Formación inicial del voluntariado


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Documentos  para que las personas responsables de voluntariado puedan plantearse ciertos aspectos de la formación

 LO QUE DEBE ESPERAR UN VOLUNTARIO EN SU FORMACIÓN  

 

Este capítulo, que va dirigido especialmente a las organizaciones no gubernamentales, utiliza las reflexiones de Luís A. Aranguren Gonzalo para que el voluntario, desde su propia acción solidaria, mejore dichas organizaciones mediante la demanda coherente de una formación integral y dinámica. Una formación que lo comprometa con el mundo, no que lo abandone a sus caprichos.

  

1.  LA FORMACIÓN DEL VOLUNTARIADO. (Luís A. Aranguren Gonzalo)

 

 Nuestra reflexión gira en torno a la posibilidad de generar desde las entidades itinerarios educativos desde el - y para el - voluntariado. Sin entrar en este momento en mayores precisiones, rescatamos alguna de las cosas que pueden resultar interesantes para una reflexión sosegada:

 1. Ningún itinerario formativo es neutral y, por tanto, sus objetivos deben estar predeterminados por la organización, a través de un proceso deliberado, pero no dejado al arbitrio del último que llegue a la entidad.

 2. En la deliberación de estos objetivos deben participar de alguna manera los voluntarios. Pero distinguimos lo que es la profundización en la democracia interna de las organizaciones, que permita una progresiva participación del voluntariado, de lo que es el proceso formativo en sí, cuyos objetivos deben tener claros los responsables de la formación de las distintas entidades.

 3. Cabría distinguir distintos tipos de objetivos formativos:

  • unos, de carácter instrumental, que ayudan al voluntario a hacer bien su tarea, a dominar su campo de acción; en este sentido, todo lo que sea incentivar la formación específica, en función de las personas y/o colectivos con los que se trabaja, es siempre necesario. Somos conscientes de que muchas organizaciones se quedan aquí, es decir, que no pasan de poner en marcha estos objetivos instrumentales.

  • Por eso, es importante concienciarse de que la formación ha de ayudar a cada voluntario a crecer como persona, en su devenir vital, lo cual nos conduce a la evidencia de que muchos de los actos educativos que realizamos entre los voluntarios van a valer, no sólo para la tarea, sino para la vida y la persona de cada voluntario, más allá de su adscripción a nuestra entidad.

 4. Es importante concebir el itinerario del voluntariado desde una perspectiva de anchura de miras. Hablamos de un itinerario que va más allá de la formación formal (entendida como cursos, talleres, jornadas, formación básica, específica o permanente). Por eso, hablamos de itinerario educativo, que es algo más que "formativo", y hablamos de objetivos educativos, donde tomamos en consideración a la persona y no sólo a la tarea. En este sentido, podemos hablar de que gran parte de la relación que se establece entre la organización y el voluntario es una relación educativa –de crecimiento mutuo-, manteniendo unos espacios específicos destinados a la formación formal, que cuenta con un tiempo y un espacio determinados.

 

 5. El itinerario educativo del voluntariado es una realidad mucho más amplia que un programa de formación al uso; es decir, por ser una actividad y una dimensión que recorre transversalmente todos los programas, proyectos y servicios con los que cuenta cada organización, entendemos que el peso de este proceso educativo no debe caer en exclusiva en las cabezas de los responsables de programas de formación y/o de voluntariado; son los responsables de los programas y servicios concretos donde colaboran los voluntarios (infancia, empleo, inmigrantes, sin-techo, toxicomanías, mujeres, ayuda a domicilio, servicios de acogida, etc.) los que han de co-protagonizar la responsabilidad de llevar hacia delante este itinerario educativo. Por ello, entre los objetivos de este itinerario han de tenerse en cuenta las implicaciones que conlleva todo ello para los responsables de otros programas.

 

 6. La responsabilidad más inmediata respecto de los voluntarios es la de asumir el papel de ser animador del voluntariado; animador no es sólo el responsable del programa de voluntariado o de formación, sino cualquier responsable de otro programa que cuenta con una relación directa –y por lo tanto educativa- con los voluntarios. Otra cosa será los mecanismos por los cuales se designa o se ofrece quién es esa persona que anima al voluntariado de cada programa o proyecto. No nos olvidamos, tampoco, de lo que el propio Código Ético de organizaciones de voluntariado plantea en lo que concierne a los deberes de las organizaciones respecto de los voluntarios, en donde se pasa del habitual deber de "formar a los voluntarios"  a una nueva formulación que invitamos a reflexionar en profundidad en cada entidad.

 

 A partir de las anteriores consideraciones hemos tratado de estructurar este capítulo, de manera que sirva como orientación en esta difícil travesía del voluntariado en la que nos encontramos. Aquí se plantea la cuestión de instaurar "itinerarios educativos", en plural, porque ni existe un único itinerario faro y guía para los demás, y porque el mismo itinerario afecta a distintos actores (voluntarios, contratados y directivos). En ocasiones, para no distorsionar el sentido del texto, adoptaremos la forma de "itinerario", en singular. Lo que verdaderamente importa es que en ningún caso se podrá encontrar aquí "la" receta de un modelo acabado, sino tan sólo el ánimo para que también cada uno de vosotros en vuestras entidades, coordinadoras y plataformas, imaginéis futuros posibles en este difícil y apasionante reto educativo que tenemos el privilegio de asumir".

 

2. UN NUEVO VOLUNTARIADO

 

 Sin duda , uno de los mayores contratiempos con los que topamos en las organizaciones de voluntariado es que resulta difícil encontrarnos con voluntarios realmente implicados, comprometidos en y desde la acción, que sepan realmente lo que tienen que hacer y no se "cuelguen" literalmente de los responsables de los proyectos. En cualquier jornada donde se trabaje esto de la "formación" del voluntariado, la primera palabra de los participantes en el evento suele ser de queja: por las motivaciones que no salen de la esfera de lo personal, por el poco tiempo que dedican al voluntariado, por el escaso bagaje de compromiso personal que traen,  en definitiva, nos encontramos ante un voluntariado que no es aquel con el que soñamos, con el que nos gustaría, con el que nos podamos sentir realmente seguros.

 

El voluntario que llegaba hasta hace unos años a nuestras organizaciones venía con una maleta cargada de experiencias, motivaciones, aptitudes y actitudes que aligeraban la densidad de las labores formativas. Así, en síntesis, podríamos decir que en dicha maleta el voluntario traía:

  •       Una clara referencia de sentido. Su compromiso voluntario no era más que la explicitación hacia el exterior de una opción vital por desarrollar unos valores humanizadores,  desde claves religiosas o humanistas, pero en todo caso nucleares y vertebradores del resto de las dimensiones del vivir cotidiano.

  • Una suficiente experiencia en la acción. Se trataba de personas "metidas en la harina" de la acción social, del compromiso, del altruismo a favor de los demás. La acción incluso en no pocas ocasiones era sinónimo de activismo o de hiper-ocupación exagerada.

 Un horizonte de transformación social que viene acompañado por la cultura sociológica del cambio, de la necesidad de buscar una sociedad diferente, unas propuestas globalizadoras alternativas. Desde este referente de sentido, uno quería ser voluntario porque este mundo no le gusta y lo quiere cambiar. Sin duda, este tipo de voluntario existe e insiste en nuestras organizaciones. No es pieza de museo, pero no goza del favor numérico de otros tiempos. Y no se trata de tanto de discutir sobre las bondades o maldades de este modelo, sino constatar que simplemente este modelo no está en alza en el escaparate del voluntariado. Quizá porque el voluntariado se ha convertido en exceso de escaparate, quizá porque nuestro sustrato cultural actual no favorezca trayectorias personales tan clarividentes como las de otras épocas. El caso es que en estos momentos estamos en otro espacio y en otro tiempo donde surgen personas voluntarias que se acercan a nuestras organizaciones con la maleta cargada de:

  •  Una inestable pluralidad de pertenencias, unida a la ausencia de referencias de sentido. El voluntariado aparece, sin querer, como una puerta abierta donde cada cual intenta buscar y construir su lugar en el mundo, explícita o implícitamente, consciente o inconscientemente. El nomadismo de nuestros días se advierte en el ir y venir de los voluntarios de unas organizaciones a otras, unir y venir acentuado por la prisa y por la poca estabilidad de los compromisos adquiridos.

  • Una inmadurez en la acción que se traduce en el fácil acomodo, en la apetencia o en la autocomplacencia. De hecho nos encontramos con un voluntariado de perfil blando, en el sentido de que adquiere un compromiso minimalista, que no concede espacio al esfuerzo personal, que pone trabas al trabajo en equipo, que no le interesa el horizonte de cambio social, que se siente más afectado por el grano que pone, que por el granero que está construyendo.

  • Un horizonte mayoritario que busca la realización personal en su sentido más amplio, que cuenta con el favor de la cultura sociológica que transita hacia la construcción de una nueva forma de ser sujeto en un mundo en cambio y en una época en la que la persona está expulsada del criterio de medida de las grandes fuerzas que nos gobiernan, comenzando por la globalización económica.

 

3. LOS ESTILOS  EDUCATIVOS.

 

   Con frecuencia, al abordar la cuestión de la formación de los voluntarios, el discurso se desliza por la clasificación en diferentes modelos formativos, como si fueran excluyentes entre sí.

   Por nuestra parte, entendemos que debemos abordar este asunto desde los distintos, y acaso complementarios, acentos que se puedan poner en marcha en el trabajo educativo con los voluntarios.

 

En un primer caso, podemos poner el acento en los contenidos que hemos de transmitir a los voluntarios.

 

Importa que el voluntario sepa

  • qué es eso de ser voluntario,

  • cómo se entiende el voluntariado en nuestra entidad,

  • cuáles son los principios de la acción social,

  • qué tipo de análisis de la realidad presentamos.

Se trata de que el voluntario conozca una serie de conocimientos que le hemos enseñado en el ámbito de lo que, de una manera coloquial, se denomina espacio de formación básica o inicial. Esta formación acontece fundamentalmente en unas sesiones formativas en las que unas personas cualificadas imparten formación a unos voluntarios, destinatarios de esa formación. La palabra clave en este paso es la identificación del voluntario con su entidad, con el ser del voluntario y con la realidad social en la que va a trabajar.

  • La aplicación de este modelo gira en torno a la figura del formador y al programa de contenidos que se va realizando a lo largo de un calendario que se cumple con mayor o menor rigor. Al comienzo del curso se ha proyectado un temario con los contenidos que hay que dar, con los profesores que lo deben impartir y con las metodologías que se pretender seguir.

  • En este esquema la experiencia vital de los voluntarios, el bagaje que llevan y que les conduce a la acción voluntaria cuenta... pero realmente cuenta poco. Las consecuencias que conllevan poner el acelerador en este acento son las siguientes:

    •  El voluntario se habitúa a la pasividad. Acude a unos cursos donde toma apuntes y en el mejor de los casos, participa a través de las dinámicas que se le proponen.

    • Difícilmente se desarrolla una conciencia crítica activa, aunque pareciera lo contrario.

    • Se fomenta una estructura mental en la que el voluntario interioriza la superioridad y autoridad del formador, y por tanto, su propia inferioridad que más tarde se puede transferir al plano del trabajo cotidiano en el proyecto, o al ámbito social y político.

 

En segundo lugar, podemos poner el acento en la necesidad de lograr resultados prácticos, en tanto que lo realmente importante es que la acción voluntaria se haga con calidad, y para ello hay que estar preparado con el fin de responder bien a las diferentes situaciones que plantea un enfermo terminal, o un toxicómano en pleno "mono", o una persona sin hogar que llega bebida al albergue, o una mujer prostituida al que el "chulo" le pisa los talones, o un inmigrante que viene con lo puesto.

 

Sin duda, la acción voluntaria ha de alimentarse de destrezas que tienen que ver con la buena relación de ayuda, con habilidades sociales, con la interiorización del sentido educativo en la acción social. En este caso se acentúa la llamada formación específica que de nuevo se remite a unas sesiones formativas, donde expertos cualificados en cada uno de los colectivos con los que se trabaja, imparten "su" curso específico. Lo que aquí importa es que el voluntario se capacite, sea capaz de enfrentarse con recursos técnicos suficientes a la problemática con la que se va a encontrar. Las aplicaciones concretas de este acento formativo conllevan la elaboración de un listado de temas que han de desarrollarse mediante talleres de trabajo donde adiestrados profesionales nos ayuden a ponernos al día. El aprendizaje se convierte en la adquisición de destrezas y técnicas que nos aporten una mejor calidad en nuestro trabajo.

 

Las consecuencias que se derivan de poner el interés en este campo son, entre otras, las siguientes: 

  • Es un aprendizaje que en buena parte absolutiza los resultados y el logro de los objetivos preestablecidos. Los indicadores nos hablan de "actuaciones correctas" y de "actuaciones incorrectas". Importa más el resultado que el proceso.

  • No promueve la participación, la toma autónoma de decisiones y la conciencia crítica. Más bien fomenta la actitud pasiva y la autoconciencia de que cada cual parte absolutamente de cero.

  • Con frecuencia se basa en una metodología altamente individualizada que no da pie a la actividad cooperativa y que por el contrario insta al aislamiento de cada voluntario.

  • Tiene un efecto domesticador, que se centra en la tarea y se desliza de los componentes cooperativos y de cambio social que conlleva la acción voluntaria. Desde estas claves lo que a uno le interesa es "hacer bien su trabajo"; con eso basta.

  • Impide ver la globalidad de una acción social realmente integradora. La formación "para" trabajar con un colectivo concreto (presos, toxicómanos, inmigrantes, niños en dificultas social, etc.), con ser importante, corre el riesgo de perder la perspectiva de la trama de vinculaciones que en el ámbito de las personas, de los espacios donde se desarrollan las relaciones interpersonales y finalmente en la esfera de las estructuras sociales y económicas promueven y empujan a la dualización y a la exclusión social.

 

Pero en el trabajo educativo con los voluntarios podemos poner el acento en el hecho de desarrollar con y desde ellos procesos personales y grupales que facilitan tanto el crecimiento personal y grupal, como asimismo incidir en la necesaria transformación social.

 

Ante la nueva realidad del voluntariado,

  • no basta con formar en contenidos y en habilidades sociales,

  • sino que hemos de impulsar un proceso de crecimiento y de transformación del voluntario y su entorno, de manera que rescatemos el valor del proceso educativo como un ámbito de trabajo más amplio que el espacio de la formación formal. El proceso educativo se interesa por la formación básica o específica, pero no descuida el acompañamiento personalizado o el valor educativo de la acción.

     La clave de este punto la situamos en la tensión por integrar momentos y elementos distintos pero complementarios: integrar formación formal e informal, formación individual y grupal, de voluntarios y de contratados, al mismo tiempo.

 

    Pudiera parecer que la opción de proceso en clave de integralidad pareciera un "cajón de sastre", camina a su aire, sin rumbo determinado. Nada más lejos de ello. Poner acento en el proceso es marcar una intencionalidad educativa:

  • no estamos entreteniendo a los voluntarios;

  • partimos de sus centros de interés no para quedarnos en ellos, ni para inundarles con planteamientos y estrategias de trabajo que les vienen grandes,

  • sino que buscamos acompañarles en un tránsito formativo adaptado a la particular circunstancia del voluntariado actual,

  • sin bajar la guardia en los aspectos técnicos y de cambio social,

  • pero contando con la realidad que tenemos.

Si ponemos el acento en este proceso ello implica que de alguna forma nadie educa a nadie (lo cual no debe traducirse por "aquí todo vale"). No partimos de una figura de formador o educador que todo lo sabe y lo deposita en los voluntarios, sino que en el mismo proceso educativo, formadores y formados están viviendo la misma experiencia educativa. Nos encontramos, por tanto, ante un proceso de carácter permanente, en el que cada cual (también el formador o animador del voluntariado) va descubriendo, elaborando, reinventando y haciendo suyo los nuevos conocimientos, habilidades, experiencias, diálogos que se entreveran en el camino. Las consecuencias que se derivan de poner el acento en el proceso educativo, son las siguientes:

 

  • Refuerza los valores comunitarios y cooperativos que nos permiten descubrir juntos los lenguajes, signos y retos que la realidad nos plantea.

  • Refuerza las potencialidades de cada persona, en especial las imprevistas e incontroladas.

  • Puede dar la imagen de un estilo formativo poco regulado, donde no sabe con certeza qué cabe hacer en un determinado momento. Aquí no caben recetas de ningún tipo.

  • Fortalece la autoestima del voluntario.

  • Se entiende la formación como un permanente ir más allá y más acá de lo espacios y momentos informales y de los momentos y espacios formales. Son espacios y momentos que deben confluir en una nueva lógica de convivencia integradora.

  • Se refuerza el crecimiento personal y en grupo en orden a la transformación social.

  • Potencia una perspectiva de acción integradora, en la que el voluntario no se detiene en un colectivo concreto de atención, sino que se incorpora a un proceso de cambio social en el que se manejan las mismas claves de trabajo, en términos de ejes fundamentales, ya sea con toxicómanos que con inmigrantes, que con mujeres prostituidas. Con las especifidades propias de cada colectivo, la lógica del proceso educativo aporta la necesaria visión global de la intervención social, más allá del proyecto concreto y del sello de la propia entidad.

 

 

4. EL ITINERARIO DEL VOLUNTARIADO.

 

Todo lo dicho hasta el momento concerniente a la pertinencia de los procesos educativos entre los voluntarios lo vamos a ir concretando en una propuesta concreta, a saber, la puesta en marcha de un itinerario educativo del voluntariado, que como ya señalamos al comienzo del cuaderno, se desglosa en itinerarios educativos en plural, porque lo que aquí se insinúa en singular debe ser matizado en plural por los diversos de sujetos (individuales y grupales) que trabajáis esta propuesta.

 

Quizá debiéramos hacer el esfuerzo de hablar todos en el mismo idioma y dar a cada palabra su justo valor. Por ello, nada mejor que comenzar este apartado asomándonos a la "ventana sobre la palabra", del escritor uruguayo Eduardo Galeano: Lemonnier recorta palabras de los diarios, palabras de todos los tamaños, y las guarda en cajas. En caja roja guarda las palabras furiosas. En caja verde, las palabras amantes. En caja azul, las neutrales. En caja amarilla, las tristes. Y en caja transparente guarda las palabras que tienen magia. A veces, ella abre las cajas y las pone boca abajo sobre la mesa, para que las palabras se mezclen como quieran. Entonces, las palabras le cuentan lo que ocurre y le anuncian lo que ocurrirá.

 

Pues bien, en nuestra apuesta por un itinerario educativo hemos de prestar mucha atención a las palabras, porque nos podemos llevar muchas sorpresas; en muchos casos tendemos a simplificar o reducir el significado de las palabras, llegando a situaciones como las que a continuación reseñamos:

 

  • Se llama proceso a la secuenciación y programación de cursos formativos que se realizan año tras año.

  • Se llama acogida a los voluntarios a la puesta en marcha de un despacho con un horario donde una persona recibe a los nuevos voluntarios, les "registra", les invita a que rellenen unos formularios, y les informa de dónde pueden desarrollar su acción voluntaria.

  • Se llama acompañamiento a la labor de "seguimiento" que se realiza sobre el voluntario (básicamente el "nuevo" voluntario) y que nos permite saber si viene o no viene, si está o no está.

  • Se llama reconocimiento del voluntario a la puesta en marcha de medidas tales como la creación de premios para los voluntarios.

  • Se llama acción voluntaria a la tarea realizada, a las dos horas o seis en la que se acompaña al enfermo, se apoya en refuerzo escolar, se colabora en el centro de personas sin hogar o en el piso con reclusos de tercer grado.

  • Se llama participación de los voluntarios al hecho de que exista una comisión de voluntarios que preparen un encuentro o una convivencia o, en otro orden de cosas, al "decretazo" de que sean los voluntarios quienes dirijan los programas de acción de las organizaciones, fundamentalmente porque son personas voluntarias, al margen de sus capacidades y preparación.

  • Se llama animador del voluntariado a esa persona capaz de extraer una dinámica de grupo a partir de cualquier dato de la realidad, con lo cual se garantiza un buen funcionamiento de las reuniones y encuentros con los voluntarios.

  • Se llama coordinador del voluntariado al gestor administrativo que controla el trabajo bien hecho o bien-por-hacer de los voluntarios y se percibe de que "todo está en su sitio",como corresponde a una buena empresa.

  • Se llama sensibilización a la pelea por llegar a un lema que impacte, una foto que conmocione, una campaña que sea realmente original y que llegue a la ciudadanía, porque nosotros ya estamos sensibilizados.

 

Y así podríamos continuar con tantas palabras que manejamos, enredamos y reconvertimos de modo que logramos pierdan su significado más genuino.

¿Nos pasa esto a nosotros?

 La formación despierta unanimidades poco recomendables; todos estamos de acuerdo con que formar es importante, y damos por supuesto las líneas básicas de nuestra formación. Como señala Alejandro Romero: "Esta unanimidad no debe ocultar que tras el vocablo "formación" se pueden encontrar concepciones, formas y estilos de hacer muy diferentes que responden a lógicas, proyectos e intereses bien distintos (...) Los procesos de formación constituyen en sí mismos procesos de carácter ideológico y, por tanto, no pueden ser desligados del horizonte de sentido en el que se enmarque el desarrollo de la acción. Por ello, el lugar de la formación en las asociaciones de voluntariado, sus formas, sus lógicas, su funcionalidad,... estarán en concordancia con el proyecto político, con las metas y con la misión que implícita o explícitamente se asuman".

 

Hablamos de itinerario educativo en términos de praxis dinámica, que acontece en la experiencia que suscita la acción reflexionada y el pensamiento vivido. Sólo la acción y la reflexión sobre el mundo pueden generar partículas inmensas de transformación.

 

Hablamos de itinerario educativo en la medida que afecta a sujetos itinerantes, que se saben inacabados (porque sólo la conciencia de in-acabamiento hace a la persona educable), exploradores de nuevas posibilidades, personas que se adaptan al medio transformándolo.

 

Hablamos de itinerario educativo que posibilita procesos de elaboración personal y grupal de la experiencia que conlleva la acción social. No existe una pretendida formación de "alta velocidad". La elaboración de experiencias, la interiorización de los acontecimientos, la reflexión sobre la acción requiere un tiempo de cocción lento, a veces ingrato y tortuoso.

 

Hablamos de itinerario educativo como cauce en el que cada voluntario se sabe hermanado en una acción colectiva y en un quehacer que es mucho más que el simple "hacer"; la acción voluntaria, enmarcada en un itinerario educativo, propicia no sólo la efectiva transformación social sino la necesaria transformación personal, en forma de crecimiento y de progresiva asunción de aquellos valores que humanizan y despiertan lo mejor de cada uno.

 

Hablamos de un itinerario educativo que genera planteamientos y prácticas que conllevan una acción colectiva globalizada e integradora, en favor de los más débiles y propiciando espacios de encuentro de los propios afectados por el sub-mundo de la exclusión social. La imaginación creadora ha de apuntar a visiones globales e integrales de la realidad, más que a repeticiones de procesos de aprendizaje estancados en una visión sectorial de esa misma realidad.

 

Hablamos de un itinerario educativo que se enmarca en el horizonte de enraizamiento en la posibilidad real. El acto educativo también consiste en acertar a descubrir las potencialidades que cada persona posee. El buen educador atisba siempre nuevas y emergentes posibilidades en un quehacer que parcialmente nos constituye como personas.

 

Hablamos de un itinerario educativo que, si bien está dirigido al voluntariado, afecta igualmente a las personas contratadas, a los equipos de acción social que llevan adelante programas y servicios y a cada organización socio-voluntaria, en la medida en que este itinerario afecte a una mayor presencia de personas liberadas para este cometido, al establecimiento de nuevas prioridades y a la opción por entrar en procesos de largo alcance.

 

Nos encontramos ante la posibilidad de hacer viable una práctica educativa que antepone la pedagogía a las didácticas, y toma la pedagogía como "la promoción del aprendizaje a través de todos los recursos puestos en juego en el acto educativo". El aprendizaje transita por la apertura de caminos nuevos, porque aprender –siguiendo a Freire- siempre es “construir y re-construir para cambiar”, lo cual hace necesaria la actitud favorable al riesgo y a la novedad.

 

Ningún itinerario educativo es neutral. O lo que es lo mismo: todo itinerario encierra una intención que expresa con mayor o menor nitidez. En este caso, somos de la opinión de que el voluntariado social precisa dotarse de un itinerario global, que tiene un marcado carácter educativo ya que partimos de la base de que las personas voluntarias, a partir de su acción, se introducen en un proceso de aprendizaje que hemos de explicitar y poner nombre.

 

El término itinerario proviene del latín, iter , que significa "camino". Pero no sólo describe una trayectoria, sino que también hace mención de la dirección que lleva y de los lugares, accidentes, paradas y vericuetos que se encuentran en ese camino.

En nuestro caso, se trata de un camino educativo que realizamos con las personas voluntarias. Y es en el seno de cada organización socio-voluntaria donde han de marcarse las líneas básicas de este proceso educativo. En él han de participar los voluntarios, pero en este caso entiendo que quien debe tenerlas ideas claras al respecto son las personas responsables de la formación y el acompañamiento de los voluntarios. Lo que caracteriza a cada itinerario es su punto de partida, su punto de llegada y las opciones de fondo antropológicas, pedagógicas y políticas que lo acompañan.

 

4.1. El voluntario como persona.

 

 Nuestro punto de partida es la persona del voluntario, en su situación vital, con sus motivaciones iniciales, con su escasa o abundante experiencia previa, con sus miedos y temores, con sus idealismos y sus prisas, con su ignorancia y con su sabiduría. No son las tareas, las urgencias, los proyectos y todo lo que queda por hacer quienes marcan la acción voluntaria. Con demasiada frecuencia y en nombre de causas muy dignas hemos pasado por encima de la persona del voluntario y de su circunstancia, tratándola más como una prolongación de la tarea, es decir, como un medio con el que conseguimos nuestros nobles fines, y no como una realidad valiosa en sí misma, portadora de una eminente dignidad, la de ser persona.

 

El punto de partida del itinerario del voluntariado ha de ser la persona, en su doble condición de ciudadano y de itinerante.

  • Como persona, al voluntario le asiste el derecho a participar en los asuntos que le afectan por el mero hecho de ser persona que vive en sociedad con otros y en tanto que le duele el sufrimiento y la injusticia que padecen otras personas y otros pueblos.

  •  Al mismo tiempo, hablamos de persona en su condición de itinerante, de  semi-acabado -como insiste Freire-, de realidad susceptible de crecer dinámicamente, esto es, de ir dando un poco más de sí en actitudes, en capacidades, en disposición. Crecer es activar la capacidad de cambiar y modificar conductas, comportamientos, motivaciones y modos de actuar.

 

4.2. Hacia donde debe caminar el voluntariado.

 

 En este itinerario no podemos hablar de punto de llegada. Nuestro imaginario no es una carrera de obstáculos, sino un camino que en sí mismo es transición vital para quien lo pisa. No existe una llegada concebida como el hecho de que el voluntario se perpetúe en la organización. Es decir, el voluntariado representa una opción de entrega, trabajo y colaboración que ni es a tiempo pleno ni es de por vida. Esto es importante. Otra cosa será lo que el voluntariado aporta y remueve en la vida de cada cual, impulsando a tomar decisiones profesionales, familiares, económicas o de relaciones que vayan en la dirección de impulsar una cultura de la solidaridad crítica y creativa.

Los estudios sociológicos nos muestran que el ciclo vital del asociado a una entidad de voluntariado sigue la siguiente secuencia cronológica:

  • tras una dedicación alta en el periodo de la primera y segunda juventud,

  • se produce una fuerte disminución en la implicación en la organización durante los últimos años de estudios universitarios, primeros trabajos, nuevas realidades familiares, desplazamientos por motivos laborales, etc.

  • Con el final de la etapa laboral se observa un nuevo aumento en la implicación de los voluntarios en sus organizaciones.

 

Siendo, pues, realistas, no podemos hablar de un único punto de llegada para una realidad tan diversa, tan poco homogénea y, en ocasiones, tan dispersa. Acaso podamos atisbar un horizonte de llegada. Un horizonte que se despliega en la esfera de la persona, de los ambientes y de las estructuras. En primer lugar, el horizonte personal se establece en la posibilidad de que el voluntario vaya integrando su acción voluntaria en su proyecto vital, de manera que no cultivemos la disociación existencial, sino todo lo contrario: expresado con otro lenguaje: hay que ocuparse más del compromiso personal con y en la sociedad que del "voluntariado", como si éste fuera el único cauce de acción comprometida. El voluntariado no es ningún absoluto; en la persona importa sobremanera su proyecto vital, hacia dónde dirige sus esfuerzos, ilusiones y opciones más importantes. En este sentido, el tiempo de voluntariado (sea éste de dos horas semanales, de dos años o de veinte) es un tiempo donde la persona descubre, estima y verifica una serie de valores humanizadores que tienen que ver con la consideración de la realidad absoluta de la persona, el vigor de la solidaridad, la necesidad de practicar un consumo responsable y austero, el sentido del encuentro interhumano, etc. Sería peligroso asociar el voluntariado con un cierto "papel" bonachón que uno realiza durante unas horas y que nada tiene que ver con el resto de las cosas y de la vida. Nuestro horizonte educativo, de este modo, instaura un proceso educativo que reclama puertas y ventanas abiertas, flexibles y dinámicas; busca relaciones que interroguen, que cuestionen, que lejos de petrificarse en la estructura que los sustenta, sirvan para modelar ese proceso y adaptarlo a cada circunstancia.

 

En las tramas relacionales y ambientales, el horizonte de llegada se sitúa en el descubrimiento y potenciación de las redes de solidaridad, ya sea entre los mismos voluntarios, entre las distintas organizaciones, entre los colectivos con los que se está trabajando, en los barrios, pueblos y proyectos en los que se encuentran. Esto significa que, por ejemplo, quien realiza su labor voluntaria entre toxicómanos de un barrio comprenda que su acción ha de vincularse a un proyecto más integral de trabajo en el territorio, con otros agentes, otras organizaciones, sin aferrarse al pequeño mundo del proyecto concreto.

De un modo más global, por tanto, el horizonte de llegada se sitúa en los pasos que personal y colectivamente el voluntariado va realizando en favor de una sociedad inclusiva y justa, con conciencia de la lentitud del cambio y de la dureza de los procesos.

 

4.3. Reflexiones de fondo.

 

El punto de partida y el horizonte de llegada constituyen dos referencias importantes del itinerario. La trayectoria del mismo será la apropiada si acertamos a diseñar una serie de opciones de fondo que le vertebren y dirijan.

 Importa, pues, articular una serie de opciones fundamentales y apuestas de sentido acerca del voluntariado y de la misma organización, que hemos de explicitar. Así las cosas, las opciones de fondo que se han de visibilizar en este itinerario educativo son:

 

  •  El cuidado de la persona. Ha de primar la atención a la persona por encima de las tareas. Hablar en términos de cuidado personal no representa una rendición ideológica hacia la cultura emotivo-posmoderna, sino una exigencia de humanidad. Este cuidado implica fe en las posibilidades de cada cual, la certeza de que cada persona puede crecer hasta límites insospechados, y que es capaz de cultivar con nuevos aportes su veta solidaria. Este principio conlleva la adopción de mecanismos pedagógicos y estructurales queden cuenta de esta atención lo más personalizada posible. Sentimos –con Freire- que "el nuestro es un trabajo que se realiza con personas, jóvenes o adultas, pero con personas en permanente proceso de búsqueda. Personas que se están formando, cambiando, creciendo, reorientándose, ..."

  • La prioridad de la acción. La acción es el referente donde se verifica y se valida el voluntariado, más allá de las palabras, las intenciones y la buena voluntad. Esto significa que los elementos formativos, tanto formales como informales, han de estar en conexión directa con la acción de los voluntarios. Será en la acción concreta y no en una reunión, donde el voluntario atraviese la prueba de la validez de su aportación. Pero ello significa que en el seno de las organizaciones socio-voluntarias ensanchemos el concepto de acción, que, en nuestra opinión, representa: 

a) La realización de la tarea concreta en la que el voluntario se ha comprometido (por ejemplo, la responsabilidad de realizar tareas de apoyo escolar en un proyecto con adolescentes en un barrio marginal).

b) El significado que esa acción representa en la vida y crecimiento personal del voluntario (en no pocos casos, la acción voluntaria ha despertado en las personas voluntarias iniciativas diversas de orden profesional, familiar o relacional).

c) La acción, por último se entronca con el grado de transformación social que genera (en nuestro ejemplo del aula de apoyo escolar habrá que descubrir en qué medida esta acción, que no es sólo de este voluntario, sino de un proyecto colectivo, ha generado pequeñas transformaciones entre los adolescentes "condenados" al fracaso escolar, y ha posibilitado nuevas medidas de intervención en el seno de las familias, de los centros educativos…)

 

Así, pues, tarea concreta, significados personales y transformaciones sociales van de la mano cuando hablamos de la acción voluntaria.

 

  • La relación, como elemento constitutivo del quehacer del voluntariado. Importa descubrir que buena parte de nuestra capacidad para transformar la realidad pasa por la creación de redes y vínculos humanos. "En la mayoría de los casos no consideramos el trabajo voluntario como un modo de cultivar relaciones duraderas con la gente a la que atendemos. Tratamos a estas personas como clientes casuales, extraños que entran y salen de nuestras vidas con suma rapidez". El encuentro transforma más de lo que imaginamos. Y ello requiere educar en el significado de las acciones y profundizar en la carga transformadora que genera el encuentro entre personas.

  • La no neutralidad ante la realidad social. Los procesos educativos tienen como horizonte de trabajo la transformación social, cuestión que nunca está peleada con el crecimiento personal de cada cual. El análisis y el conocimiento afectivo y efectivo de la realidad social forma parte ineludible del quehacer educativo del voluntariado social.

  • El referente grupal. Trazamos un itinerario educativo personalizado, en la medida de lo posible, pero que no pierde la necesaria referencia grupal. El grupo de voluntarios, el equipo de acción de técnicos y voluntarios constituye una pertenencia que no sólo se realiza para la acción, sino que constituye un elemento educativo en sí mismo.

  • El territorio, como la concreción del lugar donde animar la acción solidaria en términos de recreación del tejido social, participativo y cercano en los pueblos y barrios, con el fin de reconfigurar espacios habitables y referencias de compromiso comunitario y mancomunado.

  • La opción institucional que estos procesos conllevan. De nada vale que una organización socio-voluntaria apoye teóricamente un itinerario del voluntariado si, al mismo tiempo, no pone en marcha medios, libera personas para acompañar estos procesos, y se plantea visones a largo plazo en el mundo del voluntariado. Con demasiada frecuencia se tiene claro el proyecto a largo plazo con los colectivos afectados por la exclusión social, mientras que con el voluntariado se trabaja con mentalidad de "deprisa, deprisa", y en este trance la formación formal constituye el mejor catalizador que garantiza en teoría- la tarea bien hecha. Sin embargo, entiendo que el voluntariado merece un trato de atención no de favor, sino de trato personalizado y justo. Por otro lado, y dadas las características del itinerario que aquí se propone, cada organización puede establecer sus prioridades, destacando unos u otros momentos de este proceso, ya que no se trata de un itinerario lineal donde los momentos se han de dar de forma consecutiva.

  • El tiempo educativo. No se nos oculta que todo lo anterior requiere tiempo, paciencia y sentido de la modestia. Llegamos a donde podamos llegar. Ello significa que deberemos trabajar siguiendo el criterio del poco a poco, de menos a más, y, todo ello, con buenas dosis de flexibilidad. En tiempos donde todos ponemos nuestros ojos en el microondas, el concepto de "tiempo educativo" corresponde al de la cocina de leña, donde los alimentos sólo adquieren sabor, cocinados a fuego lento.

 

      Pero tiempo educativo es algo más que ir despacio. Conlleva sumergirse en una dinámica dialógica que exige acompasar razonablemente el tiempo propio y el tiempo de los demás. La pluralidad también habla en tiempos diversos. Y con frecuencia este simple hecho se nos escapa de las manos, en la pretensión de juzgar a los demás por nuestro criterio temporal unilateral. Con acierto escribe Daniel Innerarity: "considerado desde la propia temporalidad, el otro es generalmente un ser inoportuno, que se nos escapa o detiene nuestra velocidad particular, alguien que tiende de manera molesta a adelantar o retrasar". El tiempo educativo constituye entonces una llamada al respeto hacia el otro entendido diferente a mí, al que le cabe encontrar lo que yo he encontrado y vivir lo que yo he vivido a su debido momento, en un lugar y en un tiempo que yo no puedo predeterminar.

     Por ello la paciencia, el sentido del ritmo, el acompasamiento, la espera, la cercanía y la distancia configuran una estela de ineludibles puntos de encuentro temporal.

     Para esta empresa, más que técnicos de la técnica formativa se precisan artistas que saboreen el arte educativo y afinen los sentidos y el pensamiento a esta suerte de conocimiento que se desarrolla sin las muletas de la receta de turno, si bien la destreza en ciertos conocimientos específicos siempre ayuda y en modo alguno hay que despreciarla.

 

5. FASES DEL ITINERARIO FORMATIVO.

 

 Hablamos de un itinerario que se desarrolla en forma de espiral, donde no hay un momento primero al que le sigue uno segundo, y así sucesivamente. Todos los momentos están entremezclados. Es un itinerario que se desarrolla en el seno de un campo de juego amplio y diverso, de manera que de un momento se puede saltar a otro. Es importante, por ejemplo, acoger al voluntario y que se instaure un espacio de acogida a la persona que se ofrece a colaborar en una entidad de voluntariado; pero ese momento se puede instaurar después de poner en marcha un dispositivo de acompañamiento a los voluntarios en su acción, o viceversa. En cualquier caso, este proceso, se vertebra a través de dos ejes que alimentan su desarrollo:

 a) La sensibilización, como la instauración del "chip", marca de calidad del voluntario, a saber, la adopción de una actitud permanente de escucha, atención, análisis y mirada hacia una realidad sufriente e injusta que exige respuestas renovadas y compartidas. La sensibilización, entonces, conecta con la posibilidad de abrirnos a la realidad social, mirarla a la cara, ponerle nombre y dejarse afectar cordialmente por ella, en la esperanza de que nuestra aportación, con toda su modestia, impulsa semillas de transformación social. La sensibilización, entonces, no es aquello que exigimos a los voluntarios, sino que es aquello que los voluntarios han de notar y descubrir en los más "viejos de lugar", en los veteranos que impulsan los proyectos de acción concretos.

El acompañamiento, como eje pedagógico que antepone el "¿cómo estás?" al "¿qué has hecho hoy?". Se acompaña a la persona toda, en la medida en que ésta se deja acompañar. Y se acompaña allí donde se desarrolla la acción voluntaria: en la calle, en el taller, en el albergue, en el piso de acogida, en el bar. Más que sobrecarga añadida, el acompañamiento conlleva una manera de estar y de ser con los voluntarios en tantos momentos que ya de por sí se comparten con ellos. Según los distintos momentos de la acción que desarrolla el voluntario, el acompañante deberá afinar sus dotes para realizar el mejor acompañamiento en el difícil juego de cercanía-distancia que todo acompañamiento conlleva. 

 A partir de estos dos ejes, tan sólo nos queda describir de modo breve, los momentos del itinerario educativo:

 * Convocatoria. Más que "captar" voluntarios, lo que una organización socio-voluntaria debe plantearse es su capacidad y estilo de convocatoria. El voluntariado, más que un hacer es un quehacer, una forma de construirse y crecer como persona en tanto que construye un nuevo tipo de sociedad. Así, hemos de hablar de convocatoria en términos de invitación cordial y amable a incorporarse a un proceso de acción y de reflexión, que va más allá del ingreso en un proyecto de trabajo concreto. Cierto que a las organizaciones les urge "tener" voluntarios para "sus" proyectos. De hecho entre los responsables de proyectos concretos y quienes realizan la acogida inicial a los nuevos voluntarios se dan divergencias importantes. Mientras que para los primeros les importa captar voluntarios con un perfil concreto, a los segundos les "llega" el voluntario con su perfil, que no siempre coincide con el ideal(ya lo constatamos al comienzo de este capítulo). Entre tener que captar para lo urgente y convocar a un quehacer personalizador, cada entidad deberá hacer sus ajustes en la convicción de que la convocatoria no comienza ni termina en mi entidad, sino que se trata de una invitación que nosotros hacemos y que posiblemente lo mejor del saber hacer de este nuevo voluntario lo va a dar en otro lugar, en otra entidad. No importa, puesto que buscamos personas críticas y transformadoras de la realidad, no prosélitos de una institución.

   * Acogida. Más que un registro de entrada, la acogida se convierte en un ámbito de encuentro, de diálogo y de primer acompañamiento en la buena orientación al nuevo voluntario, que se ofrece y que llega con las más variopintas motivaciones; y se le acoge incondicionalmente para ayudarle a descubrir en qué proyecto y en qué tipo de acción puede dar más de sí, y se le acoge incondicionalmente para decirle que en ese momento, quizá la acción voluntaria no es el mejor camino para esa persona (recordemos los muchos casos de voluntarios que llegan con graves trastornos de salud mental y que el voluntariado no es en ese momento la mejor opción). Hemos de distinguir, por tanto, entre acogida incondicional a la persona y la integración en la acción del voluntario, que siempre estará condicionada por el compromiso inicial del mismo con la organización y viceversa. Acoger no es abrir la entrada al "todo vale" en el voluntariado, pero sí ha de valer la escucha, la atención personalizada y la amabilidad incluso para indicar o sugerir que en este momento el voluntariado no es la mejor opción para esa persona. Cuáles han de serlos criterios para construir ese compromiso mínimo del voluntario será tarea en la que cada organización deberá pensar y decidir.

    * Integración en la acción. Más que a la "tarea" concreta, al voluntario hay que integrarle en la acción global de la entidad, en la mirada que realiza sobre la realidad; hay que vincularle a un proceso de acción-reflexión permanente y gradual. Hay que integrar al voluntario a una dinámica de trabajo en equipo donde juntos hacemos y juntos decidimos. La acción no se reduce a la tarea, y por ello hay que entender la misma acción en una dinámica extensiva, que cubre tanto la exploración del terreno que se va a pisar, como la relación personal con los destinatarios de la acción, como la realización de la tarea encomendada, como la apertura del proyecto en el que andamos metidos a otros espacios, otras redes, otras dimensiones. La extensión de la acción a múltiples actividades no nos hace perder de vista la intensidad de la misma en términos de reflexión sobre lo que juntos vamos construyendo, de manera que evaluamos permanentemente si nuestra acción conlleva a la absolutización de un proyecto o de una sigla, o conduce realmente al servicio de los más débiles y al cambio social.

   *  Espacios formativos formales. Desde nuestro punto de vista, el momento primero de formación básica o inicial del nuevo voluntario ha de venir tras un breve periodo de experiencia en la acción, donde el voluntario ha podido explorar la realidad en la que le toca trabajar y ha explorado su propia realidad de fragilidad, miedos, carencias y posibilidades. En cualquier caso, un itinerario educativo como el que aquí se plantea, necesariamente trastoca los esquemas, contenidos y metodologías de los espacios formativos tradicionales: formación básica y formación específica. En ningún caso se trata de anularlos sino de recrearlos a través de una dinámica verdaderamente inductiva y participativa.

    *   Presencia pública. Más que tareas paliativas, el itinerario educativo apuesta por una presencia pública del voluntariado en tanto que trata no sólo de ser agente corrector de los desvaríos de un sistema económico y político injusto, sino que debe ser agente catalizador de nuevas realidades más justas y solidarias. Así, no es extraño que el voluntariado se manifieste a favor de la condonación de la deuda externa para los países del Sur, y sería muy interesante que el voluntariado que trabaja con inmigrantes se pronunciara respecto a la ley de extranjería, y que el que camina de la mano de los niños y niñas diga en alta voz lo que piensa sobre el maltrato infantil. Es decir, que el voluntariado ha de encontrar su vertiente movilizadora y provocativa en una sociedad marcada por la indiferencia y por la seguridad en términos de defensa ante el extraño.

    

       Para llevar hacia adelante todo este proceso educativo es fundamental descubrir la figura del animador del voluntariado, como agente que acompaña y dinamiza este proceso en unión con otros animadores-compañeros con los que configura una red de animadores de la entidad, del proyecto, o acaso del territorio o de la temática común donde confluyen intereses y necesidades de diferentes entidades, con similares características. Una red que se convierte en el observatorio permanente tanto del voluntariado con el que contamos como del proceso educativo que hemos instaurado. Una red que nos permitirá adaptar y concretar a nuestra escala humana los pasos y momentos de un itinerario educativo ambicioso, al tiempo que cercano.

 

 6. EVALUACIÓN DEL ITINERARIO FORMATIVO.

 

 Todo proceso desemboca en unos resultados que, de un modo u otro, se pueden verificar. En el caso de los procesos educativos y, en particular, en el itinerario del voluntariado estimamos -con Francisco Gutiérrez- que podemos hablar de productos de orden pedagógico cuando son el resultado permanente del proceso, de tal suerte que "proceso y productos están esencialmente relacionados"; más aún: la dinamicidad, flexibilidad, amplitud de miras y armonía del proceso constituyen los primeros productos con que nos hemos de topar a través de un itinerario educativo como el que presentamos.

 

 Desde el punto de vista pedagógico, los productos han de ser:

 

 Tangibles: que puedan ser sentidos y tocados físicamente por los participantes. No son productos teóricos para acumular conocimientos, sino valores, relaciones, sentimientos y cosmovisiones que se van incorporando a la persona, en la medida en que ésta los interioriza sin falsas culpabilidades y con conciencia de ganancia.

 

 Interrelacionados: la dinámica del proceso genera nuevas visiones de la realidad, comportamientos y opciones que no están desconectados entre sí. Al contrario, la experiencia de compasión con el que sufre ha de acercar al voluntario a su entorno vital y familiar al tiempo que da pie a una más amplia comprensión del sufrimiento causado por dinámicas estructurales injustas y a una mayor participación en otros grupos sociales y/o políticos.

 

 P e r m a n e n t e s: Insistimos en que no hablamos de un producto final, sino de un producto que se verifica en la experiencia misma del proceso; por eso es un resultado gradual, que en cada momento va generando una serie de frutos. Hay resultados día a día: hoy percibo que se va modificando la motivación inicial centrada en mis problemas o carencias; en otro momento descubro el valor revolucionario y transformador del encuentro con este enfermo terminal; otro día tomo conciencia de la dimensión política y reivindicativa del voluntariado, a raíz de una movilización en favor de las personas sin hogar.

 

 Participativos. Los resultados no pueden ser fruto de la imposición de un líder ni de la exigencia de una junta directiva. La lógica del proceso educativo cuenta desde el comienzo con el diálogo entre el voluntario y su circunstancia, entre el voluntario y la organización, entre el voluntario con los compañeros voluntarios y/o contratados. La participación no es sólo la capacidad para expresar opiniones en una reunión, sino la posibilidad de ser el co-protagonista del proceso educativo en cuestión.

 

 Estos criterios nos previenen igualmente acerca de nuestras prisas por contar con indicadores adecuados para evaluar ajustadamente el proceso educativo que estamos llevando a cabo.

 

Quizá estamos muy polarizados ante indicadores exclusivamente cuantitativos, que miden la realidad a través de los números: el número de voluntarios incorporados, el número de cursos formativos realizados, el número de reuniones de equipo, el número de folletos repartidos. Por nuestra parte, coincidimos con Ernesto Sábato en el hecho de que la vida se hace en borrador, de modo que los números hay que tenerlos en cuenta, pero corremos el riesgo de pasar de largo ante lo verdaderamente importante:

  • el crecimiento personal y comunitario,

  • la construcción de una ciudadanía responsable y comprometida con su realidad

  • o la sensibilización ante la realidad de injusticia que preside nuestro mundo.

Y en estos procesos, el esbozo, el tanteo, el borrador cobran una relevancia capital.

 

Formación del voluntariado 

 

 

 


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