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Esse est percipere et percipi. Las premisa de Berkeley le ha conducido a un insalvable solipsismo. Si la esencia de las cosas es ser percibidas y la del espíritu es percibir, ¿Qué ocurrirá si un espíritu deja de percibir? ¿Cesarán de existir las cosas en el mismo momento en que yo deje de percibirlas? Por ahora estoy solo en el mundo; sé que mi espíritu existe y que las cosas lo hacen en la medida en que sean percibidas por un espíritu. Nos hallamos ante un problema, pués si nuestro espíritu fuese aniquilado, la existencia de un mundo fenoménico debería inevitablemente desaparecer junto con nuestra mente. La única forma de salvar ésto sería suponer que
existen otros espíritus que percibirían las cosas aunque
yo no estuviera. Pero, aún así, cabría otro problema,
porque si todos los hipotéticos espíritus existieran, lo
harían en forma finita y, por ello, podrían dejar de existir
alguna vez. La supervivencia del mundo deja de estar asegurada, quedando
sujeta a la fragilidad de los espíritus. |
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Supongamos que existe una pluralidad de espíritus finitos. ¿Cómo podríamos conocer su existencia? Sería imposible hacerlo por reflexión al ser algo distinto de nuestro yo. Sólo queda queda utilizar la inferencia racional. Conocemos a los demás espíritus por las operaciones o las ideas que producen en nosotros. El conocimiento de éstos no es inmediato, sinó que depende de la intervención de las ideas que yo refiero a agentes o espíritus distintos de mí, como efectos o signos concomitantes. Advierto signos y efectos que sugieren y hacen que infiera la existencia de principios pensantes indivisibles o almas. Yo no veo a un hombre que actúa, piensa, se mueve, etc. Esto sería materializar un espíritu. Yo sólo advierto una colección de ideas que me incita a pensar que hay otros principios de pensamiento semejantes al mío. Si esto fuera así, ¿Qué ocurriría si estos espíritus por ser finitos dejaran de existir? Hemos llegado a un punto en que necesitamos algo que de una consistencia
sólida e inmutable al mundo que percibi,os, sinó éste
sería irremediablemente efímero. Precisamos un punto causal
y mantenedor del mundo que garantize su existencia. |
La concepción empírica del universo no puede convencer racionalmente de la existencia de un mundo que permanezca fijo e invariable. El futuro se hace tan contingente como un juego de azar; no hay más que una continua sucesión de fenómenos. Berkeley basa el teísmo en el fenomenismo: deducirá la existencia de Dios a partir del esse est percipi. Si yo no soy el autor y productor de mis ideas¿Cuál es el origen y la causa de ellas? Berkeley se remite a Dios. Es el espíritu infinito el que garantiza que lo que sea percibido, las ideas, formen un modelo unitario, ordenado y coherente. Por ello podemos establecer secuencias más o menos regulares de fenómenos, series que se pueden expresar en forma de leyes que anticipen con anterioridad los sucesos posteriores. La construcción de las ciencias empíricas se hace posibles gracias al orden que inscribió Dios en los fenómenos. La presencia de este ser omnipresente se deduce a partir de un análisis del contenido de cada percepción. Pasamos de la afirmación de que las cosas sensibles o ideas no dependen de nuestra mente, a la conclusión de que dependen de una mente infinita. La existencia del mundo, de las ideas y de los espíritus es un signo que revela la existencia de Dios: |
Berkeley emplea un argumento causal acorde con su teoría de las ideas. Si lo sensible son ideas que no dependen de mentes finitas, habrán de estar referidas a otra mente distinta de las nuestras. La demostración de la existencia de Dios se lleva a cabo de manera inmediata y directa. En el caso de que dejaran de existir los espítritus finitos, las ideas seguirían intactas en la mente de Dios. La relación de los entes sensibles con los espíritus se hace posible gracias al Espíritu infinito. Es Él el que garantiza que el mundo se renueve constantemente sin perder, sin embargo, su unidad. Berkeley utiliza a Dios como la cúpula que rodea y da consistencia a todo lo real.Sin embargo, todas las conexiones entre los hechos que percibimos, llamados leyes naturales, no tienen un carácter necesario. Dios no está constreñido a hacer las cosas siguiendo un orden racional: todo depende de su voluntad. Así mismo, la existencia de las ideas en la mente de Dios es distinta de la existencia de las ideas en las mentes finitas. No es que veamos las cosas en Dios, como sostenía Malebranche; las ideas existen porque están en la mente de Dios aunque no las percibamos en Él. Las ideas existentes en Dios de manera arquetípica se comportan como modelos de las ideas ectípicas de las mentes finitas. Éstas son copias de las primeras y dependen de que las percibamos o no. Pero las ideas arquetípicas, externas a las mentes finitas, existen como paradigmas reales en el espíritu de la divinidad. Este doble estatuto de las ideas trae las siguientes consecuencias. Nosotros participamos de las ideas de Dios de una manera poco perfecta y anexionada a lo sensible; he aquí el origen de las imperfecciones y del mal en el mundo. Éstos no pueden ser atribuidos a Dios sinó a las deficiencias del alma humana. La voluntad de los hombres, su capacidad de elección es la causa del mal.
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Si Berkeley hubiera seguido hasta sus últimas consecuencias el fenomenalismo, habría tantos mundos heterogéneos entre sí como sujetos perceptores existiesen. Su fin era preservar y darle una nueva consistencia teórica a la religión que abrazaba, evitando el ateísmo y el escepticismo que nacian como consecuencia de la modernidad. La filosofía idealista de Berkeley proporciona innumerables ventajas a la religión: Dios no sólo el garante del mundo, sinó su causa y la causa de los espíritus finitos y de las ideas que tenemos sobre la naturaleza. Hilas criticará a Filonús que sus razonamientos no tratan equitativamente dos problemas que son como la cara y el envés de una moneda:
En mi opinión, Berkeley era tan sumamente creyente que no supo apartar de sí sus propios prejuicios ideológicos. Esto, sin embargo, no resta ningún mérito al genial autor que supo conjugar de una manera coherente doctrinas tan variadas como el idealismo, el espiritualismo, el empirismo, el nominalismo y el fenomenismo. Elena Diez de la Cortina Montemayor
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