107. No, decís; la moralidad consiste en la relación de
las acciones morales con la regla de lo justo; y son denominadas buenas
o malas, según concuerden o no con ella. ¿Qué es
esa regla de lo justo? ¿En qué consiste? ¿Cómo
se determina? Por la razón, decís, que examina las relaciones
morales de las acciones. De tal modo las relaciones son determinadas
por la comparación de la acción con la regla. Y esa regla
es determinada considerando las relaciones morales de los objetos. ¿No
es éste un razonamiento refinado?
Todo esto es metafísica, exclamáis. Basta, entonces; no
hace falta más para tener una fuerte sospecha de falsedad. Sí,
contesto, aquí hay metafísica, con toda seguridad, pero
por vuestra parte, que avanzáis hipótesis absurdas que
nunca pueden hacerse inteligibles, ni cuadrar con ningún caso
ni ejemplo concreto. La hipótesis que defendemos es sencilla.
Mantiene que la moralidad es determinada por el sentimiento. Define
que la virtud es cualquier acción mental o cualidad que dé
al espectador un sentimiento placentero de aprobación; y vicio,
lo contrario. Pasamos entonces a examinar un caso concreto, a saber,
qué acciones ejercen esta influencia. Consideramos todas las
circunstancias en las cuales coinciden esas acciones y, de ahí,
nos encaminamos a extraer algunas observaciones generales respecto a
estos sentimientos. Si a esto lo llamáis metafísica y
halláis en ello algo abstruso, no tendréis otra cosa que
hacer, sino reconocer que vuestro tipo de mente no es apropiado para
las ciencias morales.
108. II. Siempre que un hombre delibera sobre su propia conducta (por
ejemplo, si en una emergencia concreta ayudará al propio hermano
o a un benefactor), él debe considerar estas relaciones separadas,
con todas las circunstancias y situaciones de las personas, para determinar
el deber y la obligación superiores; y, para determinar la proporción
de las líneas de cualquier triángulo, es necesario examinar
la naturaleza de esa figura y las relaciones que sus varias partes guardan
entre sí. Pero, pese a esta aparente similaridad de los dos casos,
hay en el fondo una gran diferencia entre ellos. Un razonador especulativo
considera, respecto a los triángulos y círculos, las relaciones
dadas y conocidas entre las partes de estas figuras y de ahí
infiere alguna relación desconocida que depende de las primeras.
Pero en las deliberaciones morales debemos estar familiarizados de antemano
con todos los objetos y todas sus relaciones mutuas; y, de la comparación
del todo, determinamos nuestra elección o aprobación.
No hay ningún hecho nuevo del que cerciorarse, ni ninguna nueva
relación que descubrir. Se da por supuesto que todas las circunstancias
del caso están ante nosotros antes de que podamos determinar
una sentencia de censura o de aprobación. Si una circunstancia
material fuera todavía desconocida o dudosa hemos de ejercer
primero nuestra investigación o nuestras facultades intelectuales
para asegurarnos de ella; y debemos suspender durante cierto tiempo
toda decisión o sentimiento moral. Mientras ignoramos si un hombre
fue el agresor o no, ¿cómo podemos determinar si la persona
que lo mató es criminal o inocente?
Pero, después de ser conocidas todas las circunstancias, todas
las relaciones, el entendimiento no tiene ya lugar para operar, ni objeto
sobre el que emplearse. La aprobación o la censura que se sigue
no puede ser obra del juicio, sino del corazón; y no es una proposición
especulativa, sino un sentir activo o sentimiento. En las disquisiciones
del entendimiento, a partir de circunstancias y relaciones conocidas,
inferimos otras nuevas y desconocidas. En las decisiones morales, todas
las circunstancias y relaciones deben ser conocidas previamente; y la
mente, por la comparación del todo, siente una nueva impresión
de afecto o de disgusto, de estima o de desprecio, de aprobación
o de censura.
109. De ahí la gran diferencia entre un error de hecho y otro
de derecho; y de ahí la razón por la que uno es criminal,
por lo común, y no el otro. Cuando Edipo mató a Laio,
ignoraba la relación y, por las circunstancias, de modo inocente
e involuntario, formó una opinión errónea de la
acción que realizó. Pero cuando Nerón mató
a Agripina, todas las relaciones entre él y la persona, y todas
las circunstancias del hecho, le eran conocidas previamente; pero el
motivo de la venganza, miedo o interés, prevalecieron en su salvaje
corazón sobre los sentimientos del deber y de la humanidad. Y
cuando abominamos de él, a lo que en seguida se hizo insensible,
no es porque veamos relaciones que él ignoraba, sino que, por
la rectitud de nuestra disposición, experimentamos sentimientos
para los que él estaba endurecido por la lisonja y una larga
perseverancia en los más enormes crímenes. En estos sentimientos,
por tanto, y no en el descubrimiento de relaciones de cualquier tipo,
consisten todas las determinaciones morales. Antes de pretender formar
una decisión de esta clase, todo debe ser conocido y averiguado
respecto al objeto o a la acción. Por nuestra parte no queda
sino experimentar un sentimiento de censura o aprobación, a partir
del cual decidimos si la acción es criminal o virtuosa.
110. III. Esta doctrina se hará más evidente todavía
si comparamos la belleza moral con la natural, con la que guarda semejanza
en muchos aspectos. La belleza natural depende de la proporción,
relación y posición de las partes; pero sería absurdo
inferir de ahí que la percepción de la belleza, como la
de la verdad en los problemas geométricos, consiste totalmente
en la percepción de relaciones, y es realizada por entero por
el entendimiento o las facultades intelectuales. En todas las ciencias
nuestra mente investiga, a partir de las relaciones conocidas, las desconocidas.
Pero en todas las decisiones del gusto o de la belleza externa todas
las relaciones son, de antemano, obvias para los ojos; y de ahí
pasamos a experimentar un sentimiento de complacencia o de disgusto,
según la naturaleza del objeto y la disposición de nuestros
órganos.
Euclides ha explicado completamente todas las cualidades del círculo;
pero en ninguna proposición ha dicho una palabra sobre su belleza.
La razón es evidente. La belleza no es una cualidad del círculo.
No está en ninguna parte de la línea cuyos puntos equidistan
de un centro común. Es sólo el efecto que esa figura produce
sobre la mente, cuya peculiar estructura la hace susceptible de tales
sentimientos. En vano se buscaría en el círculo, por los
sentidos o por el razonamiento matemático, en todas las propiedades
de esa figura.
Escuchad a Paladio y a Perrault, cuando explican todas las partes y
proporciones de una columna. Hablan de la cornisa y del friso, de la
basa y del entablamiento, del fuste y del arquitrabe; dan la posición
y descripción de cada uno de estos miembros. Pero si les preguntarais
por la posición y descripción de su belleza, responderían
al punto que la belleza no está en ninguna de las partes o miembros
de una columna, sino que resulta del conjunto, cuando esa complicada
figura se presenta a una mente inteligente, capaz de tener tales refinadas
sensaciones. Hasta que aparece uno de esos espectadores nada hay, sino
una figura de dimensiones y proporciones determinadas: su elegancia
y belleza surgen solamente de los sentimientos.
Escuchad también a Cicerón, cuando pinta los crímenes
de un Verres o de un Catilina. Debe reconocerse que la torpeza moral
resulta, de la misma manera, de la contemplación del todo cuando
es presentado a un ser cuyos órganos tienen una determinada estructura
y formación. El orador puede pintar ira, insolencia, barbarie,
por una parte; mansedumbre, sufrimiento, tristeza, inocencia, por la
otra. Pero, si no sentís ni indignación ni compasión
en vosotros por estas complicadas circunstancias, en vano le preguntaríais
en qué consiste el crimen o la villanía contra la que
tan vehemente clama. ¿En qué momento y en qué sujeto
empieza a existir por vez primera? ¿En qué se ha convertido
pocos meses después, cuando todas las disposiciones y pensamientos
de todos los actores se han cambiado por completo o se han aniquilado?
No se puede responder satisfactoriamente a ninguna de estas preguntas
desde una hipótesis abstracta de la moral; y hemos de confesar,
al fin, que el crimen o la inmoralidad no es un hecho particular o una
relación, que puede ser objeto del entendimiento, sino que surge
por entero del sentimiento de desaprobación, que, debido a la
estructura de la naturaleza humana, sentimos inevitablemente al aprehender
la barbarie o la traición.
111. IV. Los objetos inanimados pueden guardar entre sí las mismas
relaciones que observamos en los agentes morales; aunque aquéllos
no puedan ser nunca objeto de amor o de odio, ni susceptibles, por ende,
de mérito o iniquidad. Un árbol joven que sobrepasa y
destruye a su padre guarda en todo las mismas relaciones que Nerón
cuando asesinó a Agripina; y si la moralidad consistiera meramente
en relaciones, sin duda alguna sería igualmente criminal.
112. V. Parece evidente que los fines últimos de las acciones
humanas no pueden ser explicados, en ningún caso, por la razón,
sino que se recomiendan por entero a los sentimientos y afecciones del
género humano, sin dependencia de las facultades intelectuales.
Pregúntese a un hombre por qué hace ejercicio; contestará
que porque desea conservar la salud. Si se le pregunta entonces por
qué desea la salud, responderá al punto, porque la enfermedad
es penosa. Y si se prosigue la encuesta y se desea saber la razón
por la que odia el dolor, no podrá dar ninguna. Es éste
un fin último, que no va referido a ningún otro objeto.
Quizá a la segunda pregunta, por qué desea la salud, pueda
contestar también que es necesaria para el ejercicio de su vocación.
Si se le pregunta que por qué desea esto, contestará,
sin más, que porque desea dinero. Si se le pregunta ¿por
qué?, contestará que es un instrumento de placer. Y es
absurdo preguntarle la razón de esto. Es imposible que haya un
proceso in infinitum; y que una cosa pueda ser siempre la razón
por la que otra es deseada. Algo debe ser deseable por sí, y
por su acuerdo y conveniencia inmediata con el sentimiento y el afecto
humanos.
113. Ahora bien, como la virtud es un fin y es deseable por sí
misma, sin premio o recompensa, meramente por la inmediata satisfacción
que procura, se requiere que haya algún sentimiento al que afecte,
algún sentido interno o gusto, como quiera llamársele,
que distinga el bien y el mal moral, y que abrace uno y rechace otro.
114. Así, las fronteras y oficios de la razón y del gusto
pueden fijarse con facilidad. La primera procura el conocimiento de
la verdad y de la falsedad; éste da el sentimiento de belleza
y deformidad, de vicio y de virtud. La una descubre los objetos tal
y como están realmente en la naturaleza, sin adición ni
disminución. El otro tiene una facultad productora; y embelleciendo
y tiñendo todos los objetos naturales con los colores que toma
del sentimiento interno, origina, en cierto modo, una nueva creación.
La razón, fría e independiente, no es motivo de acción
y dirige sólo el impulso recibido del apetito o inclinación,
mostrándonos los medios de lograr felicidad y evitar la miseria.
El gusto, en cuanto que da placer o dolor y, por tanto, constituye la
felicidad o la miseria, se convierte en motivo de acción y es
el primer resorte o impulso para el deseo y volición. De circunstancias
o relaciones, conocidas o supuestas, la primera nos lleva al descubrimiento
de lo oculto y desconocido. Después que todas las circunstancias
y relaciones están ante nosotros, el último nos hace experimentar,
por el conjunto, un nuevo sentimiento de censura o aprobación.
El canon de aquella, fundado en la naturaleza de las cosas, es eterno
e inflexible, incluso por la voluntad del Ser Supremo; el de éste,
nacido de la estructura y constitución interna de los animales,
se deriva últimamente de esa Suprema Voluntad que otorgó
a cada ser su naturaleza peculiar y dispuso las varias clases y órdenes
de existencia.
Hume: Investigación sobre los principios
de la moral. Aguilar, Buenos Aires.