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LA MEDIACIÓN INTERCULTURAL, LOS MEDIADORES Y SU FORMACIÓN

Margalit Cohen-Emerique

Publicado en francés en: Francesco Remotti y otros (2003), Corpi Individuali e Contesti Interculturali, L’Harmattan Italia Connessioni, Turín (pág. 58-87)

Introducción

CONCLUSIONES

 

INTRODUCCIÓN

La mediación intercultural o cultural1 está cobrando importancia en varios países europeos que integran a inmigrados y refugiados, lo que refleja una evolución de estas sociedades que durante mucho tiempo creyeron que la adaptación al país nuevo dependía únicamente de los propios inmigrantes; ahora van tomando conciencia progresivamente de la necesidad de hacer, por su parte, un esfuerzo de adaptación a las especificidades de estas poblaciones, particularmente en forma de negociación/mediación.

Como escribe Camilleri (1992, 1999), frente a la heterogeneidad de las sociedades modernas empieza a desarrollarse un nuevo tipo de contrato social. Lo que se busca ya no es la uniformización obligatoria de las representaciones y de las reglas, es decir, la asimilación; ni un respeto ciego a las diferencias que puede llevar a la creación de guetos; es la asociación “dialéctica”, en la que, si bien exigiendo un mínimo de uniformidad en las representaciones/valores y un mínimo de limitaciones basadas en un consenso sobre las reglas de obligatorio cumplimiento, se obtendría lo contrario: el máximo de diversidad en las representaciones/valores y de libertad en los comportamientos.

Esta concepción que combina unidad social y pluralidad cultural implica un esfuerzo por parte de todos los actores sociales de la sociedad de acogida que tienen que formarse para el respeto de la diferencia para no convertirla en desviación o marginalidad. Conjuntamente, le da a la mediación intercultural un papel importante, el de realizar la idea de que la integración es un esfuerzo que deben llevar a cabo ambos lados para hallar un consenso equilibrado entre diversidad y unidad.

Pero se suele practicar de forma anárquica. Como dice Fayman (2000), la multiplicación de las acciones que llevan este nombre tiene por resultado enturbiar la imagen de la peculiaridad de la mediación cultural. Además funciona sin marco teórico, sin reconocimiento institucional e incluso sin una verdadera formación de los mediadores. Y en caso de existir dicha formación, se elabora sin haber profundizado suficientemente en esta nueva práctica, en particular en su dimensión intercultural, y en las necesidades formativas.

De modo que se hace necesario dar una mejor visibilidad a lo que es la mediación cultural con el fin de reforzar la legitimidad de esta profesión emergente.

Esta presentación, basada en una investigación activa en cuatro países europeos (Francia, Italia, Bélgica, España)2 intentará aportar algunas aclaraciones en relación a:

- un proceso en construcción: diversidad entre algunos países europeos y dentro de cada país, orígenes y límites.
- los distintos tipos de mediación intercultural, cualquiera que sea el campo profesional en el que se desarrollan y examen crítico de estas diferenciaciones
 - los mediadores interculturales: posicionamiento, competencias específicas y originalidad de sus modalidades de intervención frente a los profesionales del ámbito social, médico-social, educativo y de formación.

Por último, en el transcurso de la exposición se irán marcando algunos jalones respecto de las problemáticas a tratar en la formación de los mediadores, en particular en lo tocante a la dimensión intercultural de su intervención.

Sólo abordaremos aquí la mediación cultural. Se define como la intervención de un tercero entre individuos y grupos de arraigo cultural diferente, y especialmente entre los inmigrantes y los actores sociales encargados de su integración.

 

 

1. UN PROCESO EN CONSTRUCCIÓN: DIVERSIDAD ENTRE ALGUNOS PAÍSES EUROPEOS Y DENTRO DE CADA PAÍS, ORÍGENES Y LÍMITES.

1.1. La diversidad

Aparece en primer lugar en los organismos de mediación que pueden ser asociaciones de inmigrantes o de mujeres-enlace (en Francia), un servicio en el seno de una institución (en Francia y en otras partes), una organización independiente de mediadores que ofrecen sus servicios (en España), o un equipo común de profesionales y de mediadores (en Italia). Los lugares de intervención también varían mucho: ayuntamiento, escuela, hospital, servicios sociales...; esta diversidad está vinculada a las políticas de integración diferentes según los países, a las iniciativas varias cuyo origen puede ser: las regiones, los ayuntamientos, las instituciones o los propios inmigrantes.

Los mediadores se reclutan entre grupos diversos: profesionales de lo social, de lo educativo o de la salud de origen extranjero o que hayan vivido en el extranjero un largo periodo; responsables de asociaciones de inmigrantes; mujeres inmigrantes instaladas en el país de acogida desde hace mucho tiempo, a menudo con un nivel de estudios muy mediano y que -al no tener ya hijos pequeños- han iniciado esta carrera de mediadoras a través de un trabajo de voluntarias con sus compatriotas, dentro de su barrio. También hay inmigrantes nuevas con un alto nivel de estudios que -ya que no se les reconocen sus diplomas- están en busca de una inserción profesional. Mencionaremos por fin a los adultos jóvenes de la segunda generación que han crecido en el país de acogida...3 Generalmente, como podemos constatar, las mujeres son mucho más numerosas que los hombres. Pese a esta mayoría de mujeres, hemos elegido usar en este texto el término genérico “mediador”.

Es difícil abarcar en todos sus detalles esta nebulosa4 de contornos poco definidos y variables que presentan la mediación y los mediadores. Sólo una investigación a nivel europeo aportaría datos precisos5. No obstante, hay que destacar dos puntos importantes. Por un lado, estamos, en la actualidad, ante un proceso en construcción, un enorme edificio en obras que despierta grandes esperanzas tocante a la posibilidad de coexistencia en el respeto mutuo de diferentes comunidades étnicas en el seno de una mayoría. Pero también se trata de un proceso que puede entrañar peligros si no nos mostramos rigurosos.

Por otro lado, es importante recordar que no hay un único modelo: todos son válidos en función de los contextos sociales y nacionales que han dado lugar a su emergencia y todos tienen ventajas e inconvenientes que hay que intentar aprehender. Por fin, cabe decir que la mediación no es un método, una herramienta en sí a la que se recurre de forma puntual en los distintos servicios que acogen a inmigrantes. Generalmente, aunque no siempre, se ancla y desarrolla en un conjunto de actuaciones concertadas, de colaboración con los diferentes6.

Señalemos también que en Francia los mediadores se benefician cada vez más de un reconocimiento oficial7. Desde 1954, varias circulares gubernamentales hacen hincapié en su importancia en la vida social, en particular para la integración de los inmigrantes, y van creando un marco legal para la formación de los mediadores.

Es de mencionar la abundancia de estudios o de investigaciones sobre cuestiones planteadas por este nuevo tipo de intervenciones; las iremos citando a lo largo de esta exposición.

 1.2. Los orígenes

Entre las causas del desarrollo de este fenómeno, podemos citar rápidamente cuatro que merecen una reflexión: 1) Se habla de malestar en la sociedad civil. A pesar de tener medios de comunicación cada vez más sofisticados, las instituciones tienen cada vez mayores dificultades para comunicar con los usuarios. De modo que instituyen enlaces para no perder el contacto con el público. 2) Otra causa ligada a la primera es la toma de conciencia de los límites y de las inadecuaciones de las intervenciones de los operadores profesionales, debido a que éstos eliminan

en sus evaluaciones la dimensión etnocultural de la identidad del inmigrante. En Francia, esta toma de conciencia es tardía mientras que en otros países como España e Italia, la introducción de la mediación ha sido casi concomitante con la llegada de los inmigrantes... 3) Hablan los sociólogos de ruptura del vínculo social, de fracturas sociales que desembocan en la violencia en la vida diaria, expresión de esta carencia de intercambios y de incomprensiones entre individuos. Como escribe J. F. Six (1999), el Estado está desbordado por las innumerables llamadas de auxilio que se le dirigen; de modo que acude a intermediarios. 4) Por fin, se constatan los límites de las regulaciones tradicionales realizadas por las comunidades de inmigrantes que ya no funcionan en los países de acogida por varias razones, y cuyo poder a menudo es reactivado por los mismos mediadores.

1.3. Los límites

Pero también surgen numerosas críticas que ponen en evidencia los límites de la mediación. Para Witeck (1994), no debe sustituirse a los cambios estructurales ya que no puede poner remedio a las disfunciones sociales ni la inadecuación de ciertas instituciones, en particular la escuela, ni a las necesidades de algunos tipos de habitantes. Como señala Berwart (1998), a partir de experiencias de mediación en escuelas de algunos barrios de Bruselas, unos mediadores han podido gestionar de modo positivo situaciones donde estaban implicados alumnos considerados difíciles por los profesores. Pero estos mediadores, aun reivindicando un reconocimiento de sus funciones y estatus, se consideran como “agentes de cambio idealmente biodegradables” (pág. 19). La suposición es sin duda paradójica pero deja abierta la cuestión: la mediación escolar pugna por restaurar un clima viable dentro de la escuela, lo que es obviamente útil; pero no evolucionará nada mientras que esta institución no intente formar a sus docentes para lo intercultural, para acercarse a las familias y mientras no establezca un proyecto pedagógico realizado por un trabajo de equipo.

Una vez más, se confirma la constatación frecuente de que la dimensión intercultural funciona como una lente de aumento de las disfunciones institucionales existentes fuera de esta problemática.

Además, se incita a acudir a los mediadores en el marco de una ciudadanía que asegure elporvenir de la democracia. Éstos muestran, por otra parte, saberes y competencias que deberían colocarlos en una elevada escala de cualificación profesional. Pero los poderes públicos manifiestan hacia ellos contradicción, o incluso ambigüedad (Jeudi 1997): los mediadores están situados abajo de la jerarquía de las cualificaciones, mal remunerados, ya que el tiempo que dedican al trabajo sobrepasa el tiempo pagado; suelen tener contratos precarios y poca esperanza de verse reconocidos en lo inmediato como una profesión de pleno derecho.

Finalmente en la práctica, como lo ponen de relieve las investigaciones (Belpiede, 2001b) y lo hemos averiguado nosotros mismos, se expresan muchas reticencias e inquietud por parte de los trabajadores sociales que temen que su profesión se vea invadida por la mediación cultural. De modo que toman conciencia de que colaborar con mediadores exige una metodología de colaboración que hay que introducir ya desde la formación inicial de los mediadores y de los profesionales y que esto necesita investigaciones previas (Blanchard 1999) (Timera 1999).

 

2 LA MEDIACIÓN, ¿DE QUÉ ESTAMOS HABLANDO?

2.1. Definiciones

Importa plantear algunas diferenciaciones para despejar las confusiones existentes en este campo.

Diferencia entre mediación institucional y mediación propiamente dicha (Six, 1999 y 2001)

-La primera, que Six llama la mediación de la casa (médiation-maison), siempre procede del poder en el sentido de una institución cualquiera que sea: Ayuntamiento, Diputación, Juez que la crea y la dirige. Funciona a la sombra del poder. Tiene, en guante de seda, una mano firme capaz de actuar. De este modo, gracias al poder subyacente se relaciona más con un arbitraje que con una verdadera mediación. Además, muchas personas que piden una mediación se dirigen al juez o a un árbitro, y muchas mediaciones sociales, jurídicas o familiares entran en esta categoría.

-La segunda, que Six llama mediación-jardín (médiation-jardin) o verdadera mediación, proviene de abajo y se queda abajo, en el sentido de que ningún poder la suscita ni la ampara. Es un no poder. Su característica principal es su capacidad para recrear vínculos; ésta es su finalidad y se si aplica a un conflicto, no es para hacerlo desaparecer como por ensalmo, sino para impulsar a los contrincantes a superarlo creando nuevas relaciones: entraña una dificultad extrema (Six, 1999, pág. 14).8

Podemos decir que la mediación cultural entra en la segunda categoría, puesto que intenta recrear vínculos, hallar pasarelas para dificultades de comunicación o conflictos. Sirve de puente entre la sociedad y las ciertos grupos y permite anudar o reanudar lazos; conduce a una reconciliación pero no tiene ningún poder de decisión. Volveremos luego sobre esta función central del mediador.

En la práctica, esta diferenciación plantea la cuestión: ¿deben los mediadores trabajar para una institución o deben ser autónomos? La mejor respuesta es la independencia de los mediadores, pero en la realidad las cosas son más complejas como señalan los trabajos de Fayman (2000) así como nuestras propias observaciones. En efecto, las asociaciones de mediadores municipalizados se quejan de que sólo se acude a ellas por parte de los servicios del municipio en casos de urgencia, mientras que podría haber intercambios de informaciones y reflexiones en común; y cuando los mediadores se organizan en asociaciones independientes, empiezan los problemas de subvenciones que reducen su libertad. Además, se quejan de no ser reconocidos por las instituciones que sólo les hacen pocas demandas o las hacen sólo en casos de urgencia.

Diferencia entre mediación natural y mediación propiamente dicha o formal

La primera, la mediación natural, consiste en poner en relación, informar, facilitar y hacer más accesible a los inmigrantes el acceso a los derechos y servicios. Todos los profesionales del ámbito social, educativo o médico-social hacen mediación natural al informar a los usuarios de sus derechos, al facilitar el acceso a los servicios, al acompañar a los individuos y al movilizar los recursos para atender sus necesidades. Como ciudadanos, todos hacemos mediación natural.

La segunda, formal o propiamente dicha responde a definiciones muy precisas que desarrollaremos luego. A primera vista, tendríamos tendencia a considerar únicamente la segunda como una verdadera mediación. Sin embargo numerosos estudios realizados estos últimos años en Francia (Bertaux y otros, 1992, Delcroix, 1996; Evaluación mujeres-enlace, 1999; Timera, 1999) revelan que muchas mediaciones en la práctica pertenecen al orden de la mediación natural. De modo que cabe incluirlas en la mediación propiamente dicha, aun cuando no corresponden al sentido verdadero dado a la mediación. ¿Cuáles son pues estos sentidos?

Definiciones de la mediación

Según el Diccionario Le Petit Robert, se dan tres sentidos al término mediación; a cada uno de ellos corresponde un tipo de mediación plasmado en las prácticas sociales o en una etapa de un proceso.

El primer sentido de mediación es el de “interposición destinada a poner de acuerdo, a conciliar o a reconciliar a personas o partes”. Este sentido se refiere a una situación en que un conflicto, una oposición, un antagonismo hacen necesaria la intervención de un tercero. La negociación tiene el mismo sentido, pero sin intervención de un tercero. Sobre el terreno, se trata de una mediación que interviene en la resolución de los conflictos de valores, tanto si tienen lugar entre la sociedad de acogida y los inmigrantes, como en el seno de unas familias atravesadas por los procesos de aculturación o atrapadas en grandes dificultades de adaptación.

Otra definición asimila la mediación al hecho de servir de intermediarios en situaciones en que no se trata de conflicto sino más bien de imposibilidad de comunicar: en este caso también es una tercera persona la encargada de restablecer la relación. En la práctica, esta mediación consiste en facilitar la comunicación y la comprensión entre las personas o los grupos de culturas diferentes, en particular en casos de malentendidos entre los actores sociales y los inmigrantes que pueden evolucionar hacia tensiones y acciones inadecuadas. Es muy importante para la acogida de los inmigrantes y su integración.

Finalmente, en términos filosóficos, siempre según Le Petit Robert, la mediación es el proceso creador mediante el cual se pasa de un término inicial a un término final. Esta definición entraña la idea de una transformación, es decir, de un proceso dinámico activo, o incluso creador, que se puede relacionar con el sentido de “mediador químico” (sustancia liberada por fibras nerviosas que produce un efecto sobre las células vecinas). En la práctica, esta mediación consiste en un proceso de transformación de normas, de creaciones de nuevos enfoques, de iniciativas creadoras fundadas en nuevas relaciones entre las partes en presencia.

No hemos estudiado aquí unas iniciativas interesantes que empiezan a desarrollarse en Francia y que se llaman mediación social y cultural. Consisten en acciones colectivas en barrios fragilizados para facilitar los intercambios respecto a temas que preocupan a los habitantes y que necesitan una prevención de primer grado, como la educación de los niños, la escuela y sus exigencias, el maltrato, el matrimonio forzado.

Veamos con más detalle estos tres tipos de mediación cultural; empezaremos por la mediación facilitadora de la comunicación, ya que es la más importante en la práctica.

 

2.2. La mediación facilitadora de la comunicación

Cuando un inmigrante no conoce el idioma del país de acogida, la función de traducción del mediador cultural se suele invocar como la más importante. Las investigaciones ponen de relieve que los colaboradores institucionales tienen tendencia a reducirlos a este papel de intérpretes; a veces son los propios mediadores los que se definen únicamente por esta función. Ahora bien, el mediador es más que un traductor, y como dice Fayman (2000) cuando se le limita a esta función o cuando él mismo se reduce a ella, es probablemente el signo de una madurez menor en su concepto (pág. 9). En efecto, -sin quitarle al traductor la importancia de su papel ya que no se limita a transmitir mensajes, sino que hace aclaraciones sobre los códigos y valores que subyacen y lo hace dando el sentido escondido de las cosas- el mediador, por su parte, además de las dimensiones de sentido que añade a la comunicación9, crea vínculos, espacios de transición, coloca pasarelas y acerca los puntos de vista entre los actores sociales y los inmigrantes, evitando así una evolución hacia incomprensiones y acciones inadecuadas.

Se subdivide en dos subtipos: la mediación-enlace que es una mediación espontánea o natural y la mediación formal, propiamente dicha, tales como se han definido antes.

La mediación-enlace

Al asegurar el enlace entre diferentes servicios y los inmigrantes, facilita la accesibilidad a distintos servicios, de ahí el acceso a los derechos para las poblaciones extranjeras, cuyas dificultades tanto de idioma como de orientación en los dédalos administrativos de nuestras sociedades modernas son bien conocidas. Facilita la comprensión de los actores sociales que tienen dificultad en descodificar las peticiones y necesidades de estas poblaciones.

Se trata de la función-enlace de Delcroix (1996) que se define como instrumental, es decir, como

medio para los profesionales y los inmigrantes. Consiste en informar, traducir, acompañar, orientar. Pero

no modifica en nada las actitudes de los profesionales y no conduce a transformar las prácticas.

La mediación formal o propiamente dicha

Sirve para disipar los malentendidos y resentimientos, ligados a dos tipos de causas (Cohen-Emerique 1999, 2000): la primera es el desconocimiento de los códigos y valores culturales respectivos, fuente de malas interpretaciones y de incomprensiones y, a partir de ahí, de acciones ineficaces por parte de los agentes de la integración. En estos casos, la función del mediador consiste en dar sentido a los valores y a los comportamientos del otro diferente, un sentido que va a disipar los malentendidos en la interacción y las representaciones negativas de los agentes institucionales hacia el inmigrante. De este modo, el mediador es un facilitador, no sólo de la comunicación sino también del respeto mutuo de ambas partes.

He aquí tres ejemplos.

-En el campo de la salud: una psiquiatra sueca que trabajaba en Mauritania en el marco de una acción humanitaria diagnosticaba un “delirio hipocondríaco” en una mujer que había acudido a la consulta a causa de unas angustias que expresaba en un lenguaje muy gráfico: “calambres en la garganta, martillitos en la cabeza, flujos diversos por todo el cuerpo”. El papel de la traductora-mediadora presente fue explicar que así era como expresaba uno sus sufrimientos morales en África del Norte.10

-
En la escuela: la forma abrupta en que numerosos maestros, por un afán de claridad y de eficacia, abordan con los padres cuestiones delicadas, como el fracaso escolar de su hijo, suele originar en éstos una actitud de rechazo hacia la escuela. Para los docentes, se trata de transparencia en la comunicación, uno de los valores de la modernidad; pero para los padres es una bofetada, un atentado contra su honor. Una mediadora turca le expresaba así esta dificultad a una profesora: “Usted no se da cuenta del efecto catastrófico que provoca cuando le declara a un padre que su hijo no va bien en la escuela. Se ve ante una catástrofe y pierde la cara ante usted porque usted nombra el problema. Mientras que si le dijera: «Su hijo, con una ayuda después de la clase, podría progresar», el efecto sería totalmente diferente”.
-
En el marco del trabajo social: citemos el frecuente malestar entre las trabajadoras sociales, provocado por los regalos ofrecidos por sus clientes inmigrantes (a menudo traídos del país de origen). En efecto, este regalo no tiene el mismo significado para las dos. Para las primeras, suele ser percibido como una tentativa de corrupción, o a través de la idea de que no hay por qué recibir nada, ya que se hace un trabajo remunerado. Para los inmigrantes, el regalo forma parte de la noción de “don” en la sociedad tradicional (Mauss, 1968).

La segunda causa de los malentendidos estriba en los prejuicios y las representaciones negativas o irreales de los actores institucionales sobre los inmigrantes, prejuicios que engendran una dinámica identitaria en la que siempre están en juego las diferencias de estatus ligados a la historia, a lo político y a lo económico (Abdallah-Pretceille, 1986). Esta dinámica siempre entraña una relación dominante/dominado, mayoritario/minoritario, desarrollado/subdesarrollado, amenazante/amenazado, en la que el inmigrante suele estar en posición inferior y desvalorizada. En este caso, el papel del mediador consistirá en disipar estas imágenes negativas que engendran actitudes desvalorizantes del profesional hacia los inmigrantes y resentimientos mutuos.

Así, una mediadora a la que seguimos en su acción de acercamiento entre directores de escuela y de una asociación de hombres africanos, tuvo que trabajar varios meses con la asociación africana, para disipar las representaciones negativas que estos hombres percibían hacia ellos por parte de los directores y volver a dotarles de suficiente confianza en sí mismos para que acepten un encuentro con ellos. Asimismo, tuvo que encontrarse con éstos por separado para que modifiquen la imagen que tenían de esos hombres: la de unos padres ausentes o dimisionarios.

Cualquiera que sea el origen de las dificultades de comunicación que provocan la mediación, Delcroix la llama la función de mediación propiamente dicha, ya que va más allá de lo instrumental al practicar una verdadera negociación con ambos lados, modificando así las representaciones mutuas. Gracias a la intervención del mediador, ambas partes pueden aceptarse, respetarse, comunicar e incluso hacer cosas juntas.

Esta mediación propiamente dicha es muy importante, o incluso imprescindible, pero está menos reconocida por los profesionales que buscan sobre todo la mediación-enlace. Volveremos sobre ello. Caracteriza los otros dos tipos de mediación.

2.3. La mediación, instrumento de resolución de los conflictos de valores

Aparecen en diversos contextos; bien entre la sociedad de acogida y los inmigrantes a propósito de cuestiones relativas a la salud (como ciertas pruebas médicas rechazadas por pacientes), o a la educación (como el velo islámico en la escuela, los niños maltratados, la concepción de la escuela y del papel del maestro, etc.); bien en el seno de familias atravesadas por los procesos de aculturación o atrapadas en situaciones de adaptación difíciles, fuentes de conflictos entre padres/hijos, como las transgresiones del código de honor tradicional por las hijas, el matrimonio forzado, la falta de respeto de los chicos hacia el padre o incluso conflictos dentro de las parejas que pueden desembocar en el rompimiento de las familias.

En estos casos, el mediador ayuda a buscar compromisos que respeten las identidades respectivas, siendo capaz al mismo tiempo de mostrar que el malentendido, o incluso el conflicto de valores entre el inmigrante y las instituciones, no viene de una diferencia de valores, ya que son universales, sino de una diferencia en la jerarquización de estos valores, según los ámbitos sociales

o culturales. Lo diferente es el lugar que se les asigna en la jerarquía.11

Aquí el mediador funciona con su propia interculturalidad, que le ha proporcionado los puntos de referencia para saber cómo y bajo qué condiciones restablecer puentes, lanzar pasarelas para hallar un compromiso negociado entre las partes o incluso dentro de los individuos. Un conflicto en que muchas veces está en juego la oposición cultura de origen/cultura de acogida, tradición/modernidad, fidelidad/traición. Esta interculturalidad constituye la especificidad del mediador, que no comparte con ningún operador profesional. Ésta es su fuerza, su condición de experto. Volveremos sobre ello.

2.4. La mediación creadora de transformación de normas, de nuevos enfoques y de iniciativas innovadoras

En este tercer tipo de mediación, el mediador es agente de un cambio que se podrá realizar porque habrá habido discusión, enfrentamientos, pero también confianza y competencia real en el conocimiento de las necesidades de lo grupos y del marco de funcionamiento institucional. Puede emprender acciones innovadoras que no sólo no estaban previstas al principio de la intervención, sino que no tenían ninguna relación con las misiones institucionales.

De este modo, la mediadora antes citada que había intentado un acercamiento entre los directores de escuela y la asociación africana -tras numerosos encuentros por separado con los padres africanos para ayudarles a recobrar su dignidad y su voluntad de actuar- no sólo permitió que se realizaran encuentros comunes sino que también facilitó la realización de actuaciones en colaboración: ayuda escolar llevada a cabo por la propia asociación pero apoyada por la escuela, cuentos africanos en las clases impartidos por miembros de la asociación, actuaciones no previstas en un principio.

Un equipo de P.M.I.12, al constatar la imposibilidad de darles a las madres de origen extranjero citas a horas fijas, decide utilizar de forma positiva la presencia continua de estas mujeres en la sala de espera, en vez de sancionar el ruido y la agitación que producen. Siguiendo los consejos de una mediadora-traductora, organiza un curso de francés para las madres con una guardería para los pequeños en el mismo local. Estas sesiones evolucionaron luego hacia un trabajo de educación para la salud a petición de las madres.

En todos estos casos, la mediadora ha sido agente de cambio, al iniciar actuaciones innovadoras que no sólo no estaban previstas al principio de la intervención, sino que podían incluso no tener relación con las misiones institucionales. Este cambio pudo hacerse porque hubo discusiones, enfrentamientos, pero también confianza mutua y sentimiento de agradecimiento por parte de los inmigrantes.

2.5. Examen crítico de estas diferenciaciones

Estos desarrollos sobre los tres tipos de mediación permiten aprehender la diferencia entre mediación-enlace y mediación propiamente dicha. La primera tiene una función instrumental donde los mediadores son los instrumentos de los profesionales. Delcroix (1996), inspirándose en Friedberg (1988), la llama participación por asimilación, que implica una información por ambos lados, sin fuerza crítica del lado del mediador. Éste desempaña un papel de enlace de las políticas sociales y ayuda a la integración, en particular en las primeras fases de la llegada. Pero esto no es la verdadera mediación, la mediación propiamente dicha. Ésta es según Friedberg una participación crítica, que implica discusión y negociación, pudiendo acarrear en un primer momento conflictos y tensiones con las dos partes para desembocar en transformaciones de las representaciones y comportamientos por parte de las instituciones, así como de los inmigrantes, e incluso en innovaciones en las prácticas. Todas estas modificaciones se basan en nuevas relaciones entre las partes implicadas, relaciones de interdependencia, de cooperación y ya no de ignorancia o enfrentamiento.

Ciertamente, en la práctica no hay fronteras rígidas entre la mediación asimilación o instrumental y la mediación participación crítica o propiamente dicha. Pero importa que estas diferenciaciones sean claras, tanto a los ojos de los actores institucionales como para los mediadores. Porque, como muestran las investigaciones (Delcroix, 1996, Fayman, 2000), ni las instituciones ni los propios mediadores y sus asociaciones u organismos de pertenencia perciben con claridad esta dimensión de transformación de las partes en presencia. No obstante, algunos mediadores se sienten frustrados por no poder llevar a cabo la mediación propiamente dicha y Fayman menciona que las mediadoras que tienen una visión estratégica de su acción se percatan de la dimensión transformadora de su trabajo. Saben que requiere tiempo y que es una evolución a largo plaza, especialmente entre los actores institucionales.

Por supuesto, la mediación crítica no constituye una tarea fácil para los mediadores, sobre todo el diálogo crítico con las instituciones y los profesionales reacios a modificarse, que minimizan o rechazan la mediación propiamente dicha. A veces, la dificultad puede surgir del lado de los inmigrantes que se crispan en una actitud rígida, para preservar una identidad menospreciada, debido en particular al paro. Además, la posición de mujer-mediadora es inconfortable, ya que sufren presiones a la vez por parte de las instituciones que imponen la emancipación, en particular en numerosas situaciones en que la mujer está inferiorizada, oprimida por el marido o la familia, y por parte de sus compatriotas masculinos que las sitúan del lado de sus mujeres y en contra de ellos. A la luz de estas constataciones, es obvio que no todos los mediadores pueden realizar la mediación verdadera, ya que exige una gran experiencia.

Todas las diferenciaciones tienen implicaciones en la formación inicial y continua de los mediadores. Ponen de relieve la necesidad de:

-
trabajar teórica y prácticamente sobre estos tres tipos de mediación, para que estén correctamente identificados, aun cuando en las prácticas puedan surgir solapamientos entre uno y otro.
-
preparar a los mediadores para pasar de un enfoque instrumental a un enfoque de complementariedad y de creatividad, de una participación por asimilación a una participación crítica, aun a sabiendas de que no todos son capaces de ello.
-
hacer el mismo trabajo con las asociaciones u organismos a los que pertenecen los mediadores con el fin de que integren su función de transmisión del sentido profundo de la mediación propiamente dicha, tanto a los mediadores como a los profesionales.
 
dar a las instituciones y a sus representantes una información sobre el papel de la mediación cultural que va mucho más allá de la mediación enlace y de la labor de intérprete: siendo sus finalidades una ayuda a la comunicación, a la gestión de los conflictos de valores y una mayor adecuación de las prácticas institucionales a ciertas categorías de población.
-
formar a los mediadores culturales para una mediación en las dos vertientes: tendrán que intentar transformar las representaciones de las instituciones hacia los inmigrantes y llevarles a pasar de una percepción en que son vistos como marginales y problemáticos hacia una visión más positiva y más real. También sabrán hacer comprender a los profesionales hasta dónde pueden llegar los inmigrantes en la adaptación de sus creencias y valores, para conformarse a las exigencias de la sociedad de acogida.
-
transmitir a los usuarios inmigrantes las exigencias de las administraciones en términos comprensibles.

Gracias a todas estas gestiones, podrían conseguir que las administraciones estén en condiciones de escuchar las necesidades y las aspiraciones de estos usuarios: ser reconocidos y acompañados en el respeto a su dignidad.

 

3. LA MEDIACIÓN INTERCULTURAL: POSICIONAMIENTO, COMPETENCIAS ESPECÍFICAS Y ORIGINALIDAD DE SU INTERVENCIÓN RESPECTO DE LOS PROFESIONALES

El análisis de algunos estudios de casos presentados por tres mediadoras ha puesto de relieve un posicionamiento, competencias y modalidades de intervención muy diferentes de los de los actores sociales, educativos y médico-sociales.

3.1. El posicionamiento de los mediadores

A primera vista, podría decirse que para ellos, no existe una frontera nítida entre lo privado y lo público, mientras que entre los operadores sociales, al ser los principios fundamentales de estas profesiones el principio de neutralidad y la no implicación personal, existe una clara separación entre lo privado y lo público.

Un análisis más profundo de su práctica deja entrever que el mediador no puede tener la misma distancia respecto de los usuarios que el profesional: está “dentro” por sus pertenencias comunes con los compatriotas con los que interviene. Pero también está “fuera”, ya que tiene una función que cumplir. Este doble posicionamiento le hace vivir a menudo, sobre todo cuando se sitúa entre las instituciones y los inmigrantes, el conflicto fidelidad/traición frente a su comunidad de origen. Es para él un conflicto al mismo tiempo exterior e interior. Exterior, cuando sus compatriotas le reprochan que no se comporte como uno de los suyos, porque no toma partido por ellos; interior porque puede experimentar un conflicto entre el deseo de ayudar a sus allegados cuyas dificultades conoce bien y el imperativo profesional de igualdad frente a todos los demandantes, cualquiera que sea su origen.

En cuanto al profesional, siempre está “fuera”, por el hecho de su misión institucional. De modo que no manejará el secreto profesional del mismo modo que el mediador. Esta diferencia de posicionamiento puede ser fuente de conflictos con los operadores sociales que suelen presentar este argumento de la confidencialidad para oponerse a la colaboración con un mediador.

He aquí algunos ejemplos:

- Una mediadora visita a una familia cuyo conflicto de pareja está tratando, acompañada de sus dos hijas y se queda con ellas a cenar. A los ojos del profesional, es una indiferenciación entre lo privado y lo público, y por ende un acto no profesional; mientras que para la mediadora, como ya veremos más adelante, la especificidad de su intervención se basa en el modelo de las relaciones familiares.
- Un mediador, a raíz de dificultades con una pareja africana en conflicto, va a consultar al sabio de la etnia. Este desvelamiento de datos de la vida privada de la pareja suele ser interpretado por los profesionales como un no respeto del secreto profesional, considerándose como una difusión al exterior. Pero, para la mediadora, el sabio de la comunidad no es una persona externa ya que, en su enfoque holista, comunitario, el individuo, su familia y su comunidad constituyen un todo.
- Una mediadora turca de segunda generación no desvelará en el seno de su equipo ni a su coordinadora en el marco de las reuniones de síntesis lo que le han dicho las familias turcas, porque en caso contrario perdería su confianza. Ya que al difundir fuera informaciones de la comunidad, corre el riesgo de ser percibida como traidora por sus compatriotas. Para el trabajador social, intercambiar con compañeros del servicio a propósito de los problemas de una familia es una necesidad profesional para poder reflexionar juntos sobre los problemas difíciles de tratar.

Se puede encontrar este tipo de problemas a la inversa del lado del profesional que pide la intervención de un mediador pero no le transmite todo lo que sabe sobre la familia porque lo percibe como exterior a la relación de ayuda. En cambio, le pedirá una transmisión total de los datos recogidos; de ahí una gran frustración para el mediador. En algunos casos, los individuos y las familias rechazan la intervención de un mediador próximo por su pertenencia, para que nada de sus problemas se trasluzca dentro de su comunidad.

En la realidad se constata que, cuando reina la confianza mutua, el respeto del secreto tocante a la transmisión de las informaciones no es tan complejo de resolver. No obstante, aquí aparece un problema fundamental sobre el que conviene reflexionar. Al no ser la mediación cultural una profesión reconocida, no está ligada a una deontología profesional. Ahora bien, al trabajar con personas, estos actores están constantemente confrontados a la pregunta: ¿qué transmitir y a quién, para conservar la confianza de las dos partes? De modo que resulta esencial para fundamentar la legitimidad profesional del mediador intercultural fijar fronteras, elaborando una carta, un marco deontológico. Es lo que ya han hecho dos asociaciones de mediación en Francia (Guía de la mediación social y cultural, 1997, y Referencial mujeres-enlace, 2001).13

Por su importancia, esta temática debe constituir un eje importante de la formación inicial y

continua de los mediadores, y debe ser analizada con los operadores sociales en el marco de una

metodología de colaboración entre ambos.

La problemática de la traición/fidelidad no sólo es propia de los mediadores sino también de los operadores sociales pertenecientes a la misma comunidad que su cliente. No se puede dejar de trabajarla en formación continua con estas dos categorías de profesionales, una vez que la hayan experimentado en sus prácticas.

3.2. Competencias específicas

El mediador funciona con su propia interculturalidad que le ha dado puntos de referencia

respecto a cómo establecer puentes, echar pasarelas para hallar un compromiso negociado entre

las partes en conflicto de valores.

Su interculturalidad y su capacidad para usarla constituyen la especificidad fundamental del mediador cultural, su estatus de experto que no comparte con ningún actor social14. Un mediador cualquiera que sea -hombre o mujer, autóctono o inmigrado, de primera o de segunda generación, procedente de un matrimonio mixto o que haya vivido y trabajado en el extranjero- debe, además de la confianza de la que se beneficia dentro de una comunidad de inmigrantes y de su neutralidad, haber experimentado la interculturalidad dentro de sí mismo. Estas experiencias interculturales adquiridas a través de sus orígenes múltiples y/o de sus propias experiencias de aculturación le han llevado a construir una identidad culturalmente mestiza, producto de negociaciones interiores y exteriores, tanto consigo mismo como con su entorno familiar y social.

Negociación identitaria significa aquí un proceso de articulación entre dos o varios códigos culturales en una búsqueda de síntesis, de mestizaje, de término medio, en general entre modernidad y tradición. Esta negociación identitaria también implica un conocimiento de los límites que no hay que franquear, de las fronteras étnicas más allá de las cuales no tiene uno que ir en su adhesión a la nueva cultura, si quiere mantener una fidelidad de origen, aun integrándose en la nueva sociedad. Los trabajos de Barth (1969) sobre las fronteras étnicas, de Berry (1998) sobre los modelos de aculturación y de Camilleri y otros (1999) sobre las estrategias identitarias, pueden proporcionar puntos de referencia respecto de los procesos complejos inherentes a los fenómenos de aculturación y aclarar cómo pueden ser utilizados por los mediadores en sus prácticas.

Asimismo, en el caso de conflictos intrafamiliares, entre padres inmigrados/hijos de la segunda generación por ejemplo, el mediador puede ayudar no sólo a un acercamiento, a recrear un vínculo entre ambos, sino que también es capaz de acompañar al joven en la elaboración de un puente, de un espacio tercero dentro de sí mismo para apaciguar su conflicto identitario.

Volvemos a encontrarnos con esta idea fundamental en J.F.Six (1999) en su teorización de la mediación, aunque no tratara la mediación cultural. Para él “el mediador no es «un sabedor», un experto que desde lo alto de su ciencia, de su saber, da una respuesta jurídica o psicológica; es capaz de suscitar espacios de transición, pasarelas que acercan a los que están alejados unos de otros, bien sea una familia, una escuela o un barrio, o ayuda a tejer vínculos dentro del individuo” (pág. 16).

En resumen, la especificidad del mediador no sólo reside en el conocimiento de las dos culturas, la de origen y la de acogida, sino también y sobre todo en su experiencia intercultural que definiremos como un conocimiento desde dentro de los procesos de aculturación y de adaptación a una nueva sociedad, y como una sensibilidad hacia esta búsqueda de adaptaciones, de pasarelas, de espacios de transición respetando ciertos límites, que van a ayudar al individuo al mismo tiempo a ser reconocido por su comunidad (y no rechazado como traidor o renegado) y a hallar su sitio en la nueva sociedad. Éstos son los elementos fundadores de su competencia, o incluso de su profesionalidad.

Sería interesante estudiar las historias de vida de los mediadores para comprobar la hipótesis de que gran parte de ellos son producto de un mestizaje o tienen una experiencia intercultural rica y prolongada que les permitiría ser potencialmente capaces de encontrar formas de transición entre dos o más culturas.

Pero esta riqueza ligada a su propia interculturalidad es un saber implícito que practican de forma intuitiva. La formación tendrá que transformarla en competencia profesional mediante dos objetivos.

El primero sería suscitar en el mediador esta toma de conciencia de sus propias modalidades de negociación/mediación cultural, tanto dentro de sí como con su familia, ya que no es consciente de ellas. Como lo constatamos, lo mismo que Fayman (2000), estos actores tienen más bien tendencia a describir sus prácticas en términos de relación de ayuda clásica: “acogida, escucha, comprensión”. Para alcanzar este objetivo, existen algunas herramientas de formación, siendo la más completa la historia de vida (Cohen-Emerique 1991) u otras formas más sucintas15.

El segundo objetivo de la formación sería dotar a los mediadores de algunos conceptos antropológicos, sociológicos y jurídicos para que sean capaces de analizar su práctica; se trataría de hacerlos pasar del nivel intuitivo a un nivel más conceptual y de generalización, para poder explicar las modalidades de su intervención a los actores institucionales, lo que les otorgaría mayor competencia y legitimidad profesional.

Este desarrollo sobre la competencia intercultural del mediador puede dar respuesta a una pregunta frecuente: ¿pueden los profesionales sin experiencia intercultural hacer mediaciones culturales? La respuesta sería más bien negativa. Por una parte, los actores institucionales tienen como misión aplicar las políticas sociales y por lo tanto desempeñan un papel de control social; de modo que no pueden ser a la vez juez y parte, en particular en los conflictos instituciones/familias. A menudo, creen estar haciendo mediación, pero de hecho practican el papel de moderador entre la institución y la familia sin crear vínculos, puentes ni espacios intermedios. Por otra parte, en lo que respecta a los conflictos intrafamiliares, su conocimiento de los códigos culturales de las familias es del todo insuficiente para captar los matices sutiles que posee todo código para permitir adaptaciones en el conflicto con otra cultura. También ignoran los límites que no se deben franquear, si el individuo quiere conservar un vínculo con su cultura de origen al tiempo que se integra en la nueva sociedad. En resumen, al tener como papel la aplicación de las políticas sociales y al no poseer experiencia intercultural, esta tarea les resulta difícil.

Sin embargo, las experiencias de vida en pareja mixta desarrollan esta capacidad de manejar la interculturalidad. Como dice Debroise (1998), la construcción conyugal de una pareja mixta necesita la construcción de un consenso en que cada uno reconozca al otro y lo acepte, pero también se reconozca a sí mismo16. Consenso que se ha de establecer en todos los ámbitos de la vida (lugar de residencia de la pareja, lengua en la que van a comunicarse, la cocina, la decoración, las prácticas religiosas, la educación del hijo...) y que requiere que cada miembro de la pareja comparta la cultura del otro. Los profesionales que viven en pareja mixta son a menudo capaces de hacer mediación ya que han experimentado esta construcción de un consenso.

Otra competencia: en Francia, se insiste mucho sobre la idea de que la especificidad del mediador está esencialmente ligada a su proximidad con los grupos de población con los que interviene. Una proximidad geográfica y social primero: habitan en los mismos barrios, se conocen y tienen los mismos problemas de la vida cotidiana. Pero también la cercanía porque comparten la experiencia de la emigración y a veces las mismas difíciles condiciones de alojamiento y de trabajo que las personas que se dirigen a ellos17.

Esta proximidad tiene indiscutibles ventajas a la vez de conocimiento de las familias, de facilitación de la relación de confianza tanto con los inmigrantes como con los profesionales y las redes institucionales en las que se insertan. Pero la proximidad geográfica puede tener inconvenientes. Puede pesar sobre los mediadores que ya no tienen distancia ni perspectiva ya que son requeridos en cuanto salen de su casa. Como hemos constatado en Italia y en España, aunque los mediadores no vivan en el mismo barrio que sus compatriotas y correligionarios, tienen el mismo éxito a pesar de la distancia18. De hecho, una buena metodología de cooperación con los operadores sociales, basada en la confianza y el respeto mutuo (Blanchard, 1999) así como una experiencia intercultural rica enmarcada en una asociación implicada en la difusión y el reconocimiento de la mediación cultural, constituyen las mejores bazas del mediador.

3.3. Las modalidades de intervención del mediador cultural

El análisis detallado de estas modalidades de intervención pone en evidencia notorias diferencias respecto de las de los profesionales. Conforman la originalidad de su función. Por un lado, son muy distintas de las que preconiza Jean François Six (1999) a propósito de su concepto del silencio activo del mediador o de su posición de retraimiento ya que no tiene que dar soluciones. Por otro lado, son distintas de las modalidades de intervención de los profesionales de la ayuda que se apoyan en los valores de la modernidad. De hecho, los mediadores se basan en el respeto de cierto número de valores de las sociedades tradicionales, siendo a la vez capaces de transmitir y de argumentar ciertos principios de la sociedad de acogida.

Sus modalidades de intervención se han clasificado en dos categorías: las que atañen a las familias inmigrantes y las que se refieren a las instituciones, situándose siempre su intervención entre ambas.

3.3.1. Especifidades de las modalidades de intervención del mediador con los inmigrantes

Primera especificidad: El mediador establece relaciones con los individuos y las familias con las que interviene, calcadas sobre el modelo de las relaciones familiares según el funcionamiento de muchas sociedades tradicionales. Como dice Ben M’Hammed (2002) para los países árabes, “la familia representa el epicentro de la organización social, de la actividad económica y de la transmisión cultural, y además de la familia son los vínculos tribales los que fijan las relaciones entre individuos” (pág. 35). De este modo, la mediadora llama a la persona con la que interviene, según su edad y sexo: “padre o papá, madre, hermana...”; puede desempeñar el papel de hija con un hombre mayor, de hermana con una mujer de su edad o de madre con un joven. La mediadora en función puede almorzar con la familia, acompañada de sus hijos o hace intervenir a su marido para convencer a un hombre recalcitrante. Entre las mediadoras africanas, se constata el uso de la noción de “parentesco de broma” que les permite borrar las diferencias jerárquicas entre ellas y la familia e instaurar una relación de igualdad19.

Así pues, su enfoque es muy diferente de la relación profesional de un trabajador social occidental que tiene por regla la no implicación, la neutralidad afable.

Segunda especificidad: Respeto de las reglas de la jerarquía, tanto en la comunicación como en los códigos de conducta, en particular respeto a la autoridad patriarcal y/o al anciano... El mediador -conocedor de la estructura familiar y de sus jerarquías ligadas a la edad, a los estatus de autoridad, a las pertenencias religiosas, étnicas, sociales y de casta- manifiesta a las personas mayores el respeto exigido según su estatus, aun si puede pensar que el detentador de la autoridad no tiene razón. Para llevar a cabo esta especificidad, dispone de una capacidad muy grande de diferenciación de las distintas pertenencias de los inmigrantes originarios de su misma área cultural. En función de indicios muy precisos cuyo significado conoce (como el nombre, el color de la piel, la forma de vestir, las escarificaciones o tatuajes, el modo de expresarse en francés o en su idioma...), puede rápidamente situar a la persona en función de sus distintas pertenencias y ajustar sus códigos de cortesía en función de estos datos.

Al contrario, los trabajadores sociales no sólo no tienen ningún conocimiento de estos indicios para situar al individuo en sus contextos de origen, sino que aun cuando están al tanto de estas jerarquías, no siempre las respetan ya que van en contra de su principio de igualdad de los sexos y de las personas y de su rechazo a las estructuras muy jerarquizadas, en particular si la autoridad se ejerce de forma tiránica sobre un niño o una mujer. Privilegian el control social sobre la persona que hace sus propias elecciones.

Tercera especificidad: Manifiestan una gran preocupación por no hacer nunca perder la cara a los protagonistas de los conflictos. Este principio está vinculado a los anteriores, el respeto de las jerarquías tradicionales, de la noción de honor y de respeto de la dignidad que son valores importantes en las sociedades tradicionales, aunque tomen formas diferentes según las culturas. Concretamente, los mediadores asumen este principio por distintas vías: nunca ponen en presencia al principio de su acción a los protagonistas del conflicto, lo que implica numerosos encuentros previos con unos y otros y una gran inversión de tiempo; no abordan el problema desde el inicio de la entrevista y cuando lo hacen, evitan la manera abrupta o minimizan la gravedad de la situación. Lo que raras veces hacen los profesionales por deseo de eficacia y de transparencia en la comunicación: ponen a menudo frente a frente a padres e hijos, obviando este valor fundamental en muchas sociedades tradicionales que es el respeto de la dignidad.

Ésta está algo olvidada en la cultura occidental y en particular en la de los profesionales de la ayuda. En efecto, se tiene tendencia a abstraer al individuo de sus pertenencias culturales, de sus anclajes sociales, de su inscripción en los ámbitos en los que se mueve, a minimizar los deberes y derechos que implican sus pertenencias, en beneficio de una concepción del hombre universal, fuera de todo contexto, maximizando la expresión de su individualidad y de sus opciones y deseos para el desarrollo de su personalidad.

Asimismo, el modelo de la comunicación libre y transparente que prevalece en los ámbitos profesionales de la acción social y educativa en cuanto expresión auténtica del individuo, no corresponde en absoluto a las concepciones predominantes en las sociedades tradicionales, de una comunicación muy codificada y ritualizada en función de las pertenencias sociales de los individuos.

Toda una corriente de investigaciones norteamericanas aclara profundamente estas tres primeras especificidades y en particular el respeto de la dignidad. Han estudiado las diferencias que existen en la gestión de las crisis y en las modalidades de negociación entre las sociedades holistas, comunitaristas (colectivistas, según la terminología americana) y las sociedades individualistas (Trubisky y otros, 1991: Ting-Toomey y Kurogi, 1998; Hammer y Rogan, 2002).

 

Cuarta especificidad. En la medida de lo posible, el mediador elige trabajar un problema con toda la familia extensa presente en el país de acogida y algunas veces incluso la que se quedó en el país. Suscita encuentros con los colaterales, ascendientes y descendientes y los encamina a considerar juntos el problema. Estamos frente a una diferencia importante tocante a las intervenciones de los profesionales que suelen trabajar con la familia nuclear y a veces únicamente con la madre.

De modo general, el mediador tiene una concepción del problema siempre sistémica, ya que lo ubica en el conjunto de la familia, concebida como un todo en que cada uno participa en el equilibrio del conjunto: el marido por su papel económico y de autoridad, la mujer por su papel de esposa y de madre que vela por el bienestar de todos para que el padre pueda asumir su papel y que los hijos se adecuen a las reglas y a los hábitos de la familia y de la tradición. Sólo así puede transmitirse y perpetuarse la identidad cultural, sea del orden de la etnia, de la religión, de la casta, del clan o de la familia extensa... Cada uno representa un eslabón en la cadena identitaria; y si un eslabón es deficiente, la cadena entera corre el riesgo de romperse. Todos participan pues en el reforzamiento de la unidad de la familia, en su estabilidad y su reputación y el todo familiar es el que va a asegurar la protección moral y física de sus miembros. El bienestar del niño se nutre del equilibrio familiar.

Este enfoque sistémico de la familia refleja los fundamentos de las sociedades comunitaristas, holistas, que definen al individuo como elemento del mundo inscrito en lo sagrado, como eslabón de una cadena constituida por el antepasado, el linaje, el clan y cuyo destino individual y función social son fijadas de antemano por los valores colectivos, en particular la cohesión del grupo. El individuo es reconocido no por su individualidad sino por su lugar en el grupo en función de sus roles y estatus que codifican su conducta; y si no se conforma a ella, lo que se pone cuestión es todo su grupo y no sólo él mismo (Dumont, 1970; Triandis, 1988).

De ahí la gran dificultad para los profesionales inmersos en una cultura individualista, fundamento de la modernidad, para abordar los problemas familiares en esta perspectiva (Cohen-Emerique 1991). El mediador, por su parte, tiene un conocimiento desde dentro del lugar del individuo en estos engranajes comunitarios y familiares y de sus variantes según las culturas. De ahí la gran importancia que otorga al mantenimiento de cohesión familiar y a la preservación de los lazos del matrimonio, no sólo porque la comunidad rechaza la ruptura de estos vínculos y estigmatiza a la mujer célibe, sino también porque el equilibrio psíquico y la identidad de cada uno depende del grupo familiar extenso. Este conocimiento desde dentro le da la capacidad de ayudar a la resolución de los conflictos intrafamiliares y con las instituciones.

Este enfoque les da seguridad a los inmigrantes procedentes de ámbitos tradicionales que prefieren acudir a los mediadores, porque perciben las intervenciones de los trabajadores sociales como una fuente de ruptura de las familias, porque colocan rápidamente a los niños en centros o familias de acogida que no suelen ser de la misma cultura que los padres, o porque denuncian al juez a un padre que corrige a su hijo con duros castigos corporales o incluso porque promueven la acogida en residencias de las mujeres pegadas por su marido.

Pero esta especificidad del mediador no debería llevar a considerar que su intervención tiene por objetivo encerrar a los inmigrantes en su cultura de origen a pesar de que viven en Francia y de que en los países de acogida estamos asistiendo a cambios fundamentales respecto a la evolución hacia el individualismo. De hecho, prepara para encontrar un equilibrio entre el mantenimiento de las raíces consideradas fundamentales y los cambios. En resumen, contribuye a efectuar las transiciones.

 

Quinta especificidad (relacionada con la anterior). Gracias a su propia experiencia intercultural y a su manejo generalmente exitoso de las dos culturas, el mediador es capaz de aprehender desde dentro los procesos de aculturación: la necesidad de cambiar para encontrar un lugar en la nueva sociedad, pero también hasta donde llegar en los cambios para que se mantengan, si así lo desean, los vínculos con los grupos de pertenencia.

Aunque para el mediador sea muy importante preservar la cohesión familiar, no propugna un encierre comunitario. Al contrario, informa sobre el funcionamiento social y jurídico de la sociedad de acogida que debe ser respetado si uno quiere adaptarse, y acompaña a los individuos en la progresiva asunción de su problema y en el acceso a cierta autonomía. Esto, bien a través de mensajes informativos que aclaran los derechos y deberes en el país de acogida20, bien ayudando a las personas a hallar cierto equilibrio entre la emancipación y el mantenimiento de vínculos con el medio familiar, como en el caso de las chicas que desean proseguir sus estudios o rechazan el matrimonio impuesto por sus padres. Puede por tanto mantener un doble discurso que alude a la vez a los códigos de la tradición y a las evoluciones posibles y necesarias. Este equilibrio, estos compromisos, estas pasarelas entre tradición y modernidad constituyen un proceso complejo, pero la ventaja de los mediadores respecto de los profesionales estriba en que ellos lo han experimentado, como dijimos antes, dentro de sí mismos y al haberlo llevado a buen término, conocen sus ventajas e inconvenientes.

He aquí un ejemplo. Una mediadora de África del Oeste alienta a una mujer de su misma área cultural a cambios que pueden romper con las reglas de la tradición: le propone utilizar el dinero que gana para mejorar su casa y responder mejor a las necesidades de los niños. Esto es lo contrario de la norma africana, donde el marido es el que provee las necesidades materiales de su familia, y la mujer se queda el dinero que gana para ella misma y su familia de origen. Este cambio propuesto no socava los valores fundamentales de la familia, pero tiene como ventaja facilitar la adaptación. En cambio, si la mujer por su comportamiento atenta contra la cohesión familiar, por ejemplo al abandonar el domicilio conyugal, la mediadora la hará reflexionar sobre las consecuencias de sus actos. Lo mismo hace con las chicas que planean una ruptura con su entorno familiar muy represor o incluso violento en el plano de la tradición. Pero paralelamente buscará vías para templar los abusos de la familia hacia su hija.

En resumen, el buen mediador intercultural no sirve para devolver a las ovejas descarriadas a la tradición, ni para impulsar la asimilación; su papel es ayudar a elaborar formas de transición, pasarelas, mestizajes, a la luz de su propia experiencia, a diferencia de los trabajadores sociales que suelen instar a cambios brutales y unidimensionales o que, impotentes, dejan que las familias operen regresos rígidos a tradiciones opresivas. Pero este tipo de intervenciones difíciles requiere ser trabajado en formaciones con los mediadores, si no se corre el riesgo de que éstos impongan su modelo de integración como el único y el mejor. Además, cada uno tendrá que descubrir si posee las capacidades para llevar a cabo la mediación-conflictos de valor o si es preferible que se quede en el nivel de mediación-enlace.

Sexta especificidad. Suele aportar soluciones concretas y transitorias que no resuelven el fondo del conflicto pero que disminuyen el nivel de tensión, permitiendo un regreso al diálogo. Pero no tiene poder de decisión para otorgar las ayudas, a diferencia de la asistente social, que tiene como una de sus funciones esenciales el acceso a los derechos. Para dar estas soluciones concretas, la mediadora parte de su muy buen conocimiento de la vida cotidiana aquí y allá, de las diferencias de organización del trabajo de la mujer entre ambos países, de las modificaciones de las condiciones de vida en el país de acogida. Su experiencia de inmigrante le hace detectar los temas muy concretos de la vida familiar que plantean problemas de adaptación, como la preparación por la madre, la víspera por la noche, de los vestidos de los niños escolarizados o la preparación rápida de un desayuno copioso antes de que salgan para el colegio. Son temáticas que una mediadora trabaja con las mujeres, sin excluir a los hombres de estas intervenciones, individuales o colectivas. Con ellos, puede debatir sobre las expectativas de la sociedad de acogida respecto al padre de familia.

Séptima especificidad. El mediador utiliza un modo de comunicación específico de la cultura popular (Calvet, 1984). No sólo conoce en su lengua las reglas de lo implícito y de lo explícito, lo no dicho según las situaciones, sino también sabe utilizar en francés o en su idioma un lenguaje muy gráfico, rico en metáforas, proverbios, alegorías y en referencias múltiples a la tradición o también a la experiencia vivida, concreta, de los individuos. Suele recurrir a la experiencia sensorial antes que a conceptos abstractos.

He aquí dos ejemplos.

- Una mediadora muy experimentada, tras una conferencia algo abstracta sobre la interculturalidad, da su definición en estos términos: “lo intercultural es un buffet donde hay toda clase de comidas de diversos países, lo que es mucho más atractivo que un buffet con un solo tipo de comida”. Así valora lo concreto y la sensorialidad.
- Una mediadora senegalesa explica a un padre malí el papel de un educador especializado en AEMO (Acción en medio abierto), que tiene que intervenir con su hijo por decisión del juez. Han acudido a ella porque el padre rechaza a este educador no sólo porque es “blanco”, sino también porque le ha dicho a su hijo “que irían algunas veces a comer juntos” (el padre pensó en el cerdo). La mediadora le pregunta: “Padre, ¿cuánto llevas con tu patrón blanco?” “Quince años”, contesta. “Entonces, gracias a él, has hecho vivir a tu familia de aquí y de allá y sin embargo nunca te hizo comer cerdo”. Al referirse a la experiencia vivida por el padre en Francia, en situaciones concretas, consigue hacerle aceptar esta intervención educativa, este manejo específico de la lengua por el mediador remite al modelo teórico de Bernstein (traducido del inglés en 1975), retomado por Gobart (1972). Para Bernstein, el lenguaje se presenta en forma de dos códigos diferentes: el código restringido que es el del pensamiento particularista, de la comunidad, de la familia donde el pensamiento lógico queda implícito; y el código elaborado que refleja el pensamiento universalista donde se explicitan las articulaciones lógicas21. Gobart, para no connotar estos dos códigos con un juicio de valor, ha preferido llamarlos el código inmediato y el código mediato, o lingua da casa (lengua del hogar) opuesta a la lingua di pane (lengua del trabajo). La primera es la lengua de la comunidad, de la etnia, que se habla antes de

escribirse, la lengua del “hic et nunc” (aquí y ahora), ligada inmediatamente a la historia, lengua de la infancia, del juego, del corazón y de los cuentos, hecha para comulgar y no para comunicar. Se distingue de la lengua de las cuentas, de lo cuantitativo, lengua de la comunicación que transmite la información escrita, grafocéntrica, lengua cosmopolita, lengua de la ciudad, de las ciudades, administrativa, burocrática. En la familia y el entorno inmediato es donde se usa el código restringido que es muy diferente del que se usa en la escuela y las administraciones, código que se parece al código elaborado. El primero no tiene nada de peyorativo. De hecho esta lengua popular, tal como la describen estos autores, ha desaparecido de nuestros registros tras ser despreciada, asimilada al hándicap cultural o lingüístico, aun cuando presenta posibilidades metafóricas y estéticas y puede engendrar una serie de significaciones diversas. El código elaborado es el que prevalece entre los actores de campo que no sólo representan las instituciones, sino que tienen profesiones derivadas de las ciencias aplicadas que fundamentan su lenguaje en características de universalismo, de abstracción y de personalización.

Los inmigrantes procedentes de sociedades tradicionales - aun cuando hablan la lengua del país de acogida- tienen un lenguaje esencialmente hablado, un código restringido, “la lingua da casa” anclada en una cultura popular oral, tanto más cuanto que muchos vienen del medio rural. De modo que el mediador, cuando comunica a través de este código, encuentra mucho eco en ellos y la confianza se establece inmediatamente.

Pero al mismo tiempo, el mediador sabe utilizar el código elaborado, en particular sus características de personalización y de centralidad en el individuo. Su competencia estriba en el hecho de que puede, mediante el uso de ambos códigos, escenificar a la vez los dos mundos culturales en los que viven los inmigrantes.

He aquí un ejemplo para ilustrar esta capacidad de usar al mismo tiempo este doble código:

- Una mediadora iraní kurda que trabaja en Quebec, durante una entrevista con un refugiado afgano con grandes dificultades de integración22, le dice primero: “Mire, sólo conseguirá salirse de sus dificultades por sí mismo”. Pero en la frase siguiente, añade: “Dios es grande”. De este modo, pasa de un código al otro, reflejando las dos concepciones del mundo que alberga este refugiado afgano, como ella misma.

Octava especificidad. El mediador, y en particular la mediadora, puede darse como ejemplo contando cómo ella misma ha resuelto ciertos problemas y ha llegado a esta función. Se presenta como imagen identificatoria y crea una relación personalizada. Algo muy diferente de la relación profesional de una profesional de lo social o de lo educativo que tiene por principio deontológico no dar ninguna información privada sobre sí misma para mantener la distancia y la neutralidad, cuando resulta que muchas veces constituye una imagen identificatoria para las mujeres inmigrantes.

Este modo de intervención también es muy diferente de lo que concibe J.F. Six (1999) para el mediador: una posición de repliegue, con una presencia fuerte pero no interviniente.

Novena especificidad. Se asegura de que la mediación se desarrolle en un terreno neutro que no sea ni el domicilio de la familia, ni la oficina de la asistente social, sino muchas veces el local de la Asociación. El respeto de la neutralidad en todas sus manifestaciones es un principio fundamental de la mediación, a menudo olvidado por los actores de campo que practican la mediación institucional en locales institucionales, o hasta en el despacho del juez.

 

3.3.2. Especificidades de las modalidades de intervención del mediador ante las instituciones

- Detecta bastante fácilmente las dificultades de comunicación de las instituciones hacia los inmigrantes -por haberlas experimentado él mismo o por haberlas constatado en sus compatriotas- puede reconocerlas rápidamente y exponerlas al servicio implicado, devolviéndole su parte de responsabilidad. Al conocer las representaciones estereotipadas de los operadores sociales sobre los inmigrantes, mujeres, hombres y niños23, les ayuda a construir una imagen mucho más compleja y diversificada, dotándoles de datos contextuales como el reagrupamiento familiar, la educación de los niños aquí y allá, la pérdida de las regulaciones tradicionales en los conflictos familiares, etc. Así puede progresivamente hacer “verdadera mediación”, es decir, modificar las representaciones y las actuaciones de los profesionales.

-Como con el inmigrante, propone a las instituciones soluciones simples, concretas, transitorias para disminuir la dimensión del conflicto, aun sin resolverlo del todo. El mediador también puede proponerles actuaciones innovadoras que tienen por resultado modificar algo las instituciones, como implica este tercer tipo de mediación. Pero recordemos que no tiene ningún poder de decisión, de ahí la importancia de la intervención de sus asociaciones ante los servicios institucionales para abrir el camino a las evoluciones24.

CONCLUSIONES

Pese a la diversidad de las mediaciones y de los mediadores culturales, podemos poner de manifiesto sus puntos en común: la mediación cultural y los mediadores son indispensables para la integración. En efecto, gracias a su compromiso profesional los inmigrantes pueden por fin ser reconocidos como actores insoslayables de la vida social, sin los que ciertos problemas no pueden resolverse. Además, al crear espacios y tiempos de intercambio y de diálogo - en vez de una mediación basada en la violencia simbólica en que uno de los protagonistas le impone al otro su código- los mediadores permiten el intercambio y la cooperación. Podría entonces desarrollarse una dinámica social positiva que no sólo evitaría la exclusión, sino que abriría la vía -como propuso Camilleri (1993)- al respeto de un máximo de diversidad en las representaciones, valores y comportamientos, basada en un mínimo de consenso en las reglas obligatorias.

Para los operadores sociales, estas experiencias de mediación modifican su percepción de las familias y les hacen descubrir otro enfoque de intervención social, fuente de apertura, de enriquecimiento y de satisfacción profesional frente a estos grupos de población25. Todo lo cual

tendrá un efecto de mayor adecuación de las actuaciones de las instituciones con personas de culturas diferentes.

El análisis de las prácticas pone de relieve la especificidad y la originalidad de las competencias del mediador cultural y de sus modalidades de intervención que constituyen los fundamentos de su profesionalidad. Exigen no obstante una buena formación, en particular en la dimensión intercultural de su intervención, que facilitaría el reconocimiento oficial de este oficio, lo que le otorgaría al mediador un estatus de colaborador en condiciones de igualdad y no de auxiliar de los profesionales de lo social, de lo educativo y de lo médico-social.

El análisis de estas especificidades da algunas pistas respecto de su formación y una metodología de trabajo en común con los profesionales.

Esta nueva función ofrece a las mediadoras una enorme posibilidad de emancipación y de reconocimiento en las dos sociedades.

Para concluir, este trabajo evidencia la importancia de proseguir trabajos de investigación para ver más claro en la multiplicidad de las experiencias europeas y para dar legitimidad a esta nueva profesión.

 

1 Utilizaremos ambos términos sin distinción de significado.

2 Nuestros análisis se basan en tres tipos de trabajos: por una parte nuestras propias investigaciones-actuaciones sobre los obstáculos a la relación y comunicación intercultural en los operadores sociales que intervienen con los inmigrantes, investigaciones que desembocaron en la noción de enfoque intercultural, competencia intercultural (Cohen-Emerique, 1999, 2000). Por otra parte, el seguimiento de una acción de mediación llevada a cabo por una asistente social de un servicio social especializado para los inmigrantes que desempeñó el papel de mediadora entre una asociación senegalesa y los directores de escuela de una ciudad de provincia en Francia (Mikolasek, 1996). Por fin, estos análisis se basan en la formación de varios grupos de mujeres-enlace o mujeres mediadoras en Francia, España, Italia, Canadá-Quebec.

3 La lista no es exhaustiva.

4 Delcroix (1996), la ADRI (1997) y FIA ISM (2001) han publicado informes sobre la situación en Francia, en lo tocante a las mujeres-enlace, que ponen de manifiesto la multiplicidad de los actores y de las actuaciones en el campo de la mediación intercultural en Francia. Aún no hay trabajos comparativos a nivel europeo.

5 Belpiede (2001 a) describe una encuesta realizada en 13 países europeos (por Interprétariat Service Migrants, ISM) a la que califica de ambigua porque en ella no se distinguen los mediadores de los intérpretes.

6 En Francia, se ha desarrollado en los barrios considerados sensibles que se benefician de un “Desarrollo social de Barrio”, también llamada “Política de la Ciudad”. Esto implica un trabajo de colaboración entre los diferentes actores institucionales de campo en complementariedad con los habitantes, para desarrollar juntos soluciones a los problemas.

7 En diciembre de 1994, Simone Veil, entonces Ministra de la Población y de la Migración, proponía como medida (Circular n1 94/42 del 19-12-1994 referente a la integración de las poblaciones inmigradas) para ayudar a la integración de los inmigrados, el recurso a mujeres-enlace (femmes-relais) en caso de conflictos de valores en el sen ode las familias. Más recientemente, un informe al Primer Ministro (Hamlaoui Mekackera y Jean Gaeremynk, Informe al Primer Ministro sobre las medidas para favorecer la integración, según Le Monde de l5-12-1996) preconiza la utilización de mediadores en los barrios con dificultades para facilitar la coexistencia de los grupos de población. En la escuela, la comisión de asuntos culturales del Senado, presidida por A. Gaeremynk, se opuso a una ley sobre este tema, propugnando el diálogo por parte de los directores en una escuela que debe permanecer acogedora y tolerante y propone desarrollar procedimientos de mediación, que por otra parte ya han sido llevados a cabo en algunos colegios e institutos. Por fin, en abril de 2000 salió una circular del gobierno sobre los dispositivos de adultos-enlace, sus misiones, las condiciones de su contratación, su formación, circular que ha sido reactivada en marzo de 2002.

8 Según Six, el mediador trabaja en el antes de la reconciliación, en la búsqueda de verdad y de justicia que son los fundamentos de la reconciliación. ASu meta no es la solución sino un amigo, un encuentro: la mediación no vive bajo la ley de la oferta y de la demanda, sino en el orden de la relación y del compartir.@ (Six, 2001, pág. 13).

9 Pero no tiene las competencias lingüísticas de un traductor.

10 Como dice Bensmaïl (1990-1991), hay que ser muy prudente con los diagnósticos psiquiátricos: el investimiento privilegiado del cuerpo, el lenguaje del cuerpo es un dato muy frecuente en la sociedad magrebí y la mayor parte de las dolencias tienen un componente somático debido a diversos factores (pág. 312).

 

11 Por ejemplo: una familia africana pide ayuda aun servicio social para comprar vestidos y material escolar para los niños: La recibirá pero la usará para irse de vacaciones con ellos a su país. Enfado de la profesional que acude a una mediadora. De hecho, todos quieren el bien del niño. Para la institución, la ayuda otorgada tiene como objetivo asegurar en prioridad condiciones materiales óptimas para una buena socialización del niño. Para los padres, al reanudar los vínculos con la familia de su país, sus hijos podrán conocer sus raíces, adquirir la identidad de sus grupos de pertenencia, lo que a sus ojos es primordial para su educación. La mediadora explicará estas diferencias, pero también intentará encontrar un compromiso aceptable por ambas partes.

12 PMI: Protección maternal infantil. Se trata de consultas médicas y de puericultura para las mujeres desde el embarazo hasta que sus hijos tengan tres años.

13 Mencionemos también una Carta de la mediación en general, publicada por J. F. Six.

14 Cabe señalar que no se menciona en ninguno de los escritos sobre la mediación cultural.

15 Como “El autoretrato cultural”, un método importado de Quebec que permite un trabajo interesante de búsqueda, a través de la historia familiar, de continuidades y discontinuidades culturales y sociales durante al menos tres generaciones.

16 Esto es válido para cualquier pareja, pero las parejas mixtas deben hacerlo con mayor agudeza.

17 Esto no lo ven con buen ojo los trabajadores sociales, porque un día las mujeres acuden a ellos como clientes y al otro día como mediadoras.

Margalit Cohen-Emerique

La mediación intercultural, los mediadores y su formación

18 Fayman (2000) menciona una experiencia en Le Havre en que las mediadoras no trabajan en el lugar de su residencia.

19 En África del Oeste, según los apellidos, se es Apariente de broma@, lo que permite instaurar una relación de igualdad y decir cosas prohibidas en las relaciones sociales habituales.

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20 En particular en Francia, las mediadoras ponen en guardia a los hombres polígamos que devuelven al país a su mujer, la que está reconocida por la ley francesa, para traer ilegalmente a otra esposa que se había quedado allí.

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21 El código restringido privilegia lo colectivo en detrimento de lo individual, lo concreto en detrimento de lo abstracto, la expresión de lo esencial en detrimento de la descripción detallada del proceso, los hechos brutos en detrimento de los análisis detallados de los motivos o de las intenciones, las formas de control social basadas en el estatus en detrimento de las formas de control social basadas en la persona.

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22 Aquel hombre había huido de los talibanes y se había refugiado en Rusia con toda su familia, pero esta estancia había sido muy difícil para él. Seleccionado por el Canadá, llevaba tres años viviendo en Quebec pero no conseguía adaptarse y presentaba síntomas de depresión. Había sido señalado a la mediadora por pegarle violentamente a su hijo adolescente que le faltaba al respeto.

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23 Así, declara una mediadora: Alos trabajadores sociales ven a la mujer africana bien sumisa, bien utilizando a la asistente social para sus fines en contra del marido.

24 Lo hemos llamado segundo nivel de mediación, el primero es el de los actores de campo (Cohen-Emerique, 1997).

25 Hemos realizado una investigación sobre la amenaza identitaria de los profesionales que intervienen con inmigrantes. pone de manifiesto que los actores sociales viven con frecuencia las dificultades profesionales que surgen con estas poblaciones como una amenaza a su identidad y a su valor personal y profesional. En estos casos, intentan en primer lugar defender su propia identidad para recobrar unidad y valor, de lo que resulta una intervención inadecuada y basada en los afectos y en lo irracional (Hohl y Cohen-Emerique, 1999) (Cohen-Emerique y Hohl, 2002).

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Traducido por Marie Paul Sarazin Fundación Sevilla Acoge Material de formación de uso interno Con autorización de la autora

 

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