EL
CONOCIMIENTO CIENTÍFICO
1.
¿Es el conocimiento un problema?
No lo parece así, a primera vista. Estamos tan habituados, en nuestra vida
cotidiana, en nuestro, en todo lo que decimos y pensamos, a manejar una cantidad
tan grande de conocimientos que, por eso, el conocimiento se nos presenta como
algo natural casi, que no cuesta esfuerzo adquirir. Todos sabemos que la Tierra
es esférica, que el átomo se compone de un núcleo y electrones, que Colón
arribó a América un 12 de octubre de 1492. Todo parece muy sencillo hasta aquí:
lo dicen los manuales escolares y los periódicos, lo repite la gente, nadie
intenta negarlo. Pero nuestra perspectiva cambia radicalmente si, de pronto
hacemos una sencilla pregunta: ¿cómo es que sabemos todo esto? ¿Cómo sabemos
que es verdad, si no hemos podido comprobarlo directa y personalmente? Y aún más,
aun cuando lo comprobáramos en apariencia ¿podríamos estar seguros de lo que
vemos, oímos y sentimos? Porque el Sol parece girar alrededor de nuestro
planeta, y sabemos que eso no es cierto; la materia presenta un exterior inerte,
y sin embargo está cargada de una tremenda energía en su interior, y así con
todo.
Al llegar a este punto es que podemos entonces vislumbrar que existe un problema
alrededor de lo que es el conocer, el saber algo acerca de los objetos que nos
rodean y acerca de nosotros mismos. Y este problema radica fundamentalmente en
que los seres humanos necesitan para desarrollar su vida y responder a sus
inquietudes, de un conjunto amplio de conocimientos pero, por otra parte, la
verdad no se muestra directa y llanamente a nuestra percepción, debe ser
buscada, encontrada por medio de un trabajo indagatorio que tiene como
referencia los mismos objetos de los que intentamos conocer algo.
Surge entonces una primera distinción que es preciso resaltar, particularmente
para los estudiantes: no debemos confundir una afirmación (que puede ser cierta
o falsa, no importa en este caso) respecto a un hecho o a un objeto, con el
proceso mediante el cual se ha obtenido el conocimiento cuyo resultado es esa
afirmación. En otras palabras, aquello que dice un profesor o que leemos en un
libro o un periódico digamos, por ejemplo, que la economía suiza crece a un
ritmo del 4 por ciento anual, es una afirmación, cierta o falsa, que nosotros
podemos recordar y utilizar; es, por tanto, un conocimiento, que recibimos si se
quiere de un modo pasivo, y que incorporamos y relacionamos con otros que
poseemos de antemano. Pero resulta evidente que alguien, una o más personas,
son los responsables de esa afirmación; alguien, de algún modo, ha estudiado
la economía suiza, para seguir con nuestro ejemplo, y ha determinado por algún
medio que su crecimiento anual es del 4 por ciento y no del 3
o del 5 por ciento, ¿cómo lo ha hecho? ¿de qué recursos se ha valido
para saberlo: Este es el punto que nos interesa. Aquí, cuando comenzamos a
preocuparnos acerca del modo en que se ha adquirido un conocimiento, o que
intentamos encontrar un conocimiento nuevo, se nos presentan problemas de
variada índole, muchos de los cuales son el campo de estudio de la metodología.
Algunos de ellos, los más generales, serán apenas esbozados en las páginas
siguientes, por cuanto son el tema de la epistemología y de la filosofía del
conocimiento en general.
2.
El conocimiento como proceso
El hombre parece haber sido siempre un ser preocupado por entender y desentrañar
el mundo que lo rodea, por penetrar en sus relaciones y en sus leyes, por
atisbar hacia el futuro, descubriendo el posible sentido de las cosas que
existen a su alrededor. No podemos aquí discutir por qué ocurre esto, ni
resumir tampoco las varias teorizaciones que existen al respecto. Puede sin
embargo, ser útil intentar una breve digresión.
Desde que la especie humana comenzó a crear cultura, es decir, a modificar y
remodelar el ambiente que la rodeaba para sobrevivir y desarrollarse, fue
necesario también que el hombre comprendiera la naturaleza y las mutaciones de
los objetos que lo rodeaban. Tareas que a nuestros ojos resultan tan simples
como edificar una vivienda precaria, domesticar animales o trabajar la tierra sólo
pudieron ser emprendidas a la luz de infinitas y cuidadosas observaciones del
medio; el ciclo diario y anual, la reproducción de vegetales y animales, el
estudio del clima y de las tierras y la geografía fueron, indudablemente,
preocupaciones vitales para nuestros remotos antecesores, por cuanto de esta
sabiduría dependía la supervivencia misma de la especie.
El conocer, entonces, surgió indisolublemente ligado a la práctica vital y al
trabajo de los hombres, como un instrumento insustituible en ese mismo proceso
de trabajo. Pero, según las más antiguas narraciones que poseemos, el
pensamiento de esas lejanas épocas no se circunscribió exclusivamente el
conocimiento instrumental, aplicable directamente al mejoramiento de las
condiciones materiales. Junto con éste aparecieron simultáneamente las
preocupaciones por comprender el sentido general del cosmos y de la vida; la
toma de conciencia del hombre frente a su propia muerte supone la adopción de
una actitud que lleva el sello de la angustia frente al propio destino, frente a
lo desconocido que no se puede abarcar y entender. De allí surgieron los
primeros intentos de elaborar explicaciones globales de toda la naturaleza y con
ello el fundamento, primero de la magia, de las explicaciones religiosas más
tarde, y de los sistemas filosóficos en un período posterior.
Si nos detenemos a estudiar algunos de los libros sagrados de la antigüedad, y
hasta los mitos de los pueblos ágrafos o las obras de los primeros filósofos,
veremos, en todos los casos, que aquí aparecen sintéticamente pero sin un
orden riguroso, tanto razonamientos lúcidos y profundos como observaciones prácticas
y empíricas, sentimientos y anhelos junto con intuiciones, a veces geniales y
otras veces profundamente desacertadas. Todas estas construcciones del intelecto
–donde se vuelcan también toda la pasión y el sentimiento de quienes las
construyeron– deben verse como parte de un proceso más que como receptáculo
de infinidad de errores por cuanto ellas demuestran que las primeras
aproximaciones en la búsqueda de la verdad son difíciles: en la historia del
pensamiento nunca ha sucedido que alguien haya de pronto alcanzado la verdad
pura y completa sin antes pasar por el error; muy por el contrario, el análisis
de muchos casos nos haría la prueba de que siempre, de algún modo, hay que
pasar por conocimientos falaces, por ilusiones e impresiones engañosas antes de
poder ejercer sobre ellas la crítica que luego permita elaborar un conocimiento
más objetivo y satisfactorio.
Lo anterior implica decir que el conocimiento, es más que nada un
“proceso”, no un acto único o algo que se alcanza bruscamente y de una vez;
y es un proceso no sólo desde el punto de vista histórico en que nos hemos
situados hasta aquí, sino que también lo es en lo que respecta a cada caso
particular, a cada descubrimiento, teoría o hipótesis que se elabore. A partir
de lo anterior será posible apreciar con más exactitud el propósito de
nuestro libro, que tiene por objeto presentar una visión de conjunto del
proceso mediante el cual se obtiene el conocimiento científico, es decir, la
investigación.
3.
Diferentes tipos de conocimiento
Hemos hecho alusión, en líneas anteriores, a sistemas religiosos y filosóficos,
al pensamiento mágico, y a otras manifestaciones que, decíamos, no se pueden
desestimar pese a sus errores sino que deben ser comprendidas como parte de un
proceso gradual de afirmación de un saber más válido. Ahora bien, no se trata
sólo de esto; si concebimos al hombre como un ser complejo, dotado de una
capacidad de raciocinio pero también de una efectividad veremos que éste
tiene, por lo tanto, muchas maneras distintas de aproximarse a un objeto de su
interés. Ante una cadena montañosa, por ejemplo, puede dejarse llevar por sus
sentimientos y maravillarse de la majestuosidad del paisaje, o bien puede tratar
de estudiar su composición mineral y sus relaciones con las zonas vecinas;
puede embargarse de una emoción definida que le haga ver en lo que observa la
obra de un dios o de un destino especial para sí y el universo, o también pude
situarse frente a ello evaluando sus posibilidades de aprovechamiento material,
contemplándola como un recurso para sus fines.
El producto de cualquiera de estas actitudes proporcionará en todos los casos,
algún tipo de conocimiento. Porque un buen poema puede decirnos tanto acerca
del amor o de la soledad como un completo estudio psicológico y una novela
puede mostrarnos aspectos de una cultura, un pueblo o un momento histórico tan
bien como el mejor intento sociológico. No se trata de desvalorizar aquí,
naturalmente, el pensamiento científico, ni de poner a competir entre sí a
diversos modos de conocimiento. Precisamente lo que queremos destacar es lo
contrario: que hay diversas aproximaciones igualmente legítimas hacia un mismo
objeto, y que lo que dice el poema no es toda la verdad, pero es algo que no
puede decir la psicología porque se trata de una percepción de naturaleza
diferente, que se refiere a lo que podemos conocer por el sentimiento o la emoción,
no por medio de la razón.
Desde este punto de vista, entonces, pretendemos situar al conocimiento científico
como uno de los modos posibles de conocimiento humano, quizás el más útil y
el más desarrollado, pero no por eso el único, o el único capaz de
proporcionarnos respuestas para nuestros interrogantes. Lo importante, creemos,
es distinguir nítidamente entre esos planos, para procurar que el campo del
razonamiento no sea invadido por la pasión o la emoción, para lograr que
aquello que pertenece a la intuición religiosa o a la elaboración estética no
pierda su integridad, pero no invada un terreno al que sólo pueden salir
perjudicando. Por este motivo es que resulta necesario precisar con alguna
claridad –aun cuando lo haremos someramente– las principales características
de ese tipo de pensar e indagar que se designa como científico.
4.
El conocimiento científico y sus características
La Ciencia es una vasta empresa que ha ocupado y ocupa una gran cantidad de
esfuerzos humanos en procura del objetivo de adquirir conocimientos sólidos
acerca de la realidad. Tratar de elaborar una definición más precisa sería
tarea evidentemente ardua y el lector interesado en definiciones rigurosas podrá
consultar con provecho diversas obras; lo que nos interesa señalar aquí es que
la ciencia ante todo, deber ser vista como una de las actividades que el hombre
realiza, como un conjunto de acciones encaminadas y dirigidas hacia un
determinado fin, que no es otro que el de obtener un conocimiento verificable
sobre los hechos que nos rodean. Como toda actividad humana, la labor de los
científicos e investigadores está naturalmente enmarcada por las necesidades y
las ideas de su tiempo y de su sociedad. Los valores, las perspectivas
culturales y el peso de la tradición juegan un papel sobre toda actividad que
se emprenda, y de un modo menos directo pero no por eso menos perceptible, también
se expresan en la producción intelectual de una época el tipo de organización
que dicha sociedad adopte para la obtención y transmisión de conocimientos y
el papel material que se otorgue al científico dentro de su medio. Considerando
estos factores será preciso definir a la ciencia como una “actividad
social” y no solamente individual, pues de otro modo corremos el riesgo de
imaginar al científico como a un ente abstracto, como un ser que no vive en un
medio determinado, y perderemos entonces de vista el carácter inevitablemente
“histórico” que tiene todo conocimiento científico.
Entrando más de lleno en la determinación de las características principales
del pensamiento científico habremos de puntualizar que éste se ha ido gestando
y perfilando históricamente, por medio de un proceso que se acelera
notablemente a partir de la época del Renacimiento, y distinguiéndose de lo
que algunos autores denominan “conocimiento vulgar”. La diferencia que la
Ciencias tiene con el pensar más o menos espontáneo que preside la vida
cotidiana, “el mundo del manipular” al decir de Karel Kosic, es, antes que
nada, el rigor que pretende imponer a su pensamiento. Al igual que la filosofía,
la ciencia trata de definir con la mayor precisión posible cada uno de los
“conceptos” que utiliza, desterrando así las ambigüedades del lenguaje
cotidiano. Nociones como las de “crisis económica”, “vegetal”,
“estrella”, por ejemplo, que son frecuentes en el lenguaje corriente tienen
en éste, sin embargo, límites bien imprecisos. No puede suceder así en el
dominio de la investigación: si llamamos “crisis” a toda perturbación que
una nación tiene en su economía sin distinguir entre los diversos tipos de fenómenos
que ocurren nos será imposible construir una teoría que pueda describir y
explicar lo que son precisamente las crisis porque nuestro lenguaje será
nuestro principal enemigo; de allí la necesidad de conceptualizar con el mayor
rigor posible todos los elementos que componen nuestro razonamiento, pues ésta
es la única vía que permite que el mismo tenga a su vez un significado
concreto y determinado.
Otras cualidades específicas de la ciencia, que la permiten distinguir con
bastante nitidez del pensar cotidiano y de otras formas de conocimiento (según
veíamos en 3.) son las siguientes:
a. Objetividad: esta palabra tiene su origen en el “objeto”, es decir en aquello que se estudia, sobre lo cual se desea conocer o saber algo. La objetividad significa el intento por obtener un conocimiento que concuerde con la realidad del objeto, que lo describa o explique tal cual es, y no como nosotros desearíamos que fuese. Ser objetivo es tratar de encontrar la realidad del objeto o fenómeno estudiado, elaborando proposiciones que reflejen sus cualidades. Lo contrario es la subjetividad, las ideas que nacen del prejuicio, de la costumbre o de la tradición, las meras opiniones o impresiones. Para poder luchar contra la subjetividad es preciso que nuestros conocimientos puedan ser verificados por otros, que cada una de las proposiciones que se hacen sean comprobadas y demostradas en la realidad, sin dar por aceptado nada que no pueda sufrir este proceso de verificación.
Si la persona sostiene: “hoy hace más calor que ayer” y otra lo niega, en
principio, no podemos decir que ninguna de las dos afirmaciones sea falsa o
verdadera. Probablemente ambas tengan razón en cuanto a que sienten más o
menos calor que el día anterior, pero eso no puede significar que en realidad,
objetivamente, la temperatura haya aumentado o decrecido. Se trata de
afirmaciones no científicas, no verificables, y que por eso deben considerarse
como subjetivas. Decir, en cambio, “ahora la temperatura es de 24º C”, es
una afirmación que, de ser verificada, adquiere carácter de científica, y que
puede considerarse entonces objetiva.
El problema de la objetividad no es tan simple como podría dar a entender el
anterior ejemplo sacado del mundo físico. En todas nuestras apreciaciones va a
existir siempre una carga de subjetividad, de prejuicios, intereses y hábitos
mentales, que heredamos de nuestra cultura y de los que participamos muchas
veces sin saberlo. Este problema se agudiza más cuando nos referimos a
problemas que más directamente nos conciernen, como los de la sociedad, la
economía, la política, en todos los cuales puede decirse que de algún modo
somos a la vez los investigadores y los objetos investigados. Por eso no debemos
decir que la ciencia es objetiva sino que intenta, pretende, se objetiva,
tratando de alcanzar un fin que, en plenitud, es inaccesible.
b.
Racionalidad: es otra característica de suma importancia para definir la
actividad científica, que se refiere al hecho de que la ciencia utiliza la razón
como arma esencial para llegar a sus resultados. Por eso los científicos
trabajan siempre con conceptos, juicios y razonamientos y no con sensaciones, imágenes
o impresiones. Los enunciados que realizan son combinaciones lógicas de esos
elementos conceptuales que deben ensamblarse coherentemente, evitando las
contradicciones internas, las ambigüedades y las confusiones que la lógica nos
enseña a superar. La racionalidad aleja a la ciencia de la religión, y de
todos los sistemas donde aparecen elementos no-racionales, y donde se apela a
principios explicativos extra o sobrenaturales; y la separa también del arte
donde cumple un papel secundario, subordinado a los sentimientos y sensaciones.
c.
Sistematicidad: la ciencia es sistemática, organizada en sus búsquedas y en
sus resultados. Se preocupa por construir sistemas de ideas organizadas
racionalmente y de incluir todo conocimiento parcial en totalidades cada vez más
amplias. No pasa por alto ningún problema o conocimiento sino que, por el
contrario, pretende conjugarlos dentro de teorías y leyes más generales. La
sistematicidad está ligada con la siguiente característica que examinaremos.
d.
Generalidad: la preocupación científica no se interesa tanto por ahondar y
completar el conocimiento de un solo objeto individual, como por lograr que cada
conocimiento parcial sirva como puente para alcanzar una comprensión de mayor
alcance. Para el investigador, por ejemplo, carece de sentido conocer todos los
detalles constitutivos de un determinado trozo de mineral: su interés se
encamina preponderantemente a establecer las “leyes” o normas generales, que
nos describen el comportamiento de todos los minerales de un cierto tipo. De
este modo, tratando de llegar a lo general y no deteniéndose exclusivamente en
los particular, es que las ciencias nos otorgan cada vez explicaciones más
valiosas para comprender la totalidad de nuestro mundo.
e.
Falibilidad: la ciencia es uno de los pocos –si no el único– sistema
elaborado por el hombre, que reconoce su propia capacidad de equivocarse, de
cometer errores. En esta conciencia de sus limitaciones es donde reside su
verdadera capacidad para autocorregirse y superarse, para echar por tierra todas
las elaboraciones conocidas cuando se comprueba su falsedad. Gracias a ello es
que nuestros conocimientos se renuevan constantemente y que vamos hacia un
progresivo mejoramiento de nuestras explicaciones. Al reconocerse falible todo
científico abandona la pretensión de haber alcanzado verdades absolutas y
finales, y por el contrario sólo se plantea que sus conclusiones son
“provisoriamente definitivas”, válidas solamente mientras no puedan ser
negadas o desmentidas. En consecuencia, toda teoría, ley o afirmación está
sujeta, en todo momento, a la revisión, lo que permite perfeccionarlas y
modificarlas para hacerlas cada vez más objetivas, racionales, sistemáticas y
generales.
Este carácter abierto que tiene la ciencia la aparta considerablemente de
cualquier dogma o verdad revelada con pretensiones de infalibilidad, y es la que
le proporciona una nítida ventaja para explicar hechos que esos dogmas no
interpretan o explican.
5.
Clasificación de las ciencias
Siendo tan vasto el conjunto de fenómenos que nos rodean, tan polifacéticos y
distintos, y teniendo en cuenta que cada tipo de problema requiere el empleo de
métodos y técnicas específicas –de
acuerdo a los objetos a investigar –, es que la ciencia se ha dividido en
varias ramas, de acuerdo al tipo de hechos estudiados.
Las ciencias que se ocupan de objetos ideales, y en las que se opera
deductivamente, como las matemáticas o la lógica, son llamadas ciencias
“formales”. Las ciencias que se ocupan de los hechos del mundo físico que
nos rodea son llamadas “fácticas”, para distinguirlas de las anteriores,
incluyéndose entre ellas a la física, la química, la biología, etc. Las
ciencias que tratan de los seres humanos, de su conducta y de sus creaciones
son, en principio, también ciencias fácticas; entre ellas cabe mencionar a la
psicología, la historia, la economía, la sociología y muchas otras. Pero,
como cuando estudiamos las manifestaciones sociales y culturales necesitamos
utilizar una conceptualización y unas técnicas de investigación muy
diferentes a las de las ciencias físico-naturales, se hace conveniente entonces
abrir una nueva categoría que se refiera particularmente a tales objetos de
estudio. Se habla por eso así de ciencias “humanas” o ciencias de la
“cultura”, como una forma de reconocer lo específico de tales terrenos de
estudio.
Debe comprenderse que esta clasificación es apenas un esbozo esquemático de
todas las disciplinas existentes, y que muchos problemas reales no admiten un
tratamiento unilateral sino que sólo pueden resolverse mediante un esfuerzo
interdisciplinario. Así el tratar de determinar el “sistema socio-económico”
de una sociedad es una tarea a la vez sociológica, política, histórica y económica;
los problemas de la genética requieren un abordaje doble, químico y biológico,
etc.
Conviene aclarar que la clasificación de las ciencias, así como la existencia
misma de disciplinas separadas, posee siempre algo de arbitrario. Se trata de
distinciones que se han hecho para la mayor comodidad y facilidad en el estudio
de la realidad, pues ésta no se divide, por cierto, en compartimentos
separados. Por eso, históricamente, han aparecido nuevas ciencias, y se ha ido
modificando también la separación que puede establecerse entre las mismas.
Por otra parte, según el tipo de interés que prevalece en la búsqueda de
conocimientos, estos pueden dividirse asimismo en “puros y aplicados”, hablándose
generalmente también de ciencias de uno y de otro tipo.
Las ciencias puras son las que se proponen conocer las leyes generales de los
fenómenos estudiados, elaborando teorías de amplio alcance para comprenderlos,
y que se desentienden –al menos en forma inmediata– de las posibles
aplicaciones prácticas que se pueda dar a sus resultados. Las aplicadas, por su
parte, concentran su atención en estas posibilidades concretas de llevar a la
práctica las teorías generales, y destinan sus esfuerzos a resolver las
necesidades que se plantean la sociedad y los hombres. De estas últimas
ciencias surgen las técnicas concretas que se utilizan en la vida cotidiana.
Ejemplo: de las ciencias físicas, que son puras, surgen las ramas de la
ingeniería mecánica, electrónica, etc.; de la biología y la química la
medicina, y así en todos los casos. No hay ciencia aplicada que no tenga detrás
suyo un conjunto sistemático de conocimientos teóricos “puros”, y casi
todas las ciencias puras son aplicadas constantemente a la resolución de
dificultades concretas.
La división entre ciencias puras y aplicadas no debe entenderse como una delimitación rígida entre dos campos opuestos y sin conexión. Toda ciencia es pura solamente en el sentido de que no se ocupa directamente por encontrar aplicaciones, pero eso no implica que su problemática pueda disociarse del resto de las preocupaciones de la sociedad. Entre ciencias puras y aplicadas existe una interrelación dinámica, de tal modo que los adelantos puros nutren y permiten el desarrollo de las aplicaciones, mientras que éstas someten a prueba y permiten revisar diariamente la actividad y los logros de las ciencias puras, proponiéndoles también nuevos desafíos.
Marcelo y la filosofia. Argentina