USO DE RAZÓN.  DICCIONARIO DE FALACIAS. © Ricardo García Damborenea

Falacias del ATAQUE PERSONAL

 

 

 Grupo de falacias que desvían la atención del asunto que se discute hacia la persona del adver­sario o sus circunstancias.

 

   Cuando se trata, como es habitual, de sostener afirmaciones indemostrables o decisiones basadas en conjeturas, cobra extraordinario valor persuasivo el prestigio de la persona que da el consejo o hace la propuesta. En los casos dudosos (es decir, en la mayoría), concedemos la razón con más facilidad a aquellos en quienes confiamos, sean médicos, asesores fiscales, fabricantes de quesitos en porciones, o políticos. Más del 80% de la persuasión nace de la confianza que inspire el consejero.

 

            Un razonamiento que procede de gente sin fama y el mismo, pero que viene de gente famosa, no tienen igual fuerza.[1]

 

   Ahí radica la fortaleza de un político, pero también su punto vulnerable. La difamación es tan frecuente en la vida pública por­que los políticos comprenden instintivamente la necesidad de arruinar el crédito moral de sus adversarios. En un dirigente sin prestigio los argumentos parecerán argucias, las emociones farsa, y la sinceridad, hipocresía. De aquí procede un componente inevitable de la acción política: la batalla por la imagen propia y el desprestigio de la ajena que, a veces, convierte las locuciones públicas en simples variaciones de un único mensaje sustancial: yo propongo lo más justo y mi oponente es un felón.

 

   Hay dos argumentos falaces o pseudoargumentos que atacan directamente al adversario: la Falacia ad hominem y la Falacia del Muñeco de paja. Son pseudoargumentos porque ninguno refuta las afirmaciones del contrincante. El primero se limita a descalificarlo como persona y el segundo forja un oponente imaginario fácil de tumbar. Son también, como se ve, ejemplos de la Elusión de la carga de la prueba.

 

 

 

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Revisado: mayo de 2005


[1] Eurípides: Hécuba.