D'
ALEMBERT:
Ensayo sobre los
elementos de la filosofía, 1758
(citado en E. Cassirer, Filosofía
de la Ilustración, PP. 17-18).
En cuanto observemos atentamente
el siglo en que vivimos, en cuanto nos hagamos presentes los acontecimientos que
se desarrollan ante nuestros ojos, las costumbres que perseguimos, las obras que
producimos y hasta las conversaciones que mantenemos, no será difícil que nos
demos cuenta que ha tenido lugar un cambio notable en todas nuestras ideas,
cambio que, debido a su rapidez, promete todavía otro mayor para el futuro. Sólo
con el tiempo será posible determinar exactamente el objeto de este cambio y señalar
su naturaleza y sus límites, y la posteridad podrá reconocer sus defectos y
sus excelencias mejor que nosotros. Nuestra época gusta de llamarse la época
de la filosofía. De hecho, si examinamos sin prejuicio alguno la situación
actual de nuestros conocimientos, no podremos negar que la filosofía ha
realizado entre nosotros grandes progresos. La ciencia de la naturaleza adquiere
día por día nuevas riquezas; la geometría ensancha sus fronteras y lleva su
antorcha a los dominios de la física, que le son más cercanos; se conoce, por
fin, el verdadero sistema del mundo, desarrollado y perfeccionado. La ciencia de
la naturaleza amplía su visión desde la Tierra a Saturno, desde la historia de
los cielos hasta la de los insectos. Y, con ella, todas las demás ciencias
cobran una nueva forma. El estudio de la naturaleza, considerado en si mismo,
parece un estudio frío y tranquilo, poco adecuado para excitar las pasiones, y
la satisfacción que nos proporciona se compagina más bien con un
consentimiento reposado, constante y uniforme. Pero el descubrimiento y el uso
de un nuevo método de filosofar despierta, sin embargo, a través del
entusiasmo que acompaña a todos los grandes descubrimientos, un incremento
general de las ideas. Todas estas causas han colaborado en la producción de una
viva efervescencia de los espíritus. Esta efervescencia, que se extiende por
todas partes, ataca con violencia a todo lo que se pone por delante, como una
corriente que rompe sus diques. Todo ha sido discutido, analizado, removido,
desde los principios de las ciencias hasta los fundamentos de la religión
revelada, desde los problemas de la metafísica hasta los del gusto, desde la música
hasta la moral, desde las cuestiones teológicas hasta las de la economía y el
comercio, desde la política hasta el derecho de gentes y el civil. Fruto de
esta efervescencia general de los espíritus, una nueva luz se vierte sobre
muchos objetos y nuevas oscuridades los cubren, como el flujo y reflujo de la
marea depositan en la orilla cosas inesperadas y arrastran consigo otras.
