| Repaso de la información sobre el estudio | Adela Cortina | 
CORTINA, Adela
Valencia, España, 1947. Catedrática de Filosofía del Derecho, Moral y Política en la Universidad de Valencia. Se doctoró con una tesis sobre Dios en la filosofía trascendental de Kant.
Traductora y 
comentadora de Karl‑Otto Apel, ha colaborado en la Historia de la Ética 
dirigida por Victoria Camps con un artículo sobre 
"La ética del discurso". Como becaria de la DAAD y 
de la Alexander von Humboldt‑Stiftung profundizó estudios en las universidades 
de Múnich y Francfort. 
El tema de su tesis doctoral, señalado arriba, muestra sus raíces, la filosofía práctica kantiana.
Desde entonces el fin de su filosofar en el ámbito ético‑político ha sido claro: conciliar la tensión entre los concretos mundos de la vida de los seres humanos, fuente de un ineludible pluralismo, por un lado, y la necesidad de una fundamentación racional universalizable, por el otro.
En 1985 publica Crítica y utopía: la Escuela de Francfort, obra escrita desde el pensamiento de Jürgen Habermas, confrontado con el de Karl‑Otto Apel.
En Razón comunicativa y responsabilidad solidaria, la autora insistirá en esa utopía de la comunicación y del diálogo con su fuerte impronta en la constitución de una Humanidad que neutralice el multiculturalismo y, al mismo tiempo, lo respete.
Ética 
mínima es obra inmediatamente posterior. La 
rehabilitación de una razón práctica responsable y solidaria, el establecimiento 
de una moral universalizable, hoy, en época de perplejidades, es una tarea cuya 
urgencia no puede ser silenciada por escrúpulos positivistas, cientificistas, o 
del tenor que sean: éste es el hilo conductor de la obra, articulación de 
ensayos aparecidos en diversas revistas entre 1980 y 1985, a los cuales se suma 
algún capítulo nuevo y un epílogo que da cuenta del uso de "mínima" para 
calificar la ética. 
La novedad de Ética aplicada y democracia radical es el compromiso asumido con una ética "aplicable" a la ingeniería genética, a la informática, a los medios masivos y a la publicidad, a la ecología, a los negocios y al mundo empresarial. De todo ello es, sin duda, la temática de la empresa actual la que concentra el interés de la autora, cuyo posterior libro Ética de la empresa convierte la organización empresarial en el "tema de nuestro tiempo".
Una concepción 
actual de la democracia, señala Cortina, debe cumplir algunos requisitos: 
1. No puede 
contar con una noción compartida de bien común, sino con una sociedad 
pluralista, en la cual compitan distintas concepciones de "vida buena". No puede 
señalar, por ejemplo, sin equívocos, ni discriminaciones ni autoritarismo, en 
qué consiste la felicidad. 
2. No puede, por 
tanto, constituirse como una "democracia sustantiva" (que tendría en cuenta un 
concepto específico de felicidad), sino como una "democracia procedimental", 
en la cual las decisiones legítimas son las tomadas según procedimientos 
racionales. 
3. Sin embargo, 
el criterio para medir la legitimidad de las decisiones no es idéntico al que 
mide su justicia (ésta tiene que ver con una noción compartida de "bien común") 
4. Que una 
democracia sea procedimental y posibilite distintas formas de vida, no significa 
que sus procedimientos sean neutrales y den cabida a cualquier forma de vida: 
las hay indeseables. 
5. Una noción de ser humano autónomo y solidario.
6. Aunque el 
sujeto se desvanezca en mecanismos estratégicos sin sujeto, es de los 
sujetos de quienes se espera la radicalización de la democracia. Por tanto, se 
trata de confiar en una conversión moral. No basta, pues, una ética de la 
responsabilidad para la cual importa sólo que "lo bueno acontezca". La 
"conversión del corazón" es condición necesaria. Ello significa simplemente que
no hay democracia radical sin sujetos morales, afirmación grave, dice 
Cortina, en épocas de fuerte crítica a la categoría de sujeto. 
El último punto 
se enfrenta, entonces, con la crítica del humanismo y del sujeto moderno. Éste 
pareció ser autotransparencia y autodeterminación descontextuadas. 
Inadmisibles hoy esas caracterizaciones, resulta más que necesario resignificar 
tanto el sujeto como el humanismo desde modelos teóricos más modestos que los 
"ilustrados", mínimos. 
Desde una 
antropología "mínima", el sujeto es, en definitiva, el interlocutor válido
de todo diálogo, más allá de toda cultura, más allá de toda determinación 
histórica, más allá de toda comunidad particular. 
Esa es la esperanza y la ilusión de la ética de la acción comunicativa propuesta por Cortina.
Marta López Gil 
Estudiar, 
¿Para 
qué? 
Por remesas 
vamos regresando a las aulas en este comienzo lluvioso de otoño: los niños de 
EGB, los chicos de BUP y FP, los universitarios. Primero los más pequeños, para 
que dejen tranquilos a los padres, después los medianos, que también dejan con 
su marcha un cierto alivio, y por fin los que ya viven de algún modo su propia 
vida. 
Pertenece el 
regreso a las aulas a ese ciclo académico, tan parecido al año natural, sólo que 
comienza y termina en otoño: apertura de curso, inicio de las clases 
-asignaturas nuevas, nuevas caras y 
caras conocidas- exámenes de 
diciembre, de febrero, fin de curso, suspendidos de septiembre, y vuelta a 
empezar un curso tras otro. Con una pregunta 
rondando que siempre queda en el tintero: estudiar, 
¿para qué?
 Para 
que los padres no den la paliza, para ser "alguien en la vida", para sacar de 
una vez el título y pasar al paro, al MIR, a unas oposiciones perdidas de 
antemano porque los interinos llevan un montón de puntos, para ver si puedo 
ganar algo cogiendo naranjas, aceitunas o algarroba.
En el mejor de los casos, una beca que garantiza cuatro años de respiro para buscar un puesto de trabajo. Porque, como decía
Aranguren, las personas no queremos un trabajo, sino un puesto de trabajo.
Pero, si no 
es la beca, no es estudiar lo que garantiza el puesto de trabajo, sino conocer a 
alguien, tener padrinos, estar en el lugar
oportuno en el momento oportuno, en un kairós laboral. 
No lo tienen 
fácil las generaciones jóvenes. Y no es raro que, lo pregunten o no, sigan 
pensando: estudiar, ¿para qué? 
Hay una 
respuesta, además de todas las que tienen que ver con puestos de trabajo. Es una 
respuesta antigua, tan antigua como nuestra civilización: para saber más y, 
sabiendo, ser mejores y ayudar a otros a serlo; para conocer mejor los 
entresijos del mundo y, conociéndolos, crear una humanidad más justa y feliz. 
Claro que 
esto parece tener poco que ver con programas, cuatrimestres, 
evaluaciones, parciales, créditos teóricos y prácticos, actas y papeletas. 
Parece tener poco que ver con estudios fragmentados, porque cada fragmento ha 
crecido deforma increíble, y ya resulta difícil reconstruir con todos los 
fragmentos y desde cada uno de ellos la unidad de la persona. Y, sin embargo, 
esa unidad sigue latiendo en las venas de todos y cada uno de ellos y es 1a 
única que les da sentido, aunque ya los árboles nos estén impidiendo ver el 
bosque. 
También se 
puede aprender en la calle y a través de los medios de comunicación, quién 
podría negarlo. Pero el tiempo del estudio reglado y el también reglado esfuerzo 
es, por suerte o por desgracia, insustituible. Por eso para la antigua y casi 
nunca formulada pregunta, sigue habiendo una muy buena y casi nunca formulada 
respuesta.