VISIÓN SINÓPTICA DE ROGER SCRUTON  

 - Artículos recopilados por F. Huneeus . Chile. -  

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Contra Foucault-Derrida
El «liberacionismo» según Scruton ve a las instituciones establecidas sólo como máscaras del poder. «Para Sartre y Foucault, las instituciones son intrínsecamente sospechosas: son la fuente del poder social, constituyen los medios a través de los cuales se reclutan los individuos libres para objetivos que no son los propios». Se propone corroerlas o destruirlas o al menos deslegitimarlas denunciando su naturaleza espúrea. «El atractivo de la filosofía de Foucault se debe en gran parte a su capacidad para redescribir como siniestra estructura de poder lo que antes se consideraba una inofensiva reunión de ciudadanos de pensamiento similar»... «Para el partidario de la liberación, la experiencia de pertenecer (a una institución) es inherentemente degradante: significa obedecer las reglas, jerarquías y uniformes, dar valor a la obediencia y a la conformidad, alinea a la gente entre síy les da legitimidad a Ellos».

Esta liberación de los controles y frenos del poder dará como resultado el florecimiento del hombre nuevo: libre, pacífico, fraterno. Sería el caso de Rousseau, de Marx, de Marcuse, de Foucault, de Derrida. «La Voluntad General de Rousseau, el Pueblo de Robespierre, la comuna de Marx, el fascio de los anarquistas italianos, el groupe en fusion de Sartre: todos expresan la misma idea contradictoria de una sociedad libre sin leyes ni instituciones, en la cual la gente se agrupa espontáneamente en glóbulos afirmadores-de-la-vida, a pesar de que hay siglos que prueban que los seres humanos no son capaces de lograrlo.» La meta es una sociedad «sin obediencia, una «unidad en desobediencia», donde no se conocen «el conflicto, la competencia y la subordinación.»

Lo que tienen en común ambas escuelas es la creencia en un «yo» separable de las instituciones. Y Scruton piensa -y yo creo que con mucha razón- que Wittgenstein proporcionó argumentos sólidos en contra de esa posibilidad. Hay una veta conservadora en Wittgenstein que Scruton, un wittgensteniano conservador, conoce bien. Wittgenstein en la interpretación de Scruton apunta a considerar que los hechos últimos se refieren a «contingencias de la condición humana», es decir, a «costumbres, prácticas y formas de vida. Estas deben ser tomadas como dadas. Y es a ellas a las que debiéramos volver para contestar las preguntas últimas.»

Pero ¿cómo puede decirse que Derrida se basa en el sujeto cuando, justamente, afirma lo contrario? Según Scruton el deconstruccionismo al poner en el mismo plano cualquier interpretación de un texto lleva a la consecuencia de que «ningún texto realmente dice nada, incluyendo el texto que lo dice. La deconstrucción se deconstruye a símisma, y desaparece en su propio trasero, dejando sólo unas sonrisa sin cuerpo y un leve olor a azufre.» Y, continúa Scruton, «nada de lo dicho resiste el menor escrutinio, pero eso al deconstruccionista «no le no importa para nada. El partidario de la deconstrucción acepta con satisfacción la refutación de su propia filosofía, porque lo que a él le importa no es la verdad de un enunciado, sino el interés que esta promueve». Más aún, al anular cualquier diferencia jerárquica entre interpretaciones, el deconstruccionista borra al otro y deja, malgré soi, a un sujeto arbitrario y omnímodo como amo y señor. «La destrucción del sentido es en realidad la destrucción del otro». Este punto me parece clave. ¿Cómo es posible desde enfoques como éste oponerse a los abusos del poder? Por ejemplo, no parece posible leer el Informe Rettig sin llegar a la conclusión de que en Chile hubo graves violaciones a los derechos fundamentales que se extendieron sistemáticamente por un largo período de tiempo, y fueron el resultado de instituciones y procedimientos establecidos. Así, había prisiones secretas en las que la tortura era una práctica habitual y que variaban periódicamente de lugar para no ser detectadas.

Pese a la indignación moral que este texto nos produce a los lectores comunes, lo que presumiblemente ha sido buscado por sus autores, un deconstruccionista podría, sin embargo, deconstruir los testimonios en los que se basa y redescribir los hechos de modo que resulten excusables. Es, simplemente, otra interpretación. (El que esto no suceda se debe a que los deconstruccionistas prefieren interpretaciones «políticamente correctas»). En tal caso debiera surgir una discusión. Es propio de un juicio ético el que intente valer también para el otro. Si ello no ocurre hay que tratar de convencerlo. Pero al cruzar nuestros argumentos, el deconstruccionista sabe que no hay interpretaciones más válidas que otras. El intérprete es el amo. La única regla es que no hay ninguna regla. Es el reino del «libre juego de los significados» en el que «toda interpretación es malinterpretación». La idea de que el texto es expresión de otra persona, se deja de lado por ingenua. Tu texto es mi pretexto. Nada más. Y esto se hace patente en la práctica de gran parte de la crítica literaria de esta escuela.

Pero además, como discípulo de Foucault, de Nietzche, y un poco de Marx, el deconstructivista sabe que el juego de espadas de nuestros discursos no es más que una lucha de intereses, un choque de estrategias destinadas a conseguir poder.

El intento de tocar la realidad con el lenguaje es una trampa. Aspirar a acercarse a la verdad es como creer en el Viejo Pascuero. Salvo que lenguaje se refiera al lenguaje, que el texto se ponga asímismo «en abismo», en cuyo caso, inexplicablemente adquiere, parece, capacidad de referirse a ello.

¿Qué sentido puede tener la indignación moral ante la violación de un derecho básico como el habeas corpus, por ejemplo, si las instituciones no son sino disfraces de la voluntad de poder de los poderosos? ¿Desde dónde, en virtud de qué principio, puede condenarse un abuso de poder si toda norma y principio por hipótesis es sólo una máscara del propio poder?
¿Qué sugiere Scruton como alternativa a la visión de las instituciones como puro poder?

* Arturo Fontaine es escritor. Su última novela es «Cuando éramos inmortales» (Editorial Alfaguara)

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