NIÑOS CON DIFICULTADES ESCOLARES Y SOCIOPERSONALES
por Pedro Varo Chamizo
En la sociedad contemporánea observamos con normalidad la creciente aparición de los niños en situación de riesgo. Ello es producto de una sociedad donde los sistemas educativos se han corrompido, donde los vínculos de la familia se han deteriorado y donde las relaciones de convivencia comunal han perdido fuerza.
En dicho entorno, el niño sufre desamparo, ya sea en el ámbito educativo, el familiar o el social, y son estas debilidades las que obligan al menor a adoptar mecanismos de supervivencia generalmente de rechazo y de exteriorización de la casuística. El menor, al no sentirse atendido en alguno de los ámbitos, extiende su frustración hacia algo exterior, comenzando a justificar su conducta a través de lo negativo, de lo que no le es propio. Es aquí donde encontramos el problema de raíz. El menor no acepta las reglas de juego y además está convencido de que dicho camino es aceptable.
Pero vayamos por partes. Las familias son el entorno cultural que propician el desarrollo natural del niño, el cual definirá la evolución psico-motora dentro de las posibilidades del niño y lo que es más importante, su apego, anticipo de sus percepción de las relaciones que tendrá con sus iguales. Así pues, cualquier carencia familiar va a repercutir de alguna manera –dependiendo en cierta medida de la personalidad del propio niño- en la creación de la imagen de la sociedad y de las personas que poseerá dicho menor.
La falta de alguno de los progenitores o la situación desfavorable de alguno de ellos, la carencia de una situación económica estable, las drogas, la violencia, la indiferencia y la desestabilidad afectarán a la evolución física y psíquica del menor en su proceso de integración a la sociedad.
Además, la escuela, con unos docentes más preocupados por sus condiciones laborales que por los objetivos de su labor, dentro de un sistema de normalización violenta, no lograrán integrar a estos menores, pues dicha función no entra dentro de sus objetivos. En la escuela sólo seguirán un desarrollo normal aquellos menores que tengan un entorno familiar y social estable, por lo que los otros menores, estarán de una manera muy probable, condenados al fracaso escolar.
Dichos fracasos no encontrarán una reflexión positiva de superación, todo lo contrario, se verán refrendados por sus iguales y por los ejemplos negativos de su entorno familiar y social, de tal manera que, el menor culpará a la sociedad y a cualquiera que intente educarlo de su fracaso, nunca encontrará en problema en él mismo, ya que se considera víctima de su familia y del sistema.
Es por ello que encontrará en el insulto, la violencia y la ruptura compulsiva de las normas de convivencia su forma de venganza respecto al trato recibido. Hemos de entender en esta etapa de desarrollo cuan confusos pueden ser los sentimientos para el menor, y cuan peligroso puede ser el que permanezca en ese estado de confusión durante toda su vida.
La labor de un voluntario con este tipo de menores debe responder a principios de normalización, hay que actuar en pos de una reintegración familiar (si es posible) o la generación de una nueva estructura familiar (adopción), de una reintegración escolar y de una socialización positiva. Para ello, ni el perfil del educador ni de la educación pueden ser los que se plantean como normales en la enseñanza formal.
1.1. Perfil del voluntario que trabaja con menores en situaciones de fracaso escolar y socio-personal.
El voluntario que quiera trabajar con menores con dificultades, debe tener en cuenta los siguientes aspectos:
El voluntario que quiera trabajar con menores con dificultades escolares y socio-personales debe ser una persona desarrollada, con cierta madurez emocional, una persona paciente y coherente con sus acciones y decisiones, una persona capaz de ponerse en la piel del otro, pero a la vez una persona con claros criterios sobre lo que es bueno para el grupo y lo que no lo es.
Una persona que este dispuesta a escuchar, que sea capaz de aprender tanto de sus alumnos como de sus compañeros, una persona que tenga el sosiego para reflexionar en medio de la tormenta, una persona no irascible que crea fielmente en las posibilidades del menor, esté en la situación que esté.
1.2. Cómo actuar con menores con dificultades escolares y socio-personales.
En la novela de Michael Ende, Momo, descubrimos a una heroína con una capacidad prodigiosa para salvar al mundo, dicha característica lejos de parecerse a un superpoder, no es más que nuestra principal virtud como humanos; la escucha.
La escucha activa, una habilidad que requiere de entrenamiento continuo, constituyó la base del sistema educativo más importante de la historia; la mayéutica de Sócrates. Dicho sistema se fundamentaba en un principio; cuando sentimos que nos escuchan, hablamos en confianza, reflexionamos y terminamos descubriendo desde nuestras experiencias, verdades comunes a los demás.
Es pues la escucha activa una habilidad bien olvidada por los maestros que solo hablan, los que sólo se escuchan a sí mismos, los que en confianza a su superioridad respecto a los demás, creen que lo que es bueno para ellos, es bueno para todos.
Es importante que entendamos que no tiene que ver con tener las cosas claras, todo lo contrario, pues al tener las cosas claras, debemos entender que no somos seres terminados, y nuestra aparente estabilidad emocional y cultural deben ser constantemente puestos en cuestionamiento. Si queremos aprender y enseñar, tenemos que empezar por escuchar.
Partamos de que en las primeras sesiones de trabajo con menores con dificultades tenemos que ganarnos su confianza. Dicha confianza parte de nuestra capacidad por convertirnos en modelos respetables, personas coherentes y reflexivas, sólidas pero flexibles.
Lo apropiado es comenzar recabando toda la información que nos sea útil para conocer a nuestros alumnos. La principal debe partir de la propia voz de los menores. Escuchar sus historias sin juzgar, les permite a ellos liberar un peso y con el tiempo, comienzan a des-cebollar sus interpretaciones hasta mostrar los hechos tal como son. Nuestro proceder en este caso debe ser el del preceptor griego, preguntar sin ofender, mostrar autentica curiosidad y escuchar atentamente a lo que el alumno expresa, no a lo que queremos escuchar de él.
Pero además, debemos complementar la información con los datos que nos pueden ofrecer sus familiares, los profesionales de la docencia que han trabajado con el chico, los psicólogos, educadores, cuidadores y demás agentes sociales, pues de sus impresiones podemos recoger un compendio de interpretaciones que nos pueden ser muy útiles para ir conociendo al menor.
Entonces tenemos la primera máxima la actuación con el menor, conocerlo.
Lo siguiente es tener claro los objetivos a los que pretendemos llegar y de donde partimos. Partimos del niño hacia su normalización en la sociedad. En dicho proceso debemos tener en cuenta los fundamentos del desarrollo natural del ser humano, porque por encima de trabajadores y ciudadanos, lo que vamos a formar es personas para el mundo.
Debemos preocuparnos porque la formación de estos menores sea integral, que incluya el desarrollo físico de destrezas y habilidades (profesiones artesanales) y el desarrollo intelectual, a la par que el desarrollo emocional y social.
Alejarnos de las formas y estructuras de la enseñanza formal pero con la intención de reinsertarlo a ella. Necesitamos de originalidad y de imaginación para una vez conocidos los alumnos, crear un clima de trabajo positivo y saludable. Para ello debemos partir del principio emergente de la configuración de una comunidad.
Sobre las bases de una comunidad debemos generar los procesos de confianza que vayan restituyendo los lazos de apego del menor con sus iguales y progresivamente con la sociedad. Es vital que el menor comience a creer que las normas son válidas para todos, y que cuando no es así, siempre existe una solución pacífica y democrática de enfrentarse a las altas tasas de injusticia social.
En fin, los preparamos para que sepan hacer lo que les sea útil para su vida, pero también para que no necesiten más de lo que pueden proporcionarse. La base de la infelicidad en nuestra sociedad está en el consumismo que nos hace desear más de lo que necesitamos.
Por ello, nuestras acciones deben encaminarse hacia la configuración de personalidades comunitarias, escuchadoras, y coherentes con sus capacidades y sus necesidades en el mundo. En definitiva, personas sencillas, que a la vez, necesiten de experiencias y de los demás para sentirse cada vez más humanos.
Para esto, necesitamos más de que métodos y dinámicas, tener los objetivos claros, conocer bien a los alumnos, configurarnos como un modelo de respeto y confianza, construir con ellos un clima agradable y trabajar hacia la inserción pronta de ellos a sus propias vidas en el mundo.
Paciencia, conciencia y amor por nuestro trabajo, son las únicas armas frente a un problema que se ha perpetuado desde el principio de la civilización moderna. Desde que la familia dejó de necesitar a los descendientes para sobrevivir, encontramos a muchos hijos indeseados que se enfrentan al mundo sin haber recibido amor.
Terminamos esta serie de orientaciones que requieren de la actitud del voluntario, poniendo un ejemplo de recurso que funciona apropiadamente a nuestros fines y al carácter de nuestro ámbito de actuación.
1.3. Un recurso interesante: el juego sociodramático.
Primero y en relación a los principios que se derivan del juego del Emilio, encontramos por la experiencia y por la experiencia de otros que el juego socio-dramático derivado de la aplicación pedagógica del teatro posibilita en mucho el recorrido que Rousseau integra del desarrollo de los sentidos, la razón y la conciencia.
Vayamos por partes. Lo primero que exhibe Rousseau en el Emilio es la necesidad de que el niño comience por desarrollar sus capacidades psicomotoras en total libertad, únicamente alejado de los verdaderos peligros. El teatro dentro de ese aspecto evolutivo propone un sinfín de opciones que integran con elegancia la disciplina de Comenio con la libertad roussoniana. Es así que el teatro busca la conciencia de uno mismo, comenzando por la propia conciencia del cuerpo. Partiendo de ello, el trabajo de desarrolla a través de la acción del alumno, el cual desde sus necesidades motrices, alimentarias y humanas, recorre el camino de descubrimiento y control primero de su propio cuerpo, y después, en relación con el espacio que le rodea. El niño descubre de forma natural su lugar entre las cosas y se descubre a sí mismo en relación a sus posibilidades y a sus incapacidades. Si ambas parten de su acción libre, si el preceptor no hace más que ofrecer puntos desde donde mirar en relación a la naturaleza del niño, este tendrá la necesidad del otro sin relación a la autoridad o la sumisión.
Estamos pues dentro de las posibilidades de la expresión corporal de facilitar al niño un desarrollo psicomotor óptimo en relación con sus facultades, sin necesidad de caer en la fantasía de los deseos que rodean al mundo contemporáneo en relación al vicio de la fama. Buscamos lo que él busca, encontrarse a sí mismo y su lugar en el mundo. Adaptación, objetivo ineludible de cualquier acto que linde con la pedagogía. Entendamos sin embargo que no pretendemos caer en la libertina socialización que se deriva de la infantilización del acto educativo y de la sociedad. La adaptación no es una cadena de pasividades, sino un proceso de acciones que pretenden llevarnos a la integración positiva de nuestro yo y el mundo en el que vivimos, sin que ninguno de los dos se vea perjudicado. Es un consenso entre nosotros y el resto, que parte de nosotros para llegar con naturalidad a los demás.
Es pues que la expresión corporal persigue el control de nuestro cuerpo, el control de las pasiones físicas que vician nuestras posibilidades psicomotoras y que nos hacen más dependientes de lo que ya somos respecto a la naturaleza. Decía Jose Padilla Camacho que andar es decirle al mundo quienes somos. Es posible, pero quizás solo podamos utilizar dicha referencia en el contexto poético en el que surgió dicha afirmación. Al tema que nos referimos es al de las posibilidades expresivas e impresivas del cuerpo. No podemos negar que tenemos un cuerpo y alejarlo de nuestra vida demuestra el mismo daño a nuestra vida en el mundo, como despojarnos de las demás facultades para vivir solamente en un cuerpo.
El hecho es que la expresión corporal permite el control del cuerpo en relación con el andar, con el atravesar o escalar obstáculos, con el equilibrio y con la manipulación fina de los objetos, elementos que osamentan de raíz nuestra seguridad en nosotros mismos y nuestra confianza en lo que nos rodea, lo cual controlamos, lo cual respetamos, lo cual conocemos, lo cual amamos.
Pasemos pues a la voz, punto también elemental dentro de las posibilidades pedagógicas del teatro, a través del juego socio-dramático. Si bien es en torno al primer año cuando el niño comienza a hablar, es algo que no dejamos de hacer durante toda la vida, es por ello que junto a la psicomotricidad, el desarrollo del lenguaje se convierta en otro de los pilares del desarrollo natural del ser humano. Y aunque Jean Jacques advertía sobre los peligros de la instrucción, no hacía incisión en la perversidad de la palabra en sí, ni de los peligros de la comunicación verbal, sino el en contenido corrupto que habitaba dicha palabra.
Uno de los sabios consejos del ginebrino entronca con los estudios evolutivos más vigentes en el mundo de la psicología evolutiva. Palacios reunía una serie de trabajos en los que se mostraba como frente a la frecuenta actitud de los padres y madres de infantilizar su lenguaje para hacerse entender, lo que realmente posibilitaba el aprendizaje de dichas palabras, era su correcta utilización. Había pues que modificar la complejidad de las estructuras, pero no la calidad del lenguaje.
En el teatro, a través de la vocalización, encontramos una serie de procesos que reproducen con naturalidad la evolución del lenguaje. Recordamos aquí la utilización integrada del lenguaje corporal y el verbal por parte de los indígenas para comprender dicho proceso. El lenguaje verbal no es necesario y así lo advierte Rousseau en su discurso sobre el origen de las lenguas, es pues que parte de otras necesidades que no son las de la supervivencia. Ello no quiere decir que el lenguaje sea artificial y que se entronque dentro de los vicios que hemos asumido con la socialización a través del contrato de esclavos y autoridades. Lo que quiere decir es que el lenguaje responde a la necesidad que encontramos a través de nosotros mismos, del otro. Si el lenguaje corporal de asocia primeramente a la supervivencia (hombre gesticulando para cazar con otro hombre, mujer gesticulando para copular con un hombre…), el lenguaje verbal se asocia a nuestra necesidad de expandirnos.
Existe una base filosófica popular en el arte dramático que dice que el actor es como el alfarero, comienza apretando la arcilla, hacia dentro, hacia sí mismo, y cuando se encuentra, comienza a girar el torno y se inicia la expansión hacia la forma final del objeto. La creación de uno mismo no es diferente. Un actor que no es feliz sólo, en el escenario, tampoco lo podrá ser con otros, y aun menos hacerlos felices.
Retomemos después de esta reflexión al desarrollo de la expresión verbal, pues ella nos permite comunicar lo que sentimos con la eficacia suficiente para que el oyente entienda lo que queremos decir y no otra cosa. En este desarrollo y en dicha acción de comunicar, encontramos intrínsecamente desarrollada la idea de expresar, la cual se asocia con la de expandirnos.
La vocalización es el desarrollo natural de nuestras funciones fonoras, el uso correcto y adecuado al entorno de nuestras capacidades físicas de producir sonidos articulados. Partimos de que el Emilio desarrolla sus capacidades sonoras desde su propia voluntad de expresar lo que los sentidos, la razón y la conciencia le advierten, pero que no encontrase la manera de mostrárselas a otro. Vemos como un problema técnico se puede tornar en estructural. Y es que como advertía Rousseau, en cuanto a la educación de un niño, nada debe quedar por hacer.
Al igual que la expresión corporal dotaba de seguridad al alumno frente a su propio cuerpo y a su lugar físico en el mundo, la expresión verbal dota de seguridad al pueris frente al otro, frente al igual. En el caso contrario, dicha inseguridad de traducirá en la corrupción que advierte Rousseau en el desarrollo involutivo de la sociedad occidental. Pues una correcta pronunciación de las palabras, un adecuado énfasis a las emociones que brotan de uno, un ritmo apropiado a la escucha y al contexto de la escucha, una modulación del tono en relación a la distancia y al medio donde se ubica la comunicación, estimula una escucha placentera. Si de ello partimos que se inicia el proceso de aceptación horizontal del alumno respecto al otro, encontramos otro de los pilares del desarrollo evolutivo del niño.
Pero lejos de dichos aspectos de la comunicación, los cuales parten del desarrollo de uno hacia el desarrollo con los demás, debemos centrarnos en laso posibilidades del juego socio-dramático, el cual fundamenta la acción del juego roussoniano lejos de las vejatorias interpretaciones de la Escuela Nueva aplicada.
El juego sociodramático parte la construcción de la confianza, base de evidencia sobre la buena relación y desarrollo de la conciencia en relación al conocimiento sensitivo y el conocimiento intelectual. Y la base de dicha confianza se establece entre el equilibrio entre lo que podemos hacer y lo que vamos a hacer, un justo medio aristotélico entre nuestro desarrollo formativo y nuestro desarrollo de los deseos. Poder hacer lo que queremos hacer. Haciéndolo, somos felices.
Retomamos pues la necesidad de que para dicho juego, el niño se haya formando en las necesarias destrezas y en los necesarios conocimientos –aprende lo que te sea útil para vivir avisaba Pestalozzi en el Canto del Cisne-. No hacerlo lo enfrentara a unos deseos irreales de acción en el mundo, lo frustrara y provocará la desconfianza en él y en el mundo que lo rodea. Por ello, es vital que el preceptor tenga siempre presente que previo al juego, esta la formación natural del alumno en las destrezas que le posibilitaran su adaptación al entorno, sea cual sea. Formamos personas, no intrumentos. No acuñamos monedas advertía Montaigne, más vale una cabeza bien forjada que mil cuadrados.
Dicha formación, en el caso del juego sociodramático, lo integran el desarrollo de la expresión corporal y de la expresión verbal, en los cuales se encuentra con facilidad la cultura natural que nos une como especie. La seguridad que aporta el conocimiento del cuerpo y de la voz y las posibilidades que se desarrollan en el contacto comunicativo con el otro, forman los núcleos educativos para la eficaz integración del juego en el desarrollo del infante. Recordemos que el juego sin dichas consideraciones posibilita el ejercicio de la violencia, de la autoridad y de la servidumbre. El juego sin una preparación pedagógica apropiada, reproduce la corrupción que ha consumido la evolución del ser humano.
El juego socio-dramático depende de las historias humanas, depende y necesita de las emociones y de las palabras, de los gestos y de las intenciones que nos son comunes a todos. Por ello, su ejercicio nos permite continuar con la senda del paseante solitario, nos habilita para soportar los sinsabores del mundo con la mejor de nuestras sonrisas. Dichas historias descubren el conocimiento que fue naturalmente necesario para que otros fueren felices, hallamos en ella las contradicciones en las que vivieron las personas mezquinas y en la dicha que anego la vida de los que defendieron su bondad natural a través de la acción comprometida con su entorno y con su tiempo.
Esas historias que habitan en los textos dramáticos son las que encarna el niño a través de su cuerpo y su palabra. El control de ambos le permite como al conductor que de desprende de la necesidad de pensar en el embrague, concentrarse plenamente en su acción, sin miedo a si mismo y a sus propias incapacidades. Ese alumno parte de sus emociones, las cuales, al ser naturales, también se depositan en la personalidad del sujeto representado. La conciencia del personaje entra a través de los sentidos y la razón del alumno, el lo crea desde sus emociones y lo hace real. Este proceso de construcción le permite entender poco a poco su propio ser y el de los demás. Es capaz de ponerse en el corazón del otro y en la ética del otro. Comienza a construir su moral al conocer al otro en sí mismo. Es cuando la confianza da paso al consenso, es cuando desde el niño, desde su propio desarrollo natural de sus facultades, brota la natural necesidad en el otro, como compañero, no como patrón o esclavo.
El juego sociodramático desde la simulación jesuita posibilita la formación natural del alumno ahora no en relación con la naturaleza, sino con sus coetáneos. En dicho proceso aprende y enseña, habla y escucha, comparte y comprueba el resultado de dicho trabajo.
Cuando la obra se representa ante el público y el descubre que ese trabajo individual que se ha integrado en un trabajo colectivo da unos resultados por encima de sus propias facultades, siente la necesidad positiva del otro, no como una dependencia para la supervivencia, sino como una necesidad natural para la consecución de metas mayores. Lejos de la ambición desmedida del individualista que ha triunfado sobre la derrota de los demás, encontramos en el juego sociodramático la posibilidad natural de que el niño que se ha formado individualmente para el mundo, prosiga su desarrollo con los demás. Es el proceso natural que nos ha llevado a conformar sociedades, lo que ha sido natural es como se ha realizado dicho proceso. Es aquí donde el consenso social se torna en la alternativa lógica al contrato social Lockiano, que parte de la ley y del miedo, y no de la confianza y del amor.
Simulamos a través del juego socio-dramático las posibilidades que tiene el pensamiento de Rousseau de inspirar una acción que parta de lo que es nuestro por naturaleza, hacia la conformación de una comunidad de la que todos participen, donde todas las individualidades brillen dentro de una escenografía equilibrada y bajo un tempo común; el ritmo de la vida.
Un actor o un alumno se preparan físicamente, calienta la máscara y la voz, repasa el texto, ensaya una y otra vez buscando dentro de sí mismo la emoción que acompaña cada palabra. Pero esto lo hace de forma aislada, intimista, el director lo orienta cuando se encuentra perdido, pero nunca hace su trabajo. Luego, ese actor o alumno, repasa y trabaja los diálogos con sus compañeros, fija movimientos y da fluidez y naturalidad a las situaciones que se representan. Escucha y es escuchado. Por el contrario, de no hacerlo, artificializa la situación y no logra expresar sus autenticas intenciones. Pero en dicho trabajo no exista la intervención de un sobre otro, sino la colaboración. En este proceso democrático, el único que puede corregir la interpretación de los actores es el director o preceptor, el cual tiene la visión de conjunto. Así pues, cada actor o alumno se preocupa desde su individualidad de realizar su acción dentro de la armonía del grupo, cede su libertad natural para encontrar en la igualdad, el camino hacia la justicia. Es aquí cuando el actor se sorprende de cómo su aportación deriva en un conjunto armonioso, más bello de lo que jamás le habría posibilitado su propia interpretación.
De esta reflexión, intuimos el proceso natural roussoniano que parte de la preparación individual para la vida en el mundo, al desarrollo consiguiente de la confianza en el otro y a la cesión de la libertad natural para bienestar del conjunto, cuya visión posee el preceptor. Pero dicha acción no perjudica el desarrollo individual, sino lo fortalece. Lo contrario sería volver a hacer dinámicas de grupo.
Si queremos aportar acciones posibilitadotas a la educación, en el ámbito que sea, nuestra acción debe seguir las mismas normas que queremos para nosotros y para los demás. Es así como aceptando que habría evento político, a la vez serviría de proyecto pedagógico. La subversión pues lejos de la acción violenta, encuentra en el problema un proyecto y en una dificultad, un motivo.
La idea a desarrollar es la siguiente. Lo primero que debemos tener claro es que no pretendemos formar actores, eso es trabajo de las academias y de las operaciones triunfo. El objetivo principal del juego socio-dramático en educación es el de formar hombres para la especie, hombres sociales para la sociedad y ciudadanos para el Estado. Por ello, lejos de enfocar el teatro hacia la gloria del reconocimiento, debemos procurar un sentido humano y colectivo de vida.
Se trabajará con maestros y alumnos la idea de que el mayor beneficio del teatro estaba en su propio ejercicio, que el desarrollo psicomotor, el desarrollo comunicativo, el desarrollo de la confianza y en definitiva, el conocimiento y control de uno mismo respecto al entorno y junto a los demás, eran el objetivo real de dicha acción en la escuela. Hay que formar personas, público y quizás actores, pero en este orden.
Partimos de lo observable. La mayoría de los alumnos hace teatro porque era un juego. Lo peor es que no todos los maestros entienden que es algo más que un juego. Anteriormente lo expresábamos, el juego es tan pernicioso como beneficioso, todo depende del objetivo que persiga. Además, carentes de formación, cualquier tipo de exigencia los desilusionaría, por lo que advertimos a los docentes que era imprescindible antes de montar obras, dotar a los alumnos de recursos expresivos e intelectivos.
Sin que parezca a contrapunto del pensamiento de Fröebel, buscamos desde la pasión el control. Pues si algo hace que los alumnos no disfrutasen del teatro, que no lo viviesen de manera que les posibilitase su desarrollo interior, es que se negaban a conocerse, a expresarse como son, respondiendo constantemente a la ficción que nos crea la doxa (opinión) de los demás.
Confianza en si mismo desarrollando destrezas que le posibilitaban expresarse sin miedo, pero con prudencia. Sacar la pasión que escondía por miedo a un ridículo inventado por los que no se conocen a sí mismos. El desarrollo de las destrezas a la vez posibilitaba el control cada vez mayor de sus pasiones, sus acciones se acercaban a su propia naturaleza y es desde aquí desde donde se podía empezar a hacer teatro.
Luego se trabaja en torno a la confianza, ejercicios que hacen necesario la suma equilibrada de fuerzas, donde no sirve ni destacar ni quedarse por debajo, donde sólo con la coordinación de las facultades de cada uno se podría lograr con éxito la empresa. Estos ejercicios dentro del juego creen un clima de buen humor y de compañerismo que se hacen fundamentales para el trabajo teatral y por ende, para la convivencia en comunidad.
Pero por encima de todo, lo vital no era la calidad artística de la representación, lo fundamental era el desarrollo del alumno en el mundo y entre sus iguales. Curioso que ese trabajo parte de la dirección del preceptor, lo cual nos fortalecía en la naturaleza anti-natura de la pedagogía. Buscamos nuestro desarrollo natural, no para animalizarnos, sino para humanizarnos mejor.
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