"La revolución tranquila" J.A.
Marina en El Semanal 15 sept 2002
Recojo materiales
sobre la Cumbre de Johanesburqo, porque me gustaría hablarles de ella en
la próxima ocasión. Necesitamos estar bien informados para poder
recuperar un protagonismo político del que estamos abdicando.
Nos aqueja un
sentimiento de impotencia generalizado y deprimente. Leo en la portada
de L'Express: «El inquietante Bush. Ahora nuestro futuro depende de él».
Me encrespo contra esta posibilidad. Durante mi última
estancia en Inglaterra he seguido en los periódicos la polémica sobre
una guerra contra Irak que casi nadie quería, pero que se consideraba ya
prácticamente declarada. El poder parece lejano e incontrolable.
Les incito a una
'revolución tranquila', encabezada por una ciudadanía ilustrada, tenaz y
sensata.
Tranquila no quiere
decir lenta, sino serena, no traumática, minuciosamente conseguida desde
abajo.
-
Hasta ahora, los
grandes problemas de la Humanidad se han intentado solucionar con
gigantescas revoluciones, como las que el mundo vivió en el siglo
XX, que produjeron terribles desdichas y pocos progresos.
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Lo que
necesitamos es un cambio por capilaridad, individual pero
multitudinario. Pasar de la pasividad a la actividad, del
escepticismo a la creencia en que las cosas tienen arreglo, de un
egoísmo irresponsable a la lucidez. La revolución tranquila
debe aprovechar los mecanismos útiles y justos que tenemos al
alcance de la mano y rechazar los injustos. Y ante todo, desmontar
el inmerecido prestigio intelectual que tiene el pesimismo. Vivimos
gracias a optimistas.
Les pondré un
ejemplo. El sistema de mercado es indispensable e insuficiente. Las dos
cosas. Ni podemos prescindir de él, ni podemos confiar en él. Debemos,
pues, prolongar sus cosas buenas. Las empresas no son, exclusivamente,
unas codiciosas máquinas de ganar dinero. Son unas fabulosas
concentraciones de talento. Necesitamos su capacidad organizativa,
productiva y creadora. Pero tenemos que exigir que se impliquen en la
resolución de los urgentes y dramáticos problemas que afectan a la
Humanidad. Jurídicamente se las considera 'personas', es decir, sujetos
capaces de actuar, de comprometerse y de tener responsabilidades. Lo
único que hay que hacer es pedir a esas 'personas jurídicas' lo mismo
que pedimos al resto de las personas. Cada uno de nosotros debe luchar
por su propia prosperidad y, al mismo tiempo, colaborar al progreso
ético de la sociedad. Tenemos, pues, dos grandes deberes. Uno privado y
otro público. Las empresas también. Tienen que ganar dinero y tienen que
mejorar el mundo. Como todos. Poco a poco se va reconociendo esta idea
tan simple... ... ¿Podemos
influir en este asunto? Desde luego. Las grandes empresas parecen
invulnerables, pero tienen los pies de barro. Para sobrevivir necesitan
consumidores. Es decir, nos necesitan. La dictadura del mercado es, en
último término, democrática, si lo mantenemos libre de monopolios.
Cientos de millones de actos de compra dan el poder a una empresa y
pueden quitárselo. Cuando el público, indignado por algunas prácticas
que consideraban injustas, se ha enfrentado a las empresas -hace un par
de años se dio el caso con Nike y Shell- las empresas han rectificado.
Ninguna quiere verse en una lista negra de los consumidores.
Cada uno de nosotros
podemos influir en la vida pública de tres maneras:
-
1ª voto político:
El voto político se ejerce en las elecciones.
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2ª voto económico:
El voto económico se ejerce en cada acto de compra. Estamos
indicando al productor: produzca esto y a este precio.
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3ª voto de conexión: El voto de
conexión es el más complejo. Formamos parte de una red que nos
influye y desborda. Estamos sometidos a muchas presiones
informativas, emocionales, laborales. Es esta gigantesca estructura
que obra sobre nosotros la que provoca nuestro sentimiento de
indefensión e impotencia. Pero no es verdad que no podamos hacer
nada. Podemos apoyar la información que viaja por ella, bloquearla o
introducir nuestra aportación.
Cada uno de
nosotros, queramos o no queramos, jugamos un papel en este mundo
globalizado. Cuando no hacemos nada, estamos haciendo algo: colaborar
con lo que hay. En fin, que no estamos tan inermes como se nos hace
pensar. Lo que estamos es confusos y perezosos.
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