Introducción Autores Viaje virtual Línea del tiempo Temas Niveles Andaluces por el mundo Museo virtual Ejercicios interactivos Ffia andaluza hoy Complementos


OLIVA


BIOGRAFÍA    APORTACIÓN    VALORACIONES    EJERCICIOS INTERACTIVOS

             
  BIOGRAFÍA

  Fernán Pérez de Oliva, ingeniero español nacido en Córdoba, en fecha cercana a 1494, y muerto en Córdoba en1533.

 Siempre sintió un indecible cariño por su ciudad natal

  Se formó en Salamanca, Alcalá,  Roma y París. Tuvo como maestro, en esta última ciudad, a Juan Martínez Silíceo, en cuyo honor escribió un Dialogus inter Siliceum, Arithmeticam et Famam. Más tarde fue catedrático de filosofía ( filosofía natural y filosofía moral)  y teología en la Universidad de Salamanca, de la que llegó a ser rector(1529).


VALORACIONES

  La actividad de Fernán Pérez de Oliva es un ejemplo destacado del interés que tuvieron por la técnica diversos representantes del mundo intelectual español de la primera mitad del siglo XVI. (Enciclopedia Universal Micronet)

  Hacia 1530, desde su cátedra salmantina, se ocupó, según propia declaración, de "cosas muy nuevas y de grandísima dificultad, cuales han sido los tratados que yo he leído a mis oyentes escritos de opere intellectus, de lumine et specie, de magnete y otros do bien se puede haber conocido qué noticia tengo de la filosofía natural".

   "La importancia del Diálogo de la dignidad del hombre en nuestra historia filosófica es evidentemente grande, y, sin embargo quizá no hemos destacado su valor fundamental, que es su signficación dentro de la historia de la lengua para una filosofía hecha y escrita en castellano; tema de vital transcendencia para un ahistoria de la filosofía española" J.L.Abellán, Hª del pensamiento español.

      ALGUNAS IDEAS APORTADAS
  • se dedicó mucho a la filosofía natural
  • su principal interés no era, sin embargo, doctrinal sino aplicado. P.ejemplo: Llegó incluso a pensar en utilizar el magnetismo para la comunicación a distancia entre personas.
  • consideración positiva de la técnica
  •  raíz voluntarista bajomedieval, es decir,  la considerar que el hombre es un ser cuasi-creador "a imagen y semejanza" del Dios creador
  • afirmación contínua de la dignidad del hombre
  • el hombre es un proyecto de hacerse a sí mismo, no una naturaleza prefijada
  • el libre albedrío es aquel por cuyo poderío es el género humano señor de sí mismo, y cada hombre tall cual él quisiere hacerse"
  • nuestros artificios (inventos, recursos técnicos) son gloria del hombre, que manifiestan su valor.


OBRAS

Sobre el imán

Historia de la invención de las Indias

Diálogo de la dignidad del hombre

Razonamiento sobre la navegación del río Guadalquivir (1524)


EJERCICIOS INTERACTIVOS

 

 
             

"Diálogo de la dignidad del hombre"

  Nada mejor que hacer un breve resumen de dicho Diálogo.  
 

 

  •     Antonio sale de su casa hacia un lugar campestre, donde solía paar, siguiéndole los pasos Aurelio, que le pregunta sobre la causa de tal costumbre. La contestación es la soledad, con lo que la conversación  recae sobre el motivo por qué los hombres aman la soledad.

  •     Aurelio cree que «por el aborrecimiento que consigo tienen los hombres de sí mismos, por las miserias y trabajos que padecen».

  •     Antonio no participa de esta opinión y desea convencer a su amigo de lo contrario. Se dispone a disputar sobre el tema, para lo que se dirigen hacia una fuente donde encuentran a un viejo muy sabio, llamado Dinarco, al que constituyen por juez de la disputa. Primero habla el acusador y después el defensor, como dice Dinarco que hacían los antiguos oradores.

Las razones de Aurelio para defender la maldad y desgracia de ser hombre tienen acentos modernos:

   desde el primer momento en que se asegura no conocer ningún estado del hombre «donde no le fuera mejor no ser nacido», hasta esa comparación con el mito de Sísifo del trabajo humano, que nos trae recuerdos de la concepción de la existencia como absurdo por un Camus. Aurelio se queja del entendimiento, que con su luz nos ilumina acerca de nuestras desgracias y nuestra miseria, echando de menos la ignorancia de los animales. En el aspecto físico, tampoco el hombre resiste la comparación con los animales, a quienes la Naturaleza dotó de órganos naturales de protección y defensa -sean pelos, plumas, uñas, garras, cuernos, dientes, escamas, conchas-, mientras que el hombre sale indefenso al mundo, expuesto al ataque de todos los elementos y otros animales, e incluso su mantenimiento no puede ser más vil. «Los brutos que la Naturaleza hizo mansos viven de yerbas y simientes y otras limpias viandas: el hombre vive de sangre, hecho sepul­tura de los otros animales.» «Los toros -dice- tienen mayor fuerza, los tigres más ligereza, destreza los leones y vida las cornejas. Y hasta en nuestro interior la Naturaleza metió la discordia, con los cuatro humo­res -flema, cólera, sangre, melancolía- que descomponen la tem­planza y son causa de mil enfermedades.»

    Una vez examinado el aspecto físico, Aurelio hace un examen de la debilidad del entendimiento y de su asiento - el cerebro-, así como de los sentidos, llamados potencias del alma. Su crítica se hace aguda cuando señala, con acentos casi jeremiacos, las muchas maneras que el entendimiento se ha ingeniado para traernos la muerte: «¿Quién halló el hierro escondido en las venas de la tierra? ¿Quién hizo de él cuchillos para romper nuestras carnes? ¿Quién hizo saetas? ¿Quién fue el que hizo lanzas? ¿Quién lombardas? ¿Quién halló tantas artes de quitarnos la vida sino el entendimiento, que ninguna industria halló de traernos la salud?»

   Se queja de la debilidad de la voluntad sometida al forcejeo entre la razón y el apetito natural, en el que, si no sale triunfante la sensualidad, ha de ser a costa de una guerra mantenida hasta la vejez, y cuando a esta edad parece que vamos a alcanzar equilibrio y reposo, la muerte se encarga de arrebatarnos al otro mundo. Y así se pasa la vida. «La niñez en breves días se nos va sin sentido; la mocedad se pasa mientras nos instruimos y componemos para vivir en el mundo, pues la juventud pocos días dura, y ésos en pelea con la sensualidad que entonces tenemos, o en darnos por vencidos della, que es peor. Luego viene la vejez, do en el hombre comienzan a hacerse los aparejos de la muerte. Y aún allí en la despedida lo afligen nuevos males y tormentos...» Finalmente, hasta la fama y la gloria después de la muerte no son más que vanidad y humo de pajas, como con acento manriqueño viene a decimos: «¿Qué aprovecha a los huesos sepultados la gran fama de los hechos? ¿Dónde está el sentido? ¿Dónde el pecho para recibir la gloria? ¿Dó los ojos? ¿Dó el oír, con que el hombre goce los frutos de ser alabado? ...» «Todo va al olvido, el tiempo lo borra todo. Y los grandes edificios, que otros toman por socorro para perpetuar la fama, también los abate y los iguala con el suelo. No hay piedra que tanto dure ni metal que dure más que el tiempo, consumidor de las cosas humanas. ¿Qué se ha hecho de la torre fundada para subir al cielo? ¿Los fuertes muros de Troya? ¿El templo noble de Diana? ¿El sepulcro de Mausoleo? Tantos grandes edificios de romanos, de que apenas se conocen las señales donde estaban, ¿qué son hechos? Todo esto se va en humo hasta que tornan los hombres a estar en tanto olvido como antes que naciesen.»

Antonio contesta a Aurelio con un discurso no menos largo, basado fundamentalmente en la religión.

Según él, al ser el hombre imagen y hechura de Dios, en éste habrían de redundar las faltas que pusiésemos en aquél, máxime cuando Dios ha mostrado tal predilección por el hombre, que lo prefirió hasta a los mismos ángeles, ya que a éstos cuando pecaron los apartó al infierno, mientras que al hombre, después de haber pecado, le perdonó, enviándole a su Hijo unigénito para redimirle y sal­varle. «Ahora, pues dice-, ¿quién será osado de aborrecer al hombre, pues lo quiere Dios por hijo, y lo tiene tan mirado? ¿Quién osará decir mal de la hermosura humana, de quien anda Dios tan enamorado que por ningunos desvíos ni desdenes ha dejado de seguirla?»

   En el alma ve Antonio la imagen incorruptible y simplicísima de Dios, en la que, a través de la memoria, el entendimiento y la voluntad, queda representado en esencia y trinidad al mismo tiempo. En la descripción del cuerpo se muestra Pérez de Oliva inspiradísimo, haciendo especial hincapié en su proyección, que, como arquitecto y matemático, había de afectarle particularmente: «está hecho con tal arte y medida dice-, que bien parece que alguna cosa grande hizo Dios cuando lo compuso. La cara es igual a la palma de la mano, la palma es la novena parte de toda la estatura, el pie es la sexta parte y el codo la cuarta, y el ombligo es el centro de un círculo que pasa por los extremos de las manos y los pies, estando el hombre tendido, abiertas piernas y brazos». Y, por este tenor, sigue enumerando con bellas imágenes la frente, los ojos, los oídos, la nariz, la boca y, dentro de ésta, la lengua, a la que dedica frases de encendido entusiasmo: «unas veces rigiendo la voz por números de música con tanta suavidad, que no sé cuál pueda ser otro mayor deleite de los lícitos humanos; otras veces mostrando las razones de las cosas con tanta fuerza, que despierta la ignorancia, enmienda la maldad, amansa las iras, concierta los enemigos y da paz a las cosas con­movidas con furor». Elogia también la barba y las mejillas, el cuello, el pecho, y las manos sobre todo, a las que considera artífices de todo lo grande y bueno que el hombre ha hecho sobre la tierra y, muy especialmente, de su dominio sobre ella. La confianza en lo sobrenatural está presente en todo el discurso de Antonio; por ejemplo, cuando contesta a Aurelio sobre la fragilidad de nuestros miembros, le dice: «o no hay tanto peligro como tú representaste o, si es así, en ello se muestra qué cuidado tiene de nosotros Dios, que entre peligros tan ciertos nos conserva tantos días». El resto de insatisfacciones o irregularidades que el hombre encuentra en el mundo se explica también así, por ser natural del cielo y hallarse en esta tierra desterrado hasta el cumplimiento de su destino celestial. Y ese su fin sobrenatural nos explica también el origen de su posición erecta, «porque pudiese contemplar el hombre la morada del cielo para donde fuese criado», al revés de lo que ocurre con el resto de los animales.

   Por último, ni siquiera en lo que toca a la muerte se muestra pesimista, pues «los espantos de la muerte no son sino guardas de la vida, por la cual es verdad, como dijiste, que pasamos acelerados. Pero si tú porfías que hay tantos males en la vida, ¿qué mejor remedio puede haber que en breve pasarlos? ¿O qué mal hallas tú en la muerte, pues es el fin de la vida, donde dices que hay tantas aflicciones? No es la muerte mala sino para quien es mala la vida, que los que bien viven, en la muerte hallan el galardón. pues por ella pasan a la otra vida más excelente».

 Una vez que ambos oradores terminan de exponer sus razones en pro y en contra del hombre, Dinarco termina el diálogo con breves palabras, dando la razón a Antonio y no sin elogiar el ingenio de Aurelio al defender «causa tan manifiesta».

 
 

( José Luis Abellán, Historia del pensamiento español )