USO DE
RAZÓN. DICCIONARIO DE FALACIAS |
Falacia de la PENDIENTE RESBALADIZA o
del dominó |
Consiste en
una cadena de argumentos que conduce, desde un comienzo aparentemente
inocuo, a un final manifiestamente indeseable. Para rechazar una proposición o
desaconsejar una conducta apela a consecuencias remotas, hipotéticas y
desagradables. Por ejemplo:
No se puede suprimir el servicio militar
obligatorio porque distanciaríamos a los ciudadanos de su compromiso con la
nación, lo cual debilitaría nuestra capacidad defensiva y de disuasión, con
lo que en la práctica estaríamos invitando a que se abuse de nosotros y no se
respeten nuestros intereses, especialmente los comerciales, con las consecuencias
inevitables de recesión económica y desempleo. Ya se sabe que cuando esto
ocurre la sociedad se siente irritada e insegura, la política se torna
inestable y cualquier incidente puede crear un caos revolucionario.
Estamos ante una larga cadena de inferencias del tipo A causa
B, B causa C, etc. que culminan en un final tenebroso. La falacia consiste
en dar por fundadas consecuencias que no son seguras y a veces ni siquiera
probables. Se ampara en la inquietud que desata el resultado final para colar
de matute algunas relaciones causaefecto que son refutables (en este caso,
todas): es una temeridad dar el primer paso, porque las consecuencias se
producirán de modo automático e irremediable. Este ejemplo puede parecer
exagerado. De hecho es una deliberada exageración, pero cosas así se escuchan
cuando alguien no sabe qué alegar: Cuatro órdenes de perturbaciones
sociales se pueden estudiar como posibles consecuencias del divorcio: los
suicidios, la criminalidad general, la criminalidad en los menores delincuentes,
y la criminalidad en los cónyuges. Leizaola.[1]
Se nos presentan las consecuencias como si fueran obligadas cuando
distan de ser ni siquiera probables. Debieras dejar de fumar porque la
debilidad frente a la adicción caracteriza a una personalidad insegura,
incapaz de afrontar las responsabilidades de un empleo o de una relación. Acabarás
sola, infeliz y en la miseria.
Los pasos necesarios para aceptar esta conclusión suponen que
todo el que fuma padece un defecto de la personalidad; que los desórdenes de la
personalidad conllevan la pérdida del empleo y de las relaciones, y que esto
equivale a terminar sola fané y descangallada. Este progresivo deslizamiento
hacia la perdición es lo que da nombre al sofisma, conocido también como
Falacia del dominó. Si los estudiantes no se plantan ahora
ante la administración por este problema pequeño, el decanato pensará que
tiene luz verde para arrebatarnos otro y otro derecho, hasta no dejar ninguno. Florece en abundancia siempre que se discuten innovaciones:
servicio militar, legalización de las drogas, reinserción de presos,
ampliación de los supuestos legales del aborto, juicios con jurado, o
educación laica: Los jóvenes no educados en el respeto a
Dios, serán reacios a soportar disciplina alguna para la honestidad de la
vida y, avezados a no negar nada a su concupiscencia, serán llevados
fácilmente a agitar la misma paz del Estado.
En cualquier campaña electoral se nos alecciona generosamente
sobre las terroríficas consecuencias que se producirían si llegaran a gobernar
los contrarios. Este sofisma, asociado a los ataques personales (Falacia ad hominem), suele consumir las mejores energías de los
candidatos sin dejarles ocasión para cosas de mayor sustancia. Cualquier recorte en la asistencia
sanitaria puede parecer banal, pero es muy peligroso. Los pequeños recortes
abren la puerta a los grandes recortes y, finalmente, a la supresión del
sistema sanitario gratuito. Si no impedimos esta tendencia, el Gobierno lo
interpretará como un guiño de complicidad para acabar con el sistema sanitario
público. Siempre que rebrota el debate sobre la eutanasia, aparece una
abundante cosecha de sofismas sin que falte la pendiente resbaladiza: Una vez que una sociedad permite que una
persona quite la vida a otra, basándose en sus mutuos criterios privados de lo
que es una vida digna, no puede existir una forma segura para contener el virus
mortal así introducido. Irá a donde
quiera. Dr.
Callahan.[2]
Es, en fin, el argumento que nos recuerda que quien mal anda,
mal acaba: Yo
conocí a un hombre e bien tan
cabá como er reló, y
se metió en er queré, y
en un hospitá murió.
A diferencia de la falacia del Wishful thinking, la que nos ocupa, considera únicamente
posibilidades desfavorables y sugiere que las cosas irán mal porque pueden ir
mal. Nos invita a confundir la realidad con nuestros temores.
Asociada al Sofisma patético
fue muy provechosa para la propaganda exterior del sistema soviético. Las
críticas al régimen comunista iniciaban pendientes resbaladizas que contribuían
a un desastre inevitable: el fracaso de la Revolución. Los críticos, por tanto,
eran traidores contrarrevolucionarios.
Una variedad de esta falacia consiste en rechazar una
proposición alegando que puede producir efectos colaterales indeseables.
El ejemplo tradicional se refiere al maestro que no permite a un niño llevar
su tortuga a la clase de párvulos porque eso le obligaría a dejar que otros
niños llevaran también sus mascotas: ¡quizás alguno tenga un elefante! La elección de los métodos de enseñanza
se debe dejar en manos de los profesores. Si se permite que los estudiantes
influyan en este campo, querrán intervenir en otros, incluso en la dirección de
la Facultad. Esto conduciría a la ruptura del orden, la disciplina y, en
definitiva, a la desaparición de toda docencia universitaria.
Lo que se viene a sugerir es que si se acepta una regla, no
faltará quien pretenda aplicarla en otras situaciones que sean claramente indeseables.
Al rechazar la falacia, es preciso no dejarse distraer ni
aterrorizar por los derrumbaderos escabrosos que vaticina. No nos interesa la
última conclusión, sino examinar las premisas intermedias (del formato A
causa B) y descubrir cuántas de ellas son refutables o necesitan justificación.
Se puede responder de varias maneras, por ejemplo: a.
Poniendo de manifiesto que la cadena argumental no la forman relaciones
causales plausibles, es decir, que se están arrastrando las consecuencias
por los pelos. Basta con que podamos detener la cadena en uno de los eslabones.
Es como trazar una barrera que impide el deslizamiento por la pendiente. La supresión del servicio militar no
provoca la indiferencia de los ciudadanos por los problemas de la nación. b.
Bromeando: Largo me lo fiáis, como decían en el Convidado de piedra,
o, si se prefiere: de aquí a cien años todos calvos.
Suplico a los que anticipan sus temores acerca de los desórdenes que desolarán
Francia si se introduce la libertad de cultos, observen que la tolerancia no ha producido entre nuestros vecinos
frutos emponzoñados; y que los protestantes, inevitablemente condenados,
como todos sabemos, en el otro mundo, se han sabido arreglar de una manera
cómoda en éste, sin duda en compensación debida a la bondad del Ser Supremo.
Mirabeau.
No todos los argumentos que utilizan cadenas de consecuencias
inquietantes son falaces. Por ejemplo: Debieras abandonar el tabaco. Te deja un
desagradable olor en el aliento, el pelo y la ropa, que molesta a los que se
te aproximan.
En este ejemplo, las consecuencias son automáticas e
inevitables. Una cadena argumental no es falaz cuando se construye sobre
relaciones causales necesarias o plausibles que se pueden confirmar paso a
paso.
Con frecuencia se emplea esta argumentación legítimamente para
no ceder ante una coacción, una amenaza, o un chantaje: Si cede usted esta vez, deberá ceder un
poco más la próxima, y así sucesivamente.
No por el hecho de anunciar males se incurre en falacia. Muchos
temores están bien fundados y es razonable rechazar iniciativas que no se sabe
a dónde conducen: Si ofreces el dedo te cogerán el brazo. Eso abriría un portillo peligroso. Existe el riesgo grave de que se nos
escape el asunto de las manos. Por un clavo una herradura; por una
herradura un caballo; por un caballo un reino.
Nunca es malo aconsejar prudencia. Si se legalizara el acto de acabar con
la vida de alguien para ayudarlo, tal vez se haga daño a gente inocente
como abuelos demenciados, y el Estado debe proteger a esa gente.[3]
Tanto la falacia como el argumento legítimo adoptan la forma: Si
P entonces Q, entonces R, entonces S, entonces T... pero una cadena argumental
se construye sobre relaciones causales plausibles y se confirma paso a paso.
En la falacia de la pendiente resbaladiza, se menosprecia la plausibilidad de
los vínculos causales y se concentra toda la atención en los remotos resultados
indeseables. Si uno empieza por permitirse un
asesinato, pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a
la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación
y por dejar las cosas para el día siguiente. Thomas de Quincey. |
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Revisado: mayo de 2005 |
[1]Vidarte, Simeón: Las Cortes Constituyentes de 1931-1933.
[2]diario ABC.
[3]Asoc.
Esp. contra el Cáncer.