuación para alcanzar algun fin que nos hayamos propuesto; es buena sólo por el querer, es decir, es buena en si misma. (Con tus palabras = ) (Explicación) Considerada por si misma, es, sin comparación, muchísimo más valiosa que todo lo que por medio de ella pudiéramos verificar en provecho o gracia de alguna inclinación y, si se quiere, de la suma de todas las inclinaciones. (Un ejemplo) Aun cuando, por particulares enconos del azar o por la mezquindad de una naturaleza madrastra, le faltase por completo a esa voluntad la facultad de sacar adelante su propósito; si, a pesar de sus mayores esfuerzos, no pudiera llevar a cabo nada y sólo quedase la buena voluntad -no desde luego como un mero deseo sino como el acopio de todos los medios que están en nuestro poder-, seria esa buena voluntad como una joya brillante por si misma, como algo que en si mismo posee su pleno valor. La utilidad o la esterilidad no pueden ni añadir ni quitar nada a ese valor (. . . ) 3. Para desenvolver el concepto de una voluntad (1) digna de ser estimada por si misma, de una voluntad buena (2) sin ningún propósito ulterior, (3) tal como ya se encuentra en el sano entendimiento natural, (4) sin que necesite ser enseñado, sino, (5) más bien explicado, (para desenvolver ese concepto - YA) que (6)se halla siempre en la cúspide de toda la estimación que hacemos de nuestras acciones y (7) que es la condición de todo lo demás, vamos a considerar el concepto del deber (MOTIVO) (por)que contiene el de una voluntad buena,
(Con tus palabras = )
4 - Prescindo aquí de todas aquellas (1) acciones conocidas ya como contrarias al deber, aunque en este o aquel sentido puedan ser útiles; en efecto, en ellas ni siquiera se plantea la cuestión de si pueden suceder por deber, puesto que ocurren en contra de éste . También dejar a un lado las (2) acciones que , siendo realmente conformes al deber, no son de aquéllas hacia las cuales el hombre siente inclinación inmediatamente; pero, sin embargo, las lleva a cabo porque otra inclinación le empuja a ello. En efecto, en estos casos puede distinguirse muy fácilmente si la (3) acción conforme al deber ha sucedido por deber o por una intención egoísta. Mucho más difícil de notar es esa diferencia cuando la acción es conforme al deber y el sujeto, además, tiene una inclinación inmediata hacia ella. Por ejemplo: (conforme al deber, pero no por deber sino por otra inclinación) es conforme al deber que el mercader no cobre más caro a un comprador inexperto; y en los sitios donde hay mucho comercio, el comerciante avisado y prudente no lo hace, en efecto, sino que mantiene un precio fijo para todos en general, de suerte que un niño puede comprar en su casa tan bien como otro cualquiera. Así, pues, uno es servido honradamente. Mas esto no es ni mucho menos suficiente para creer que el mercader haya obrado así por deber, por principios de honradez: su provecho lo exigía; (. . . ) (Nuestros actos en relación con el deber
5 -En cambio, (Otro ejemplo) conservar cada cual su vida es un deber, y además todos tenemos una inmediata inclinación a hacerlo así. Mas, por eso mismo, el cuidado angustioso que la mayor parte de los hombres pone en ello no tiene un valor interior, y la máxima que rige ese cuidado carece de un contenido moral. Conservan su vida conformemente al deber, sí; pero no por deber. En cambio, cuando las adversidades y una pena sin consuelo han arrebatado a un hombre todo el gusto por la vida, si este infeliz, con ánimo entero y sintiendo mas indignación que apocamiento o desaliento, y aun deseando la muerte, conserva su vida sin amarla, sólo por deber y no por inclinación o miedo, entonces su máxima si tiene un contenido moral. (En este caso es por deber...) (Tres casos posibles: · Contra el deber: suicidarse · Conforme al deber (no suicidarse) pero por otro motivo externo ( miedo al dolor, etc) · Conforme al deber (no suicidarse) por deber de conciencia (escucho una voz interna que me dice “respeta tu vida” y por seguir esta voz, respeto mi vida))
6. La segunda proposición es esta: una acción hecha por deber tiene su valor moral, no en el propósito que por medio de ella se quiere alcanzar, sino en la máxima por la cual ha sido resuelta; no depende, pues, de la realidad del objeto de la acción, sino meramente del principio del querer, según el cual ha sucedido la acción, prescindiendo de todos los objetos de la facultad del desear. Por lo anteriormente dicho se ve con claridad que los propósitos que podamos tener al realizar las acciones, y los efectos de éstas, considerados como fines y motores de la voluntad, no pueden proporcionar a las acciones ningún valor absoluto y moral. ¿Dónde pues, puede residir este valor, ya que no debe residir en la voluntad, en relación con los efectos esperados? No puede residir sino en el principio de la voluntad, prescindiendo de los fines que puedan realizarse por medio de la acción (...).
7. La tercera proposición, consecuencia de las dos anteriores, la formularía yo de esta manera (introducción): el deber es la necesidad de una acción por respeto a la ley . .... ) (Clave) Una acción realizada por deber tiene que excluir por completo el influjo de la inclinación, y con ésta todo objeto de la voluntad; no queda, pues, otra cosa que pueda determinar la voluntad, si no es, objetivamente, la ley y, subjetivamente el respeto puro a esa ley práctica y, por tanto, la máxima de obedecer siempre a esa ley, aun con perjuicio de todas mis inclinaciones (Un ejemplo) Aun cuando, por particulares enconos del azar o por la mezquindad de una naturaleza madrastra, le faltase por completo a esa voluntad la facultad de sacar adelante su propósito; si, a pesar de sus mayores esfuerzos, no pudiera llevar a cabo nada y sólo quedase la buena voluntad -no desde luego como un mero deseo sino como el acopio de todos los medios que están en nuestro poder-, seria esa buena voluntad como una joya brillante por si misma, como algo que en si mismo posee su pleno valor. La utilidad o la esterilidad no pueden ni añadir ni quitar nada a ese valor (. . . ) 8. Pero ¿cuál puede ser esa ley cuya representación, aun sin referimos al efecto que se espera de ella, tiene que determinar la voluntad para que ésta pueda llamarse buena en absoluto y sin restricción alguna? (CUESTIÓN) Como he sustraído la voluntad a todos los afanes que pudieran apartarla del cumplimiento de una ley, (Motivo) (Clave de la respuesta)no queda nada más que la universal legalidad de las acciones en general -que debe ser el único principio de la voluntad-; es decir, yo no debo obrar nunca más que de modo que pueda querer que mi máxima deba convertirse en ley universal. (...) 9. Para saber lo que he de hacer para que mi querer sea moralmente bueno, no necesito ir a buscar muy lejos una penetración (comprensión o estudio) especial. · Inexperto en lo que se refiere al curso del mundo, · incapaz de estar preparado para los sucesos todos que en él ocurren, · bástame preguntar: ¿puedes querer que tu máxima se convierta en ley universal? ( = ¿ TE PARECERÍA RAZONABLE QUE TODOS ACTUASEN COMO TÚ? ) Si no (puedo querer que mi máxima se convierta en ley universal), es una máxima reprobable,
la razón me impone respeto inmediato por esta universal legislación, de la cual no conozco aún el fundamento -que el filósofo habrá de indagar-. (. . . )
CAPITULO
II:
Tránsito de la filosofía moral popular a la metafísica de las
costumbres. 10. Y en esta coyuntura, · para impedir que caigamos de las alturas de nuestras ideas del deber, · para conservar en nuestra alma el fundado respeto a su ley, nada como la convicción ( CONVENCIMIENTO, CERTEZA) clara de que no importa que no haya habido nunca acciones emanadas de esas puras fuentes ( ACTUAR POR DEBER Y COMO REGLA UNIVERSAL) (TESIS), que no se trata aquí de si sucede ésto o aquéllo, sino de que la razón, por si misma e independientemente de todo fenómeno, ordena lo que debe suceder (. ....); así, por ejemplo, ser leal en las relaciones de amistad no podría dejar de ser exigible a todo hombre, aunque hasta hoy no hubiese habido ningún amigo leal, porque este deber reside, como deber en general, antes que toda experiencia, en la idea de una razón que determina la voluntad por fundamentos a priori . (. . . ) (TESIS) El peor servicio que puede hacerse a la moralidad es quererla deducir de ciertos ejemplos. Porque cualquier ejemplo que se me presente de ella tiene que ser a su vez previamente juzgado según principios de la moralidad, para saber si es digno de servir de ejemplo originario, esto es, de modelo; y el ejemplo no puede ser en manera alguna el que nos proporcione el concepto de la moralidad. (. . . ) (No vale la ética paradigmática = basada en los ejemplos de otras personas)
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