Estudiar,
¿Para
qué?
Por remesas
vamos regresando a las aulas en este comienzo lluvioso de otoño: los niños de
EGB, los chicos de BUP y FP, los universitarios. Primero los más pequeños, para
que dejen tranquilos a los padres, después los medianos, que también dejan con
su marcha un cierto alivio, y por fin los que ya viven de algún modo su propia
vida.
Pertenece
el regreso a las aulas a ese ciclo académico, tan parecido al año natural, sólo
que comienza y termina en otoño: apertura de curso, inicio de las clases
-asignaturas nuevas, nuevas caras y
caras conocidas- exámenes de
diciembre, de febrero, fin de curso, suspendidos de septiembre, y vuelta a
empezar un curso tras otro. Con una pregunta rondando que siempre queda en el
tintero: estudiar, ¿para qué?
Para
que los padres no den la paliza, para ser "alguien en la vida", para sacar de
una vez el título y pasar al paro, al MIR, a unas oposiciones perdidas de
antemano porque los interinos llevan un montón de puntos, para ver si puedo
ganar algo cogiendo naranjas, aceitunas o algarroba.
En
el mejor de los casos, una beca que garantiza cuatro años de respiro para buscar
un puesto de trabajo. Porque, como decía
Aranguren, las personas no
queremos un trabajo, sino un puesto de trabajo.
Pero, si no
es la beca, no es estudiar lo que garantiza el puesto de trabajo, sino conocer a
alguien, tener padrinos, estar en el lugar
oportuno en el momento oportuno, en un kairós laboral.
No lo tienen
fácil las generaciones jóvenes. Y no es raro que, lo pregunten o no, sigan
pensando: estudiar, ¿para qué?
Hay una
respuesta, además de todas las que tienen que ver con puestos de trabajo. Es una
respuesta antigua, tan antigua como nuestra civilización: para saber más y,
sabiendo, ser mejores y ayudar a otros a serlo; para conocer mejor los
entresijos del mundo y, conociéndolos, crear una humanidad más justa y feliz.
Claro que esto
parece tener poco que ver con programas, cuatrimestres, evaluaciones, parciales,
créditos teóricos y prácticos, actas y papeletas. Parece tener poco que ver con
estudios fragmentados, porque cada fragmento ha crecido deforma increíble, y ya
resulta difícil reconstruir con todos los fragmentos y desde cada uno de ellos
la unidad de la persona. Y, sin embargo, esa unidad sigue latiendo en las venas
de todos y cada uno de ellos y es 1a única que les da sentido, aunque ya los
árboles nos estén impidiendo ver el bosque.
También se
puede aprender en la calle y a través de los medios de comunicación, quién
podría negarlo. Pero el tiempo del estudio reglado y el también reglado esfuerzo
es, por suerte o por desgracia, insustituible. Por eso para la antigua y casi
nunca formulada pregunta, sigue habiendo una muy buena y casi nunca formulada
respuesta.