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¿Qué es la Inmigración?

 

 

 

Cosas semejantes se escuchan con frecuencia

 

 


16 frases sobre la inmigración

 

RBA Libros S.A. 2003 (Cuadernos para uso privado)    Fundación Sevilla Acoge I

1. "La inmigración es un gran problema"

Esta frase resume una idea y percepción mayoritaria. Se complementa con las siguientes: "Ia inmigración va a ser el gran problema del siglo XXI", "estamos ante uno de los grandes problemas de nuestra sociedad", "junto con el terrorismo, la inmigración es el principal problema que tiene este país".

Para la mayoría, el rostro de la inmigración, ese que lIega a diario por teievisión, prensa y radio, es el de las pateras, detenciones y muertos en el Estrecho, embarcaciones a la deriva, las "mafias" que trafican con seres humanos, los altercados en tal discoteca, la reyerta, ajuste de cuentas o asesinato en tal barrio, noticias sobre el centro de internamiento de extranjeros, el envío de inmigrantes desde Canarias a la Península, el endurecimiento de la Ley de Extranjería...

 

No todo lo que aparece publicado a diario es tan negativo, sin duda. Hay noticias mas neutras, como el impulso de una nueva idea social, cuanto ha crecido el numero de inmigrantes extranjeros, alguna información sobre lo que es el Ramadán... Hay incluso noticias positivas como declaraciones de organismos internacionales sobre la necesidad de inmigrantes, fiestas vecinales de convivencia entre culturas, el favorable incremento de las cotizaciónes a la seguridad social gracias a la numerosa afiliacion de los trabajadores extranjeros, o esos trabajadores africanos de los invernaderos almerienses que han ido a Galicia a recoger el chapapote vertido por el petrolero Prestige.

 

Junto a las noticias, aparecen debates, y leemos editoriales con cuestiones mas de fondo y con críticas o apoyos a las políticas de gobierno... En el caso de las televisiones, la imagen predominantemente dura, preocupante y trágica de la inmigración, adquiere toda su crudeza al presentarse por medio de imágenes, no ya con la palabra desnuda o la escueta foto (a veces terribles), sino con reportajes en los cuales se muestran los cadáveres en la playa, los hacinados en el barco, las prostitutas detenidas en una redada o el taller clandestino clausurado.

 

No vamos a analizar aquí el abanico de percepciones y discursos sobre la inmigración, sino a condensar en una sola palabra la imagen mayoritaria y practicamente generalizada sobre este complejo fenomeno social. La mirada predominante sobre la inmigración es como un problema, mas bien si se me permite como un problemón. No descubrimos con ello nada nuevo, solamente tratamos de coger el toro por los cuernos y preguntarnos sin retórica: ¿es realmente la inmigración un problema?

 

Llevamos quince años argumentando en numerosas charlas que La inmigración es, mas que un problema, una oportunidad y seguimos pensándolo, pero con esa respuesta puede parecer que no se encaran las agudas problemáticas que suelen ir vinculadas a las migraciones, por lo que comenzaremos por abordarlas, pero matizando lo siguiente:

Primero, antes que un problema, el fenómeno migratorio es una situación, una situación de hecho, una siruación estructural que debe ser abordada por lo tanto con creatividad, justicia y eficacia. Las situaciones mejoran o empeoran pero no tienen solución, los problemas sí. Para encontrar las soluciones a los problemas debemos antes aceptar la situación. Por ejemplo, con la idea de que las migraciones son negativas o hay que evitarlas difícilmente avanzaremos.

 

Segundo, es lógico o normal que haya problemas vinculados a la inmigración. Problemas de regulación de flujos, de atención social, de habilitación de viviendas para trabajadores temporeros, de convivencia social, de racismo, de surgimiento de grupos de tráfico de personas o de abusos de todo tipo. Todo fenómeno social, y más aún los especialmente complejos, suponen dificultades y reto para la población local: ya sea copfigurar «nuevos barrios, implantar una reforma educativa o reorganizar los servicios de salud. Lo que pasa es que la población autóctona contempla esos asuntos como sus problemas propios, como cosas que pueden causar difi­cultades, pero bienvenidas sean porque con ello se mejora. Por el contrario el problema de la inmigración se encara como algo sobrevenido, externo algo que uno no ha querido. Precisamente, por ello debemos profundizar en quien lo ha creado, de quienes es el problema y qué ventajas supone el hecho migratorio.

 

     Tercero se hace necesario distinguir y no mezclar todo en un totum revolutum:

a)   Deberíamos separar lo que son problemas (algo que no queremos y que hay que resolver) de lo que son dificultades, carencias o retos.  Buena parte de lo que englobamos bajo «los problemas de la inmigración" son mas bien retos y nuevos desafíos.

b)  Es precise también deslindar lo que son problemas compartidos con el resto de la población (los no inmigrantes o autóctonos) de lo que son problemas específicos, lo cual es crucial para no exagerar las cosas.  Habilitar viviendas cuando éstas son escasas, dedicar recursos humanos allí donde no son suficientes, abordar el respeto a la diversidad como un hilo conductor del currículo escolar, regular las concentraciones excesivas en lugares públicos... no es algo privativo de la inmgración sino asuntos compartidos, problemas que a todos nos incumben.  Aunque no hubiera inmigración, existirían  esos problemas Ahora bien, la necesidad de controlar las fronteras evitando inmigración clandestina,   hacer frente a redes mafiosas que trafican con seres humanos u organizar la incorporación escolar a lo largo del curso, son asuntos directamente ligados a los flujos migratorios, que no se plantearían si no hubiera inmigración.

c) Sería conveniente distinguir también los problemas que puede producir el inmigrante y los problemas de la inmigración. Todo lo que acabamos de decir son dificultades de los fenómenos migratorios, pero no achacables a las personas de origen extranjero que vienen y quieren trabajar. Si un inmigrante delinque, no cumple una norma o no procede con educación cívica, debe amonestarsele tal y como se hace con un autóctono, pero nada mas: el error esta en generalizar esa conducta, de ese inmigrante, a las conductas de los inmigrantes, de todos los inmigrantes.

Cuarto buena parte de los llamados "problemas de la inmigración" se deben a que las cosas no se hacen del todo bien. Si las cosas se hicieran bien estos problemas serían perfectamente evitables o cuando menos quedarian reducidos en importancia y repercusión. No son problemas de la inmigración en si sino generados bien por una mala política de inmigración bien por la voracidad de la economía y el mercado de trabajo, bien por la ignorancia y deplorable actitud de sectores concretos de la población. Que unos inmigrantes vivan hacinados en un piso muy pequeño o compartiendo la misma cama por periodos de ocho horas, no es un rasgo necesario de la inmigración, sino algo que no se ha dado en muchas experiencias migratorias y que es evitable por medio de la inspección, control u otras medidas.

 

Ouinto:  la migración no es sólo ni principalmente un conjunto de cosas negativas sino que tiene importantes y variados aspectos positivos. En el capitulo III se enumeran una serie de aportaciones económicas, demográficas  y socioculturales de las migraciones y de las personas migrantes, tanto para la sociedad donde están ahora trabajando y residiendo como para su país  país natal.

 

Sexto, como decíamos, la inmigración es sobre todo una oportunidad. he aquí la clave para dejar en su justo punto, reduciéndola y superándola, la imagen problmemática y negativa de la inmigración. ¿Oportunida de quién y de qué? Oportunidad para los migrantes para mejorar sus vidas y enviar ayuda a sus familias, conocer otro país, formarse con estudios y con experiencias que luego son útiles a la vuelta; de hecho así ha ocurrido con centenares de miles de emigrantes españoles. Oportunidad también para los autóctonos, quienes gracias a la inmigración cubren determinados puestos de trabajo, satisfacen necesidades como sacar adelante el hogar y afrontan necesidades familiares como el cuidado de niños o ancianos, lo que está facilitando, y en algunos casos permitiendo, la incorporación de la mujer al trabajo fuera de casa. Este ultimo argumento no debe entenderse como dar por sentado que ese tipo de actividades es responsabilidad exclusiva de la mujer ni que la presencia de extranjeras sólo beneficia a las mujeres autóctonas, pues supone una oportunidad para el conjunto de las familias, incluidos los miembros masculinos.

Además de las oportunidades para los autóctonos que acabamos de mencionar hay que añadir otras, por ejemplo, el mantenimiento, e incluso desarrollo, de pequeñas y medianas empresas (en la agricultura, la hostelería, la construcción o la restauración) que sin esa mano de obra cerrarían o lo tendrían mucho mas difícil. Pero la inmigración no solo es una oportunidad de desarrollo económico sino también de desarrollo social y cultural, de desarrollo humano, porque la inmigración abre opciones de conocer otras formas de ser, de disfrutar otras músicas y dietas, de vernos a nosotros mismos desde una mirada distinta.

 

Para que esa perspectiva favorezca la integración y la convivencia es necesario evitar un posible uso perverso. Las reflexiones anteriores no debieran conducir a la siguiente forma de pensar: "inmigrantes sí, pero siempre y cuando resulten utiles a los autóctonos; en el momento en que dejen de serlo, que se marchen aunque hayan hecho su vida aquí". En consecuencia, cabe el peligro de que se vea al inmigrante como un medio o instrumento para un fin del autóctono y no como una persona y un sujeto de derechos, con sus necesidades, ilusiones, problemas y expecta­tivas, en definitiva como un ser humano con el mismo derecho a vivir y sobrevivir que el autóctono.


 

2. "Hay que evitar las migraciones"

Aquí  tenemos   otra   idea   compartida   por   muchas   personas.  Normalmente no es una afirmación explicita, sino una concepción arraigada que puede sintetizarse asf: "Ojalá pudiera evitarse la inmigración por todo lo que supone de injusticia, sufrimiento y desarraigo de las personas y de empobrecimiento de los países de origen". De acuerdo, hay que evitar lo malo y negativo, pero ¿son las migraciones algo negativo, malo? Lo que hay que evitar son los aspectos negativos vinculados a la inmigración: mafias, explotación, conculcación de derechos, precariedad jurídica...

Prestemos atención a los desarrollos frecuentes de esta concepción de evitación de las migraciones. Hay quienes piensan así: "hay que atajar el problema de raíz, en origen. Antes de hablar de los problemas que hay aquí con los inmigrantes, hay que ir al grano y reconocer que el gran problema está allí: en su falta de desarrollo y en los gobiernos corruptos". Hemos oído este argumento a personas bien intencionadas que quieren denunciar la falta de compromiso de los gobiernos de los países más desarrollados para presionar a favor de la democratización y justicia en los países emisores de emigración. Bienvenidas sean estas críticas que una mayoría compartimos. No obstante, téngase en cuenta que arguyendo así: a) no se dice nada de lo que hay que hacer aquí y ahora, b) se parte de nuevo de la idea de que si no hubiera subdesarrollo no se emigraría.

Otra afirmación que parte del deseo de evitar las migraciones es la siguiente: "Para frenar las migraciones lo que hay que hacer es impulsar la cooperación al desarrollo con los países de donde vienen los inmigrantes. Todos estaremos de acuerdo en la necesidad de más y mejor cooperación al desarrollo, pero con dos importantes matices: por un lado, se ignora lo limitado de los efectos de la cooperación sobre el desarrollo de un determinado país; lo que hay que hacer es permitir el desarrollo nacional general de esos países: condonación y renegociación de la deuda externa y bases para un comercio internacional mas justo.

Por otra parte, los proyectos de cooperación pueden incluso estimular la migración internacional. Pondremos un ejemplo que permitirá captar lógica de las migraciones: si en un determinado país africano con el que España tiene pocas relaciones y del que no vienen inmigrantes se decidiera poner en marcha diez o veinte proyectos de cooperación, pongamos que regadios, escuelas y ambulatorios, ellos generarían un primer flujo de emigración hacia España, precisamente a partir de las relaciones de técnicos y cooperantes con personal nativo y de la influencia de las innovaciones estaria generando un flujo de personas y una nueva cadena y red migratoria a partir de una experiencia que trataba de prevenir la emigración.  Entiéndase bien el argumento: no se trata en absoluto de frenar la cooperación al desarrollo, que es tan necesaria, sino de, primero, saber evitar el efecto de que la inmigración aparezca siempre como algo negativo (a evitar por lo tanto) y, segundo, no presentarla como el mecanismo principal para frenar los flujos, siendo éste el desarrollo nacional global.

 
3. "Antes, las migraciones eran otra cosa" Esta afirmación suele proceder de personas con conocimientos del tema, ya sea por haber sido emigrantes a países de Europa en los años cincuenta y sesenta, ya sea por haber realizado estudios de economía, historia u otra materia. La idea completa podría expresarse así: "Antes eran migraciones deseadas, con contrato, para la industria, etc. Ahora son clandestinas, sin contrato, para la economía sumergida o la prostitución"  

Estas afirmaciones tienen arraigo, por ejemplo, en ámbitos políticos y sindicales donde se considera que el capitalismo genera cada vez procesos laborales y migraciones en peores condiciones. Otro de los razonamientos tiene que ver con el rechazo hacia este tipo de migraciones: "cuando los españoles emigraban lo hacían de otra manera, no como estos de ahora, y por eso rechazamos la inmigración».

Se busca con ello algo loable que es denunciar que las economías europeas receptoras de trabajadores extranjeros, y entre ellas la española, han generado amplios sectores de economía sumergida donde se ubica buena parte de esa mano de obra. Pero, ¿es correcta esa comparación? Habría que ver cada caso (países, épocas, sectores) y es posible que sea correcto en algunos de ellos. Pero también hay que decir que se idealiza el pasado y se ennegrece el presente. No cabe duda de que la migración española a la vendimia francesa, la industria alemana o la hostelería suiza era más formal y organizada que las actuales, en las que por cierto apenas se trabaja en la industria. Pero también antiguamente se daban situaciones penosas de falta de contrato o hacinamiento. Recordemos que buena parte de la emigración española a Latinoamérica no tenia contrato.

 

Por lo que respecta a hoy día, la población activa de origen extranjero no sólo se compone de asalariados en sectores donde se requiere baja cualificación sino también de trabajadores especializados profesionales en distintos campos o pequeños y medianos comerciantes por no hablar de los inmigrantes cuya ascendencia ocupacional de origen era más alta que la correspondiente a sus  actuales puestos de trabajo en España, pero que con el tiempo es de esperar que puedan mejorar su ubicación laboral.

 

4. "La gente emigra porque está muerta de hambre"

Esta explicación la encontramos habitualmente. Se puede com­pletar así- «Los inmigrantes vienen huyendo de la miseria, de las pésimas condiciones de vida en sus países». ¿Es esto así? ¿Qué hay de verdad en ello? Estamos ante una idea muy extendida en la sociedad ante una convicci6n que resulta clave por las consecuencias que tiene sobre la mirada que crea acerca de la inmigración Se trata de una noción basada en el sentido común: parece lógico pensar que a nadie se le ocurriría coger los bártulos y marcharse si no estuviera muy necesitado. Esta forma de pensar va Iigada a la visión o imagen del inmigrante como persona que hace cualquier cosa. que actúa a la desesperada, lo cual tampoco se ajusta a la realidad.

 

    La conexión entre emigración y miseria es una idea alimentada por las imágenes de televisi6n con rostros de recien lIegdos ateridos y exhaustos.. Alimentada también por los mensajes de algunas ong.  Entre las organizaciones y voluntarios que trabajan en el ámbito de las migraciones no es infrecuente oir que «estas pobres gentes» encuentran en la aventura migratoria la única salida a la trágica situaci6n de supervivencia que tienen en sus pueblos de origen. En ese convencimiento de que el inmigrante es un muerto de hambre (mort de gana, se decía en Cataluña durante los años sesenta al referirse a los andaluces o murcianos inmigrados) pueden haber influido también imágenes de las campañaas de sensibilizaci6n con niños desnutridos o aldeas arrasadas por catástrofes. En la mente de los telespectadores debe de encenderse un mensaje de este tono: «Claro, de ahi vienen ¡Fijate como vive la gente! (¿Cómo no van a querer venirse para acá?)» La explicación del hecho migratorio a partir del hambre y la miseria puede estar alimentada también por los relatos que algunos inmigrantes hacen de su periplo, tendiendo a cargar las tintas de su narración sobre las malas condiciones en origen.


 

Pues bien, en términos generales, esa idea no se ajusta a la realidad, resulta falsa. Es correcta en relación con algún sector de migrantes, pero en absoluto con la inmensa mayoría. Cuando se afirma que la causa de las migraciones es la miseria parecen ignorarse las causas de las migraciones internacionales y sus mecanismos. La gente no emigra por estar en la miseria, sino por la desproporción existente entre las oportunidades que tienen en sus países y las que consideran que pueden tener en el lugar de destino. Los que están al borde de la supervivencia no pueden emigrar porque para hacerlo hacen falta recursos. Emigran los que disponen de alguna información, algún dinero para hacer frente a los gastos del viaje o los que tienen acceso a alguien que se lo preste.

Ciertamente, algunos emigrantes aun sin disponer de esos recursos se hipotecan para poder emigrar y trabajan «gratis» durante un tiempo para devolver los gastos de emigración. En estos casos, estamos ante jugadas arriesgadas de todo o nada. Pueden salir adelante poco a poco, pero es frecuente que se encuentren en situaciones especialmente duras o marginales, no siendo siempre fácil o posible la vuelta; si bien se trata de casos minoritarios.

No quisieramos crear un malentendido y que algunos lectores deduzcan de todo lo dicho que: «Si en realidad no están tan mal en su país, pues que no vengan». Afirmar que no emigran, en general, los que están en peores condiciones, no quiere decir que quienes lo hacen estén en buenas condicione.. Las migraciiones responden a inquietudes de mejora que comparten casi todos, si no todos, los seres humanos, aspiraciones que traducen no solo el derecho a sobrevivir sino también eI deseo de alcanzar una mejor calidad de vida.

 

5. "Si lo pasan tan mal aquí, ¿por qué se quedan?

«Si viven hacinados, sin papeles, explotado,, separados de su tierra y de su gente, ¿por qué se quieren quedar en España? ¿Por qué no se vuelven?»

Mucha gente se plantea entonces: «¿Por qué les vale la pena tanto sufrimiento, tan malas condiciones de vida, tanta explotacion?, ¿por qué no se vuelven a sus países?, ¿no estarían mejor allí? Estarían al menos con sus familias, en un medio conocido, disfrutando de sus cosas». Es comprensible que se piense y se sienta así, pero parecen desconocerse tres cosas esenciales.

Por un lado, la lógica económica de las migraciones internacionales: la disparidad salarial es tal que puede tener mucho sentido pasar por etapas de duro esfuerzo y de soledad con tal de poder enviar remesas económicas a los familiares con cierta periodicidad. Se trata de un dinero muy necesario y con un poder adquisitivo especialmente relevante en la economía de origen. La ilusión de un padre o una madre migrante, por ejemplo, por poder enviar recursos para la crianza y educación de sus hijos es tan fuerte que le ayuda a soportar sus difíciles condiciones.

 

Por otro, no parece tenerse en cuenta lo mucho que los inmigrantes valoran lo que aquí encuentran (o se esfuerzan en conseguir): oportunidades de consumo, escuela con determinados medios, mejor sanidad por lo general, etcetera. Finalmente, las dificultades para retornar y volver a iniciar una nueva vida, entre las que destacan:

  • a) contar con los medios económicos para ello, pues a menudo se hipotecó o vendió la vivienda, un negocio u otros bienes para poder costear la emigración

  •   b) conseguir un trabajo en el país de origen, pues al panorama desfavorable que lo hizo salir hay que sumar la perdida de contactos que hacen mas difícil la reinserción:

    c) en los casos ya menciona­dos en los que como inmigrante se trabaja en puestos de menor cualificación que los que se tenia en origen, el abandono del oficio durante el periodo de emigración y la falta de práctica, de antigüedad laboral o de actualización que ello supone, complica luego volver a trabajar de lo mismo o aspirar al nivel social anterior. (Ya hemos dicho que, en muchos otros casos, la experiencia adquirida en la emigración les resulta muy provechosa.)

Si están aquí, muchas veces después de un traslado difícil, y si se quedan es porque les vale la pena. Y les vale la pena por lo insatisfactorio que dejan atrás, por lo que pueden conseguir aquí para los de allá, por la expectativa de vida que pueden abrir acá, por lo que aprenden, porque ya están asentados, con sus hijos y un plan de vida aquí. Pero todo esto solo es comprensible, insistimos, si se supera la visión exclusivamente negativa, problematizada y catastrofista de la inmigración.

 

6: "La inmigración aumenta la delincuencia"

¿Es cierta o no esa conexión? ¿Se trata, efectivamente o no, de una relación de causa y efecto? Desde el punto de vista de la gestión positiva de la inmigración  -en la cual la inmigración se concibe no tanto como un problema sino como una oportunidad-, los datos son preocupantes tanto si reflejan una realidad de hecho como si no. Si la reflejan, es decir, si esas estadísticas constatan que, en efecto, hay más delitos porque hay más inmigrantes irregulares, el tema es a todas luces grave. Si lo que ref1ejan, como consideramos nosotros, no es tanto una realidad de hecho sino una percepción existente, nos encontramos ante una imagen negativa  -e injusta-  que dificulta e incluso imposibilita el proceso de integración social.

  En primer lugar, es preciso establecer una distinción radical entre el inmigrante irregular delincuente y la delincuencia extranjera. Una cosa es que alguien que vino a trabajar haya cometido un delito y otra la delincuencia internacional. La confusión aparece cuando algunos líderes políticos, autoridades, responsables o periodistas mezclan las cosas y meten en un mismo saco, pongamos por caso, al latinoamericano o ruso o subsahariano que, habiendo estado en España cinco años con distintos permisos y trabajos ahora delinque, junto con el extranjero involucrado en una mafia u organización criminal que ha venido a ejecutar un robo, negocio ilegal  o asesinato. ¿Por qué se mezcla esto? ¿Qué propósito hay en ello?

 

Si prescindimos de los delincuentes internacionales y nos quedamos sólo con los residentes extranjeros, es oportuno recordar la distinción esbozada  entre extranjero e inmigrante; pues no todo residente extranjero es inmigrante, sino sólo aquellos que han venido a trabajar o son familiares de estos. Es injusto achacar a la inmigración delitos o faltas cometidas por residentes extranjeros no inmigrantes. Nos centraremos así en quien en realidad nos interesa: los inmigrantes extranjeros, aquellos que

emigraron para trabajar o acompañar a sus familiares y que, en efecto, han cometido algún delito. En esta mezcolanza, tampoco es de recibo que en las estadísticas de delitos y faltas cometidas en un determinado período ambos se contabilicen sin distinción. En este sentido, los delitos contra la propiedad (atracos, hurtos, tirones). que sin duda afectan negativamente a las victimas y crean malestar e inseguridad, se contabilizan junto con transgresionss de normas comerciales («manteros» y venta en la calle sin permiso) y, sobre todo, con la falta de documentación que. como puede comprenderse fácilmente, ni causa daño físico directo ni genera miedo o inseguridad en la calle. De nuevo, nos asaltan las dudas: ¿Por qué se amalgama todo? ¿Qué se persigue con ello?

 

Si abordamos ya el verdadero núcleo de la cuestión, a saber. aquellos ciudadanos extranjeros inmigrantes que efectivamente han cometido delito con daño a las persona., parecen razonables los siguientes puntos: a) que en la medida en que se trata de delincuentes, deben ser detenidos, juzgados, sancionados y rehabilitados (según los fundamentos de nuestro sistema judicial) como se hace con cualquier otro infractor; b) que no todos son reincidentes ni personas relacionadas con grupos y pautas de delincuencia organizada; c) que son una ínfima minoría dentro del conjunto de la inmigración (¿por qué entonces ese enorme daño y falta de respeto a la mayoría inmigrada?); d) que no son los principales culpables ni la causa del aumento de la delincuencia; y e) que. sin tratar de exculpar a nadie, lo importanee de cara al futuro es analizar por qué han cometido algún delito (O por qué. incluso. algunos se han vuelto delincuentes) cuando vinieron a trabajar y, por consiguiente, qué fallos puede haber en las políticas de integración social y que elementos preventivos hay que introducir. Enfatizar la necesidad de dispensar un tratamiento igualitario. y de percepción ecuánime, entre españoles y extranjeros en cuanto a la delincuencia es una línea de trabajo que puede ayudar considerablemente.

 

7. "La inmigración amenaza la identidad nacional"

Hay quienes manifiestan su preocupación por la alteración o ruptura de la identidad y forma de ser autóctona que puede suponer la llegada y asentamiento de inmigrantes extranjeros. Por lo general, basan ese temor en el hecho de que como esos foráneos tienen una cultura, lengua y religi6n propias, no sólo no asumirán los valores, símbolos y sentimientos presentes en la sociedad re­ceptora, sino que tratarán de mantener los suyos y, añaden algunos, hasta de imponerlos. «Ahí tienes esas mezquitas, esas mujeres todas cubiertas, los pañuelos de las niñas y esas costumbres que no tienen nada que ver con nuestra forma de ser.»

 

Esa forma de pensar está siendo espoleada, cuando no directamente creada, desde instancias políticas e intelectuales. Políticamente, el espectro es bastante amplio.

 

Un inciso sobre el caso español: hablan de la bomba cultural foránea contra la identidad local curiosamente ahora que lIegan inmigrantes de países más pobres, no cuando arribaron centenares  de miles de residentes franceses, ingleses, alemanes o suecos a nuestras localidades costeras. Como tantas veces pasa con la cuestión migratoria, reacciones como esta de la identidad nacional amenazada nos dicen mas del autóctono que del extranjero, reflejan más las vicisitudes domésticas de quién se aflige o atemoriza,
que las supuestas amenazas o estrategias del foráneo. Para comprender el surgimiento de esa percepción del miedo es necesario no perder de vista que esa identidad nacional que se ve amenazada es algo en proceso de intenso cambio. Las sociedades receptoras de inmigrantes experimentan cambios profundos, por un lado, por la reconfiguración de los Estados nacionales en una Uni6n Europea en construcción y, por otro, por las nuevas situaciones y procesos en las estructuras familiares, orientaciones sexuales, tipos de pareja, comportamientos en las escuelas, etcetera.

 

En cualquier caso, no son tan frágiles las culturas e identidades como para ser barridas por un soplo migrante. ¿De verdad creen los Barrera o Ferrusola, por ejemplo, que los musulmanes magrebíes asentados en Cataluña ponen en peligro una identidad vigente y en alza como la catalana, que ha integrado antes a millones de inmigrantes de otras partes de España y que tiene a sus espaldas mil años de historia y de adaptaciones? No perdamos tampoco de vista que las identidades ahora receptoras se han configurado también a través de la propia inmigración, como es evidente en casos como el País Vasco, Galicia o Canarias y también en Cataluña.

Cuando en la historia se ha alterado y roto una identidad nacional no ha sido por efecto de una inmigraci6n laboral de trabajadores y sus familias, sino tras la invasi6n (ahora sí), tras la conquista militar y la colonizaci6n económica, política e ideol6gica de todo un país, regi6n o continente, procesos todos ellos tantas veces protagonizados por los europeo.. Pero es más aun en estos casos seculares y de larga duraci6n de invasiones, mestizajes y reordenamientos, la resistencia cultural ha sido admirable, como por ejemplo, la de !as culturas y pueblos indígenas de America Latina.

No está de más tampoco recordar el hecho de que la mayor transformación cultural que puede producirse en el proceso migratorio es la que experimentan los propios migrantes y sus familiares, que se adaptan a un país receptor bien sea por necesidad o convencimiento o por ambas cosas a la vez.

8ª ¿Cuántos inmigrantes podemos integrar?

Hay aquí una percepción cuantitativa de la integración. Se formula el reto de la integración como si fuera una cuestión de número. Varios cientos de miles son más o menos integrables, pero no varios millones, parece ser lo que subyace a esa preocupación. Unos pocos sí, pero muchos es imposible: no hay recursos sociales para tantos. Además, se alega, cualquier sociedad del mundo está pensada para los del lugar y todo se trastoca si se llena de demasiada gente de fuera. Por eso la pregunta insistente en algunas  charlas: «¿Cuántos podemos integrar?» 0 esta otra: «¿Podemos integrar en buenas condiciones a los inmigrantes si estos vienen sin limite?» Y de ahí, ese término sobre la existencia de un supuesto umbral de tolerancia.

 
 

Evidentemente el número de inmigrantes, el tamaño poblacional de los residentes extranjeros, no es cuestión baladí: influye en la presencia publica y visibilidad social; en el volumen de gestiones a realizar en cuanto a permisos de trabajo y residencia, en sus renovaciones; en la incorporación de nuevo alumnado en las escuelas; en la atención a nuevos enfermos... ¡Cómo no va a influir! Pero esa no es la cuestión, la cuestión es si la posibilidad de la integración depende fundamental o directamente del número y si, mas allá de una determinada cantidad, la tolerancia debe ser cero.

 

No existe una relación directa o causal entre:

 a) número de inmigrantes presentes en un determinado país, comunidad autónoma o municipio, y

 b) grado de integración o marginación.

Hay lugares con pocos inmigrantes que, sin embargo, tienen problemas de guetos, ataques y rechazos. Otros, por el contrario, cuentan con más inmigrantes pero con menos problemas.. ¿Cómo se explica? Repetimos que el número de inmigrantes influye en la situación de integración y los procesos de marginación que puedan darse, pero esa cantidad o quantum de población extranjera ni es lo único que influye ni es lo principal.  

El grado y calidad de la integración social de los inmigrantes depende mas de factores como:

a) el momento que atraviesa la sociedad receptora,

b) la existencia o no de políticas publicas y programas sociales adecuados, y

c) el ritmo y tipo de migración, y no tanto su cantidad.

 

Mas allá del mayor o menor volumen de inmigrantes, es relevante la coyuntura histórica por la que atraviesa ese país, región o municipio en el momento de recibir los trabajadores extranjeros y sus familiares. No es lo mismo que un millón de inmigrantes se incorpore a una sociedad en grave crisis de identidad que a una sociedad estable; o a una sociedad con la amplia mayoria de sus ciudadanos razonablemente atendidos que a una sociedad con amplias capas de excluidos; o a una sociedad con alto índice de desempleo o no.

Igualmente decisivo para la integración es si se han puesto en marcha o no iniciativas y proyectos bien orientados, con suficientes recursos, con formación continua del personal encargado de lIevarlos a cabo (profesionales de la intervención social, profesores, médicos); en resumen, si la sociedad a donde llegan cuenta ó no con recursos y dispositivos para la integración y, mas en general, si dispone o no de un sistema público de bienestar social.


 

La relevante transición en la cifra de inmigrantes, como en el ritmo de su lIegada y asentamienoo (si ese millón se incorporó en cinco años o en uno) y el tipo de migración (individuos o familias, temporeros o permanentes, proporción de irregulares, seetores en que trabajan, etcetera). Ambos aspectos remiten a los anteriores: si el ritmo fuera intenso y la composición mas compleja desde el punto de vista de sus necesidades y dinámicas sociales, con mayor fundamento se deberá abordar la cuestión con la creatividad, activismo e imaginación necesarias de un fenómeno estructural, y no coyuntural. Si para algunos, «la inmigración es el principal problema junto con el terrorismo», ¿por qué no le dedican más y mejor atención? Pero no precisa una atención reactiva o a la contra, sino por positivo, con voluntad de integración.

 

En definitiva, la integración o marginacion no es tanto numérica como relacional. Por poner una metáfora cercana y cotidiana: en algunas casas y familias si nuestro hijo o nuestra hija llega con un amigo o amiga del colegio que resulta ser gitano, negro o indio se está ante un problema, por mucho que se trate de un solo individuo. Afortunadamente, en otras casas y familias aunque les lleguen cinco o diez de «esos» amigos no habrá problema alguno, salvo de espacio o de especial animación en el cuarto de juego de los niños. Lo que varía no es, exclusiva ni fundamentalmente, el número de niños sino la actitud y los valores de los padres, la amplitud de la hospitalidad de esa casa, la capacidad de apertura de esa familia.

La expresión «umbral de tolerancia» es bastante inútil por todo lo dicho respecto a la imposibilidad de fijar un mero númere o línea cuantitativa de delimitación; es también peligrosa por cuanto deja entrever que a partir de esa línea o Iist6n, ya es legítimo o comprensible que uno no sea tolerante. Si la integración no es coso de número, la tolerancia menos. Uno acepta al diferente en lo racial, lo cultural o lo religioso, e incluso al opuesto en el pensamiento o en lo potico, pero no porque sea uno, dos o cien mil, sino porque está convencido de que sin esa tolerancia activa y entre iguales no hay respeto, ni dignidad, ni vida democrática.

 

9: "Hay culturas que no se pueden Integrar" Esta concepción está siendo planteada por autores relevantes de las ciencias sociales, y luego recogida y espoleada por líderes conservadores. Como otras, acabará calando en sectores de la opinión pública, si no lo ha hecho ya. La idea subyacente a esta afirmación va dirigida contra aquellas culturas que «son opuestas a los valores en los que está basada nuestra sociedad» (es decir, Occidente y los regímenes democráticos). Se dirige a aquellas culturas «en las cuales se niegan los derechos humanos», pues practican -se argumenta- la ablación del clítoris, la Iapidación de las adúlteras o los matrimonios de menores por imposición paterna. Se ven incompatibles, finalmente, aquellas culturas «teocráticas en que la política o la vida civil está supeditada a la religión». La implicación práctica de estas tesis es importante: a corto plazo suponen la actitud negativa y de dura censura hacia las personas y colectivos pertenecientes a esas culturas y, tras ello, la negativa a recibirles y -en el caso de que ya estén aquí- la supuesta legitimidad de su expulsión.

Vaya por delante que en la defensa de los derechos humanos debemos superar cualquier relativismo cultural extremo, rechazando cualquier practica -supuesta o verdaderamente cultural que los viole en sociedades de emigración, de inmigración o en Ia mismísima Luna. Ser tolerantes no significa estar de acuerdo, permitir o aceptar cualquier práctica por antigua, tradicional o peculiar que sea. Ahora bien, en la «tesis de la inintegrabilidad» de determinadas culturas y de colectivos de inmigrantes se confunden, ignoran y olvidan bastantes cosas.

 

Lo primero que hay que tener en cuenta es que, al pensar así, se mezcla todo; quizás con intencionalidad de rechazo. Se mezcla religión y cultura, lo muy vigente con lo poco vigente y lo minoritario con lo masivamente practicado.

Los partidarios  de la inintegrabilidad confunden el rasgo cultural con el todo cultural. Una cosa es que en un determinado país o sociedad se lIeve a cabo una práctica censurable, como es el caso de la ablación -que, en efecto, viola la Declaración de Derechos Humanos de 1948, la Convención de los Derechos del Niño de 1989, está prohibida en la práctica totalidad de las legislaciones nacionales y es delito en España-, y otra que las ricas culturas de esos países y de esas personas se opongan a los derechos humanos. Están confundiendo el plano individual y el plano colectivo. Una cosa es que en determinada área civilizatoria, tradición religiosa o comunidad étnica este presente una determinada práctica y otra cosa bien distinta que todos y cada una de las personas relacionadas con ellas la practique o lo vaya a practicar siempre. Se olvida que las culturas cambian. Se olvida la adaptación mutua, las posibilidades de cambio social y cultural. Ya se dijo de distintos colectivos inmigrantes que no se les les podría integrar y, sin embargo, hoy día están bien ubicados, es mas, hasta se les pone de ejemplo exitoso, como es el caso de los asiáticos, en concreto de los chinos y coreanos, en Estados Unidos.

Se confunde además la cultura allí y la culturo aqui o, dicho de otra manera, la cultura de origen con la cultura migratoria o en la inmigración. Que exista una determinada práctica en el país de origen, no implica que se vaya a reproducir en el país de recepción con la misma amplitud y vigencia. En definitiva, cuando se plantea que hay culturas que no se pueden integrar se ignora la esencio de las culturas, o al menos lo que el concepto antropológico de cultura trata de englobar: formas de ser, actuar y pensar de los colectivos humanos que, como tales, son iguales en valor.

 

10. "Quitan el trabajo. No entiendo que habiendo paro haya inmigración"

Poco se habla de que la inmigración aporta trabajo, facilita que otros lo tengan y permite la movilidad laboral ascendente de otros. Aporta trabajo porque la mano de obra extranjera es factor clave en empresas, explotaciones, negocios y actividades que se mantienen, e incluso se expanden, gracias al empleo de trabajadores extranjeros.

Hay personas que estando en situación laboral no deseada (ya sea por estar desempleadas, subempleadas o en precariedad) ven con perplejidad la presencia creciente de empleadas del hogar, jornaleros, cuidadoras, camareros, mensajeros o albañiles de otros países. También hay quienes, aun teniendo un trabajo que les satisface, ven «muy injusto que habiendo paro en España se contrate a inmigrantes». Se preguntan, «¿cómo puede haber inmigración, cómo puede ser que habiendo tanto para el gobierno organice anualmente contingentes o cupos de trabajadores extranjeros?» De nuevo aquí, hay que distinguir entre aquellos que muestran una sana duda y una comprensible inquietud de los que, desde posiciones xen6foba,. azuzan la fibra particularmente sensible del trabajador, presentando a los inmigrantes como usurpadores de un bien escaso e inexistente para uno de cada diez trabajadores autóctonos en activo.

La coexistencia de desempleo e inmigración extranjera (algo que ocurre en todos los países) se explica, de hecho, porque la población activa desempleada no desea ocuparse en esos empleos que hacen los inmigrantes, sobre todo si se cobra subsidio de desempleo y se esta a la espera de ofertas.

Hay un hecho incontrovertible según las estadísticas sobre inserción laboral: mayoritariamente, los inmigrantes se ubican en sectores secundarios del mercado de trabajo, en los cuales los salarios son mas bajos, con frecuencia no hay contrato ni prestaciones y las condiciones son mas duras. Por lo tanto, no es cierto que sean competidores o usurpadores. La incorporación de trabajadores extranjeros a distintas ocupaciones es un efecto complementario y no de sustitución del trabajador autóctono. Tal y como se dice coloquialmente, "hacen los trabajos que los españoles no quieren hacer".

Pero, atención con esta afirmación tan repetida y tan usada para tranquilizar e incluso para presentar positivamente la inmigración, pues precisa de ciertos matices. Si bien es correcta en términos generales (habría que ver sector por sector y zona por zona), no es un buen argumento de sensibilización ya que puede entenderse en el sentido siguiente: «Claro, hay que tolerarlos solo mientras hagan los peores trabajos», argumento peligroso en la medida en que legitima la segmentación laboral según procedencias nacionales y que, a la larga, podría tener el efecto perverso de legitimar la exclusión cuando los inmigrantes se promocionen laboralmente y entren en niveles ocupacionales donde sí están los autóctonos. Así pues, habría que acabar bien la frase: «hacen los trabajos que los españoles no quieren hacer en esas condiciones» (salariales, de horario, de falta de contratación), aspecto que nos lIevará a la temática del próximo comentario de opinión.

11. Trabajan sin contrato. Aumentan el empleo precario. En ocasiones las preocupaciones giran en torno a la idea de que la inmigración tiene un efecto negativo sobre las condiciones laborales. Sindicalistas, líderes de organizaciones sociales y otras personas interesadas por la mejora de las condiciones de vida y trabajo de la población menos favorecida, sienten inquietud ante los efectos adversos que puedan aparecer en esta dirección.

Algunos, nos consta, lo viven con cierta perplejidad y como una contradicción. En otro polo del arco discursivo y de actitudes, ya en el discurso xenófobo de la exclusión, el rechazo existente hacia la inmigración se ve alentado y fortalecido por el ingrediente de que los inmigrantes trabajan por cuatro perras, en muy malas condiciones y que todo ello es contraproducente y significa un paso hacia atrás.

La presencia de mano de obra extranjera puede tener un impacto negativo sobre los salarios (a la baja) y sobre las condiciones laborales de todos los trabajadores, extranjeros o no. Las cuestiones a plantearse son:

  • ¿es así siempre y necesariamente?

  • ¿quiénes son los responsables de ello?,

  •  ¿cómo evitarlo?

Desde luego, no es achacable a la inmigración o a los inmigrantes. Si ocurre es porque los empleadores abusan de la situación, porque los sindicatos no plantean con la debida exigencia esta reivindicación o porque, caso de hacerlo, no son atendidos en su demanda y, sobre todo, porque las autoridades con competencia en la materia (inspección laboral, etcetera) no actúan con el rigor y eficacia exigibles. Evitar la explotación del trabajo inmigrante no es una cuestión fácil, entre otras razones porque existen puntos de coincidencia entre los trabajadores inmigrantes y sus empleadores en cuanto a sus respectivos interese,,

 

12. "Que sólo trabajen los legales. No podemos permitir los ilegales"

«Lo que hace falta es una cultura de la legalidad; lo que no se puede consentir es que la gente esté sin papeles, indocumentada». De acuerdo, en lo esencial. A nadie le parece bien lo ilegal y sabemos que el imperio de la ley es uno de los pilares del sistema democrático.

Pero sospechamos que el debate real no es este, sino

 a ) qué factores provocan la irregularidad persistente de cientos de miles de  trabajadores extranjeros,

 b) que haría falta para superarla,

 c) de qué ilegalidad(es) hablamos, y

 d) qué implica en la práctica no consentir la ilegalldad.

 

Comencemos con las causas. La irregularidad no existe sólo ni principalmente por responsabilidad del irregular, sino par los intereses dominantes en el sistema económico y los defectos de la propia legislación. La existencia de un sector de irregulares es funcional para el actual sistema económico, en el cual hay un sector sumergido que es parte fundamental del propio sistema. La inmigración coexiste con la economía sumergida; en marzo de 2003 se difundió un estudio del Consejo de Europa," en el cual se comparaba la inmigración entre los quince países miembros y en el que se afirmaba que no es la inmigración irregular la que causa la economía sumergida, sino que es esta la que alimenta el empleo de inmigrantes en condiciones de irregularidad. Se han debatido poco los efectos nocivos para la sociedad española del trabajo sumergido con inmigrantes en cuanto a la seguridad social, los efectos fiscales y la competencia i1egal para otros productores. En resumen la irregularidad del trabajo inmigrante es un elemento estructural del sistema económico y jurídico, y habrá irregulares durante mucho tiempo, lo cual no significa que no haya que tratar de paliar e incluso evitar esta situación. Es pues preciso hacer una llamada, par un lado, a la coherencia con la legislación universal de derechos humanos y, por otro, al pragmatismo y la eficacia.

 

Para superar, o al menos paliar, la irregularidad los medios principales no radican en los controles externos de fronteras (visados, muros, vigilancia) y los controles internos de la presencia de irregulares (más policías, redadas, centros de intemamiento, expulsiones). La experiencia internacional de países con larga tradición inmigratoria muestran que esos medios son, cuando menos, insuficientes. Son precisas otras estrategias basadas en el desarrollo de instrumentos jurídicos adecuados (aquellos que favorezcan la regularización cuando esta sea oportuna y que impidan la reproducción de la irregularidad) y en la modiflcación de algunos mecanismos económicos. Ambas líneas deberían orientarse a establecer un estatuto jurídico estable, vias de regularización f1exibles y, ahora así, firmeza con las situaciones de irregularidad, cuando se han hecho todos los esfuerzos para que estas no se produzcan. En cuanto a las i1egalidades de las que hablamos, hay que distinguir entre c1andestinidad (carencia ab initio de documentación) y la irregularidad sobrevenida o administrativa a la que antes nos referíamos. Buena parte de la irregularidad viene provocada por la misma legislación europea y nacional. La «cultura de la legalidad» debería consistir en perseguir todas las i1egalidades, también las existentes entre los empleadores (carencia de contratos, falta de prestaciones que no pagan a la seguridad social, la explotación y abuso laboral, discriminación en el trabajo)  o entre los funcionarios (discriminación, arbitrariedad y negligencia en la tramitación). ¿Por qué, si se quiere una «cultura de la legalidad», se permiten los abusos de los empleadores que prescinden de las normativas laborales o del cumplimiento del deber de documentar a menores, por ejemplo? Finalmente, una cosa es distinguir entre regulares e irregulares, y otra negar a estos últimos el ejercicio de los derechos básicos, como se hace en la Ley Organica 812000.

 

13. "Los inmigrantes tienen que cumplir las normas de aquí"

Parece pensarse así: «Si vienen a esta sociedad, si quieren vivir aquí, lo lógico es que se amolden a las maneras de acá y respeten nuestra forma de ser. Si no les gusta, pues, entonces ¿por qué se quedan?».

«Allá donde fueres haz lo que vieres», sentencia el refrán. EI que lIega a un lugar debe respetarlo. Sobre esto no hay duda. De hecho, eso es lo que están haciendo la inmensa mayoría de los inmigrantes: respetar las costumbres y normas de las ciudades y pueblos donde se han asentado. Eso es lo que hacen cuando solicitan y renuevan sus permisos; cuando se empadronan: cuando escolarizan a sus hijos en los colegios, amoldándoee a los horarios, normas, currículo, sistema de calificaciones y concepciones, prácticas de disciplina, que, por cierto, algunos encuentran demasiado consentidoras o benévolas. Cumplir con las normas es lo que hacen, por lo general, día a día en sus trabajos, en sus viviendas, en las calles. Adaptarse es lo que hacen, por lo general, cuando tratan de incorporarse a unas asociaciones de madres y padres, o de vecinos, cuya forma de funcionamiento les es en ocasiones difícil de seguir (por no dominar la lengua, por la forma rápida 0 directa de hablar y tratar los temas, por ignorar los antecedentes y referentes de lo abordado..

Decimos «por lo general» porque -por supuesto y como no puede ser de otra forma- hay inmigrantes que no cumplen tal o cual norma administrativa, vecinal  o escolar. Pero, ¿es que en España cumplimos todos siempre todas las normas? Ni aquí ni en ninguna sociedad, como muestran los estudios de psicología social y de antropología.

Quienes afirman la obligatoriedad de que los inmigrantes cumplan las normas de aquí, ¿se han parado a pensar el daño que se ocasiona con esto a personas que se esfuerzan en adaptarse y a su imagen pública?  ¿No sería más acorde con la realidad, más justo y más integrador, valorar y celebrar que la mayoría se comporta adecuadamente y que las excepciones deben ser tratadas como el resto de infracciones? ¿Por qué nos fijamos siempre en el 0,01 % y no en el 99,99%?

En este caso estaremos de acuerdo en que la adaptación y respeto de cualquiera a las normas cívicas y a las costumbres de la sociedad donde trabaja y vive, no deberían por que conllevar la renuncia a la propia forma de ser, la represión de los usos y costumbres propios, la autoprohibición de hablar la pro­pia lengua en público, ni la imposibilidad de vestir la indumentaria diferenciada (hyjab, turbante, sari o chaqueta china; o piercing, vaqueros, minifalda).

La adaptación de los inmigrantes al ciclo festivo y ritual del lugar que les ha recibido no tiene que suponer renunciar, hasta la vuelta a casa, a celebrar sus propias festividades religiosas o culturales, como testimonia, por ejemplo y por tercer año consecutivo, la celebración publica del Año Nuevo chino en el barrio de Lavapiés. Si no aceptáramos esta convivencla estaríamos preconizando un asimilacionismo con lo que comporta de injusto (pérdida de cultura, negación del Otro) y de ineficacia (las políticas asimilacionistas han fracasado, en buena medida, porque la mayoría de los migrantes no abandona tan alegremente su identidad y cultura). El respeto a la diferencia únicamente se halla limitado por el respeto a los derechos humanos, los pactos internacionales de derechos básicos y los ordenamientos constitucionales.


 

Una vez asentados estos dos principios

-a) las normas son para todos y

b) hay que respetar el derecho a la diferencia-,

 

¿qué hacer cuando aparece un conflicto como el del velo?

 Ante todo, dialogar y no imponer. El diálogo supone conocer la postura del otro (para eso hay que escuchar y preguntar), tratar de acercar posiciones, ver la forma de conciliar lo aparentemente irreconciliable y buscar entre todas las partes opciones compartidas. Hacer eso ya es avanzar mucho y supone  -independientemente de si se encuentra o no la solución y se logra o no un acuerdo- avanzar hacia lo que podemos denominar una cultura cívica del conflicto tan necesaria en España y aún mas si queremos configurar y asentar la convivencia intercultural e incluso la mismísima democracia. No estamos hablando de una quimera inalcanzable. Un ejemplo práctico de esa labor lo constituyen las iniciativas de mediación intercultural que van tomando cuerpo en múltiples localidades desde hace algunos años. Personas de origen extranjero y también autóctonas reciben formación en comunicación, resolución de conflictos, traducción lingüístico-cultural y otras materias, para poder desarrollar un trabajo de puente entre los nuevos ciudadanos, la población autóctona y los servicios públicos.

Si los involucrados comparten de veras los dos principios expuestos y dialogan verdaderamente, se pueden encontrar fórmulas, acuerdo., medidas de entendimiento. Así ha ocurrido siempre. Permítasenos una última reflexión sobre las normas y el fenómeno migratorio: es necesario poner en marcha procesos creativos de adaptación normativa ante la diversidad sociocultural, dado que determinadas normas se establecieron antes de que hubiera inmigración. Por lo tanto, o bien no están adaptadas o bien se carece por completo de norma alguna sobre multitud de nuevos aspectos surgidos del seno de la realidad social.

 

14. "Los inmigrantes y sus familias acaparan las ayudas sociales"

Esta es una opinión bien conocida en todos los países de inmigración y forma parte de un discurso que siempre acaba por aparecer, antes o después. Se expresa, sobre todo, en aquellas zonas donde la presencia inmigrante es mayor.

 

Recordemos que la inmigración es un fenómeno de pauta concentrada, en lo residencial y en lo ocupacional. En algunos lugares los vecinos y usuarios se encuentran cada vez con un mayor número de mujeres y hombres de otras procedencias en las salas de espera, en las colas de atención al publico o en las consultas médicas. Surge entonces esa percepción de que los inmigrantes compiten también por los recursos sociales, lo cual es vivido como una molestia o preocupación por sectores que consideran que si esos recursos ya son escasos para ellos. cuanto más si ahora se suman otras familias, y muy necesitadas. Lo mas grave es que. como en otros casos. esta percepción -y conviccion- puede ser fácilmente inducida, amplificada y manipulada -una vez mas- por .el discurso xen6fobo interesado en excluir y dominar. Lo primero es conocer bien la situación de cada servicio social. disponiendo de información oportuna que permita saber cómo evolucionan en efecto los programas y recursos, su distribución según viejos y nuevos vecinos, tipos de familia, nacionalidades u otras variables. Por otra parte, es indudable que estamos ante un asunto de derechos: los y las inmigrantes son nuevos trabajadores, vecinos, padres y madres de alumnos, pacientes y usuarios de servicios sociales que tienen derecho a esa atención como lo tenemos todos los demás.

 

Además de la necesidad de conocer bien la realidad y de no olvidar que es una cuestión de derecho, se pueden hacer otras consideraciones. A nuestro entender la clave de este problema está en determinar si la presencia creciente de inmigrantes en un determinado contexto de atención se está acompañando, o no, del incremento correlativo de recursos humanos, económicos y logísticos, y de los ajustes adecuados en las normativas, los procedimientos, la formación del personal, y las actividades de información, comunicación y participación. Nos referimos no únicamente a la cantidad de recursos sino también a la calidad o buenas prácticas.

 

Si los recursos no crecen proporcionadamente a la demanda y si la manera de trabajar y atender no se adecúa a las nuevas situaciones, la tensión y frustración paulatinas de todas las partes es algo que está servido y programado. El marco de políticas públicas de deficit cero y de privatización de los servicios públicos no es precisamente favorable a este respecto. Lo que puede ser una percepcion por parte de la población autóctona un tanto precipitada o infundada, se convertirá en ese caso en una constatación. La sospecha de que la presencia de inmigrantes repercute negativamente en su vida cotidiana se irá convirtiendo en un malestar y una protesta. Y de evolucionar así las cosas, la situación puede conducir a algo realmente grave. Se habría producido el efecto Pigmalión o profecía autocumplida. Como se ha observado en estudios de psicología social, si lo que recibe la población que está molesta es la admonición de que «no seas tan xenófobo». entonces algunos sectores pueden lIegar a pensar asl: «bueno, pues si esto es racismo, será que soy racista, pero el caso es que no me gusta ni un pelo cómo están las cosas».

En las dos últimas décadas, cuando España se convierte en país de inmigración, se han puesto en marcha más y nuevos dispositivos y medios. Los esfuerzos son considerables en los distintos ámbitos de la Administración, y mayores en el plano munic­pal. Junto a ello, y con frecuencia por delante, las organizaciones sociales desarrollan todo un elenco de programas, formas de apoyo y atención a inmigrantes. Hay que hacer estudios rigurosos sobre este punto y comprobar si efectivamente se ha producido una inversión pública proporcional (en la escuela, en la atención sanitaria, en los servicios sociales, en vivienda) al crecimiento de la demanda de personas de origen extranjero

 

Hay que insistir en que las dificultades de vivienda o las problemáticas de la educación son compartidas por inmigrantes y autóctonos y, en cualquier caso, conviene recordar que los inmigrantes no solamente reciben sino que aportan; no sólo son usuarios y pacientes, sino contribuyentes. Como hemos indicado hay estudios que muestran que es superior su aportación al Estado de b!enestar que lo que aprovechan de él. Esa aportación se produce via impuesto sobre la renta, con las contribuciones en la Seguri dad Social, el iva, el rrv si tienen coche y, en general con todas las tasas y precios públicos de cualquier bien o servicio

 

15. "Se da preferencia a los inmigrantes: casi todas las ayudas son para ellos"

En uno de los grupos de discusión realizados en nuestra investigación sobre la presencia extranjera en el barrio madrileño de Lavapies una «vecina de toda la vida» que se gana la vida limpiando casas y escaleras y que no tiene a los hijos colocados, tras quejarse entre otras cosas de que las sucursales bancarias del barrio concedían créditos con mas facilidad a los inmigrantes concluyó «si no eres inmigrante, no te comes una rosca». Como en el comentario anterior, interesa distinguir aquí dos supuestos:- si ese agravio comparativo no es más -o menos-que una percepción sin fundamento alguno o si responde a situaciones reales. Determinadas capas de la población pueden tener y alimentar esa sensación aunque no refleje la realidad, y lo hacen porque consideran que no son satisfechas adecuadamente sus necesidades, por ejemplo, de empleo o de vivienda para sus hijos

También puede deberse a que sienten sencillamente miedo a perder o ver disminuir lo que ahora tienen, según analizamos en el comentario      Difícilmente se va a convencer a esas personas con argumentos en la línea de que no es cierto que se «privilegie» a los inmigrantes. Hay que intentarlo, y la buena información siempre viene bien, pero lo importante es trabajar para que los ciudadanos estemos contentos con la atención recibida.

La conclusión no puede ser mas sencilla y no por ello menos acuciante:  es crucial que el Estado de bienestar funcione bien y mejor tanto desde el punto de vista de las necesidades y derechos del conjunto de la ciudadanía, como para evitar el racismo, la xenofobia y el conflicto social desregulado. Desde el nuevo racismo se arguye que es muy caro prestar la atención adecuada a los inmigrantes; los partidarios de la integración de los inmigrantes como ciudadanos y de la convivencia intercultural podemos replicar que lo verdaderamente costoso es el conflicto social generado por la xenofobia, y lo que ello implica en inversiones para centros de internamiento, policía, abogados, fiscalías, juzgados y en derroche o desperdicio de creatividad social y energía emprendedora. Si no se produjera la discriminación y exclusión hacia los trabajadores extranjeros no serían necesarias buena parte de los programas vinculados a inmigrantes, de la misma manera que si no existiera la desigualdad de género no serían precisos los programas de igualdad de oportunidades o de lucha contra la violencia doméstica.

 

Otras veces, la actitud de agravio comparativo respecto al supuesto privilegio hacia el inmigrante puede reflejar una realidad. En efecto, en ocasiones se cometen fallos como los siguientes:

 a) distribuir sólo entre inmigrantes determinados recursos como se ha hecho, por ejemplo, en algunos colegios con las ayudas escolares de comedor y en algunos servicios sociales con la leche en polvo para recién nacidos;

b) baremar con criterios que no recojan toda la complejidad de los beneficiarios, por ejemplo, a la hora de adjudicar viviendas u otros bienes, fijar criterios únicos de precariedad económica y necesidades familiares. Esto puede hacer que en algunos casos los autóctonos resulten excluidos o relegados.

En esos casos, lo que procede es reconocer esos fallos, aprender de la experiencia y regular de forma ponderada e inc1uyente de todos la asignación de recursos sociales. Son precisos criterios justos, recursos suficientes y eficacia. No olvidemos que la población quiere, más que argumentos, realidades o que aquellos vayan seguidos de estas. Dicho todo lo anterior, serio injusto no recordar que esa situoción de agravio comparativo que en contadas ocasiones pueden sentir sectores desfavorecidos de Ia pobloción autóctona, los experimentan a diario bastantes personas de origen extranjero.

 

16. "¿Somos racistas los españoles?"

Siempre nos ha parecido curiosa que esta pregunta sea tan frecuente, ya sea por parte de periodistas o en las charlas y tertulias. Supone una generalización peligrosa, siendo tan difícil conocer si cada uno de los 39 millones de españoles es o no es racista; se pretende, además, cuantificar. ¿A quién consideramos y contabilizamos como racista y a quien no? ¿Es racista quien responde en una encuesta que «no Ie gustaría que su hija se case con un negro» [sic]? ¿No lo es quien responde lo contrario?  ¿No vale la autodefinición de cada persona sabre el particular? No pretendemos con ello decir que las encuestas no sirven, sino que, en el mejor de los casos, son aproximaciones.

Por ello, parece una pregunta mal planteada. Si la pregunta fuera si algunos españoles son racistas o si en España hay racismo, la respuesta no podría ser mas facil: un sí claro. Tal y como se ha definido racismo mas arriba, en España hay racismo tanto hacia las minorías autóctonas como hacia las alóctonas o de origen foráneo. En el primer caso, el del racismo «interno», tenemos sobre todo el rechazo frente a los gitanos y en él destaca que haya durado y dure tanto tiempo. Se trata de una cuestión pendiente y un punto débil al encarar el reto de la inmigración. En España hay también prácticas racistas y xenófobas hacia minorías de origen extranjero, concretamente contra los inmigrantes extracomunitarios, sobre todo hacia los magrebíes, los subsaharianos y las personas negras, mestizas o indígenas de Latinoamérica.

 

Volvamos a la pregunta del encabezamiento que es la que se suele hacer y discutir. La pregunta de si los españoles somos o no racistas puede estar motivada desde dos preocupaciones.

  • Puede que se quiera saber si los racistas son minoría o mayoría en la sociedad española

  • o puede que se quiera saber si el racismo está presente en «nuestra manera de ser», en la «idiosincrasia española».

Respecto a lo primero, lo que avalan las encuestas es que España es uno de los países de la Unión Europa con menores índices de xenofobia. Así viene señalándose por el Eurobarómetro año tras año. Esto se ha explicado porque en España hay una gran presión sobre lo políticamente correcto. En cualquier caso, las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas y del CIRES también indican que la mayoría no avala posiciones de racismo o xenofobia, si bien hay una tendencia al alza. Es preciso distinguir entre estar «contra la inmigración» y ser racista.

 

Respecto a lo segundo, hay que decir que la antropología social ha refutado ya con contundencia la existencia de supuestos «caracteres nacionales», o cosas como la supuesta «idiosincracia de tal nación», los «rasgos esenciales de un pueblo» o «Ia personalidad modal» de un colectivo. Un pueblo, nación, etcetera, comparte ciertos rasgos, pero ni todas las personas en el mismo grado y forma, ni de forma eterna. España es demasiado diversa y cambiante como para poder definir con nitidez una «forma de ser española» y dentro de ella buscar presencia o ausencia de racismo. Si se habla coloquialmente de la manera de ser de alemanes, marroquíes o españoles como mera aproximación de circunstancia, pero sin mayor profundidad y sin poderle dar un caracter riguroso o de definición científica; constituye en todo caso una generalización potencialmente prejuiciada. Lo que sí hay son coyunturas históricas de una determinada sociedad en las que por razones políticas y económicas surge o se desarrolla racismo o xenofobia dentro de unos sectores de esa sociedad contra alguien. En este sentido, la pregunta bien formulada sería: ¿iQue hay en la coyuntura española actual que favorezca el crecimiento del racismo o de la intercuituralidad?

 


 

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