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LA EDUCACIÓN |
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- Es necesario, por tanto-dije-, que, si esto
es verdad, nosotros consideremos lo siguiente acerca de ello: que la educación
no es tal como proclaman algunos que es. En efecto, dicen, según creo,
que ellos proporcionan ciencia al alma que no la tiene del mismo modo
que si infundieran vista a unos ojos ciegos.
-En efecto, así lo dicen-convino.
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-Ahora bien, la discusión de ahora-dije-muestra
que esta facultad, existente en el alma de cada uno, y el órgano con que
cada cual aprende, deben volverse, apartándose de lo que nace, con el
alma entera-del mismo modo que el ojo no es capaz de volverse hacia la
luz, dejando la tiniebla, sino en compañía del cuerpo entero-, hasta que
se hallen en condiciones de afrontar la contemplación del ser, e incluso
de la parte más brillante del ser, que es aquello a lo que llamamos bien.¿No
es eso?
-Por consiguiente-dije-, puede haber un arte de descubrir cúal será la manera más fácil y eficaz para que este órgano se vuelva; pero no de infundirle visión, sino de procurar que se corrija lo que, teniéndola ya, no está vuelto adonde debe ni mira adonde es menester.
-Tal parece-dijo.
-Y así, mientras las demás virtudes, las llamadas virtudes del alma, es posible que sean bastante parecidas a las del cuerpo -pues, aunque no existan en un principio pueden realmente ser más tarde producidas por medio de la costumbre y el ejercicio-, en la del conocimiento se da el caso de que parece pertenecer a algo más divino que jamás pierde su poder y que, según el lugar a que se vuelva, resulta útil y ventajoso o, por el contrario, inútil y nocivo. ¿O es que no has observado con cuánta agudeza percibe el alma miserable de aquéllos de quienes se dice que son malos, pero inteligentes y con qué penetración discierne aquello hacia lo cual se vuelve, porque no tiene mala vista y está obligada a servir a la maldad, de manera que, cuanto mayor sea la agudeza de su mirada, tanto más serán los males que cometa el alma? -En efecto-dijo. -Pues bien-dije yo-, si el ser de tal naturaleza hubiese sido, ya desde niño, sometido a una poda y estirpación de esa especie de execrencias plúmbeas, emparentadas con la generación, que, adheridas por medio de la gula y de otros placeres y apetitos semejantes, mantienen vuelta hacia abajo la visión del alma; si, libre ésta de ellas, se volviera de cara a lo verdadero, aquella misma alma de aquellos mismos hombres lo vería también con la mayor penetración, de igual modo que ve ahora aquello hacia lo cual está vuelta. -Es natural-dijo. -¿Y qué?-dije yo. ¿No es natural y no se sigue forzosamente de lo dicho que ni los ineducados y apartados de la verdad son jamás aptos para gobernar una ciudad, ni tampoco aquellos a los que se permita seguir estudiando hasta el fin; los unos, porque no tienen en la vida ningún objetivo particular, apuntando al cual deberían obrar en todo cuanto hiciesen durante su vida pública y privada, y los otros, porque, teniéndose por transportados en la vida a las Islas de los Bienaventurados, no consentirán en actuar? -Es cierto-dijo. - Es, pues, labor nuestra-dije yo-, labor de los fundadores, el obligar a las mejores naturalezas a que lleguen al conocimiento del cual decíamos antes que era el más excelso, y vean el bien y verifiquen la ascensión aquella; y una vez que, después de haber subido, hayan gozado de una visión suficiente, no permitirles lo que ahora les está permitido. -¿Y qué es ello? -Que se queden allí-dije-y no accedan a bajar de nuevo junto a aquellos prisioneros ni a participar en sus trabajos ni tampoco en sus honores, sea mucho o poco lo que éstos valgan. -Pero entonces -dijo- .¿Les perjudicaremos y haremos que vivan peor, siéndoles posible el vivir mejor? -Te has vuelto a olvidar, querido amigo -dije- de que a la ley no le interesa nada que haya en la ciudad una clase que goce de particular felicidad, sino que se esfuerza porque ello le suceda a la ciudad entera, y por eso introduce armonía entre los ciudadanos por medio de la persuasión o de la fuerza, hace que unos hagan a otros partícipes de los beneficios con que cada cual pueda ser útil a la comunidad y ella misma forma en la ciudad hombres de esa clase, pero no para dejar que cada uno se vuelva hacia donde quiera, sino para usar ella misma de ellos con miras a la unificación del Estado. -Es verdad -dijo- me olvidé de ello. Pues ahora -dije- observa, ¡Oh Glaucón!, que tampoco vamos a perjudicar a los filósofos que haya entre nosotros, sino a obligarles, con palabras razonables, a que se cuiden de los demás y los protejan. Les diremos que es natural que las gentes tales que haya en las demás ciudades no participen de los trabajos de ellas, porque se forman solos, contra la voluntad de sus respectivos gobiernos, y cuando alguien se forma solo y no debe a nadie su crianza, es justo que tampoco se preocupe de reintegrar a nadie el importe de ella. Pero a vosotros os hemos engendrado nosotros, para vosotros mismos y para el resto de la ciudad, en calidad de jefes y reyes, como los de las colmenas, mejor y más completamente educados que aquéllos y más capaces, por tanto, de participar de ambos aspectos." ( La República, Libro VII) |