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EL PROCESO DE ACULTURACIÓN DE LOS INMIGRANTES AFRICANOS: ESTRATEGIAS Y ACTITUDES DE ACULTURACIÓN 1
Marisol Navas Luque (Universidad de Almería)
El fenómeno migratorio muestra una tendencia cada vez más consolidada en los países desarrollados. En el nuestro se ha convertido en un fenómeno estructural con el que la sociedad española tiene que aprender a convivir. Además, el perfil de quienes llegan en busca de trabajo se transforma cada vez más en el de personas que van a permanecer aquí durante un largo período de tiempo y que incluso, en muchos casos, nunca van a regresar a su país de origen.
Estas personas, que se implicarán cada vez más en procesos de reagrupación familiar, tendrán progresivamente una mayor fuerza y representatividad en nuestra sociedad –p.e., en forma de asociaciones–. En consecuencia, resulta trascendental definir en qué términos queremos que se produzca su incorporación y diseñar estrategias de intervención para que, efectivamente, se lleve a cabo de la manera deseada o, al menos, encontrar fórmulas que permitan el consenso y faciliten la convivencia entre los grupos implicados.
En este sentido, el fenómeno de la inmigración se ha convertido en un reto para la mayoría de las sociedades desarrolladas. Un reto para el que no han sido preparadas y ante el que se intentan arbitrar respuestas que incorporen adecuadamente a estos nuevos miembros que van llegando. Por este motivo, es frecuente la utilización de términos como “integración”, “interculturalidad” o multiculturalidad, que hacen referencia al establecimiento de pautas de convivencia entre los distintos grupos étnicos en una sociedad determinada, si bien resulta difícil llevarlos a la práctica debido a la falta de definición consensuada de estos conceptos y a la necesidad de tomar en consideración un gran número de aspectos, no sólo culturales, sino también económicos, jurídicos, geográficos y psicosociales, que añaden complejidad a la cuestión.
Los investigadores tienen la responsabilidad, en este sentido, de delimitar y operativizar estos conceptos, como paso imprescindible para un estudio sólido que pretenda avanzar en esta materia, pero también para generar instrumentos que permitan un mejor conocimiento de la realidad y posibiliten actuaciones más adecuadas.
1 Participación en el Curso de Experto sobre Intervención y Mediación Comunitaria en Contextos Interculturales (4 horas), Sevilla, Febrero, 2005. El contenido de esta intervención ha sido extraído del libro de Navas y cols. (2004): Estrategias y actitudes de aculturación: la perspectiva de los inmigrantes y de los autóctonos en Almería. Sevilla: Dirección General de Coordinación de Políticas Migratorias (Junta de Andalucía) El trabajo desarrollado por mi grupo de investigación se enmarca precisamente en esta línea y su finalidad principal es aportar una nueva perspectiva en el estudio del proceso de aculturación que se está produciendo entre población de acogida e inmigrantes extracomunitarios en la provincia de Almería, una perspectiva que pueda ser extrapolada –esperamos- a otros contextos de características similares.
A nuestro juicio, el volumen y la importancia social que ha adquirido la realidad migratoria en nuestro país –especialmente en algunas zonas–, justifica la necesidad de estudiar los procesos de aculturación de las poblaciones de acogida y de llegada a través de un modelo adaptado al contexto social en el que se producen, un contexto que presenta claras diferencias con respecto al canadiense, al norteamericano, o al de algunos países europeos donde se han desarrollado los modelos de aculturación existentes. Por ello, hemos elaborado y puesto a prueba un nuevo modelo de aculturación (Modelo Ampliado de Aculturación Relativa; MAAR), que pretende aportar nuevos resultados y explicaciones sobre las estrategias y actitudes de aculturación preferidas y finalmente puestas en práctica, tanto por la población autóctona, como por los inmigrantes no comunitarios en la provincia de Almería.
Pero antes de entrar en detalle en el modelo es conveniente definir que se entiende por “aculturación” y de donde procede este modelo.
2. EL CONCEPTO DE ACULTURACIÓN
La primera utilización del término “aculturación” data de finales del siglo XIX y se produce dentro del campo de la antropología social norteamericana (véase Malgesini y Giménez, 2000). A finales de los años 30 del siglo XX era ya un término frecuentemente utilizado y aplicado al estudio de los cambios sociales y contactos culturales de diferentes comunidades (p.e., indígenas, campesinas, etc.). Desde esta perspectiva, la aculturación comprende los fenómenos que resultan de un contacto continuo y directo entre grupos de individuos que tienen culturas diferentes, con los consiguientes cambios en los patrones culturales originales de uno o ambos grupos (Redfield, Linton y Herskovits, 1936, p.149).
Sin embargo, el enfoque de la antropología –o el de la sociología–, que considera la aculturación como un fenómeno cultural, estrictamente de nivel grupal, a pesar de ser el primero, no es el único adoptado en el estudio del proceso de aculturación. Así, por ejemplo, en 1967 Graves acuñó el término de aculturación psicológica para referirse al hecho de que el fenómeno de la aculturación se produce igualmente en los individuos a título personal, esto es, que implica una serie de cambios en actitudes, comportamientos, modos de vida, valores e identidad, entre otros.
Uno de los primeros y más importantes modelos sobre el proceso de aculturación psicológica, elaborado a finales de los años 80, se debe a un psicólogo social canadiense, J.W. Berry, y a sus colaboradores (Berry, Kim, Power, Young y Bujaki, 1989; Berry, 1990). Dada la importancia y la influencia que este modelo ha tenido en los trabajos posteriores y también en nuestro propio modelo lo comentaré brevemente a continuación.
3. EL MODELO DE ACULTURACIÓN DE BERRY Y COLABORADORES: LAS ACTITUDES DE ACULTURACIÓN
Berry (1990, p.460) define la aculturación psicológica como el proceso mediante el cual las personas cambian, siendo influidas por el contacto con otra cultura, y participando en los cambios generales de su propia cultura. Al contrario de lo mantenido por otros autores (p.e., Gordon, 1964), para quien los inmigrantes o, en general, los grupos minoritarios, son los únicos afectados por el proceso de aculturación, Berry considera que la aculturación se da en las dos culturas que entran en contacto, aunque normalmente una de ellas –la minoritaria– recibe más influencia que la otra –la dominante o mayoritaria– (Berry, 1990).
Berry fue también el primero en considerar que el grado en que los inmigrantes se identifican con la cultura de acogida y el grado en que mantienen su propia herencia cultural han de ser medidos de forma independiente, como dos dimensiones separadas y no como dos extremos de un continuo. Este autor propone, por tanto, dos dimensiones actitudinales independientes: (1) si los inmigrantes consideran su identidad cultural y sus costumbres lo suficientemente valiosas como para mantenerlas en la sociedad de acogida, y (2) si las relaciones con otras personas o grupos de la sociedad de acogida son valiosas como para buscarlas y fomentarlas. La combinación de las respuestas a ambas dimensiones (Sí o No) dan lugar a un modelo donde se representan las cuatro posibles actitudes o estrategias de aculturación que manifiestan los inmigrantes (véase figura 1).
Cuando la respuesta a la primera pregunta es negativa y a la segunda es positiva la opción resultante es la "asimilación", es decir, un deseo de abandonar la identidad cultural de origen, y de orientarse hacia la sociedad de acogida. Por su parte, la opción de “integración” implica que la identidad cultural específica del grupo se mantiene, pero que simultáneamente se produce un movimiento en el seno del grupo para convertirse en parte integrante de la sociedad de acogida (“adoptar y mantener”).
La respuesta positiva a la primera pregunta (mantenimiento de la identidad y tradiciones propias) y negativa a la segunda (no existe relación del grupo con la sociedad de acogida) caracteriza a una tercera opción. Dependiendo de si esta situación se debe al control ejercido por el grupo dominante (sociedad receptora) o a la voluntad del grupo no dominante (inmigrantes), la opción se denomina "segregación" o "separación", respectivamente.
Una última opción se caracteriza por el retraimiento y la distancia con respecto a la sociedad de acogida, con el sentimiento de alienación, de pérdida de identidad y de estrés ligados a la aculturación; es la opción de "marginación", en la que los individuos o grupos pierden el contacto cultural y psicológico tanto con su sociedad de origen como con la sociedad de acogida. La “exclusión” tiene las mismas consecuencias, pero viene impuesta por la sociedad dominante, apartando al grupo subordinado de cualquier posibilidad tanto de mantener sus propias raíces como de introducirse en la nueva sociedad (Piontkowski y Florack, 1995).
Como expondré más adelante, en nuestro trabajo, y a diferencia de los modelos de aculturación existentes, hemos distinguido entre “estrategias” y “actitudes” de aculturación. Las primeras hacen referencia a lo que las personas manifiestan hacer, mientras que las segundas se refieren a su intención, es decir, lo que a las personas les gustaría hacer en caso de poder elegir.
Figura 1. Estrategias o actitudes de aculturación (tomada de Berry, 1990). Las investigaciones realizadas en torno al modelo de Berry y cols. (1989), principalmente en Canadá, pero también en otros países, con distintos grupos étnicos, apoyan suficientemente sus premisas (véase Berry y cols., 1989; Krishnan y Berry, 1992; Sabatier y Berry, 1996, y Berry y Sam, 1997, para un resumen de esas investigaciones). En general, estos trabajos muestran que prácticamente todos los grupos prefieren la opción de “integración” y la que menos desean es la de “marginación” (p.e., Oriol, 1985; Campani y Catani; 1985; Neto, 1993, 2002; Partridge, 1988; Sam, 1995).
4. APORTACIONES AL MODELO DE ACULTURACIÓN DE BERRY
Partiendo fundamentalmente del modelo de Berry, algunos investigadores han intentado extender sus planteamientos introduciendo otras variables de interés que pueden estar mediatizando la preferencia de los inmigrantes, y también de la población de acogida, por unas actitudes de aculturación o por otras.
Las aportaciones más importantes en este sentido provienen del modelo interactivo de aculturación de Bourhis, Möise, Perreault y Senécal (1997) -desarrollado también en Canadá- y de los trabajos de Piontkowski y colaboradores (p.e., Piontkowski y Florack, 1995; Piontkowski, Florack, Hoelker y Obdrzálek, 2000; Piontkowski, Rohmann y Florack, 2002), que constituyen el primer intento de aglutinar, en un contexto europeo, elementos de los modelos anteriores, junto con aportaciones originales.
4.1. El Modelo Interactivo de Aculturación de Bourhis, Möise, Perreault y Senécal (1997)
El Modelo Interactivo de Aculturación pretende ser un marco teórico psicosocial para el estudio de las relaciones intergrupales y de la identidad etnolingüística. Este modelo, formulado también en un contexto canadiense, presenta la ventaja con respecto al de Berry de tener en cuenta no sólo la perspectiva del grupo inmigrante o de llegada, sino también la del grupo de acogida o receptor respecto de los nuevos grupos que llegan a su sociedad, porque ambas perspectivas son, en gran medida, interdependientes.
Como también han señalado otros autores (Berry, 1990; Lambert, Moghaddam, Sorin y Sorin, 1990; Sabatier y Berry, 1996), el modelo de Bourhis defiende que tanto las orientaciones de los inmigrantes como las de la población de acogida dependerán del origen etnocultural de los inmigrantes. Por una parte, se ha demostrado que la población autóctona suele tener actitudes de aculturación diferentes según el origen del grupo de inmigrantes al que se refiera (p.e., de origen árabe o europeo), y también en función de las circunstancias políticas, demográficas o socioeconómicas del país de acogida. Por otro lado, diferentes grupos de inmigrantes también adoptan distintas opciones de aculturación dependiendo de diversos factores como su origen, clase social, edad, sexo, o grado de identificación con el endogrupo. Además, las actitudes de aculturación pueden cambiar de la primera a la segunda generación, y dependiendo de la movilidad social ascendente o descendente experimentada en el país de acogida.
Fruto de este modelo son también los denominados conglomerados de ideologías estatales sobre políticas de integración de los inmigrantes, esto es, las distintas ideologías y políticas relacionadas con la inmigración (pluralista, cívica, asimilacionista y etnicista; véase Bourhis y cols., 1997 para una descripción de estas ideologías, y Morales, 1999 para un resumen en castellano de las mismas), como antecedentes de las opciones de aculturación adoptadas por los individuos. Asimismo, el modelo de Bourhis y cols., establece diferentes configuraciones de orientaciones de aculturación de inmigrantes y población de acogida que llevan, a su vez, a distintos tipos de relaciones entre ambos grupos. Estas relaciones, dependiendo de la opción de aculturación escogida por cada uno, pueden ir desde el polo consensual (coincidencia total de orientaciones entre ambos grupos) al conflictivo (incompatibilidad de las orientaciones adoptadas por ambos grupos), pasando por el punto medio, que serían las relaciones problemáticas.
4.2. Aportaciones de Piontkowski y colaboradores
Piontkowski y colaboradores (Piontkowski y Florack, 1995; Piontkowski, Florack, Hoelker y Obdrzálek, 2000; Piontkowski, Rohmann y Florack, 2002) han hecho un primer intento por aglutinar, en un contexto europeo, elementos de los modelos de Berry y de Bourhis ya comentados. Del primero toman el concepto de aculturación y el modelo que define las cuatro estrategias de aculturación. Del segundo, la perspectiva interactiva del proceso de aculturación –que influye tanto en el grupo subordinado como en el dominante–, la idea de que las actitudes de aculturación de los inmigrantes no son independientes de las actitudes que encuentran en el país de acogida, la importancia concedida a las actitudes de aculturación del grupo dominante y el tipo de relaciones establecidas entre ambos grupos en función de la coincidencia o no de sus respectivas actitudes de aculturación –consensuales, problemáticas y conflictivas–.
Además, estos autores introducen una serie de variables psicosociales que actúan como predictoras de las actitudes de aculturación del grupo dominante y del subordinado, y suponen una novedad importante dentro de los modelos de aculturación formulados hasta el momento (p.e., sesgo endogrupal, similitud endo-exogrupal percibida, enriquecimiento cultural percibido y permeabilidad de los límites grupales, entre otras).
Los trabajos de Piontkowski y sus colaboradores añaden a lo ya expuesto un aspecto muy interesante: emplean muestras de tres grupos dominantes diferentes y otros tantos grupos subordinados, y en diferentes países –Alemania, Suiza y Eslovaquia–. Estas condiciones permiten comparar las actitudes de aculturación preferidas con grupos distintos y en contextos variados. De hecho, los resultados obtenidos muestran importantes diferencias en función de estos aspectos, lo que confirma la importancia de realizar estudios sobre el proceso de aculturación en sociedades diferentes, e investigando a grupos étnicos de distintos orígenes. Así, aunque la opción preferida por todos los grupos es la “integración” –en consonancia con la literatura anterior ya citada–, los autores del estudio encuentran que la preferencia por unas u otras opciones varía según el binomio grupo dominante-grupo subordinado del que se trate. Por ejemplo, los alemanes distinguen entre turcos y yugoslavos, y son más partidarios de integrar a los segundos que a los primeros. A su vez, los yugoslavos prefieren la “integración” en mayor grado que los turcos, que optan más bien por la “separación”.
5. NUEVAS APORTACIONES AL ESTUDIO DE LA ACULTURACIÓN: EL MODELO AMPLIADO DE ACULTURACIÓN RELATIVA (MAAR)
La comparación de los resultados obtenidos por todos estos autores, en distintos países y con diferentes grupos mayoritarios y minoritarios, pone de relieve que las peculiaridades específicas de cada país (en cuanto a grupos de llegada y de acogida, cultura, normas, ideologías dominantes, etc.) hacen que el proceso de aculturación sea diferente en cada uno de ellos y para cada uno de los grupos en contacto. Por esta razón, el principal problema con el que nos encontramos cuando iniciamos nuestra investigación fue precisamente la ausencia de un marco teórico unificado y, sobre todo, adaptado a nuestro país.
Los estudios realizados en España en este campo bien se han centrado en aspectos muy concretos –y por tanto, no han tenido en cuenta el amplio espectro de variables que influyen en el proceso de aculturación, tanto de los inmigrantes como de la sociedad de acogida–, o bien, aunque utilizan modelos de aculturación, centran su interés en otros aspectos –p.e., la evolución de las identidades culturales y etnolingüísticas de los grupos implicados–.
No obstante, las aportaciones más interesantes sobre este tema en nuestro país proceden, sobre todo, de las investigaciones realizadas en el País Vasco y otras comunidades autónomas bilingües (p.e., Azurmendi y Bourhis, 1998; Azurmendi, Bourhis, Ros y García, 1998; Basabe, Páez, Zlobina y de Luca, 2003; Campos, Zlobina, Basabe y de Luca, 2003; Páez y González, 1996) y en Andalucía (p.e., Martínez, García, Maya, Rodríguez y Checa, 1996; Martínez, García, y Maya, 1999, 2001, 2002; Navas, Rueda y Gómez-Berrocal, 1997; Navas y Gómez-Berrocal, 2001).
Con el fin de subsanar estas carencias se ha elaborado un modelo de aculturación (Modelo Ampliado de Aculturación Relativa, MAAR) que pretende, por una parte, recoger algunas de las aportaciones realizadas en este campo por los modelos y autores anteriormente mencionados y, por otra, desarrollar dichas aportaciones en el contexto de una zona de España con una alta recepción de inmigrantes, como es la provincia de Almería.
Concretamente, las aportaciones del MAAR en este ámbito pueden resumirse en cinco elementos fundamentales, de los cuales los dos últimos constituyen, a nuestro juicio, aspectos novedosos en el estudio del proceso de aculturación. El primer elemento que se ha tenido en cuenta en el modelo es la consideración conjunta de las opciones de aculturación de los colectivos de inmigrantes y de la población autóctona –tal y como aconsejan Bourhis y cols. (1997)–, puesto que es la confluencia de las opciones de ambos grupos lo que puede llevar a una relación intergrupal consensuada, problemática o conflictiva. En segundo lugar, se ha considerado la diferenciación de distintos colectivos de inmigrantes, puesto que el origen etnocultural de los inmigrantes es una variable de gran importancia en la forma en que tanto ellos mismos como la sociedad de acogida afrontan el proceso de aculturación (Bourhis y cols., 1997; Piontkowski y Florack, 1995). En nuestro caso, se ha considerado importante estudiar las estrategias y actitudes de aculturación de los dos grupos de inmigrantes que representan el contingente más importante en la provincia de Almería (magrebíes y subsaharianos) y, actualmente, estamos planificando una investigación para estudiar también a inmigrantes sudamericanos y europeos del este.
En tercer lugar, tratamos de comprobar la influencia de una serie de variables psicosociales ya sugeridas por Piontkowski y Florack (1995) y Bourhis y cols. (1997), junto con otras nuevas (p.e., sesgo endogrupal, enriquecimiento grupal percibido, identificación endogrupal, similitud endogrupal-exogrupal percibida, contacto intergrupal, actitudes prejuiciosas hacia el exogrupo, permeabilidad de los límites grupales, etc.) así como de algunas variables sociodemográficas (p.e., edad, sexo, nivel de estudios, orientación religiosa y política, motivos de la emigración, duración de la estancia en nuestro país, etc.) sobre las actitudes de aculturación mantenidas por los inmigrantes y los autóctonos.
En cuarto lugar, el Modelo Ampliado de Aculturación Relativa propone la distinción entre las actitudes de aculturación preferidas por ambas poblaciones y las estrategias finalmente adoptadas por los inmigrantes o percibidas por los autóctonos, es decir, el paso del plano ideal al plano real en el proceso de aculturación.
Y, finalmente, en quinto lugar, se propone la consideración de distintos ámbitos de la realidad sociocultural en los que pueden darse diferentes estrategias y actitudes de aculturación. Dado que estos dos últimos aspectos representan una novedad con respecto a los modelos anteriores, los abordaremos con más detalle a continuación.
En cuanto a la cuarta aportación, esto es, la distinción entre el plano ideal y el plano real en el proceso de aculturación, desde el MAAR se consideran ambos planos, tanto en la población inmigrante como en la autóctona. Así, el plano ideal lo constituyen, para la población inmigrante, las actitudes de aculturación mantenidas por los miembros de este grupo, es decir, la opción que escogerían en cada caso si pudiesen elegir libremente, y para la población autóctona, la expresión de lo que desearían para los inmigrantes, es decir, cuáles son las opciones de aculturación que los miembros de la sociedad de acogida prefieren que adopten los distintos grupos de inmigrantes que se incorporan a ella.
El plano real, por su parte, lo constituiría, en el caso de los inmigrantes, la puesta en práctica de las estrategias de aculturación, que son las que los inmigrantes afirman haber llevado a cabo en la sociedad de acogida. En cuanto a los autóctonos, se trata de la percepción que éstos tienen acerca de las estrategias de aculturación que los inmigrantes han puesto en práctica (véase figura 2).
No obstante, desde el MAAR se considera que no existe una única estrategia y/o actitud de aculturación, sino que el proceso adaptativo es complejo (se pueden adoptar y preferir diferentes opciones a un tiempo) y relativo, dado que generalmente no se emplean las mismas estrategias o no se prefieren las mismas opciones cuando la interacción con personas de otras culturas se sitúa en diferentes ámbitos (p.e., relaciones laborales, relaciones familiares, creencias y costumbres religiosas, etc.). Así, aunque la realidad cultural, como la vida de un individuo, se da de manera total y no es posible seccionar las partes del sistema, al menos para su análisis puede resultar interesante subdividir el espacio sociocultural en diferentes ámbitos, dentro de los cuales las personas pueden optar por diferentes estrategias y actitudes de aculturación. Figura 2. Modelo Ampliado de Aculturación Relativa (MAAR).
Por todo ello, tomando como referente la división establecida por Leunda (1996), aunque con algunas modificaciones más acordes con nuestra realidad social, en el Modelo Ampliado de Aculturación Relativa se han distinguido siete ámbitos, que van desde el más próximo a los aspectos periféricos de la cultura, hasta los más centrales, como puede ser la representación simbólica, ideológica o religiosa del mundo.
El primer ámbito lo constituye el sistema político y de gobierno, que organiza las relaciones de poder y que establece, al menos formalmente, el orden social. El segundo –el tecnológico o laboral– se refiere al conjunto de procedimientos del trabajo (p.e., tipo de trabajo realizado, herramientas y maquinaria que se emplean, horario de trabajo, etc.). El tercer ámbito –económico– afectaría al reparto de los bienes producidos, a las transacciones económicas y a los hábitos y formas de consumo (p.e., cosas que se compran, dinero que se gasta y ahorra, formas de administrar lo que se tiene, etc.). El cuarto ámbito es el social, constituido por las relaciones y redes sociales mantenidas por la persona fuera del ámbito de la familia –fundamentalmente las amistades–. El quinto ámbito –el familiar–, hace referencia a las formas de reproducción biológica y cultural, transmisión de pautas de conducta y valores (p.e., relaciones conyugales, relaciones con los hijos-as, educación de los hijos-as, etc.). El sexto ámbito –el ideológico– se refiere a la representación que las personas tienen del mundo, que toma una forma ideológica, filosófica y/o religiosa. En el presente modelo se ha subdividido en dos: creencias y costumbres religiosas, y formas de pensar (principios y valores).
Como ocurre en todo sistema, los diferentes ámbitos están estrechamente interrelacionados, de manera que cualquier modificación en el contenido de uno de ellos conlleva cambios en los restantes. Esto significa que las estrategias adaptativas en cada uno de los ámbitos no son uniformes, sino que en unos casos la persona atenderá las exigencias de su cultura de origen, en otros se abrirá a las novedades y aportaciones de la cultura de la sociedad de acogida, y en otros es posible que opte por la ruptura con ambas.
En este sentido, Leunda (1996) presenta un sistema de relaciones entre las culturas en contacto en una situación de aculturación según el cual existe, por una parte, la cultura originaria de la persona o grupo inmigrado y, por otra, la cultura de la sociedad de acogida, en este caso la española.
El encuentro entre ambas culturas llevará a la persona inmigrante a vivir finalmente un proceso de adaptación entre una y otra en cada uno de los siete ámbitos mencionados –político, tecnológico, económico, social, familiar, religioso y formas de pensar (principios y valores)– (véase figura 3).
Este planteamiento se ve sustentado, en general, por las predicciones y resultados de otros autores que también distinguen entre el “núcleo duro” y el “periférico” de la cultura de origen (Schnapper, 1988) o entre las esferas de actuación privadas y públicas de los inmigrantes (Berry y Sam, 1997), produciéndose un mayor mantenimiento cultural en las primeras que en las últimas.
Por tanto, en el MAAR se apuesta por una representación de la aculturación como una adaptación selectiva o relativa en la que cada individuo realiza su propia síntesis cultural tomando o rechazando elementos de ambas culturas.
Estamos de acuerdo con Leunda (1996) en que, si bien siempre existen demandas de la sociedad de acogida para “asimilarse” a su modelo sociocultural, conforme se asciende por los distintos ámbitos, desde los primeros (p.e., político, tecnológico y económico), hasta los últimos (creencias y costumbres religiosas y formas de pensar, principios y valores), las exigencias de la cultura de origen del inmigrante son mayores y más importantes, y se da una tendencia hacia un mayor grado de conservación de la herencia cultural.
Parece lógico suponer que las contradicciones surgidas de la interacción entre culturas se resolverán más fácilmente en los ámbitos más periféricos (p.e., tecnológico, económico, etc.) que en los relacionados con la familia o las amistades (familiar o social). Por último, serán los contenidos que hacen referencia a la representación del mundo, de la vida, de la religión o de los valores (ámbitos más centrales), aquéllos en los que la adaptación resulte más problemática y se experimente mayor dificultad para la síntesis o el cambio. De cualquier forma, no hemos de olvidar que estamos hablando de sistemas culturales, y que la modificación de cualquiera de los contenidos, aunque se produzca en los ámbitos más periféricos, tendrá su repercusión en el conjunto y exigirá una readaptación global de la persona o del grupo.
Desde el Modelo Ampliado de Aculturación Relativa se considera que este tipo de relaciones, referidas a la adaptación necesaria de la persona inmigrante para resolver la confrontación entre culturas, puede aplicarse también, aunque en menor medida, a los miembros de la sociedad de acogida. Es decir, el sistema sociocultural de la sociedad receptora también se ve cuestionado por la confrontación con los valores, representaciones de la realidad y costumbres de los colectivos inmigrados. Evidentemente esta situación reclama una readaptación de “los que ya estaban” –los autóctonos– ante la presencia de “quienes han llegado” –los inmigrantes–, aunque la intensidad con la que se produzca la readaptación será menor.
6. EL PREJUICIO Y SU RELACIÓN CON EL PROCESO DE ACULTURACIÓN
Como hemos señalado, la mayor parte de los estudios realizados para conocer las actitudes de aculturación de inmigrantes y autóctonos en distintas sociedades muestran un resultado común: unos y otros prefieren la “integración”. Ahora bien, el MAAR considera la aculturación como un proceso complejo, en el que las opciones pueden variar tanto en función del ámbito vital del que se trate, como en función de otra serie de variables sociodemográficas (sexo, edad, nivel de estudios, país de procedencia) y también psicosociales.
En concreto, y como afirman Sabatier y Berry (1996), las opciones de aculturación que los inmigrantes ponen en marcha o desearían llevar a cabo en su nueva sociedad de acogida pueden verse afectadas en gran medida por el grado de prejuicio que ésta manifiesta hacia cada grupo desplazado. Así, el deseo general por la “integración” podría verse obstaculizado o incluso imposibilitado por la existencia en la sociedad de acogida de altos grados de prejuicio hacia ese grupo o una falta de tolerancia hacia la diversidad cultural.
Por tanto, resulta del mayor interés estudiar los niveles de prejuicio que la población autóctona tiene hacia los dos grupos de inmigrantes considerados en nuestro trabajo y conocer la relación entre esta variable y la actitud de aculturación deseada de forma prioritaria para ellos. Asimismo, yendo más allá, consideramos también interesante medir el grado de prejuicio que los inmigrantes manifiestan hacia la sociedad de acogida y relacionarlo con su actitud de aculturación general, puesto que las opciones de aculturación preferidas por ellos van a depender también, en gran medida, de la existencia o no de un nivel de prejuicio alto hacia la sociedad de acogida.
De esta forma, tratamos de cubrir una laguna existente en la investigación psicosocial –que suele centrarse en el prejuicio del grupo dominante hacia el minoritario pero no a la inversa– y, en segundo lugar, de poner a prueba la adaptación de un instrumento para medir el prejuicio de los grupos minoritarios –en este caso, los inmigrantes extracomunitarios– hacia el mayoritario en nuestro contexto social inmediato.
6.1. El prejuicio hacia grupos étnicos minoritarios
El prejuicio y la discriminación hacia los miembros de determinados grupos sociales han sido un importante objeto de estudio de la Psicología Social casi desde sus comienzos, por constituir uno de los mayores problemas a los que se enfrenta cualquier sociedad. Desde esta disciplina se han ofrecido multitud de definiciones del prejuicio, pero existe bastante acuerdo en considerar que se trata de una actitud negativa hacia un grupo social o hacia sus miembros por el hecho de pertenecer a ese grupo (en este sentido fueron formuladas las definiciones de Allport, 1954, y Ashmore, 1970). Esta actitud incluye creencias (estereotipos), sentimientos, y conductas o intenciones de conducta (discriminación) (Devine, 1995).
En la presente investigación se decidió emplear para la medición del prejuicio hacia los inmigrantes las Escalas de Prejuicio Manifiesto y Prejuicio Sutil de Pettigrew y Meertens con algunas modificaciones (véase el capítulo 3 para consultar las modificaciones, y el Anexo II, bloque III, para consultar las escalas utilizadas), por dos razones fundamentales. En primer lugar, han sido escalas construidas a partir de estudios con población europea que valoraba a diversos grupos inmigrantes. Por tanto, esperábamos que su contenido se ajustara más a la población objeto del estudio que el de otras escalas desarrolladas para medir el prejuicio hacia los afroamericanos en Estados Unidos. En segundo lugar, como hemos señalado, las escalas de estos autores ya han sido adaptadas y utilizadas anteriormente en nuestro país, lo que ofrece una garantía para su uso en este caso.
6.2. La relación entre el prejuicio y las actitudes de aculturación
Desde una perspectiva psicosocial, se han llevado a cabo muy pocos estudios para tratar de relacionar la expresión de prejuicio hacia las minorías étnicas inmigrantes con las actitudes mantenidas hacia su proceso de aculturación. Creemos que esto se debe fundamentalmente a dos razones. En primer lugar, aún es reciente la perspectiva psicosocial en el estudio de la aculturación; ésta no se inició de forma empírica, como ya se expuso al describir el MAAR, hasta los estudios de Berry y colaboradores en Canadá (Berry y Annis, 1974; Berry, Kalin y Taylor, 1977). En segundo lugar, más reciente aún es la consideración del punto de vista del grupo mayoritario o autóctono en el proceso de aculturación de los inmigrantes (Bourhis y cols., 1997; Piontkowski y cols., 1995, 2000, 2002). No obstante, podemos ofrecer algunos ejemplos de investigaciones que se acercan a esta cuestión y resumir sus resultados.
Los estudios sobre este aspecto, realizados principalmente en Canadá y Francia (Bourhis, 1994; Bourhis y Gagnon, 1994; Bourhis y Guimond, 1992; Kalin y Berry, 1994; Dubet, 1989; Lemaine y Ben Brika, 1989; Vinsonneau y Hinton, 1994) han mostrado que, en general, las actitudes positivas hacia los inmigrantes (es decir, los niveles bajos de prejuicio) se corresponden con cierta preferencia por la “asimilación”, sobre todo en valores vinculados a la familia.
Más recientemente, en Alemania, van Dick, Wagner, Adams y Petzel (1997) encontraron que el prejuicio de la población autóctona respecto a los inmigrantes residentes en ese país, medido a través de las Escalas de Prejuicio Manifiesto y Sutil de Pettigrew y Meertens (1995), se relacionaba positivamente con las actitudes de “asimilación” y “segregación”, y negativamente con la “integración”. Según estos resultados, las personas prejuiciosas estarían de acuerdo, bien con que los inmigrantes conserven las costumbres de su país de origen manteniéndose apartados de la sociedad autóctona (“segregación”), o bien con que se introduzcan en la corriente dominante adoptando las costumbres de la sociedad de acogida (“asimilación”), pero no ambas cosas al mismo tiempo (“integración”). Los resultados de esta investigación han sido confirmados posteriormente en otro estudio realizado también por investigadores alemanes (Zick, Wagner, van Dick y Petzel, 2001).
Por tanto, en función de lo expuesto hasta el momento, esperamos encontrar en la población autóctona niveles más bajos de prejuicio manifiesto que de prejuicio sutil, y un mayor grado de prejuicio (tanto manifiesto como sutil) hacia los inmigrantes magrebíes que hacia los subsaharianos. Asimismo, esperamos hallar una relación inversa entre el prejuicio en cualquiera de sus formas y la actitud de aculturación de “integración” (es decir, a mayor prejuicio, menor preferencia por esta opción).
Los resultados de las investigaciones descritas apuntan hacia una relación positiva entre el prejuicio y las actitudes de “asimilación” o “segregación”, es decir, aquéllas que implican bien la conservación de las costumbres de origen sin la participación en la sociedad de acogida, bien la adopción de las costumbres de la cultura autóctona sin la posibilidad de conservar las propias.
En ninguno de estos estudios, a diferencia del nuestro, se contempló la actitud de “exclusión” (que supone un alejamiento tanto de la sociedad de origen como de la de acogida, forzado por la sociedad autóctona). No obstante, creemos que, por sus características, la “exclusión” es precisamente la actitud que con más probabilidad presentará una relación positiva con el prejuicio, tanto manifiesto como sutil, de los autóctonos hacia los inmigrantes.
6.3. La perspectiva de los grupos minoritarios
Como ya se ha señalado, hasta hace poco tiempo los grupos étnicos minoritarios, especialmente los inmigrantes, han sido los principales objetos de estudio en el campo de la aculturación psicológica, en detrimento de los grupos mayoritarios. Sin embargo, en el área de las actitudes y el prejuicio la tendencia es la contraria. Es decir, existen numerosas teorías que describen el contenido y tratan de explicar el prejuicio de los grupos mayoritarios hacia los minoritarios. Pero el punto de vista de éstos sólo se ha tenido en cuenta en lo que se refiere a su percepción de este prejuicio, las repercusiones de tales actitudes negativas sobre su autoestima, su salud mental o su identificación étnica, y las formas de enfrentarse a la discriminación (véase, p.e., Swim y Stangor, 1998, y Quiles y Leyens, 2003, para una revisión de este campo de estudio en inglés y castellano, respectivamente).
Por lo que sabemos, si bien numerosos autores han reclamado la necesidad de ir más allá y conocer también las actitudes de los inmigrantes o de los grupos desfavorecidos en general hacia la población autóctona o dominante (p.e., Judd, Park, Ryan, Brauer y Kraus, 1995; Monteith y Spicer, 2000; Oyserman y Swim, 2001; Shelton, 2000), apenas hemos encontrado estudios que lleven a la práctica este reclamo.
Algunos autores, como Brigham (1993) han adaptado escalas de actitudes hacia los negros, convirtiéndolas en escalas de actitudes hacia los blancos, simplemente mediante la inversión del sujeto y el objeto de cada pregunta. Este autor encontró que, si bien ciertos componentes del prejuicio son comunes para ambos grupos (p.e., la distancia social o las reacciones afectivas negativas), las actitudes de las personas negras hacia las blancas son más negativas y más heterogéneas que al revés.
Por otra parte, los resultados de Monteith y Spicer (2000) empleando una metodología cualitativa (análisis de contenido de ensayos escritos por personas blancas y negras) ofrecen bastantes similitudes en las actitudes de ambos grupos en algunos aspectos, sobre todo en los temas “positivos”, así como diferencias en otros (las actitudes negativas de los negros hacia los blancos se basan fundamentalmente en las reacciones al prejuicio y la discriminación percibidos).
Pese a que se ha profundizado poco en el contenido de las actitudes de los grupos minoritarios hacia los mayoritarios, existen algunos intentos por relacionar ciertos componentes de estas actitudes con la forma que los inmigrantes tienen de enfrentarse al proceso de aculturación. Zick y cols. (2001), por ejemplo, citan los resultados de un estudio previo en el que se medía la antipatía de los inmigrantes (turcos, griegos, italianos y yugoslavos) hacia los alemanes y hacia el resto de grupos inmigrantes excluido el propio. Asimismo, se les pedía que indicasen su grado de apoyo a la “integración” frente a la “segregación” de los inmigrantes en Alemania. En general, la antipatía expresada fue baja tanto hacia los alemanes como hacia otros grupos étnicos, pero se encontró que la antipatía hacia los alemanes estaba relacionada de forma negativa con el apoyo a la “integración”.
Las investigaciones expuestas nos reafirman en la necesidad de explorar el contenido del prejuicio de los inmigrantes hacia la población autóctona y mayoritaria. Para ello, y ante la ausencia de instrumentos diseñados específicamente para tal fin, emplearemos en nuestro trabajo una adaptación para inmigrantes de la versión española de las Escalas de Prejuicio Manifiesto y Sutil de Meertens y Pettigrew (Rueda, Navas y Gómez, 1995; Rueda y Navas, 1996). De este modo podremos comparar los resultados con los obtenidos en población autóctona, así como comprobar cuáles de los componentes del prejuicio hacia los grupos minoritarios funcionan también en la dirección opuesta. Por último, esperamos encontrar relación entre el prejuicio de los inmigrantes hacia los autóctonos y sus opciones de aculturación, de modo que las actitudes más positivas (ausencia de prejuicio) se correspondan con una preferencia general por la opción de “integración” en la sociedad de acogida.
7. OBJETIVOS Y ASPECTOS METODOLÓGICOS DE LA INVESTIGACIÓN
Teniendo en cuenta todo lo anterior, el objetivo fundamental de nuestro trabajo ha sido conocer las actitudes y estrategias de aculturación preferidas y, finalmente, puestas en práctica por los inmigrantes africanos que han llegado a la provincia de Almería en los últimos años, así como conocer las estrategias de aculturación que la población autóctona percibe que están poniendo en práctica los inmigrantes y las actitudes de aculturación que prefieren para ellos. En definitiva, se trata de estudiar el proceso de aculturación que se está desarrollando en la provincia como consecuencia del contacto entre población inmigrante africana y población de acogida.
Y todo ello con una finalidad clara: profundizar en el conocimiento de las relaciones entre inmigrantes y autóctonos, determinar el peso y la influencia de los distintos factores que afectan a esas relaciones y, sobre todo, transferir los resultados obtenidos a las instituciones encargadas de diseñar y aplicar medidas de intervención social adecuadas y de arbitrar fórmulas que permitan el consenso y faciliten la convivencia intergrupal.
Para llevar a cabo nuestros objetivos hemos realizado tres estudios, utilizando muestras y metodologías diferentes en cada caso.
En el primer estudio (investigación mediante encuestas) participaron 783 personas españolas (398 evaluaban al colectivo magrebí y 385 al subsahariano) y 740 personas inmigrantes (397 de origen magrebí y 343 de origen subsahariano), residentes en seis municipios de la provincia de Almería con las tasas más altas de recepción de inmigrantes (más del 10% de su población total).
Las muestras de autóctonos fueron seleccionadas aleatoriamente, mediante muestreo polietápico estratificado por sexo, edad, y en una última etapa por rutas aleatorias, entre los habitantes mayores de 18 años de las poblaciones de alta recepción de inmigrantes de la provincia de Almería (Almería capital, La Mojonera, Vícar, El Ejido, Níjar y Roquetas de Mar; el error muestral asumido es del ±3,5%). Por otra parte, las muestras de inmigrantes fueron seleccionadas de forma incidental a través de asociaciones, sindicatos y ONGs que trabajan con inmigrantes.
Todas estas personas respondieron a un cuestionario elaborado para la investigación en el que se incluyeron diferentes ítems y escalas para medir las variables centrales del modelo anteriormente mencionadas, así como otras relacionadas con el proceso de aculturación. Las personas encuestadas (autóctonos e inmigrantes magrebíes y subsaharianos) eran entrevistadas por personal entrenado al efecto, bien en sus domicilios, bien en asociaciones de inmigrantes, sindicatos u ONG.
El esquema de las variables incluidas en el cuestionario y su ubicación en el mismo es el siguiente:
Por su parte, en el segundo estudio, basado en una metodología cualitativa, se empleó el grupo de discusión como técnica de investigación. En él participaron seis hombres y cinco mujeres de origen magrebí repartidos, respectivamente, en dos grupos de discusión. Finalmente, el tercer estudio, también de carácter cualitativo (entrevistas en profundidad), se llevó a cabo con 38 personas inmigrantes de origen magrebí y subsahariano, que relataron, a través de una entrevista semiestructurada, su historia de migración. A continuación, trataré de resumir los resultados y conclusiones más relevantes obtenidos únicamente en el primer estudio (investigación mediante encuestas)
8. EL PROCESO DE ACULTURACIÓN DE LA POBLACIÓN INMIGRANTE EN ALMERÍA: REALIDAD, PERCEPCIÓN Y DESEO DE DOS POBLACIONES EN CONTACTO
Para ello, en primer lugar, abordaré las estrategias y actitudes de aculturación puestas en práctica y preferidas por los inmigrantes magrebíes y subsaharianos, así como aquéllas percibidas y preferidas por la población de acogida para estos grupos de inmigrantes. En segundo lugar, comentaré algunas variables psicosociales relacionadas con el proceso de aculturación, especialmente el prejuicio. Finalmente, se abordará la visión estereotipada mutua que mantienen los diferentes grupos del estudio.
8.1. Actitud de aculturación general y estrategias y actitudes por ámbitos Centrándonos en la actitud general de aculturación manifestada por cada grupo inmigrante y por los autóctonos respecto a ellos, podemos concluir que, en términos generales, existen diferencias en el modo de enfrentarse al proceso de aculturación tanto entre los dos colectivos de inmigrantes estudiados, como entre los autóctonos respecto a ellos (véase cuadro 1).
Por un lado, los magrebíes prefieren la “integración” en su nueva sociedad de acogida (mantenimiento y adopción de ambas culturas), mientras que los subsaharianos se sitúan a medio camino entre esta opción y la “asimilación” (adopción únicamente de las costumbres de la sociedad de acogida). Por tanto, parece que los inmigrantes magrebíes desean, en mayor grado que los subsaharianos, mantener las costumbres de su país de origen.
Por otro lado, los autóctonos plantean mayores demandas o exigen más renuncias al colectivo magrebí que al subsahariano, ya que a éstos se les permite que conserven parte de su cultura (la opción preferida por parte de los autóctonos para este colectivo está a medio camino entre la “integración” y la “asimilación”, coincidiendo con la opción preferida por los propios subsaharianos), mientras que de los magrebíes se reclama el abandono de sus costumbres para adoptar las nuestras (la preferencia de los autóctonos para este colectivo es la “asimilación”).
Por tanto, en contra de la literatura previa revisada, no encontramos una preferencia generalizada por la “integración” en ninguno de los colectivos estudiados, a excepción de los magrebíes (véase, p.e., Oriol, 1985; Campani y Catani, 1985; Krishnan y Berry, 1992; Sam, 1995; Patridge, 1988; Neto, 1993, 2002; Piontkowski y cols., 1995, 2000).
En contra de lo que cabría esperar también desde los modelos de aculturación clásicos, y de acuerdo con el nuevo modelo de aculturación desarrollado en nuestra investigación (Modelo Ampliado de Aculturación Relativa), los resultados obtenidos muestran también que cuando se divide el contexto general de aculturación en diferentes ámbitos, las personas (inmigrantes y autóctonas) adoptan, perciben y prefieren diferentes opciones de aculturación dependiendo del ámbito considerado (véase cuadro 1), es decir, que no existe una única estrategia de aculturación, sino que este proceso es complejo y relativo.
Así, encontramos que en los ámbitos más “periféricos” de la cultura (p.e., político, tecnológico y económico), las estrategias de aculturación (plano real) puestas en práctica por ambos colectivos de inmigrantes (o percibidas por los autóctonos para ellos) y las actitudes de aculturación preferidas (plano ideal) por ambas poblaciones en contacto son, con mínimas excepciones, prácticamente idénticas (“asimilación” o “integración”).
Sin embargo, a medida que ascendemos hacia ámbitos más “centrales” o del “núcleo duro” de la cultura (p.e., relaciones sociales, relaciones familiares, creencias y costumbres religiosas, formas de pensar –principios y valores–), las opciones adoptadas y las preferidas cambian dentro de cada uno de los grupos y también entre los diferentes grupos. Así, las estrategias de aculturación puestas en práctica por los inmigrantes o percibidas por los autóctonos para ellos (plano real) en todos estos ámbitos “centrales” son de “separación” (mantenimiento únicamente de la cultura de origen), mientras que las actitudes de aculturación preferidas (plano ideal) por autóctonos e inmigrantes son diametralmente opuestas: los inmigrantes prefieren también la “separación”, mientras que los autóctonos prefieren la “asimilación” (como en los ámbitos “periféricos”), es decir, la adopción únicamente de las costumbres de la sociedad de acogida. La única excepción a este patrón de resultados se produce en el ámbito de las relaciones sociales, en el que tanto los dos colectivos de inmigrantes como los autóctonos que los evalúan ponen en práctica (o perciben) estrategias de “separación”, pero preferirían la “integración” (mantenimiento de relaciones del país de origen y también adquisición de relaciones de la sociedad de acogida). Cuadro 1. Resumen de estrategias y actitudes de aculturación mayoritarias, generales y por ámbitos, para inmigrantes y autóctonos
En contra de nuestras predicciones y de las de otros autores (p.e., Bourhis y cols., 1997; Sabatier y Berry, 1996), el origen etnocultural de los inmigrantes no parece ser una variable lo suficientemente importante como para que produzca un cambio en las estrategias y actitudes de aculturación dominantes, ni en las manifestadas por los propios inmigrantes, ni en las de los autóctonos al referirse a ellos. No obstante, existen algunas diferencias entre los grupos estudiados que merece la pena señalar porque confirman algunas de las predicciones del MAAR.
Por una parte, empezando por los inmigrantes, encontramos que los magrebíes preferirían “integrarse” con más intensidad que los subsaharianos en dos ámbitos “periféricos” (económico y social), mientras que éstos querrían “separarse” más que los magrebíes en dos ámbitos más privados o del “núcleo duro” (p.e., relaciones familiares y formas de pensar –principios y valores–).
Respecto a los autóctonos, existen algunos resultados que parecen reforzar la idea de una percepción “mejor” o más cercana de los subsaharianos que de los magrebíes. Así, en el plano real, los autóctonos perciben una estrategia de “separación” más intensa por parte de los magrebíes en el ámbito de formas de pensar (principios y valores), y creen que los subsaharianos han adoptado más intensamente las costumbres españolas en los ámbitos tecnológico, económico y familiar.
8.2. Variables psicosociales incluidas en la investigación y relacionadas con las estrategias y actitudes de aculturación
Han sido numerosas las variables psicosociales incluidas en nuestro primer estudio, la mayoría de ellas para los dos grupos en contacto (p.e., prejuicio sutil y manifiesto, sesgo endogrupal, enriquecimiento grupal percibido, identificación con el endogrupo, contacto exogrupal, similitud percibida endo-exogrupo, permeabilidad de los límites grupales, percepción de la vitalidad grupal actual y futura de los inmigrantes, grado de tensión endo-exogrupo, discriminación percibida hacia los inmigrantes y opinión sobre la sociedad autóctona –ésta última sólo para los inmigrantes–).
Ls análisis realizados con estas variables muestran, de acuerdo con nuestras predicciones, que la mayoría de ellas, consideradas de forma aislada, presentan cierto grado de relación con las actitudes de aculturación manifestadas por los grupos del estudio. No obstante, la variable psicosocial más relevante en la determinación de las actitudes de aculturación de los grupos estudiados ha sido el prejuicio hacia el exogrupo.
Así, en el caso de los autóctonos, los resultados obtenidos ponen de manifiesto que los niveles altos de prejuicio (manifiesto o sutil) se relacionan con un deseo por parte de este grupo de “excluir” (a veces también de “segregar”) a ambos colectivos de inmigrantes, mientras que los bajos niveles de prejuicio están relacionados con una preferencia por la “integración” de estos colectivos (y en algunos casos por la “asimilación”). En el caso de los inmigrantes, aquéllos que no desean participar de la sociedad de acogida (bien a través de la “marginación” o la “separación”) son quienes manifiestan un mayor rechazo a la intimidad con los autóctonos y los que expresan en mayor medida emociones negativas sutiles (p.e., incomodidad, desconfianza, miedo, etc.) hacia ellos (dos componentes de la medida de prejuicio utilizada). Tomados en conjunto, nuestros resultados sobre esta variable y las estrategias/actitudes de aculturación muestran que, independientemente de la opción de aculturación preferida por los inmigrantes o por los autóctonos, los niveles de prejuicio existentes en la sociedad de acogida y los que tengan los inmigrantes hacia la población autóctona condicionarán las opciones que se puedan poner en práctica por parte de ambos grupos.
De especial relevancia nos parece la obtención de este último resultado en las muestras de inmigrantes. No hay que olvidar que tradicionalmente el prejuicio se ha medido en una única dirección –del grupo mayoritario hacia el minoritario–, estudiando siempre la influencia que esta variable tiene sobre lo que pueden hacer los inmigrantes en su nueva sociedad. Sin embargo, en nuestro estudio se muestra que el prejuicio que los propios inmigrantes manifiestan hacia la sociedad de acogida es también una variable relevante que influye no ya en lo que pueden hacer, sino en lo que quieren hacer estos colectivos en su nueva sociedad de acogida.
Además del prejuicio, existen otras variables psicosociales que afectan al modo en que los distintos grupos –dominantes y subordinados– conciben el proceso de aculturación de éstos últimos. Concretamente, la permeabilidad de los límites grupales (al grado en que se percibe que los inmigrantes pueden participar en la sociedad de acogida o traspasar los límites grupales), el orgullo de pertenencia al endogrupo (un componente de la identificación endogrupal), la vitalidad grupal actual y futura percibida (se refiere a la relativa fuerza o debilidad percibida de los inmigrantes en la sociedad de acogida), el contacto con el exogrupo y el enriquecimiento grupal percibido (la influencia, positiva o negativa, de la cultura del exogrupo sobre la del endogrupo). La forma en la que se relaciona cada variable con cada grupo estudiado aparece en la transparencia.
Estas variables, que predicen la preferencia por una u otra actitud de aculturación (especialmente por la “marginación” y por la “integración”), son diferentes en función de los grupos considerados (magrebíes, subsaharianos, autóctonos que evalúan a magrebíes y autóctonos que evalúan a subsaharianos), si bien el rechazo a la intimidad con el exogrupo (un componente del prejuicio manifiesto) es la variable que mejor discrimina en tres de los cuatro grupos (la única excepción se produce en el grupo de inmigrantes magrebíes).
8.3. Inmigrantes y Autóctonos: la visión estereotipada de los “otros”
Al contar con cuatro muestras de dos poblaciones distintas y una serie de variables comunes a todas ellas, nuestro trabajo permite “cruzar” las opiniones, visiones o percepciones que ambas poblaciones tienen sobre los “otros”.
A nuestro juicio, este cruce puede ofrecer datos muy interesantes sobre las representaciones de determinados grupos y hasta qué punto esas representaciones son visiones estereotipadas que no siempre se corresponden.
Presentaré a continuación un conjunto de resultados especialmente relevantes –bien por su novedad, bien por su coherencia con estudios previos realizados en la provincia con grupos similares–, referidos a algunas variables psicosociales. Así, en consonancia con resultados de investigaciones previas en la zona (p.e., Rueda y Navas, 1996; Rueda, Navas y Gómez, 1995; Navas, Molero y Cuadrado, 2001; Molero, Cuadrado y Navas, 2003), aunque en este caso incluyendo nuevas variables, los autóctonos muestran una evaluación más negativa de los inmigrantes magrebíes que de los subsaharianos en distintas variables.
Concretamente, expresan más prejuicio (manifiesto y sutil) hacia ellos, muestran más sesgo endogrupal (favorecen más a su propio grupo) cuando se comparan con el grupo de magrebíes–, consideran que la influencia de la cultura magrebí sobre la española es más negativa –menor enriquecimiento cultural percibido–, y perciben mayores diferencias con el exogrupo magrebí (menor similitud endo-exogrupal) en distintas esferas de la vida. Asimismo, consideran que existe un mayor grado de tensión con los magrebíes que con los subsaharianos, creen que en España hay, y habrá en un futuro próximo, “demasiados” magrebíes, y que este colectivo es y será peor valorado que el de los subsaharianos en los próximos cinco años.
Centrándonos ahora en las diferencias encontradas entre los inmigrantes magrebíes y los subsaharianos en la evaluación que hacen de la sociedad de acogida, y en contra de lo que la propia población de acogida podría suponer a la luz de los datos anteriormente comentados, nuestros resultados muestran que son precisamente los inmigrantes subsaharianos los que parecen hacer una peor evaluación de los autóctonos, en distintas variables.
Así, sus puntuaciones en las tres subescalas de prejuicio sutil hacia la población autóctona (diferencias culturales, emociones negativas sutiles y negación de emociones positivas), son más altas que las de los magrebíes –es decir, expresan más prejuicio que los magrebíes hacia la población de acogida–. Asimismo, los subsaharianos, cuando utilizan como grupo de comparación a los autóctonos, manifiestan mayor sesgo endogrupal (favorecen más a su grupo) que los magrebíes. Curiosamente, en comparación con los magrebíes, perciben una menor disposición de los autóctonos a permitirles participar como uno más en la vida de la sociedad española (menor permeabilidad percibida de los límites grupales), evalúan más negativamente la influencia de la cultura española sobre la suya (menor enriquecimiento cultural percibido) y, en comparación con los magrebíes, perciben más diferencias con los autóctonos (menor similitud endo-exogrupal) en distintos aspectos de la vida.
Finalmente, los subsaharianos se sienten más discriminados que los magrebíes en todos los ámbitos presentados –trabajo, alquiler de viviendas y lugares de ocio–, y su opinión sobre la sociedad de acogida era significativamente mejor que la de los magrebíes antes de emigrar, pero mucho peor que la de éstos una vez que están aquí (opinión actual sobre los autóctonos más negativa).
De la misma forma, si comparamos ahora a cada grupo de inmigrantes con la muestra de autóctonos que los evalúa (IM-AM y IS-AS) el resultado más evidente es que existe una gran asimetría en las evaluaciones o, por decirlo de otra forma, una ausencia notable de correspondencia o reciprocidad en numerosas variables. Así, aunque los autóctonos se muestran menos prejuiciosos (manifiesto y sutil) hacia los subsaharianos y favorecen menos a su propio grupo cuando se comparan con este colectivo que con los magrebíes, son evaluados mas negativamente por los subsaharianos que por los magrebíes (mayor prejuicio sutil y menor sesgo exogrupal). Asimismo, aunque los autóctonos creen que la influencia de la cultura subsahariana es más positiva que la magrebí, son los subsaharianos los que perciben menor enriquecimiento de la cultura española.
Por otra parte, resulta interesante comprobar que los inmigrantes magrebíes del estudio perciban menos diferencias entre “ellos” y “nosotros” en distintas esferas de la vida, de las que los propios autóctonos les atribuyen. Y a la inversa, los inmigrantes subsaharianos perciben más diferencias entre “ellos” y “nosotros” de las que los propios autóctonos les atribuyen. Es decir, nuestros participantes de la sociedad de acogida consideran que somos más similares a los subsaharianos que a los magrebíes en diferentes aspectos, mientras que las percepciones de ambos colectivos de inmigrantes son justo las contrarias (los magrebíes perciben mayor similitud endo-exogrupo).
Resumiendo, a la luz de estos últimos resultados pueden extraerse varias conclusiones. En primer lugar, nuestro trabajo muestra que los inmigrantes también mantienen actitudes negativas hacia la sociedad autóctona y cuando se comparan con ella favorecen a su propio grupo. En segundo lugar, el prejuicio o la actitud general negativa hacia determinados exogrupos no siempre es correspondida o recíproca. De hecho, nuestros resultados muestran justo lo contrario: los autóctonos tienen una imagen global más negativa de los inmigrantes magrebíes que de los subsaharianos y, sin embargo, los inmigrantes subsaharianos les corresponden con una peor evaluación que los inmigrantes magrebíes. En una primera aproximación, la existencia de estas “percepciones cruzadas” podría indicar que los autóctonos tienen una imagen muy definida (y negativa) de los inmigrantes magrebíes, mientras que la de los inmigrantes subsaharianos –menos numerosos y más heterogéneos por nacionalidades y culturas– es más difusa y podría tener el beneficio de la duda, o simplemente saldría bien parada por comparación con quienes cargan con los estereotipos más negativos.
9. REFLEXIONES FINALES: ALGUNAS CLAVES PARA LA INTERVENCIÓN
Como ya hemos señalado, el objetivo con el que ha sido concebido el presente estudio se dirige, sobre todo, a un mejor conocimiento de las estrategias y actitudes de los inmigrantes africanos y de la población almeriense acerca de la adaptación de los primeros a la sociedad receptora, y a conocer la relación que guardan con diversas variables psicosociales que la literatura científica considera relevantes.
Sin embargo, el diseño de esta investigación abre también una perspectiva de carácter más aplicado: al confrontar las actitudes de españoles e inmigrantes en diversos ámbitos se puede determinar, con mayor precisión, en cuáles de éstos ámbitos se produce coincidencia (y por tanto acercamiento) y en cuáles existen discrepancias que llevan a pensar en una conflictividad potencial. Es decir, siguiendo el planteamiento de Bourhis y cols. (1997), podríamos detectar situaciones potencialmente “consensuadas”, “problemáticas” y “conflictivas”. Pero antes veamos algunas reflexiones en torno al concepto de integración que se desprende de nuestro trabajo.
9.1. La diferente concepción de la integración. La importancia de los ámbitos
La primera cuestión que surge tiene que ver con el concepto de “integración” que maneja la sociedad española y los grupos de inmigrantes, y constituye un aspecto central de nuestro estudio que explica, en buena medida, por qué se ha decidido fragmentar el concepto de aculturación por ámbitos.
De manera genérica, la actitud de aculturación de “integración” viene definida por la voluntad de participar en la sociedad receptora, al tiempo que se desean mantener costumbres del lugar de origen. Como ya hemos señalado, los estudios realizados en otros países (véase, p.e., Bourhis y Bougie, 1998; Campani y Catani, 1985; Krishnan y Berry, 1992; Neto, 1993, 2002; Oriol, 1985; Patridge, 1988; Piontkowski y cols., 1995, 2000, 2002; Sam, 1995) indican que ésta es la opción que eligen mayoritariamente los inmigrantes y también la que dicen preferir los autóctonos para aquéllos.
En nuestro primer estudio hemos visto cómo estos resultados se replican de forma clara sólo para el colectivo magrebí, si bien es cierto que tanto los subsaharianos como los autóctonos que los evalúan prefieren una opción intermedia, a caballo entre la “integración” y la “asimilación”. En teoría esta coincidencia de actitudes entre inmigrantes y autóctonos debería conducir a una situación no conflictiva. Sin embargo, algunos de los datos obtenidos en el primer estudio (investigación mediante encuestas) y el análisis de los discursos de los hombres y mujeres inmigrantes que han participado en los grupos de discusión y en las entrevistas en profundidad nos llevan a pensar que se están manejando conceptos y significados diferentes de la “integración” por parte de uno y otro grupo de población.
La división en ámbitos de aculturación propuesta por el MAAR resulta decisiva para aclarar estas diferencias de percepción. Así, al concretar las estrategias y actitudes por ámbitos, resulta que la “integración” no suele ser la opción dominante y, por el contrario la “asimilación” o la “separación”, dependiendo del ámbito de que se trate, son las alternativas que se dan con mayor frecuencia en todos los grupos del estudio. En el plano real, únicamente en el ámbito social la tendencia se sitúa entre la “integración” y la “separación”, mientras que en el plano ideal, la “integración” gana algo de terreno y pasa a ser la preferida en este ámbito y en el económico.
A nuestro juicio, esta falta de coincidencia entre la actitud de aculturación general y las opciones adoptadas/percibidas (plano real) y preferidas (plano ideal) para cada ámbito de aculturación podría tener diferentes significados, algunos de los cuales constituyen parte de las aportaciones del enfoque que se ha propuesto.
El más inmediato es, como se ha dicho, que el proceso de aculturación es complejo y relativo, porque en cada ámbito la estrategia adoptada/percibida o la actitud preferida puede ser diferente. El segundo tiene que ver con el propio concepto de “integración” y pone de manifiesto que también pueden darse formas diferentes de plasmar una actitud general de aculturación por parte de los inmigrantes: “asimilándose” en algunos ámbitos, buscando la “integración” en otros, e intentando mantenerse “separados” en otros. Este concepto de “integración” sustentado sobre “adquirir y mantener”, sobre participar sin dejar de ser, se puede concretar de maneras diversas. Podría ser que se trasladara de esta manera a cada ámbito y se optara por la integración en cada uno de ellos, pero también es posible, como así ocurre en la práctica (y de ahí el interés del MAAR) “adoptar mucho y mantener poco” en algunos ámbitos y “adquirir poco y mantener mucho” en otros. Ambas estrategias de aculturación son, en principio, compatibles con la opción de “integración” aunque esta última no suele percibirse como tal por parte de la sociedad receptora.
La división del proceso de aculturación en ámbitos contribuye igualmente a considerar la posibilidad de que la sociedad autóctona no esté percibiendo la opción de “integración” manifestada por los inmigrantes. Dos motivos se perfilan de manera sustantiva: en primer lugar, que los ámbitos en los que hay coincidencia de actitudes (político, tecnológico y económico) pasan desapercibidos, precisamente porque no hay conflicto, mientras que aquéllos otros en los que hay divergencias (familiar, religioso y formas de pensar) son los que acaparan la atención de los autóctonos, de modo que la relevancia que alcanzan las diferencias no permite que se valoren el esfuerzo y las confluencias alcanzadas en el resto de los ámbitos.
En segundo lugar, esto también puede deberse a (o verse potenciado por) una mayor “sensibilidad”, por parte de la sociedad autóctona, hacia los aspectos que hemos denominado “centrales” o del “núcleo duro” de la cultura, que son precisamente aquéllos en los que no hay coincidencia. Por otro lado, hay que tener en cuenta que la sociedad autóctona se decanta claramente por la “asimilación” de los inmigrantes africanos en todos los ámbitos, salvo en el de relaciones sociales, lo que condiciona y, probablemente, contamina lo que entiende por “integración” de los inmigrantes, que se traduciría en converger con lo que la sociedad receptora desea en cada ámbito.
Se podría concluir, por tanto, que para que los autóctonos percibieran una actitud general de “integración” por parte de los inmigrantes africanos, éstos deberían optar por ella (o quizá mejor por la “asimilación”) en todos y cada uno de los ámbitos. Por el contrario, para los inmigrantes el proceso de “adoptar y mantener” se llevaría a cabo con diferente intensidad según el ámbito, sin que ello significase una falta de voluntad por “integrarse”.
De las actitudes manifestadas por ámbitos se desprende, en último término, qué concepto de “integración” hay presente en los dos grupos del estudio. Para los autóctonos, si exceptuamos el ámbito de las relaciones sociales, la “integración” se traduciría en el fondo en un deseo de “asimilación” de los inmigrantes a las formas y valores y culturales de la sociedad receptora. Por el contrario, los resultados de los grupos de inmigrantes son mucho más matizados, de manera que la intensidad de aquello que se adopta o se mantiene varía en cada uno de los ámbitos.
Aquí se situaría el centro del debate sobre la “integración”, un debate en el que sería conveniente acercar posturas y conceptos. Cada grupo tiene un modelo de cómo debe ser el proceso de aculturación de los inmigrantes. Las connotaciones positivas del término “integración” hacen que cada grupo tienda a identificar éste con su propio modelo y a no considerar “integración” el de los demás si no es coincidente. Esta confusión conceptual dificulta la actuación porque cada grupo dice pretender la “integración”, pero con ello quiere decir cosas muy distintas.
Los resultados muestran que el modelo que propugna la sociedad acutóctona tiene un carácter predominantemente “asimilacionista”, que se manifiesta en la mayoría de los ámbitos y en la actitud general, y que quizá influye en que se perciban escasos o insuficientes los esfuerzos de los inmigrantes por “integrarse”. Al mismo tiempo, los inmigrantes, que tienen una actitud general de “integración” o de “integración-asimilación”, no la plasman como tal en todos los ámbitos, de modo que esa “integración” global para ellos sería el resultado final de opciones diferentes según el ámbito de que se trate.
Parece evidente la pluralidad de formas de aculturación e incluso de maneras de concretar una determinada actitud general de “integración”, y quizá habría que insistir en que no hay una válida, ni tampoco son necesariamente perversas las demás. La cuestión radica en cómo conseguir que los diferentes modelos de “integración” se acoplen de la manera menos conflictiva y más satisfactoria para todos, destacando y revalorizando los ámbitos en los que haya coincidencia y buscando acercamientos y acuerdos en los que no la haya.
Por tanto, se impone un trabajo, tanto con autóctonos como con inmigrantes, para acercar posturas en los ámbitos más “centrales” –dónde las diferencias son más notables–, no con la idea de convencer de la bondad de las creencias de cada cual, ni tampoco de suprimir las divergencias, sino de reducir los prejuicios y modificar los estereotipos negativos existentes en ambos sentidos, que actúan como una pesada barrera para la relación y el respeto de las diferencias entre los diferentes grupos. En este sentido, lo perverso sería la falta de comunicación y de respeto mutuo.
9.2.“Integración” frente a “marginación”: por qué apostar por la “integración”
Los autóctonos entrevistados señalan una preferencia por la “asimilación” de los inmigrantes africanos en la mayoría de los ámbitos presentados. Sin embargo, en el caso de los inmigrantes las opciones mayoritarias son las de “separación” y, en menor medida, “asimilación”. Se podría pensar que la actitud de “separación” por parte de los inmigrantes debería ser la que más preocupara a la sociedad española, por cuanto supone una negativa a adoptar las costumbres de la sociedad de acogida, manteniendo únicamente las de origen. Sin embargo, los resultados obtenidos en este trabajo tienden a oponer sobre todo la actitud de “integración” con la de “marginación”, al relacionar las actitudes de aculturación con el prejuicio o con otras variables psicosociales.
Como hemos visto, los datos reflejan que los inmigrantes magrebíes que optan por la “integración” son los menos proclives a experimentar emociones negativas sutiles (incomodidad, miedo, desconfianza, etc.) hacia la sociedad española frente a los que prefieren otras actitudes, en particular la “marginación”. Además, son los inmigrantes magrebíes que prefieren la “integración” los que manifiestan un alto orgullo de pertenencia al propio grupo y perciben que pueden participar plenamente en la sociedad española, al contrario de lo que ocurre con la preferencia por la “marginación”. Finalmente, tanto los que prefieren esta opción de “integración” como los que desean la “asimilación”, prácticamente no presentan sesgo endogrupal, es decir, la valoración del exogrupo (la sociedad autóctona) es similar a la propia (incluso algo mejor en el caso de los que desean la “asimilación”).
Por su parte, entre los inmigrantes subsaharianos, los que prefieren la “integración” son los que manifiestan tener menos emociones negativas sutiles hacia la sociedad española, frente a los que se sitúan en la “marginación”, que aparecen como los más propensos a experimentar dichas emociones. Del mismo modo, quienes optan por la “integración” y la “asimilación” son los que reflejan menos rechazo a la intimidad con españoles (indicador de prejuicio manifiesto), frente a los que se inclinan por la “separación” o la “marginación”, que obtienen los valores más altos. Por otro lado, los subsaharianos que eligen la “integración” son también los que dicen mantener un mayor grado de contacto con españoles y los que creen que hay un elevado número de subsaharianos en España. A su vez, los partidarios de la “integración” y la “asimilación” son los que valoran de una manera más parecida al propio grupo y a la sociedad autóctona (ausencia de sesgo endogrupal).
De igual modo, se observan relaciones similares en el caso de los españoles de nuestro estudio. Aquellos que prefieren la “exclusión” de los inmigrantes son los que muestran mayores niveles de prejuicio, tanto de carácter manifiesto como afectivo (negación de emociones positivas), mayor inclinación a las emociones negativas sutiles y una percepción más agudizada de las diferencias culturales. En el lado contrario, el de las actitudes de aculturación que se relacionan con posiciones menos prejuiciosas, surgen diferencias según la escala y, sobre todo, según el grupo al que se refiera.
Así pues, entre los autóctonos que valoran a magrebíes se observa que los que prefieren su “integración” son los que tienen una percepción más positiva de su cultura y muestran menores niveles de prejuicio. En el caso de los que evalúan a subsaharianos, los partidarios de la “segregación” son los que dan la puntuación más baja en prejuicio, seguidos de los que se inclinan por la “integración”. Sin embargo, los pocos casos de encuestados que prefieren la “segregación” de los subsaharianos no permite hablar de resultados significativos, ni tampoco ofrecer una posible explicación del comportamiento heterogéneo que manifiestan. En cualquier caso, sí se puede concluir que la actitud de “exclusión” por parte de los autóctonos va ligada a altos niveles de prejuicio y la de “integración” a niveles reducidos, mientras que la de “segregación” se comporta de una manera ambivalente.
Esta oposición de “integración” frente a “marginación” en relación con las variables mencionadas debería tenerse en cuenta a la hora de apostar por un modelo de aculturación de los inmigrantes. A partir de los resultados que se han obtenido en nuestro trabajo, parece que el modelo de “integración” va ligado a menores niveles de prejuicio, a una participación social más intensa y a un mayor aprecio propio y del exogrupo. Estos argumentos deberían utilizarse para convencer a la sociedad española de que la “integración” se presenta como la mejor vía a seguir.
La escasa valoración que los españoles manifiestan de las culturas y costumbres africanas, especialmente de las magrebíes hace que, sobre todo en el caso de éstos últimos, se desee su “asimilación” en todos los ámbitos menos uno (relaciones sociales). La preferencia por esta opción de aculturación por parte de los autóctonos parece indicar que se considera prácticamente incompatible el mantenimiento de las costumbres de origen de los inmigrantes con una buena convivencia intergrupal.
Sin embargo, nuestra investigación refleja también que no hay riesgo alguno en que los inmigrantes se sientan orgullosos de su origen o que se identifiquen con su propio grupo, sino que lo más peligroso es justo lo contrario. Los datos indican que más alarmante que la “separación” es la “marginación”, y este es el riesgo que está siempre presente cuando no se obtiene el reconocimiento y se exige la renuncia a los valores de origen, cuando se pierde el sentimiento positivo de pertenencia grupal, cuando no se ven oportunidades reales de participación de los inmigrantes en la sociedad en condiciones de igualdad, cuando no se vislumbran posibilidades de promoción social. Estamos convencidos de que insistir en estos elementos contribuirá a generar una sociedad mejor y más cohesionada.
De aquí se deduce que a la hora de intervenir se debe fomentar una actitud general de “integración” en todos lo grupos. Sin embargo, esto no quiere decir que las actuaciones deban concretarse por igual en cada uno de los ámbitos de manera unidireccional, puesto que, como se señalaba en el punto anterior, esta actitud general de “integración” es compatible con estrategias y actitudes diferentes en los distintos ámbitos. Por el contrario, en los ámbitos en los que haya coincidencia (independientemente de si ésta es por “asimilación”, “integración” o “separación”-“segregación , caso éste que no se da) y, por tanto, el conflicto potencial sea menor, se debe actuar destacándolos como elementos de acercamiento, facilitando que realmente se puedan llevar a cabo (p.e., reduciendo la discriminación en el trabajo, facilitando las relaciones sociales, etc.). A su vez, en los ámbitos en los que hay conflicto se deberán buscar formulas que construyan un respeto mutuo y, cuando sea posible, favorezcan la “integración” a través del acercamiento y el cambio de estereotipos.
9.3. Elementos de acercamiento y elementos de conflicto: los contrastes por ámbitos
Así pues, voy a comentar algunos ámbitos en los que se observan, bien elementos de acercamiento, que podrían ser puestos de manifiesto y resaltados de cara a favorecer una mejor relación e imagen de los grupos en cuestión, bien elementos de conflicto, en los que se debe profundizar para una mejor comprensión que permita dirigir actuaciones tendentes a reducir tensiones, corregir desigualdades y aproximar posturas.
El trabajo (ámbito tecnológico)
En este ámbito lo más destacable es el elevado grado de acuerdo que se da entre autóctonos e inmigrantes. Coincide la estrategia que dicen seguir ambos grupos de inmigrantes con lo que perciben los autóctonos que hacen: “asimilación”. Pero, además, también en el plano ideal se produce unanimidad entre los grupos, dado que todos manifiestan un deseo claro de “asimilación” en este aspecto. Esta múltiple coincidencia únicamente se da en este ámbito y representa, por tanto, un elemento de acercamiento que debe ponerse de relieve.
Sin embargo esta confluencia de estrategias y actitudes tiende a pasar desapercibida en las relaciones intergrupales o en los medios de comunicación, mientras que suelen sobredimensionarse algunos aspectos laborales conflictivos. Se habla con tanta frecuencia del “problema” de la inmigración que se pierde de vista el problema que supondría la desaparición de esta inmigración dispuesta a trabajar en determinados sectores (p.e., explotaciones agrícolas, servicio domestico, etc.). De este modo se pierde, en gran medida, la virtualidad del consenso en este ámbito y, con ella, gran parte de sus posibilidades de modificar percepciones y relaciones intergrupales.
Por tanto, se deduce que este ámbito ofrece una gran oportunidad para destacar el papel sustancial y complementario que los inmigrantes están jugando en la economía de este país, y para hacer ver que su voluntad es “asimilarse” y ser tratados en pie de igualdad. Precisamente en este terreno hay que insistir en que la “asimilación” consiste en adoptar las pautas laborales de la sociedad de destino, lo que lleva incluido tanto deberes como derechos.
Las relaciones sociales (ámbito social)
Los resultados de la investigación indican que éste es el único ámbito en el que hay una actitud o preferencia clara de “integración”, en la que además coinciden todos los grupos encuestados (tanto inmigrantes magrebíes y subsaharianos como españoles). No obstante, en el plano real, la estrategia que se lleva a cabo por parte de los inmigrantes, y que también se percibe así por parte de los autóctonos, es la de “separación”.
Estos resultados indican que los inmigrantes tienen una voluntad clara de mantener relaciones sociales con el propio grupo –y esto es relativamente fácil de conseguir-, pero también muestran un deseo compartido de relación con la sociedad receptora que, sin embargo, encuentra dificultades para llevarse a la práctica.
Por tanto, en este ámbito habría nuevamente una gran oportunidad para el acercamiento –deseado por todos los grupos– que, además, se produciría en la vía de la “integración” y que, de darse, facilitaría un conocimiento mucho más preciso del otro grupo, de sus valores y de su forma de comportarse. Sin embargo, la coincidencia que también se da entre todos los grupos en el plano real, pero en este caso con el predominio de la “separación”, refleja que los obstáculos son, en este ámbito y en este momento, más poderosos que los deseos, y aquí se presenta un indiscutible campo de actuación encaminado a reducirlos. Estos obstáculos pueden originarse por diversos motivos, entre los que cabría destacar, a nuestro juicio, los estereotipos negativos mutuos, las dificultades derivadas de las diferencias de costumbres y la falta de espacios adecuados para la interacción. Estos tres aspectos están estrechamente relacionados, como veremos a continuación.
Los estereotipos negativos mutuos favorecen interpretaciones en clave negativa de las diferencias culturales y de los comportamientos de los miembros del otro grupo, y disminuyen el interés por establecer contacto con ellos. Aunque tiende a ponerse el énfasis en los estereotipos de la sociedad receptora, que a fin de cuentas es mayoritaria y dominante, nuestro estudio revela que también afectan a la población inmigrante. Por tanto, deberían llevarse a cabo campañas de intervención que reduzcan los estereotipos negativos de la sociedad española, pero también los de los propios inmigrantes, incidiendo en la desmitificación y destacando los elementos que, como personas, nos acercan.
Como se ha visto, todos los grupos perciben también importantes diferencias culturales entre sí. Estas diferencias dificultan la relación porque no se dominan los “códigos” del otro grupo y porque las costumbres, al ser distintas, requieren un grado de adaptación mutuo que no se puede dar si no hay contacto positivo, si no hay un cierto conocimiento.
Los grupos de discusión destacan los problemas de comunicación por hablar un idioma diferente, la tensión añadida por la conciencia de pertenecer a otra cultura y saber que se mantienen estereotipos negativos sobre ella, o simplemente el miedo a los malentendidos. Indudablemente se puede insistir en la riqueza que supone entrar en relación con otras culturas, pero quizá más importante sea crear canales de comunicación, agentes que faciliten la interpretación y la mediación. Esto nos lleva al siguiente punto: la notable escasez de espacios que faciliten la relación intergrupal.
En este sentido, la segregación residencial, estimulada por múltiples factores, limita las relaciones vecinales. Asimismo, la concentración en puestos de trabajo específicos, en los que mayoritariamente trabajan extranjeros y donde el jefe suele ser español (con quien la relación se produce en un plano desigual), rara vez permite el establecimiento de amistades interétnicas en el trabajo.
La discriminación en el acceso a los lugares de ocio, reconocida por todos los grupos, es otro de los principales obstáculos para que sea posible la deseada “integración”. Por otro lado, se encuentran las limitaciones derivadas de la concepción del reparto de espacios y roles entre hombres y mujeres –ligado a las culturas de los grupos inmigrados–, que dificultan a estas mujeres salir y relacionarse libremente, y que el espacio público parezca estar reservado a los varones. Estos últimos aspectos constituyen dificultades añadidas para las relaciones intergrupales.
La intervención en este ámbito, a nuestro juicio, debe aprovechar los conocimientos que la Psicología Social ha ido acumulando sobre los beneficios del contacto intergrupal (cuando se producen las condiciones adecuadas), los mecanismos de desconfrmación de estereotipos y las estrategias para reducir el prejuicio basadas en los procesos de categorización social. Obviamente, las limitaciones de espacio y de tiempo de esta ponencia impiden abordar estos aspectos con la profundidad que requerirían
Las relaciones familiares y las formas de pensar ( principios y valores)
La posición mayoritaria de los inmigrantes en estos ámbitos es la “separación”, mientras que los autóctonos desean su “asimilación”, constituyendo un campo de conflicto claro que afecta a la esfera más inmediata de las personas. Aunque en el plano ideal, y en el ámbito familiar, los magrebíes tienden a la “integración”, esgrimen una serie de argumentos que reflejan sus reservas hacia el modelo “español” de relaciones familiares y que se pueden dividir en dos: las relaciones entre padres e hijos y las relaciones entre géneros.
Los inmigrantes magrebíes se muestran muy críticos con algunos aspectos de las relaciones entre padres e hijos en España. Por lo que ellos ven, tienden a pensar que los hijos no respetan a sus padres ni, en general, a sus mayores. Creen que la excesiva permisividad con los hijos invierte los papeles, arrebata la autoridad a los padres, de modo que no pueden educarlos, y deja a los hijos a su libre albedrío, muy expuestos a diferentes peligros y situaciones de riesgo.
Esta valoración explica, en parte, por qué los inmigrantes se muestran poco propensos a adquirir valores españoles en lo referente a las relaciones familiares, no tanto por enjuiciar a la sociedad española –que también–, sino, sobre todo, por la preocupación que les genera de cara a la educación de sus propios hijos, sometidos a estas influencias que en buena medida minan su modelo de organización familiar.
Al proceder de un modelo en el que las normas se imponen sobre todo a partir de la autoridad del padre con la colaboración del entorno, el cambio hacia un modelo más permisivo en el que la autoridad está más diluida, e incluso cuestionada, se antoja difícil y aparece un miedo real a que los hijos adopten valores que ellos no comparten, y a su limitada capacidad de intervención.
A nuestro juicio, las actuaciones en este ámbito deben orientarse, por un lado, a acercar y, por otro, a procurar no minar la autoridad de los padres inmigrantes. Pero en ambos casos se requiere una comunicación directa, un contacto personal entre los diferentes referentes educativos (padres, profesores, etc.) en el que la escuela podría ser la plataforma ideal para facilitarlo. Con respecto al primer punto se puede destacar el protagonismo que tienen las relaciones familiares en la vida cotidiana en España, mayor que en otros países occidentales más septentrionales, un factor de proximidad con los inmigrantes africanos, e incidir en las ventajas de una educación más dialogante. Para ello, y esto tiene que ver con el segundo punto, hay que buscar la implicación de los padres, convenciéndoles poco a poco y conservando su autoridad de cara a los hijos.
En lo referente a las relaciones entre géneros, destaca especialmente –en comparación con las relaciones entre padres e hijos– la escasez de argumentos. Entre muchos varones –participantes en los grupos de discusión y las entrevistas– preocupa la pérdida de autoridad frente a la mujer y la mayor dificultad en España para imponerla. En cierto modo, se ven forzados a abrir una negociación sobre roles familiares que no desean. El papel del hombre como cabeza de la familia, cuyas decisiones no se cuestionan simplemente por ser el “hombre” de la casa, queda en tela de juicio. Se sienten presionados por la sociedad receptora para ser más dialogantes y permitir mayor autonomía a las mujeres de la familia, algo para lo que no han sido preparados. Pero al mismo tiempo, la sociedad de origen y sus compatriotas inmigrantes (y hay que tener en cuenta que éstos constituyen su principal núcleo de relaciones sociales), siguen observando con lupa el comportamiento público de las mujeres, situando a los hombres en una tesitura muy complicada. Nuestra impresión, a partir de los discursos analizados, es que muchos hombres participantes en los estudios cualitativos perciben una cierta amenaza por las posibilidades que ofrece la sociedad receptora a las mujeres y, a la vez, indefensión porque se ven impulsados a ocupar una nueva posición con menos poder y en la que no saben desenvolverse, con lo que a veces optan por el repliegue, frecuentemente desarrollando estrategias de “separación” extremas.
Por su parte, los discursos de las mujeres participantes indican un deseo de mayor autonomía, aunque saben que es una lucha ardua y que difícilmente podrán avanzar si no consiguen una mayor implicación del hombre. Las estrategias que siguen son diversas, pero con frecuencia pasan por intentar alcanzar un mayor protagonismo a cambio de mantener cierta discreción en los espacios públicos o de cumplir con los preceptos religiosos.
Se trata, en cualquier caso, de un aspecto especialmente complicado en el que, asegurando las medidas necesarias de protección de la mujer, se les permita que vayan encontrando el lugar que ellas mismas quieran ocupar. No cabe duda que la incorporación de estas mujeres al trabajo –un comportamiento cada vez más extendido– va a constituir un factor de cambio decisivo en la conformación de su nuevo rol, así como en la forma de relación con los hombres.
Las creencias religiosas
Una de las características fundamentales de las opiniones de los inmigrantes recogidas acerca de este ámbito es que se trata del aspecto en el que se muestran menos susceptibles a adquirir elementos de la sociedad receptora y en el que no están dispuestos a renunciar a sus creencias y costumbres. Optan claramente por la “separación” (tanto en el plano real como en el ideal, en el que ésta opción se intensifica). Esta posición subraya que realmente no se encuentra atrayente la religión de la sociedad receptora, ni su forma de practicarla ni el lugar social que ocupa, y que, por el contrario, se desearía poder conservar en mayor medida las costumbres y prácticas religiosas de origen.
Se trata de un ámbito en el que la posición de “integración” parece especialmente complicada de llevar a la práctica. Las confesiones religiosas dejan poco espacio a esta posibilidad e insisten en la adscripción completa de sus fieles: si uno es musulmán, es musulmán, si es cristiano, es cristiano, difícilmente se puede ser mitad y mitad o tomar cosas de ambas. Por ello, el predominio de la postura de “separación” de los inmigrantes en este ámbito debería ser fácilmente comprensible, sin que deba ser entendida necesariamente como no integradora o conflictiva. En este campo entendemos que todos, minorías y mayorías, han de avanzar en la necesidad de asumir la diversidad y coexistencia de diferentes credos religiosos, sin pretender la conquista o la “exclusiva” frente a los otros. Una sociedad plural como la nuestra está llamada necesariamente a negociar y garantizar la libertad religiosa de los grupos que la conforman.
Por otra parte, la dispersión obtenida en las respuestas de los autóctonos cuando se les pregunta sobre sus preferencias para los dos grupos de inmigrantes en el ámbito de creencias y costumbres religiosas refleja, nuevamente, la dificultad que este aspecto conlleva, incluso en el plano ideal. La religión musulmana suscita sentimientos encontrados, terriblemente cargada, como está en la actualidad, por la asociación con fanatismo, sexismo y terrorismo, y viniendo de un pasado de numerosos enfrentamientos con la cristiana.
Esta percepción hace que la sociedad autóctona se debata entre la “asimilación” –que participa de una imagen negativa del Islam, que ve en esta religión un obstáculo para la “integración” y que por tanto desea una renuncia a ella por parte de los inmigrantes–, y la “segregación” (a la que se le podría unir la “integración”), que incide más en el respeto a las creencias religiosas de cada cual y no cree que supongan una barrera sustancial para la convivencia.
Por otro lado, la escasa inclinación (la menor de todos los ámbitos) expresada por los inmigrantes en lo referente a incorporar elementos de la sociedad receptora, alude también a una visión negativa de la práctica religiosa de los españoles, aunque no de la religión católica en sí, sino de las incoherencias y escaso grado de participación en estas prácticas por parte de los propios cristianos, como se pone de manifiesto en las entrevistas y en los grupos de discusión, especialmente el de mujeres.
Esta consideración, unida a ese nutrido grupo de españoles que mira con reservas la religión musulmana, sí que lleva a pensar que se produce un distanciamiento notable en este ámbito que tiene que ver, no sólo con la diferencia religiosa, sino con una forma distinta de enfocarla y con un conocimiento sesgado de la que practica el otro grupo.
Aunque se trate de un terreno especialmente complicado y sensible, en el que las posturas son distantes, parece evidente que habría una labor por hacer para, dentro cada cual de su fe, mejorar el conocimiento mutuo, fortalecer el respeto y reducir el rechazo hacia la otra. No sería desdeñable, como iniciativa, intentar establecer encuentros entre las diferentes comunidades religiosas para establecer este marco de discusión y conocimiento.
Para terminar, consideramos que la adaptación al nuevo contexto, de “quienes estaban” –los autóctonos– y “quienes llegaron” –los inmigrantes–, requiere de una serie de condiciones que van más allá de la mera voluntad de convivir que se presume. Citaremos sólo algunas que nos parecen más importantes como posibilitadoras de un proceso “integrador”:
- Una situación de regularidad que permita el reconocimiento y el acceso legal de los inmigrantes a los sistemas de protección estatal y a los diferentes servicios públicos y privados. Las situaciones de irregularidad en las que se encuentran muchas personas inmigrantes les lleva necesariamente a desarrollar estrategias de “marginación” y a sufrir situaciones de “exclusión” social. Hay que mencionar también el efecto que tiene la condición de “irregular” sobre la imagen de todo el colectivo inmigrante y los estereotipos que se generan sobre él, relacionando con demasiada frecuencia “irregularidad”-“inmigración”-“delincuencia”.
- Unas condiciones materiales humanamente aceptables y respetuosas con los derechos humanos y con la legislación vigente. Especial mención requiere la situación del hábitat en el que están ubicados gran parte de los inmigrantes. Estas condiciones tienen un efecto directo, no sólo sobre la salud de estos colectivos, sino también sobre su propia imagen y la percepción que de ellos tiene el exogrupo, al tiempo que entendemos que mediatizan y distorsionan las relaciones entre ambos.
- La recomposición del núcleo familiar que quedó destruido con la apertura del proceso migratorio, generalmente iniciado por individuos aislados. La familia es una institución portadora de “sentido”, considerada por los propios inmigrantes de nuestro estudio –entrevistas en profundidad– como el espacio que les da seguridad y estabilidad. Por eso, la reagrupación familiar suele ser uno de los elementos más valorados en los discursos de los inmigrantes como elemento de “integración”. Finalmente, la reagrupación familiar, a nuestro juicio, ayudaría también a “normalizar” la imagen de los inmigrantes como personas menos diferentes a “nosotros”, que viven en este país y realizan actividades cotidianas similares a las nuestras, a la vez que disminuiría la percepción de inseguridad o amenaza manifestada por los autóctonos ante un numero importante de inmigrantes que se han caracterizado tradicionalmente por ser “hombres, jóvenes y solos”.
- Los medios de comunicación social, en una sociedad mediática como la nuestra, tienen un papel muy importante en las imágenes que se trasmiten de los grupos que la conforman y en la formación de estereotipos. En este sentido, parece necesario un ejercicio de autocrítica en el tratamiento que los medios de comunicación dan a ciertas noticias protagonizadas por personas inmigrantes. El objetivo de “vender” no tiene por que estar reñido con un tratamiento respetuoso de las personas y los grupos implicados en cualquier evento, independientemente de cuál sea su origen o su situación.
- No es posible hablar de “integración” desde situaciones de “marginación”/”exclusión”. Si por “marginación” entendemos el hecho de que una persona o grupo vivan al margen o en los márgenes del resto de la sociedad, es fácil comprender que desde ahí lo que se desencadenan son procesos de “exclusión”, nunca de “integración”. No hay lugar para un proceso “integrador” cuando no se pueden satisfacer las necesidades humanas fundamentales.
- La “integración” con los “otros”, no se realiza nunca desde el olvido de las referencias y pertenencias propias –en ese caso estaríamos hablando de pura “asimilación”–, sino que pasa por la reconstrucción de su propio mundo, deteriorado con mucha frecuencia entre las personas que viven largas experiencias migratorias.
A modo de comentario final, nuestro trabajo refleja las dificultades existentes en el proceso de aculturación de los inmigrantes africanos en Almería: un contexto socioeconómico complicado y muy especializado, una elevada proporción de extranjeros que plantea retos a la gestión de los servicios públicos y a la capacidad de convivencia de las personas, la diferencia de costumbres y el peso de estereotipos negativos y de percepciones cruzadas que revelan falta de comunicación y de conocimiento y que se convierten en obstáculos para la convivencia y la relación.
Todo lo cual hace que, en ocasiones, parezca que se trate de sociedades diferentes, marcadas por el desencuentro y que siguen rumbos paralelos. Sin embargo, la existencia de una sociedad compleja, atravesada por el hecho de la diversidad cultural, no debe llevarnos a pensar en sociedades paralelas como algo inevitable. También encontramos indicadores que van en otro sentido. La actitud general de “integración” es la mayoritaria entre los inmigrantes y se revela como la que está más asociada con el respeto al otro y la que manifiesta menor nivel de prejuicio (tanto en autóctonos como inmigrantes) y, por tanto, debería fomentarse en unos y otros.
Ahora bien, los caminos seguidos en el proceso de aculturación son diversos y no siempre coinciden los preferidos por cada grupo de inmigrantes con los de la sociedad receptora. Esta investigación ha puesto de manifiesto cómo, mientras en determinados ámbitos se produce una coincidencia de actitudes de aculturación entre inmigrantes y autóctonos, en otros, los rumbos que desean seguir unos y otros son opuestos. Esto implica la necesidad de negociar y establecer acuerdos, lo que a su vez requiere establecer canales de comunicación y participación eficaces. La propuesta metodológica de los ámbitos socioculturales del MAAR permite concretar mejor dónde se producen las coincidencias y las disensiones, y dirigir con mayor precisión las actuaciones. En algunos casos, estas actuaciones deberán incidir en la búsqueda de acercamientos que faciliten el consenso; en otros, en desarrollar cauces de comunicación e información que estimulen el respeto mutuo, y en los restantes, simplemente, destacar los elementos positivos que, a veces por serlo, pasan con tanta frecuencia desapercibidos. |
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