La mujer y el Estado

-Por consiguiente, querido mío, no hay ninguna ocupación entre las concernientes al gobierno del Estado que sea de la mujer por ser mujer ni del hombre en tanto hombre, sino que las dotes naturales están similarmente distribuídas entre ambos seres vivos, por lo cual la mujer participa, por naturaleza, de todas las ocupaciones, lo mismo que el hombre; sólo que en todas la mujer es más débil que el hombre.

-Completamente de acuerdo.

-¡Hemos de asignar entonces todas las tareas a los hombres y ninguna a las mujeres? -No veo cómo habríamos de hacerlo.

-Creo que, más bien, diremos que una mujer es apta para la medicina y otra no, una apta por naturaleza para la música y otra no.
-sin duda.
-¿ Y acaso no hay mujeres aptas para la gimnasia y para la guerra, mientras otras serán incapaces de combatir y no gustarán de la gimnasia?
-Lo creo.
-¿ Y no será una amante de la sabiduría y otra enemiga de ésta? ¿ Y una fogosa y otra de sangre de horchata?
-Así es.
-Por ende, una mujer es apta para ser guardiana y otra no; ¿No es por tener una naturaleza de tal índole por lo que hemos elegido guardianes a los hombres?
-De tal índole, en efecto.
-¿ Hay, por lo tanto, una misma naturaleza en la mujer y en el hombre en relación con el cuidado del Estado, excepto en que ella es más débil y el más fuerte?
-Parece que sí.
-Elegiremos, entonces, mujeres de esa índole para convivir y cuidar el Estado en común con los hombres de esa índole, puesto que son capaces de ello y afines en naturaleza a los hombres.
-De acuerdo.
-¿ Y no debemos asignar a las mismas naturalezas las mismas ocupaciones ?
-Las mismas.
-Tras un rodeo, pues, volvemos a lo antes dicho, y convenimos en que no es contra naturaleza asignar a las mujeres de los guardianes la música y la gimnasia.



   REPÚBLICA V, 455b - 456