LOS ARGUMENTOS DE AUTORIDAD
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ÍNDICE 1. Aproximación 2. Esquema, requisitos y refutación 3. Falacias 4. Diagrama 5. Resumen |
Por lo general se observará que cuando
dos personas comunes discuten, el arma más utilizada por ambas partes es el
de las autoridades: con ellas se acosan mutuamente. Schopenhauer.[1] |
Estamos ante el modelo de argumentación más simple: alegamos lo que dicen otros. Preguntó Herodes dónde había de nacer el Mesías. Los sacerdotes contestaron: en Belén de Judá, pues así está escrito por el profeta.
Cuando queremos
sostener una afirmación, no hay nada más socorrido que escudarse en una opinión
que se considere solvente y a la que hacemos responsable de nuestras
afirmaciones: Me ha
dicho Felisa que ha visto a tu marido con una rubia. Debes
cuidarte: ha dicho el médico que tienes una pulmonía. El recurso a la autoridad puede producirse por conveniencia (ahorra tiempo, acelera la persuasión, señala que personas prominentes opinan como nosotros), pero habitualmente lo utilizamos por necesidad. Con frecuencia no disponemos de los datos que más nos importan, bien porque no hemos tenido ocasión de estudiarlos, bien porque no están a nuestro alcance, bien porque son demasiado técnicos: ¿se puede adelgazar comiendo? ¿qué puedo hacer ante un fraude? ¿qué sistema de pesos empleaban los egipcios? No nos queda entonces más remedio que recurrir a los juicios de autoridades a las que consideramos en mejores condiciones que nosotros mismos para opinar sobre el asunto que nos ocupa.
Aun cuando no conozco la respuesta, sí sé
dónde buscarla, o cómo encontrar una autoridad o especialista que sabe cómo
buscarla. I. Berlin.[2] Las autoridades invocadas pueden ser
muy diversas: el gobierno, la opinión de expertos en la materia (científicos,
profesionales, organizaciones empresariales, sindicatos, organizaciones no
gubernamentales), enseñanzas religiosas, testimonios personales, un libro, el
propio auditorio: lo dice todo el mundo,
o la tradición: siempre se ha hecho así... Con frecuencia se apoya en el
prestigio personal de quien hace la afirmación. Bien saben los profesores que en el modo de tratar las fiebres Sydenham, por sí sólo, hace opinión probable. Feijoo.[3] Es
obvio que aquí no hablamos de la autoridad del que manda (normativa), sino de aquella que se deriva del prestigio o del
conocimiento (cognitiva), es decir,
la autoridad que disfruta el que sabe o se supone que sabe. — Dicen que se acaba la guerra. — ¿Quién lo ha dicho? — Lo ha dicho un señor que llevaba zapatos, en el café…[4] Casi todos nuestros conocimientos proceden de informaciones ajenas que consideramos fiables y se apoyan, directa o indirectamente, en el argumento de autoridad. Quién es nuestra madre, cuándo nacimos o cuál es la estructura del genoma humano, son cosas que aceptamos porque nos las dicen personas que consideramos autorizadas. Cuán innumerable multitud de cosas creía yo sin haberlas visto, y sin haberme hallado presente cuando se ejecutaron, como son tanta multitud de sucesos que refieren las historias de los gentiles; tantas noticias de pueblos y ciudades que yo no había visto; tantas cosas como había oído y creído a los amigos, a los médicos, y a otras mil personas, las cuales cosas si no las creyéramos, no podríamos absolutamente hacer nada en esta vida. San Agustín.[5] No
siempre que recurrimos a la autoridad lo hacemos con fines argumentales.
Frecuentemente la utilizamos para informar: He visto en Internet que ha perdido el Real Madrid Para
hablar de argumento es preciso que se produzca una afirmación controvertida, es
decir, que debe ser probada y que busca amparo (como razón) en una autoridad. — ¿De dónde sacas que la manifestación ha sido raquítica? — Son datos de la Policía Municipal. 2. Esquema, requisitos
y refutación De manera esquemática, el Argumento de Autoridad se puede
representar como sigue:
A es B,
porque Alguien dice que A es B.
Se debe
comer de todo porque Grande Covián recomienda comer de todo. Este esquema necesita ser
ampliado porque en él se ocultan dos sobreentendidos que no siempre son
ciertos. El primero da por supuesto que quien habla es una autoridad en la
materia, y el segundo, que dicha autoridad ha sido bien interpretada. Pudiera
ser que ninguno de los dos supuestos se cumpla: tal vez la autoridad no es tal,
o tal vez sus palabras han sido deformadas. Para evitar esto debemos exigir que
la autoridad citada sea concreta, competente, imparcial y no contradictoria con
otras. Por eso conviene incluir estos detalles en el esquema y no perderlos de
vista. Alguien
dice que A es B. Ese
Alguien... es una autoridad concreta competente en la materia imparcial dice realmente que A es B lo que afirma no está
en contradicción con lo defendido por otros
expertos. Luego A es
B Grande
Covián aconseja comer de todo. Grande
Covián es una autoridad concreta, solvente, imparcial. Es cierto
que aconseja comer de todo. Coincide
con lo que afirman otros expertos. Luego se
debe comer de todo. Claro
está que no argumentamos así en la vida real. Más bien damos por supuesto lo
que parece obvio y afirmamos sin más: Grande
Covián aconseja comer de todo. Tal vez la cita de
Grande Covián no suscite desconfianza por tratarse de una autoridad que goza de
excelente reputación. Cuando no es éste el caso, tenemos derecho a reclamar
toda la información adicional que estimemos necesaria sobre la fuente y sus
afirmaciones. 1. ¿Se trata de una autoridad concreta? 2.
¿Es competente en el campo adecuado? 3.
¿Ha basado su afirmación en datos objetivos? 4. ¿Ha sido correctamente interpretada? 5. ¿Es coherente con lo que afirman otras autoridades del mismo campo? Si, planteada una o
más de estas preguntas, recibimos una respuesta satisfactoria, debemos considerar
que el argumento es razonable y la conclusión admisible. Si no hay respuesta o
ésta no es satisfactoria, el argumento debe ser considerado débil (que concluye
sin fundamente suficiente) o, peor aún, sospechoso de falacia (que trata de
engañarnos). Como es muy importante
hacer bien las preguntas, vamos a repasarlas ahora mismo con más detalle. a.
Una autoridad concreta.
Con frecuencia topamos
con citas de autoridad que se refieren a fuentes indefinidas: corre el rumor...; mis libros dicen...; todo
el mundo sabe que...; como siempre se ha dicho...; de acuerdo con reconocidos
expertos... todas las cuales, y otras semejantes, carecen de valor como
autoridad, porque son inconcretas. En un periódico de
hoy, leo: "Cuando nosotros
recuperemos la mayoría tendremos que hacer la tercera transición", aseguran que dijo González. "Aznar busca clientelismos en círculos mediáticos y empresariales", se atribuye a González. ¿Lo dijo o
no lo dijo? ¿Dónde está la misteriosa fuente que asegura y atribuye? Cambio de
periódico y leo: Según diferentes versiones recogidas por este
periódico... Y, más abajo: Según el
relato de los diputados presentes en
la reunión... Y, más abajo aún: Según
la versión recogida por este
diario... b.
Una autoridad competente, una fuente bien informada.
No podemos aceptar
cualquier autoridad por prestigiosa que parezca. Aquí no cuentan encantos
personales o popularidad. La autoridad debe ser genuina, esto es, competente en
la materia que le es propia, en cuyo campo se sitúa el problema que nos ocupa.
No vale nada la palabra de un premio Nobel de literatura en cuestiones de
nutrición. Hasta los expertos más encumbrados dicen tonterías cuando opinan
fuera del área de su experiencia. El esperma
que emiten los etíopes es negro. Herodoto La señora—
Quisiera comprar el cuadro. Los críticos dicen que es un paisaje estupendo. El señor—
Usted hará lo que quiera, pero tal paisaje no vale nada. Se lo dice a usted un
perito agrónomo.xaudaró. c.
Su opinión se basa en datos objetivos.
Aquí está
presente M. Lúculo, hombre de la mayor autoridad, fe y escrupulosidad, que no
dice que piensa que es así, sino que lo sabe; no que lo oyó decir, sino que lo
vio; no que se halló presente, sino que pasó el negocio por su mano. Cicerón.[6] Una autoridad debe
aportar los datos que justifican sus opiniones si se le solicitan. Se deben
solicitar. Nos importa conocer no sólo la información que ofrece la fuente, sino
su fundamento. Grande Covián opina después de una vida dedicada al estudio y la
experimentación. Siempre que existan
pruebas, debemos exigirlas: Greenpeace
acusa a la papelera del Guadalhorce, por contaminar el río con sus vertidos. No basta con que lo
diga Greenpeace. Queremos que fundamente lo que dice, o lo que es igual,
preferimos convertir los argumentos de autoridad, siempre dudosa, en pruebas: Greenpeace
ha denunciado a la papelera del Guadalhorce, aportando fotografías y análisis
de los vertidos al río. Cuando se nos
escamotea la información no podemos ni aceptar ni rechazar el argumento. Lo
consideramos una opinión. Ocurre esto con frecuencia con algunos sondeos de
opinión tal y como aparecen en la prensa. Al no ofrecer todos los datos
carecen de fiabilidad. Tal vez estén bien pero tal vez no lo estén. Son siempre
sospechosos. Las estadísticas se alegan mucho como argumento de autoridad y no
siempre son autoridades fidedignas. No me
cuente la estadística: déjeme verla. d. Se trata de una fuente imparcial. Sobre lo
ocurrido en Chernobil, creemos más al enviado de la ONU que al Gobierno ruso. Una fuente puede carecer de crédito por sus
antecedentes, sus contradicciones con otras fuentes y, sobre todo, por su
parcialidad. Por eso nos importa, por ejemplo en una estadística, quién ha
realizado los análisis, cuál es la competencia de la empresa y si tiene algo
que ganar o perder en esta historia. - A la hora de buscar autoridades, todo el mundo arrima el ascua a su sardina. - Existen fuentes teóricamente imparciales (periódicos, consultorías) que ocultan grupos de interés disfrazados bajo un nombre que suena a independiente. - Quien tiene algo que perder en una discusión no es una fuente imparcial y puede mentir. - Una simple voluntad de imparcialidad no es garantía: las verdades particulares suelen estar sesgadas; todos tendemos a creer más lo que nos gusta. Debemos desconfiar siempre de la independencia de las autoridades que nos citan, pero sin olvidar que pueden tener razón. No se trata de rechazarlas sólo porque son parciales. Equivaldría a combatir un defecto con otro. Insistiremos en ello al comentar las falacias de autoridad.
Es obvio que las mejores autoridades que se pueden aportar al debate, las más imparciales, serán aquellas que en otros aspectos mantengan opiniones opuestas a las del argumentador, con lo que mengua la sospecha de parcialidad. El grado máximo lo alcanzan las autoridades francamente alineadas en el bando del contrincante que podamos utilizar en nuestro beneficio (sus datos, sus estadísticas, las opiniones de sus partidarios): fulano, que no es sospechoso de amparar mis tesis.... Son tan buenas que, aunque estén mal informadas, pueden servir a nuestro propósito. La revolución puede ser necesaria. El Padre
Francisco de Vitoria, autor que no me rechazarán ni recusarán los señores
neocatólicos, es de parecer que no se debe sufrir al tirano cuando le hay, sino
que se le debe expeler. Juan
Valera. e. La autoridad ha sido correctamente
interpretada. Debe ser cierto lo que
se atribuye a la fuente. De otro modo estamos ante una cita apócrifa, deformada
o simplemente falsa, que se refuta sin necesidad de gastar mucho fósforo: Usted ha oído campanas y no sabe dónde. Con excesiva
frecuencia se nos endosan referencias inexactas, errores de documentación o
interpretaciones caprichosas de lo que afirman los expertos. Hemos de exigir
información: ¿Es una
cita del original o de segunda mano? Si es original, ¿se puede comprobar? Si es de segunda mano, ¿es exacta? Si no es exacta: ¿es porque se han
traducido términos técnicos al lenguaje cotidiano? ¿la traducción es correcta?
¿qué dice exactamente la fuente y cómo se ha deducido de ello lo que se afirma?
El francés Curé, para no tener que pavimentar el trozo de calle frente a su casa, como era de obligación para todos los demás ciudadanos, se amparó en una sentencia bíblica: paveant illi, ego non paveo [quieran los otros temblar, yo no tiemblo], lo que fue interpretado por los espectadores que entendían algo de latín como si paveant viniese del francés paver [pavimentar]. Esto convenció a los delegados de la comunidad.SCHOPENHAUER.[7] f. Lo que afirma la fuente es coherente con lo que sostienen otras
autoridades del mismo campo.
Esta opinión es
antigua y están de acuerdo con ella los que filosofan, de suerte que
probablemente tenemos razón al adoptarla. Aristóteles.[8] Siguiendo las reglas comunes, no se puede negar que tantos hombres y tan grandes hacen opinión probable; y como ellos condenaron la sangría no sólo por inútil, mas también por nociva, se sigue que es probable que la sangría es siempre dañosa. Feijoo.[9] Esto
es muy importante porque las autoridades competentes pueden discrepar, como
hacen los críticos de cine. Si discrepan es porque el problema no está claro o
no disponen de un conocimiento objetivo, con lo cual, lo que nos trasmiten son
conjeturas individuales Si
reputados expertos recomiendan la negociación con los terroristas, otros, no
menos reputados, recomiendan lo contrario. Cuando existe
desacuerdo entre las fuentes ¿con cual nos quedamos? Compro dos periódicos del
mismo día y observo los titulares: Aznar
admite un final dialogado con ETA si los terroristas dejan las armas. Aznar
afirma que el diálogo con ETA es una perturbación para el interés de la
democracia.
¿Quién dice la verdad?
¿El primero, el segundo, ambos, o ninguno? Si se nos ofrece la
opinión de un experto, podemos refutarla aportando otras citas de autoridad,
sean del mismo valor (con lo que se equilibran las posiciones), sean de mayor
peso. Un técnico anula a otro técnico. ¿Dónde fue a parar el criterio de los
expertos en casos como la central nuclear de Lemóniz, la autovía de Leizarán,
el parque de tiro de Cañaveros, o las Hoces del Cabriel? Cuando de posiciones
políticas se trata, aparecen expertos para todos los gustos. No hace
muchos años que la construcción del Canal de Suez era considerada, con la
aprobación de los ingenieros ingleses, como un imposible, y fue escarnecida en
la Cámara de los Comunes como el sueño de un francés visionario. Cowen. 3. Falacias en los argumentos de autoridad.
Un argumento de
autoridad puede ser: a. Razonable: Ofrece garantías suficientes para que la conclusión sea plausiblemente
aceptable. Es decir, nos enseña las cartas sin hacer trucos. b. Débil: No dispone de garantías suficientes, por lo que su
conclusión es plausiblemente inaceptable. Se ve que las conclusiones van más
lejos de lo que los datos permiten. c. Falaz: Carece de garantías y no existe voluntad para ofrecerlas. Se
invoca el argumento de autoridad como si fuera terminante, la última palabra
en un tema, eludiendo la obligación de probar que la autoridad merece crédito.
Nos hace trampas y no quiere enseñarnos las cartas. La falacia, pues, no
consiste en el error de que falte alguna premisa o garantía, sino en cerrarse
absolutamente a facilitar ninguna clase de información. Llamamos falaz al mal
argumento de autoridad que se emplea abusivamente.
Distinguimos dos
tipos: la Falacia de Falsa Autoridad
que persigue el engaño, y la Falacia ad Verecundiam,
que no admite discusión. Una variedad de ésta es el Argumento ad Populum
o apelación a la opinión más extendida. Vea
también
el Diagrama de
flujo para los argumentos de autoridad
_______________________________________________________________________________ RESUMEN GENERAL DE LOS
ARGUMENTOS DE AUTORIDAD. I.
Argumentos de autoridad son aquellos
en los que como razones aportamos lo que dicen otros. II. Los requisitos que deben cumplir sus
premisas son: Que se trate de una
autoridad: concreta. competente
en la materia de que se trata. imparcial. bien
interpretada no
contradictoria con otras. III.
El argumento de autoridad puede ser: a. Razonable:
Ofrece información adicional suficiente (requisitos) para que la conclusión sea
plausiblemente aceptable. b. Débil: No cumple los requisitos y su conclusión es plausiblemente inaceptable.
c. Falaz: Ni cumple los requisitos ni existe voluntad para
cumplirlos. IV. Sus principales falacias
son: A. Falacia de Falsa autoridad: Cuando se
apela a una falsa autoridad para salir de un mal paso. B. Falacia ad verecundiam:
Cuando se invoca a una autoridad reverenda.
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